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Full text of "Las dos banderas: Apuntes históricos sobre la insurrección de Cuba. Cartas al Excmo. Sr ..."

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#-»■. ♦»^* 



HARVARD COLLEGE LIBRARY 
CUBAN COLLECTION 




IMHJGBT FROH THE FUND 
FOR A 

PRÓFESSORSHIP OF 
LAtm AMERICAN HISTORY 
. AND ECÓNOMICS 



FROM THE LIBRARY OF 

JOSÉ AUGUSTO ESCOTO 

OF MATANZAS, CUBA 



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LAS DOS BANDERAS. 



APUNTES HISTÓRICOS 



SOBRE 



Ü [NSÜReiGION DS CIlBi 



CAKTASALJEXCMO. SK. MINISTRO DE ULTRAMAR. 



\ 



SOLUCIONES PARA CUBA. 




SEVILLA 1870. 

JpiSTABLECIMIENTO TIPOGRÁFICO DEL pÍRCüLO jliIBERAL, 

0'DonnelI34. 



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HARVARD COLLEGE LIBRARY 

. . MAY 3 1917 

LATIN-AMERICAN 
PROFESSORSHIP' FUMU 



4 



LAS DOS BANDERAS. 



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LAS DOS BANDERAS. 



I. 



Es cosa ya averiguada que en la isla de Cuba hay dos insurreccione s 
contra nuestro gobierno: una cubana, peninsular la otra; lo que quiere 
decir, por lo pronto, que tenemos allí dos clases de enemigos que 
combatir. 

No está bien definido, ni fijo todávía,*fen nuestro humilde concepto, 
el color de la bandera alzada en Yara; pero algunos hechos han deja- 
do en evidencia el lema verdadero de la bandera peninsular intransi- 
gente. Decimos esto porque ha llegado á nuestra noticia una historia 
que vamos á revelar, y porque hemos oido opiniones muy atendibles 
en distintos conceptos, y acabamos de leer el manifiesto de Napoleón 
Arango, que tanta bulla ha hecho eñ tirios y troyanos, y aí que todos 
los periódicos de la Habana, y algunos de la Península, dan no escasa 
importancia. 

Sobran motivos para creer que, siendo un secreto para los cubanos, 
y muy particularmente j>ara los que habitaban en el departamento 
oriental el 10 de Octubre Se 1868 nuestra revolución de Setiembre, 
pudieron influir en ellos mejores razones que en nosotros para sacudir 
el yugó borbónico y la tiranía é inmoralidad de sus gobiernos reaccio- 
narios, y esas razones únid&mente lanzarlos al estremo á que llegaron. 
En este caso, los españoles de Cuba y de la Península procedimos 
con igual justicia, tuvimos un mismo fundamento, obedecimos á un 



— 6 — 

propio y natural impuli40, adoptamos idéntica resolución, y aun nos 
atrevemos á decir íbamos á un mismo objeto, si bien por diverso ca- 
mino, pues la verdad es que en nuestras respectivas situaciones no 
era posible escojer otro para derrocar el despotismo^y alcanzar la 
libertad. Cuando las revoluciones políticas son inspiradas por la jus- 
ticia y por la necesidad; cuando nacen de la dignidad herida y de la 
desesperación, los pueblos que las hacen no tienen más que un fin in- 
mediato, romper sus cadenas, superar el gran obstáculo; lo demás 
viono después. Si la libertad sucumbe, el pueblo deja su huella san- 
grienta en el terreno, que busca más tarde y sigue la po&teridad; y el 
Vencedor cantiga esto como un crimen, y celebra en cadalsos su vic- 
toria. Si la libertad triunfa, el pueblo con su instinto noble y genero- 
so nabo hallar la fórmula conveniente de aplicación, y flja entonces de 
acuerdo su programa verdadero. Ni más ni menos es esto lo que á 
nosotros nos está ocupando hace dos años. 

Pero continuemos la historia de las dos banderas. Si lá alzada en 
Yara os lo que hemos dicho, no vemos entonces más que una clase de 
Insurrootoa, y son los que, sabiendo ya el nuevo orden de cosas adop- 
tólo on KspaAa, combatieron el movimiento de Cuba en lugar de unír- 
selo para guiarlo hasta seguir la enseña alzada en la madre páiria. Si 
l<\|os do hacer esto, se obstinaron en borrar con sangre española en 
América el principio de todas las libertades, que nosotros, á costa 
también de sangre española, levantamos tan alto en Europa, ellos in- 
dudablemente son los verdaderos insurrectos. 

Mas no AUtará quien afirme, que la bandera de Yara no 'fué en su 
origen> ni después, lo que nosotros decimos y sabemos. Sobran buenas 
ratones para sostener, con todas las fechas y circunstancias, que fue- 
ra cual l'uese el color de la bandera de Yara, nunca debió estimarse 
«lina como el instrumento que la necesidad y la Providencia ponían en 
manos del pueblo español á un mismo tiempo en uno y otro lado del 
Atlántico, para abrirse la senda de la libertad á que estaba llamado. 
Ma2» nuestiH) ol\Íeto se ciñe por hoy á hacer la historia de ambas ban- 
deras, á marcar el derroteiH), para que todos comprendamos aquí á 
di^nde nos conducen y evitemos fatales consecuencias. 

Kooonleiuos algunos hechos. Cuentan tas irónicas que el conde de 
la rHioM de Cuba, que gobernaba la isla de este nombre en 1837, es- 
cribió por esa época una carta al elocuente orador D. Agustín Argue- 
llen. Rste tomó de la carta un pensamiento, que tradiiyo ante nuestras 
OórV^ en e$ta forma; <Si á la isla de Cuba se le dan derechos políti- 
Ct>$^ ella ise declararé independiente; los diputados de las provincias 



-7- 

de Ultwimar emplearán el elemento da libertad como un medio de 
ilustración para romper los lazos que la unen á- la metrópoli.> 

Esta forma, acogida en hora funesta para España y para Cuba, 
sirvió para hacer una llave de hierro engarzada en su cadena, con la 
que se cerraron las puertas de nuestro Congreso á los diputados de 
Cttba, y de ella hizo también una fracción de los peninsulares esta- 
blecidos en Ultramar, el lema de un: peodon que ha servido siempre 
para encubrir el tráfico de carne humana, otros monopolios mercan- 
tiles y administrativos no menos repugnantes; la provisión absoluta 
de empleados peninsulares para la gran colonia, y esas arbitrarieda- 
des y granjerias que alcanzaron dañadas y ambiciosas influencias em- 
pleadas cerca de un gobernador militar, revestido de omnímodas 
faciUfades. 

Siempre que asomaba en España un rayo de libertad, siempre que 
algunos de nuestros repúblicos se acordaron de que eran españoles 
los hijos de la isla de Cuba, ó se escapaba de la pluma de un perio- 
dista una palabra sobre reformas políticas para Cuba, una esperanza, 
siquiera fuera embozada; se sacaba el pendón custodiado con mucho 
esmero en un palacio de la calle O'Reilly, en la Habana, se le daba 
un paseo por las de Riela, Mercaderes, Calzada del Monte, muelles, 
etc., se remitían á Madrid algunas cajas de azúcar ó su equivalente, 
•otras Ídem de buenos tabacos de la Vuelta Abajo y... asunto concluido. 

Corriendo el tiempo, sucedió que D. J. Z. vino á Europa y perdió 
de vista el pendón, y hallándose en Madrid el año de gracia de 1854, 
se atrevió á firmar un folleto escrito por el Sr. Lira, director del pe- 
riódico mas afamado de la Habana, y en cuyo folleto, entre otras pe- 
rogrulladas, se pedia la representación de Cuba en las Cortes del reino 
como elemento capaz de restablecer la unidad política tradicional en- 
tre las provincias españolas de la Península y la grande antilla. Glo- 
rioso pensamiento, dijeron, que honra á la madre patria como nación 
civilizada, y cuya unidad política corresponde á la unidad de senti- 
mientos con que los habitantes de Cuba están igualmente dispuestos 
que los de la Península á sacrificarse por la honra y por las glorias 
nacionales. Esto se escribía y firmaba después de los sucesos sangrien- 
tos de 50, 51, 52 y 54. 

España hizo como que no- lo oia, y al volver después á Cuba D. J. 
Z., cuentan también las crónicas que, sacando un neo el pendón que 
tenia depositado en los jesuítas, y acompañado de un magistrado muy 
conocido en Cuba, fueron ambos á encontrar á Z.— «¡Cómo! le dijo el 
magistrado, segundo conde D. Julián; ¿te has atrevido á firmar ese 



^ 8 — 

papelucho, olvidando nuestro pendón sacrosanto y las palabras del 
divino en él grabadas? ¿Podrás mantener á Álava, á España y á África 
en Cuba, si asta nombra representantes que digan ó escriban la ma- 
nera con que hacemos estas cosas? ¿Cómo vendremos ya á hacer for- 
tuna aquí, ni esplotar estas minas que se llaman carreras administra- 
tivas y judiciales, placeles auríferos de monopolio? ¿Qué será def^tí 
sin esclavos, y de mí sin pieitos negreros?>— Pero la trata ha con- 
xíluido, se atrevió á murmurar D. J.— Eso está escrito; eso se dice, re- 
plicó el neo; eso dirás tú á cada paso, recordando nuestra honra y 
nuestra integridad nacional: psro guárdate...— Comprendo, dijo con- 
movido D. J., y besando el pendón, esclamó: «Desde ahora no te sepa- 
rarás de mí.> El magistrado sacó tres galones y los puso en una de 
las mangas del frac de D. J.: el rieo le dio un bastón de alcalde, y 
colocándose á uno y otro lado del pendón, es fama que volvieron á 
depositarle en el convento de jesuítas, y todo quedó por entonces 
concluido. 

No tan concluido, pensaron los generales Serrano y Dulce, que ha- 
llaron el pendón sostenido por algunos sac^ de carbón; y exami- 
nando las señales de los tieynpos, creyeron que era preciso que los 
españoles de uno y otro hemisferio viviésemoe como hermanos, y em- 
prendiésemos junios el camino del progreso y^a civilizacio\i. Con es- • 
tas miras. Serrano y Dulce entraron en amistosas relaciones con loa 
cubanos; les hicieron arriar, sin más armas que las de la reconcilia- 
ción, la esperanza y su política, la enseña aneirionista, que recogie- 
ron y guardaron tres ancianos emigrados en el extrangero, únicos 
cubanos- que quedaron de ese partido, volviendo todos los demás su^ 
ojos á la madre España. ¡Qué ocasión para ésta! 

Mas apenas los hombres del pendón vieron esta actitud... <allá lo 
veredes> dijeron; el neo cortó un pedacito de aquel, el magistrado 
escribió un papelucho para envolverlo en él con otras chucherías, y 
se nombró una comisión de tres individuos, para que lo trajese á 
Madrid. 

Los cubanos, fiados en las promesas de Serrano y Dulce, esperaban 
que á cada momento se les abriese las partas del Congreso; pero 
buen guardián tenían entonces en Narvaez, y buenos eran los hom- 
bres del pendón para permitirlo. Se paseó po^ plazas y bodegas á son 
de tambores; recogiéronse algunas firmas ó no se recogieron, pero lo 
cierto es, que en vez de diputados vinieron en comisión los cubanos 
á Madrid; dijeron aquí con fé y lealtad cuanto á su deber cumplía... y 
después de besar las manos de doña Isabel, regresaron á su casa con 



e 



el áltimo desengaño en el corazón, y un oneroso impuesto para Culía 
sobre la frente, mientras qti« los hombres del pendón lo clavaban 
triunfante en el seno de la desventurada Cuba. 

Dajémosla, pues, en esta actitud, cerca ya de los sucesos de Se- 
tiembre, mientras que los cubanos, arriada la bandera anexionista,' 
escarnecida y despedazada la española liberal, que con tanta confianza 
alzaron, buscan un rayo de luz ó una señal en el cielo de Cuba, que 
observan oscuro, ó en el horizonte de España, cubierta ya de nubes 
tempestuosas. 

En otro articulo diremos cuál fué la actitud de ese pendón, y la 
que tomaron aquellos hombres, cuando las nubes tempestuosas á que 
aludimos, deshechas en benéfico rocío, regaron abundantemente la es- 
pañola tierra. 



II. 



Inconcebible parece; mas ese benéfico riego á que aludíamos en 
nuestro anterior articulo, que hizo brotar en la Península española 
lozanos renuevos de libertad y estendió generosas corrientes de pro- 
greso y civilizacioapor todos sus ámbitos; no produjo en la isla de 
Cuba, española también, mas que abrojos, torrentes de sangre y mon- 
tones de cenizas. Esta- es la verdad, así como que la razón de tal di- 
ferencia ha consistido y consiste en la negra honrilla de obstinarnos 
en sostener á todo trance allí el partido reaccionario intransigente, 
que combatimos y derrocamos aquí. Así hemos' procedido siempre; 
así perdinaos un mundo; y loque era más precioso aun, nuestra honra 
como nación cristiana y civilizadora ¡Cristiana! introduciendo los re^ 
partimientos de hombres, conservando la esclavitud. ¡Civilizadora! 
afianzando nuestras conquistas en el fanatismo y la ignorancia. Y es 
lo peor, que nunca variamos de sistema; que nuestra vanidad llega 
hasta el estremo de no aceptar las lecciones de nuestra propia es- 
periencia; de no querer estudiar en lo que otros pueblos civilizados 
practican; ni prepararnos jamás para el porvenir. Todavía nos cree- 
mos invencibles, cuando estribamos nuestro poder en la fuerza; aun 
pensamos que los habitantes de América son de una naturaleza in- 
ferior á la nuestra, y queremos tratar hoy á nuestros hijos casi lo 
mismo que los aventureros que siguieron á Cristóbal Colon trataron 

2 



— 10 — 

á los infelices indios en el siglo XV. ¡Errores de aquella época! de- 
cimos echándola de civilizados, que despoblaron á España en nombre 
de la Inquisición, y estinguieron una raza inocente en América á nom- 
bre del Criador. Pues bien: esos errores, que nos horrorizan y aver- 
güenzan, son, poco más ó poco menos, los mismos en que á nombra 
de la libertad estamos incurriendo en el dia; y es porque nunca he- 
mos querido convencernos, de que la intransigencia, la tiranía, el 
fanatismo, la fuerza, no pueden darnos más que frutos amargos de 
odio, inmoralidad, miseria, deshonor y desventura por todas partes; 
al paso que la libertad recojo al fin, y siempre recompensas de amor, 
confianza, riquezas, gloria y felicidad. 

Pero es hora de que continuemos nuestra interrumpida historia 
de Las dos banderas. Dejamos la liberal española, en manos de los 
cubanos; pero escarnecida con el resultado de la información del año 
1856, y desgarrada bajo el peso del nuevo impuesto que se echaba 
sobre Cuba; y dejamos el pendón intransigente triunfante en manos de 
un grupo de reaccionarios, desafiando tempestades, cuando estalló en 
la Península la revolución de Setiembre, y quince dias después el pro- 
nunciamiento de Yara. 

Hemos dicho que ios cubanos ignoraban entonces, por desgracia, 
lo que estaba pasando en Europa, pues, de seguro, que á saberlo, na-^ 
die habría intentado moverse en la isla, pero no sucedía lo mismo al 
capitán general, á quien, como después hemos visto en los periódicos 
de Madrid, se comunicaba el dia 30 de Setiembre por el cable tras- 
atlántico, el triunfo del alzamiento general. 

Pues bien; ese mismo dia, en el que destronada Isabel de Borbon, 
entraba en Francia y el cable hacia conocer este acontecimiento al 
universo entero; la Gaceta dé la Habana publicaba un telegrama ofi- 
cial que decia: «El país en general teme la revolución, y el espíritu 
del ejército está muy levantado en favor de la reina. S. M. permanece 
en San Sebastian.» 

Pero; ¿qué más? El diez de Octubre, quizá á la misma hora en que 
Carlos M. de Céspedes lanzaba el primer grito de libertad, al frente 
de cincuenta hombres á orillas del Yara; el capitán general Lersundi, 
de gran uniforme, en el salón del trono del palacio de gobierno de la 
Habana, al pié del retrato de doña Isabel II, rendía él mismo, y exi- 
gía que el pueblo rindiese homenaje, como soberana de la nación, á 
esa señora que hacia diez días no podia reinar más que en su casa. . 

¿Dónde estaba, pues, la insurrección, en Yara ó en el palacio de go- 
bierno de la Habana? ¿Quiénes eran los rebeldes, aquellos que cansados 



— 11 — 

de sufrir el ominoso yugo borbónico, rompían sus cadenas y procla- 
maban la libertad, uniéndose instintívamente al noble impulso de la 
nación, ó los que contrariando ese mismo impulso, hacían doblar la 
rodilla al pueblo espaílol en Cuba ante la imagen de aquella reina, 
que el pueblo español en la Península había lanzado de su territorio? 

¿Cuál era la bandera insurrecta, la liberal alzada en Yara, ó la 
isabelina reaccionaria, sostenida en el palacio de la Habana? Respon- 
da^ los que tengan ojos. Lo que nosotros podemos asegurar es, que el 
pendón reaccionario se trasladó desde ^se instante á palacio, enlazán- 
dose con el gobierno de Lersundi, que el telégrafo jugó mucho y que 
eon esa fecha se publicó después uno de Ayala en que comunicaba á 
Lersundi, como ministro de Ultramar, «que contaba con él y le tras- 
mitía las seguridades de la seria meditación con qtie el Gobierno 
procedería en la administración de esas provincias, 

¡Siempre nos hacemos oír, dijeron los del pendón: ; Siempre el mis- 
mo embozo, el mismo sistema espectante! pensaron los cubanos. Aque- 
llos no dejaban reposar á Lersundi, ni al telégrafo, ni á sus agentes 
de Madrid, ni al magistrado-ardilla que redactaba esposiciones, reco- 
gía firmas y reclutaba voluntarios. Los cubanos, presintiendo los su- 
cesos que se les ocultaban, creían que España sería lógica esta vez, 
esperaban en la más respetuosa actitud juzgando con sinceridad que 
el medio mejor de tranquilizar el país, de procurar la conciliación, y 
de que los insurrectos se desarmasen espontáneamente, era manifestar 
que Ciuba participaba de la suerte y de las aspiraciones de sus herma- 
nas las provincias ultramarinas y de la esperanza de que en breve 
disfrutarían todas de las mismas libertades. 

Con este objeto, se celebró una junta en palacio el 24 de Octubre, 
á que concurrieron los españoles ultramarinos y cubanos más distin- 
guidos, y que presidió el Sr. Lersundi. Al empezar el acto dijeron los 
hombres del pendón que el objeto de aquella junta era agruparse en 
torno de este, es decir, como el 10, día de cumpleaños de doña Isabel, 
se agrupaban al pié de su retrato. ¡Siempre la misma doblez! El doc- 
tor Mestre, cubano, y el coronel Modet, peninsular, esplícaron en 
sentido liberal el verdadero objeto de la reunión, suplicando el último 
que se^ consultase por telégrafo al Gobierno de la Península sobre Isis 
verdaderas y legítimas aspiraciones del país. Lersundi dijo que entre 
España y Cuba se interponía su autoridad y aquel pendón, y la junta 
se disolvió, preguntándose muchos de los concurrentes, donde estaba 
la insurrección, y á cual de las dos banderas debían acogerse, sí á la 
de Lersundi ó á la de Céspedes. Lersundi desterró al coronel Modet, 



— 12 — 

porque sostei^ia en Cuba los principios proclamados por Su nación, y 
los hombres del pendón apuntaron en su libro verde á Mestre, para 
más oportuna circunstancia. 

Desde ese momento, solo se trató de organizar el partido peninsu- 
lar intransigente en toda la isla, y de robustecerlo moral y material- 
mente. Se hizo cargo de lo primero La Voz de Cuba^ y para lograr 
lo segundo se disfrazó de Voluntariosa todos los cocheros, carretone- 
ros, guadañeros, bodegueros, carniceros, ^t«a^t«ero«, y en fin, todos esos 
ceros en moralidad, en inteligencia y buenas costumbres que pululan 
en las grandes capitales; repartiéronse entorchados, galones y char- 
reteras entre negreros; se dieron algunos vivas á Espafia y á la inte- 
gridad nacional, cuya frase, esplicada de pueblo á pueblo, de coronel 
á capitán y de capitán asoldado, no venia á ser otra cosa que el statu 
qíM y el gobierno del país por negreros y Voluntarios. 

En estas circunstancias, y como para llenar de gloria el pendón se 
trasmitió á la Habana otro telegrama del ministro de Ultramar en 
que sedéela á Lersundi <qtce el Gobierno estaba altamente satisfe- 
cho de su digna y patriótica condt4cta.> 

El departamento del centro, que no habla querido seguir á Cés- 
pedes, que esperó libertad de España un dia y otro dia, una semana 
y otra semana, y hasta un mes (después de haber aguardado treinta 
años| ó mejor dicho, tres siglos), al ver no solo defraudadas sus es- 
peranzas, sino perseguidos y amenazados á sus mejores hijos; hallán- 
dose en medio de dos banderas, una que proclamaba libertad, otra 
que sostenía la esclavitud; una que era hasta cierto punto la alzada 
por la nación, otra que era la sostenida por esa fracción á que habían 
debido todos sus ultrajes, acosados por una parte y halagados por la 
otra, corrieron á unirse á la primera. Hé aquí cómo y por qué la 
bandera de Yara ondeó en los departamentos oriental y central de 
la isla. 

Llegó, por fin, á esta la ansiada noticia de que D. Domingo Dulce 
estaba nombrado capitán general, y la promesa de este de gobernar 
el país por el país. 

—¡Dulce! esclamó el magistraio, que tenia algunos dejos amargos 
del anterior gobierno de D. Domingo. 

— jGobierno del paisporelpaís! dijo Z.: ¿dónde estoy yo? 

— ¡iLibertadü esclamaron aun tiempo Lersundi, neos, negreros y 
reaccionarios. 

— jA las armas! pensaron todos... pero el jesuíta, que veía algo 
mas lejos, les dijo que por lo pronto era indispensable ocultar el pen- 



— la — 

don de nuevo en el conventp, hasta ver por dónde se descolgaba don 
Domingo; completar en tanto el armamento y disciplina del partido; 
entretener y aun halagar á los cubanos, para conocer sus ideas é im- 
pedir que siguiesen á los del dspartamento oriental y central; y por 
último, reunir y preparar todos los elementos para dar el golpe opor- 
tunamente á mano armada y sobre seguro. 

—A este pendón, confio yo en realidad, y á Dulce en la apariencia* 
el porvenir de Cuba y de España,— esclamó Lersundi aloir semejan-* 
te programa, y sa prepararon todos á recibir en esta 'actitud al re- 
presentante de las libertades españolas en la isla de Cuba, dejando to- 
davía en el salón del trono el retrato de doña Isabel. 

Llegaban entre tanto esposiciones y comisionados de los vecinos 
mas respetables y fieles de los dos departamentos insurreccionados, 
garantizando el desarme de todos, si se les daba, para ofrecerla con 
entera seguridad, una fórmula de que el gobierno de la isla de Cu- 
ba aceptaba la adhesión de sus hijos al movimiento liberal de la 
Península. 

Lersundi contestaba á estas esposiciones mostrando los dos telé- 
gramas del ministro de Ultramar, aquellos en que elogiaba su con- 
ducta impasible ante el nuevo orden de cosas de España, y le ofrecía 
ocuparse con seriedad y detención de las cuestiones de Cuba. Los 
hombres del pendón, adiestrados ya en los jesuítas, murmuraban que 
el ministro se estaba ocupando en serio de las aspiraciones de Cuba, 
en lo que decían una verdad, porque siempre parece que de bromas 
se ha ocupado España de esas cuestiones, y, por último, las respues- 
ta? mas seguras consistían en decretar nuevas persecuciones, y hacer 
mayor alarde de fuerza. 

Al ver á los cubanos procurando con tanto afán su unión con Es- 
paña y ofreciendo los únicos medios con que en aquella época era 
posible obtener una paz segura y estable; al notar la intransigencia 
del gobierno de Cuba y del partido peninsular: al advertir que cada 
día aumentaban los rencores, que cada persecución afectaba una doee- 
na de familias, que de cada gota de sangre surgía como por encanto 
un grupo de rebeldes, y que cada una de estas cosas ó todas juntas 
iban despedazando los vínculos que unían la gran antilla á su me- 
trópoli, nos preguntábamos nosotros, mirando las dos banderas, ¿cuál 
era la insurrecta? 

Bajo estos auspicios llegó á Cuba D. Domingo Dulce, y aunque ten- 
gamos que escribir un tercer artículo para agotar el tema que nos 
ocupa, no podemos resistir el deseo de pintar su entrada, tal cual la 



— 14 — 

presenciamos, asi como la salida del general Lersundi. 

Siempre es un gran acontecimiento para los pueblos la entrada 
de su primera autoridad; "^ero no para el de Cuba, que parecía estar 
íntimamente convencido de que su suerte seria la misma bajo unou 
otro gobernante. Sin embargo, dfebemo» declarar que ese pueblo ha- 
bla hecho yá dos escepciones: una en favor de D. Francisco Serrano, 
otra de D. Domingo Dulce, á quienes recibió con menos reserva de 
la acostumbrada; pero despidió haciéndoles una ovación jamás vista 
hasta entonces en aquel pueblo y en semejantes casos. 

El general Dulce retornaba á Cuba, unido á una de sus hijas, volvia 
enfermo para traer al pais la libertad que le habia ofrecido, para 
satisfacer esa deuda de honor y de gratitud que su pobre corazón» 
hasta entonces honrado, le habia hecho contraer ante el sacrificio de 
aquel pueblo noble y generoso y al verse el objeto de todo su cariüo y 
toda su confianza, ¿quién no habia de esperar una recepción mucho más 
entusiasta, que fué conmovedora en su anterior despedida? 

Era la mañana del 4 de Enero, el cielo estaba aplomado, el aire frió; 
algunos hijos del pais se velan por las calles; muchos, cansados de 
esperarle, hablan salido ya de él y los mas abatidos y descorazonados 
se recogían en lo mas profundo de su hogar, y donde únicamente podían 
libertarse de los compomisos, de las amenazas, del espionaje, de las 
brutales provocaciones con que á cada instante les asediaban la gente 
mas soez qué la Península ha vomitado en la isla. Toda esta gente se 
veia parapetada detras de la doble fila de Voluntarios que cubria el 
tránsito, luciendo allí como siempre su apostura y bizarría en aquella 
gran parada. 

En los balcones se veian algunas cubanas, y los del hotel de Santa 
Isabel estaban lleno por la nube de empleados que habia llevado el 
general y que le precedieron en el desembarco. Ni una flor, ni un 
viva halló á su paso aquel que salió de la Habana sobre una alfombra 
de rosas y en medio de las aclamaciones mas tierna^s y sinceras de un 
pueblo entusiasta. Todos permanecían silenciosos y como esperando 
algo estraordinario: la marcha real sonaba como una marcha fúnebre; 
el cortejo iba cabizbajo, y en su centróse divisaba un cadáver ambu- 
lante, apoyado en el brazo del general Lersundi, que era el único que 
paseaba su mirada altiva y satisfecha por los Voluntarios, que sonreían 
con la multitud agrupada á su espalda, al observar de reojo á Dulce. 
Aquella sonrisa decía á D. Domingo: «Ya verás lo que te pasa.» Los cu- 
banos le contemplaban con simpática tristeza y como preguntándole, 
¿por qué has venido así y tan tarde? D. Domingo alzaba sus ojos de la 



_ 15 — 

tierra ya apagados por la enfermedad, para fijarlos en el cielo, como 
preguntándole también: ¿Que es lo que pasa aquí. Dios mío? 

¡ Ay! ¡Pasaba la tea de la discordia y del desencanto, pasaba el pre- 
sentimiento en unos y el impulso del terror en otros!... 

A la siguiente tarde una escuadra de vapores empavesados de ban- 
deras cubiertos de hombres vestidos de cotinazul ó dril crudo, enmedio 
de bandas de música y llenando los aires con sus aclamaciones entre las 
cuales se oian distintamente vivas y mueras, se deslizaba por la bahía 
de la Habana en dirección al Morro. En la mayor de esas embarcaciones 
se destacaba la gigantesca figura de un hombre vestido de voluntario 
que agitaba su sombrero por todas partes, correspondiendo á aquellas 
demostraciones. Este era el general Lersundi. 

Al hundirse el sol en el mar, reflejó sus últimos rayos sóbrela ban- 
dera española que ondeaba en el palacio del gobierno en el cual esta- 
ba ya D. Domingo Dulce, rodeado de algunos cubanos, que, como siem- 
pre, le demostraban su simpatías; hasta allí llegó pocos instantes des- 
pués el rumor de las aclamaciones de la escuadra que despedía á Ler- 
sundi y que regresaba á la Habana, agitando su pendón enmedio de 
las sombras de la noche. 

¿Quién era el general Dulce en aquellos momentos? El represen- 
tante ée Espafia con honra, de la España liberal, y á su lado estaba un 
grupo de amigos cubanos. 

¿Quién era el general Lersundi? El representante del absolutismo 
y del gobierno reaccionario y á su lado estaban todos lo Voluntarios 
de la Habana. 

¿Cuáles, son, pues, los rebeldes? volvemos á preguntar. ¿Cuál la 
bandera insurrecta? 



III. 



Bien sabia el general Dulce, que al llegar á la isla de Cuba, tenia 
que situarse nesesariamente entre las dos banderas y que mucho habia 
de sufrir para acercar siquiera la una á la otra, para unirlas ó fusio- 
narlas, como hoy se dice, transformándolas en una sola, que fuera la 
misma levantada en Cádiz; dignísima enseña de España con honra. 

Los enfermos tienen siempre gran fé y no poca esperanza, y Don 
Domingo Dulce lo estaba de gravedad, cuándo pisó el 4 de Enero de 1869 
la tierra cubana: no carecía de esperiencia ni de tacto para conseguir 



— 16 — 

su propósito y creyó comprometer en la demanda cuando mas su exis- 
tencia: nunca ki honra de un veterano de la libertad. ¡Pobre D. Domin- 
go! Quiera el cielo iluminar á los que describan estos hechos, para que 
busquen su esplicacion y tu disculpa en el fondo de tu pecho y hagan 
caer el juicio de la posteridad, sobre los únicos responsables de tus de- 
bilidades, de tus miserias, de tus paz á tu sepulcro. 

Ellos y solo ellos tend)rán en dia no lejano, que responder á la 
historiado tus acciones, en esos seis meses de tortura que te hicieron pa- 
sar en Cuba: á España de una parte de su grandeza perdida y de su 
honra vulnerada: á Dios, como Cain de sus hermanos de América, y 
como aquel, llevarán también esa mancha de negra, indeleble, que le 
oblige á ocultar la frente ante el sol de la libertad. 

Presumía, y no sin razón D. Domingo, hallar en uno de los dos 
grupos en que D. Miguel Tacón separó los habitantes de la isla de Cu- 
ba; sueños exagerados, impaciencias disculpables, bullendo en medio 
de otros hombres paciflcos y concienzudamente liberales; pero contaba 
con encontrar en el fondo de todos dulzura, sencillez y sinceridad. 

Juzgaba hallar en el otro grupo, algunas de esas conciencias em- 
pedernidas y negras que necesariamente se forman en el tráfico de 
carne humana: gran ignorancia é inquebrantable intransigencia, re- 
bosando también entre hombres honrados y agradecidos, para quienes 
vallan mucho la dignidad nacional, las afecciones de familia, un por- 
venir tranquilo y una conciencia limpia: tipo de esos castellanos de 
que por fortuna se conservan algunas figuras. 

Contaba D. Domingo con poder neutralizar ó barrer esas miserias 
con tacto, perseverancia y energía, tocando á los unos el corazón, y á 
los otros la cuerda sensible del interés. 

Con estos precedentes, que habia adquirido en el estudio que hizo 
de los habitantes de Cuba durante su anterior Gobierno, imaginaba 
que dándoles á los unos mas de lo que hablan pedido y mejor de lo 
que pretendía la insurrección, y haciendo comprender á los otros que 
estaba en su conveniencia realizar las miras de España, sobre sus 
provincias de Ultramar, y que si no le ayudaban decididamente á 
que la voluntad nacional se cumpliese, podían perderlo to<io, imagi- 
naba, repetimos, pacificar el pais en poco tiempo, y en él ó en la 
Península, exhalar el último suspiro, bendecido por el pueblo; ó por lo 
manos satisfecho de si mismo, y bajo la bandera de la libertad. 

¡Infeliz! Ignoraba cuanto se habia hecho para esperarle, cuánto se 
habia minado el terreno que pisaba. 

Guiado por estos pensamientos hizo traer á su palacio una noche 



— 17 — 

la bandera libaral española: y llanar á sus sostenedores, al cuarto 
leí trono. 

Aquí me tenéis, les dijo; vengo á traeros paz, libertad y dicha, 
Dajo esa enseña que alcé en Cádiz, y que deseo se ostente en Cuba, 
como en el resto de España. Decidme ahora con sinceridad, ¿qué es 
lo que queréis? 

—Mi general, queremois lo que V.E. nos ha ofrecido; ni mas ni 
menos que lo que debemos desear. Aspiramos á ser españoles de ver- 
dad; pretendemos el gobierno del país por el país. 

— Biejí; voy á- colocar vuestra bandera donde estuvo el retrato de 
doña Isabel, porque es la misma de nuestra gloriosa revolución, pero 
es preciso esperar... 

— ¡General, esperar y siempre esperar! 

—No, esperar la Constitución, que no será para vosotros lo queja 
del año 37. En cuanto á libertades, yo las iré dando desde ahora mis- 
mo. En la de la prensa y en la de reunión, encontrareis un legítimo 
desahogo á vuestros agravios y buenos deseos; pero nada de recrimi-' 
naciones: olvido de lo pasado. Discutid con prudencia vuestras espe- 
ranzas para el porvenir; decid con respetuosa franqueza vuestras ne- 
cesidades á la nación y al mundo si queréis, que á Dios gracias, en 
adelante ño tendremos de que ruborizarnos. 

—General, esclamó uno de los mas desconfiados; hace treinta años 
no hacemos más que pedir. 

—Tres siglos hace, murmuró otro, que no hacemos más que obe- 
decer y sufrir, Y aun hubo un tercero que dijese tenemos deberes y 
no derechos. 

—Ni siquiera teníais el de pedir, y ahora os los doy todos. ¿Queréis 
mas de lo qu9 España os ofrece por mi labio? ¿Queréis más de lo que 
vuestros hermanos de la Península han alcanzado á costa de su san- 
gre, para todos los españoles? 

—De ningún modo, esclamaron todos con entusiasmo. 

—Pues bien, yo sí: deseo que me ofrezcáis no tocar por ahora dos 
cuestiones, la de la religión y la de la esclavitud. 

—Mi general, ¡la de la esclavitudl repitieron algunos en tono su- 
plicante. 

—¿En qué quedamos? preguntó el general, atufándose el bigote: po)^ 
ahora, he dicho, y hasta que las Cortes resuelvan. 

—Sí, sí, como V. E. quiera, contestaron á una voz. 

—Bravo. Decid de mí cuanto os plazca; tratad sin piedad á esos 
malos empleados que vienen á humillar vuestros merecimientos y á 

3 



v 



— 18 — 

explotar indignamente el paisi; herid sin compasión la trata, pero no 
la confundáis con la esclavitud; censurad con dureza los abusos y sos- 
tened con ánimo levántalo vuestras juiciosas aspiraciones, dentro de 
la legalida I liberal española, y asi me tendréis siempre á vuestro lado 
y yo me inspiraré en vuestros consejos. ¿Queréis mas? 

—No, mi general, dijeron enternecidos aquellos jóvenes. 

—Pues yo sí, continuó Dulce. ¿Cómo creéis que podemos hacer pa- 
ra que esos pobres que han abandonado hogar, familia y fortuna, á 
impulso de tm sentimiento qtee calificará la historia en su' dia, de- 
jen las armas que hoy esgrimen contra hermanos, y sin razoi^ porque 
yo les reconoceré toda libertad á que ellos deben aspirar? 

—General, dijeron los mas caracterizados; entendemos que basta in- 
culcarles la buena nueva que nos trae V. E., por medio de comisiona- 
dos que puedan inspirarle la confiapza, que tantos desengaikos les han 
hecho perder. 

—Aceptado. Designad vosotros los individuos, y e^ cuanto ú facul- 
tades, carta blanca dentro de las bases antes dichas; bandera espafio- 
lisima; no tocar por ahora ni la esclavitud ni la religión. 

—Comprendido, esclamaron todos. No aspiramos á más. 

—Vuestras manos, pues, y no abuséis, por Dios y por vosotros 
mismos, del tesoro que os conflo. Es el pago de una deuda sagra- 
da que habian contraído mi corazón y mi conciencia con Dios y con 
la patria. 

Dos lágrimas corrieron por las mejillas demacradas de aquel hom- 
bre, y muchas de gratitud brotaron del corazón de los cubanos, que en 
aquel instante. volvían sus ojos á España con honra. El general Dulce 
los acompañó hasta la puerta del cuarto; cuando se quedó solo, mur- 
muró conmovido: ¡Siempre los mismos! 

Atravesó después con paso trémulo la sala principal del palacio, 
para dirigirse al cuarto situado en el estremo opuesto, adornado 
con todos los retratos de los capitanes generales que han gobernado 
á Cuba. 

Cuchicheaban en aquel cuarto los hombres del pendoft, cuando en él 
entró D. Domingo Dulce, al sonar la hora para la cita. 

Habia adoptado el general esa costumbre que revela cordialidad 
é inspira franqueza entre los guajiros cubanos, de ofrecer cigarros 
puros á todo el mundo después del saludo, y así lo hizo con aquellos 
hombres. 

—¿Cómo vamos de zafra? les preguntó. 

—Así, así, contestaron, con los pocos brazos que tenemos. 



— 19 — 

—Ya; pero en Francia, en Inglaterra y en los Estados-Unidos hay 
magníficas máquinas d^ elaborar -azúcar, que ahorran tiempo y bra- 
zos y pueden adquirirse á buenos precios... ^Porquéno ensayáis, ade- 
más, la división del trabajo? 

—Nada de innovaciones, mi general, dijo con voz autorizada, el que 
parece que la llevaba allí. Para hacer azúcar no hay cosa mejor que 
los negros. 

—Ya, ya, murmuró el general; esa es una cosa buena y el fuete 
es otra. 

—Es preciso... observaron algunos. 

—Bien. Pero vamos al caso. Ya sabéis que tenemos guerra, que 
acabaremos pronto si me ayudáis; si no, puede prolongarse, y enton- 
ces ni zafra,*ni negros, ni dinero. 

—¡Oh! Si que los habrá, dijo el jefe alzándose una cuarta sobre 
los tacones; ¡y Pí^ra qué estamos nosotros aquí? 

Los demás que le rodeaban se hincharon al oirle hasta el punto de 
que ya no cabían en aquel cuarto. 

—Pues bien; habrá de todo estando vosotros aquí: dijo D. Domingo 
con esa frialdad que le era genial... Pero, al caso. 

—El caso es, mi general, interrumpió el gefe, que aquí no con- 
viene introducir reformas de ninguna clase sino hacer lo que D. Fran- 
cisco Lersundi. 

— Peso hombre, Lersundi solo no es España, y los españolea no de- 
ben tener mas voluntad que la de España. 

—Mientras nó se oponga á nuestra conveniencia, objetaron al- 
gunos. 

—¿Y cómo se ha de oponer, si España no quiere otra cosa, sino lo 
que á todos nos conviene? Por esto desea que sus hijos se ai&en como 
hermanos, que gocen todos igualmente de los beneficios creados por 
el noevo orden de cosas, que para su dignidad yj ventaja ha esta- 
blecido. 

—Bien; los que seamos españoles.:; 

—¿Y hay algún nacido en tierra española que no lo sea? 

-Eso tiene sus menoi y sus mas; observó el gefe. 

—Es decir, murmuró Dulce, pasándose la mano por el bigote; los 
que no quieren lo que España quiere; los que sacrifican la honra na- 
cional á su particulaV conveniencia, y la ley á su capricho, esos son 
-los menos, pero los más, les abren los brazos á todos. 

— Francamente, dijo uno, á los insurrectos no. 

—¿Sabéis, señor Herrera, la historia del hijo pródigo,^ 



— 20 — 

—Francamente, mi general, no la recuerdo. 

—Pues fué un hijo que, con razón 6 sin ella, abandonó la casa de 
su padre, á quien hizo llorar lágrimas de sangre, dando mucho que 
sentir á sus buenos hermanos. Pues bien: el dia en que, arrepentido, 
volvió al hogar, hizo el padre una gran fiesta para recibirle y obse- 
quiarle. ..Esto enseñan las Santas Escrituras^ vosotros sois cristianos, 
y no lo olvidareis para participar del júbilo de España cuando le abra 
los brazos á sus hijos pródigos. Por lo que á mí toca, no tendré un 
dia de mas satisfacción, que aquel en que vea sentado en mi mesa 
á i). Carlos Manuel de Céspedes, 

¡Mi general!... ;Mi general!... ;Mi general!... esciamaron muchos. 

I Traidor! murmuraron otros, fijándole una mirada rencorosa. 

Presentía el general que era imposible hacerse entender de aquella 
gente; habia agotado su elocuencia y sus tabacos; faltábale ya el alien- 
to; y el sabor metálico que revela á los tísicos la proximidad de la san- 
gre, ie anunciaba un próximo acceso. 

—Señores, co^icluyamos, les dijo. Estoy malo, y deseo saber si me 
ayudareis á pacificar á Cuba y á gobernarla como provincia española 
antes que la insurrección la despedace. 

—Eso sí, mi general, contestó el gefe; para concluir con la isla 
quiero decir, para concluir con la insurrección á sangre y fuego, aquí 
nos tiene V, E. á nosotros. 

—No se trata de eso, señores; respondió el general. Ni es ia sangre 
y el fuego remedio para las dolencias crónicas de los pueblos. Se ne- 
cesita un tratamiento esquisito, especial, fundado en la justicia, en la 
verdad, y sobre todo en la conciliación. Es preciso reanudar de este 
modo, con estrechos vínculos, los intereses de Cuba á los de la metró- 
poli; identificar los derechos de todos sus habitantes, inspirarles con- 
fianza, dar garantías á la vida doméstica y civil; otorgarles, en 
fin,^derechos políticos. 

— ¡Ay, ay! esclamaron algunos. Ya pareció aquello, fy con eso 
venceremos álos insurrectos? 

—Tal vez con eso solo, dijo el general; pero aun cuando asi no 
fuese, yo veo en esos derechos la seguridad de la isla, y de vuestros 
trabajos y de la paz, y de la honra nuestra. Hasta ahora hemos 
empleado en América el sistema de sangre y fuego, y nos ha dado 
mal resultado: ensayemos otro propio de los hombres y de las cir- 
cunstancias. 

—Pues con este sistema hemos conservado á Cuba desde elaño 
50 hasta la fecha, y fué el mismo que aconsejamos á Concha. 



— 21 ~ 

Él se enojó una vez al saber que el general de marina no había 
fusilado en ^l mar, á aquellos cincuenta piratas que vinieron en 
la segunda espedicion de López, y que se volvían con Critenden á 
los Estado»-Unidos. Creía que matarlos á todos, traería complica- 
ciones internacionales, y una carnicería en la Habana, y quiso diez- 
marlos al principio y quintarlos después. Nosotros le desengañamos 
de que los Estados-Unidos á nada se atreverían con España; de que 
el día de la ejecución, seria de gran ñesta para nosotros... Se an- 
duvo con chiquitas, vinieran comisiones de la calle de la Muralla y 
de la Calzada, y tuvo que fusilarlos á todos juntos al instante, y 
fué un dia de regocijo y se acabaron las conspiraciones. 

—Bravo, bravísimo gritaron algunos. 

—¿Se acabaron los cadalsos, las proscripciones y sus causas del 
51, 52, 53 y 54? 

Recordad los nombres de los que entonces murieron y penaron> 
mirad lo que pasa hoy y los nombres que ñguran en la insurrección 
y comprendereis que estos son lodos de aquellos polvos. Ocho años 
gobernamos á Cuba Serrano y yo. Nunca ha gozado el país de más 
desahogo, y sin embargo, jamás se mantuvo más leal, más tranquí-- 
lo, más ' próspero, más feliz, ni tuvo Empalia autoridades aquí más 
queridas. 

—Si, V. E. llegó hasta decirles que era un cubano mas, y el se- 
ñor Serrano casó con una cubana. 

¿Necesitábamos acaso también de vuestra dispensa para casar- 
nos? Y vuestros hijos, sí aquí nacen, ¿no son cubanos también? ¿Y 
ser cubano, no es ser español? 

—Esto es insoportable, esclamaron algunos, que habían escuchado 
atentamente las palabras del general. Permítanos V. E. retirarnos, 
añadieron. 

Luego volveremos solos. 

—Id con Dios, y vosotros oídme, por la Virgen, continuó el gene- 
ral con voz apagada. ¿Queréis hacer de esta provincia española un 
presidio, una ñiina donde solo se venga á sacar : oro, una feria de 
empleados hambrientos* ó un matadero de hombres, y hacer de nos- 
otros los que venimos á gobernarla y de vosotros mismos, los sé- 
res más antipáticos del mundo? Ya veis como se separan de vos- 
otros ruborizados algunos de vuestros más íntimos amigos, y por lo 
que á mi hace ,os declaro, que no sirvo ni para capataz, ni para ver- 
dugo. 

Es necesario de que os convenzáis,, señores,, de que no estamos 



— 22 - 

ya en el siglo XV, de que estos no son los indios, sino nuestros hi- 
jos. Es preciso que comprendáis, que esta hermosa isla es por su 
posición topográfica uno de los puntos más privilegiados del globo, 
indispensable, no solo para el desarrollo de la industria y del co- 
mercio nacional, sino para apoyar nuestro poder marítimo y es" 
tender nuestras relaciones por ambos hemisferios. Considerad que 
está situada á 1500 leguas de la metrópoli, circuida de pueblos li" 
bres, envidiada por la república más poderosa del universo, y com- 
prended que la sangre y el fuego nos la arrebatará y no tenemo 
mas medios de contenerla que el halago, la justicia y la libertad- 
Recordad que hac3 tres siglos venimos empleando en América, con 
fatalísimo resultado, el sistenia que recomendáis; y que es pruden- 
te y discreto que ensayemos otro más compatible con la época, con 
nuestra hidalguía y con muestras instituciones. 

—No hay que incomodarse, general, dijo el jefe; convendremos 
en que se dé una amnistía. 

—Pero nada de diputados, ni de libertad de imprenta, dijo otro. 

—¿Y cómo queréis, señores, que los cubanos sean españoles, si 
les negáis el derecho mas . sagrado que tenemos? ¿Cómo queréis ser- 
lo vosotros, si os oponéis á la voluntad de España? ¿Queréis ser naás 
insurrectos que los que están en Yara? Pues continuad por el camino 
que vais, y por el que yo seguramente no podré seguiros. 

El general volvió la espalda; el jesuíta aprovechó el movimiento 
para hacer una señal de inteligencia á sus amigos: 

—Ceded hoy les dijo, con tal de que no toque la esclavitud, ni la 
religión, ni á aquello... 

—Bien, general, haya diputados é imprentas, aunque van á per- 
judicarnos mucho; pero que no se nos toque la esclavitud. 

—Ni en un cabello. Os lo prometo. 

—Ni á la religión, dijo el jesuíta. 

—Ni á la religión, repitió el general; justamente soy yo más cris- 
tiano que los que oran con los ojos en blanco en Belén, y atizan por 
debajo cuerda á los que vienen á pedir el sistema de sangre y fuego. 

— Tampoco queremos empleados cubanos i observó otro. 

—Y cómo sabéis si son malos, si casi nunca los ha habido? Los po- 
cos que yo he conocido honran la nación y creo que tendrán mayor 
interés en ser probos y dignos los que han de permanecer aquí, los 
que aquí tienen hogar, familia y fortuna, que aquellos trashumantes 
que (con pocas y honrosas escepciones) tratan solo de hacer olla 
gorda, por que saben que el empleo les dura lo que el ministro que 



— 23 

los nombró, como sé yo de algunos que os han despellejado vivos en 

lag causas de bozales. 

—No le falta razón en esto al general, y consentiremos que se 

nombre una centésima parte de hijos del país. Ea, creo que V. E. no 

puede pedir más. 

—No, no pido nada más, respondió el general bajando la cabeza. 

—Pues nosotros sí, murmuraron tres, rodeándole familiarmente, 
y de los cuales tomó uno en voz muy baja la palabra. 

—Mi general, le dijo casi al oido; hay gran escasez de brazo, 

—Y de cabezas, dijo el general alzando la suya. 

—Contamos ya con la de V. E., continuó aquel. Cuando estalló la 
revolución, temamos organizadas varias espediciones; hemos hecho 
grandes desembolsos, y con media docena de ellas que llegaran, daría- 
mos un gran empuje á la riqueza del país. 

— Bi'3n, respondió el general; pero hay que tener mucho cuidado con 
los cruceros ingleses y con la justicia. 

— Los buques son escelentes, y siempre tenemos en las costas y 
en las salas algunos que... 

— No me contraigo á los tribunales ni á los capitanes de partido, 

sino ala primera autoridad que aqui vela por la ley, y que si lo sabe, 

puede muy bien ahorcar armadores, magistrados y pedáneos que 

entren en esto, y devolver los negros á África, á vuestra costa, y os 

saldrá el tiro por la culata. 

El general dio tres pasos atrás, cruzó sus manos á la espalda, 
hizo una cortesía hasta el suelo, como acostumbraba, y despidió á 
aquella gente que se llevó su pendón, aunque con el firme propósito 
de volverlo á traer triunfante, en dia no lejano, á palacio. 

—¡Siempre los mismos! esclamó el general cuando quedó solo; ellos, 
y solo ellos, perderán á Cuba. 

Se dejó caer en un sillón, y abrió los labios, por donde salió un 
borbotón de sangre. Luego que pasó aquel acceso, llamó al director 
para que le pusiese á la ñrma los decretos de amnistía, libertad de 
imprenta y reunión, y al ayudante, para que invitase á comer á su 
mesa para el próximo domingo á D. Miguel Aldama y á D- J. Z. á 
D. José Morales Lemus y D. F. D. C, á D. José Manuel Mestre y á 
D. R. de H., á D. Néstor Ponce y á D. G. Castañon. 

Luego reclinó la cabeza, y se quedó dormido. 

Hemos deseado condensar en estos diálogos el resultado de muchas 
conferencias habidas en palacio en los primeros días de gobierno de 
D. Domingo Dulce, para reflejar con más propiedad los verdaderos 
matices de las dos banderas. 



— 24 — 



IV. 



Daspues délas canferencias qu3 dsscribijioa en el anterior ar- 
tículo los cubanos dieron riendas su3lta? á su? esperanzas exagera- 
das en pocos, legítimas en muchos y dignísimas en la generalidad. 
Empeñábase la mayor parte, en lavantar á favor de España con 
honra^ el ánimo de los desencantados, de los ilusos, de los descreí- 
dos, de los impacientes y de los tímidos. Buscábanse las personas 
mas idóneas para componer la comisión, que había d3 ir al campo 
de la guerra, se escribían entusiastas cuartillas para la prensa li- 
bre, y preparábanse jungas electorales y funciones en los teatros 
de Tacón y Viüanueva, con objeto de obsequiar á Dulce, y ofre- 
cer á aquel pueblo mudo y oprimido, hasta entonces, la ocasión de 
gozar alegremente de la nueva situación; por último, las personas 
más caracterizadas trabajaban constantemente por reanudar aquellos 
vínculos fraternales, despedazados en 1837. 

Los peninsulares intransigentes colocados ya en la senda que les 
señaló Lersundi, decididos á seguir en ella, y conocedores de situa- 
ciones de este género, que eran completamente nuevas para el país 
celebraron sus conciliábulos, tan pronto como salieron de palacio, 
para acordar su plan de operaciones, y del que no se han desvia- 
do después en un punto. 

Algunos opinaron que la actitud del general Dulce, exigía su mo- 
mentánea destitución y remisión á España, ó por lo menos que se 
rechazase con la fuerza y en todos los pueblos, las reformas tan 
pronto como se publicasen, antes de que la libertad de imprenta, ia 
de reunión y los diputados, sacasen á relucir los trabajos, trastorna- 
ran planes provechosos y perfectamente urdidos, y variase la de- 
coración de empleados, que tenían ya á su devoción. Contaban para 
todo esto, con la acreditada mansedumbre del puaplo cubano, y en 
cuanto á la insurrección, presumían de buena fé, que caería agoni- 
zante al mágico grito de ¡Viva España! ó quedaría muerta y despe- 
dazada á los primeros tiros de los bizarros, que así se apellidaban 
ya los Voluntarios, por su porte idealmente marcial en paradas y 
paseos. 

Prevaleció, no obstante, en los acuerdos, la opinión jesuítica, que 



— 25 — 

tan buenos resultados estaba produciendo. Obediencia pasiva en apa- 
rienda y hasta consolidar en Cuba y en España el partido intransi- 
jente, y armarlo por completo en toda la isla, para imponer su 
opinión con la fuerza, ctmndo llegase la hora de obrar ó introducir 
á toda costa algún elemento desorganizador en las comisiones pa- 
ciflcadorasii^ capaz de rechazar hábilmente toda conciliación, que se 
basara en reformas políticas. En vez de reprimir, atizar mañosa- 
mente la libertad de imprenta y de reunión, hasta el desorden, el es- 
cándalo y el motin, que produciría la reacción. Caso de que esta 
no se produjese hasta dejar reinante el statu quo, imponer por el 
temor al Gobierno y al pais la voluntad de los comités intransigen- 
tes- que se llamarían conservadores. Apoderarse de los bienes de to- 
dos los cubanos liberales; perseguir, desterrar, prender y fusilar á 
estos sin piedad, según las circunstancias; lanzar á Dulce, tomar las 
riendas del gobierno y solo abandonar á Cuba cuando quedase redu- 
cida á cenizas. - 

A estos conciliábulos asistían humildemente y como asalariados de 
sus vocales, los directores del Mario de la Marina y de La Prensa 
con el solo objeto de enterarse del programa y defenderlo á tod(\tran- 
ce. Y en efecto; el Diario de ta Marina es una sociedad anónima 
compmsta en su mayoría por los principales negreros de la Habana. 
La Prensa es una empresa de jesuítas y tiene á su frente al neo 
Gil Gelpi y Perro; paro se creyó conveniente adoptar otro como dr- 
gano oficial del nuevo Gobierno, y este fué La Voz de Cuba. 

No faltó sin embargo algunos de esos periodistas que al recibir el 
programa observase que, en el modum operandi, Cuba vendría á que- 
dar de hecho independíente de su metrópoli, que esto traería compli- 
caciones internacionales y hasta la intervención de los Estados-Uni- 
dos, A lo que contestó el presidente que la Numaneia sola era su- 
ficiente á barrer de los mares todo el poder naval americano, y que 
el quinto batallón de Voluntarios bastaba á clavar el pendón en el 
Capitolio de Washington. 

Con tan sublime respuesta, que acogió un trueno dé aplausos, Que- 
daron aprobadas las actas, se trasmitió el programa á todas las jun- 
tas creadas en los pueblos, situáronse fondos en España, se espidie- 
ron órdenes para nuevos alistamientos de Voluntarios movilizados 
(pues los actuales no debian abandonar el gobierno y la custodia de 
las ciudades), yéndolos á buscar á las cárceles y presidios sí no eran 
suficientes los qu3 vomitaban las bodegas, muelles y cocheras, y se 
dispusa trasladar con toda solemnidad el pendón á la redacción de La 

4 



— 26 -* 

Voz de Oubüj para dejar más sigilosa y libre la acción de aquellos 
que constantemente trabajan ad maj07'em Dei gloriam, et servitti^ 
dimen humanitatis. 

Asi fué, que cuando la comisión conciliadora era oordialmente re- 
cibida en el campo insurrecto, y acordaba en Nue vitas con sus prin- 
cipales gefes, á placer de los de nuestro ejército que allí estaban y 
de los peninsulares y cubanos mas caracterizados, los preliminares 
de la pacificación, sin mas base que el sometimiento á la Constitución 
española, y para más tarde el gobierno autonómico para Cuba, según 
la oferta del general Dulce y la opinión de los repáblicos mas escla- 
recidos de España; cuando en fin, Augusto Arango, general insurrec- 
to, se presentaba á las puertas de Puerto-Ptíncipe, solo, inerme, con 
los preliminares de la paz, un salvo-conducto y el decreto de amnis- 
tía en el bolsillo, fué villanamente asesinado por la policía y los Vo- 
luntarios, que enterados de lo que pasaba, cumplieron así su con- 
signa. La sangre de Augusto Arango borró cuanto se había hecho 
en sentido conciliador, profundizó el valladar que existia entre 
cubanos y peninsulares, y en él clavaron por primera vez los Volun- 
tarios del Camagüey su pendón. Desde entonces comenzaron las ame- 
nazas, los insultos y las persecuciones, que obligaron á muchas fa- 
milias á dejar la ciudad para retirarse á sus haciendas de campo, 
viéndose precisados los jóvenes á engrosar el ejército insurrecto. 

El general Dulce que comprendió las fatales consecuencias de es- 
ta conducta, quiso castigar á los asesinos de Arango; pero como la 
consigna de los Voluntarios llegaba hasta rechazar con la fuerza 
las disposiciones del Gobierno que se opusiesen á sus propósitos, los 
asesinos quedaron impunes, perdida entonces toda esperanza de pa- 
cificación, y el país gobernado por los Voluntarios, quienes prendían 
y desterraban á los pocos pacíficos vecinos, que con bastante resig- 
nación para sufrir sus atentados, no habían querido abandonar su 
pueblo natal. 

Hé aquí las consecuencias de la primera hazaña de la insurrección 
peninsular en el Camagüey. La paz frustrada; aumento de insurrec- 
tos; el principio de autoridad quebrantado. Los periódicos de la is- 
la, fieles á la consigna que después han venido desarrollando en 
grande escala, y en la que entran para mucho la mendacidad y el 
engaño, lamentaban en Febrero de 1869 el asesinato de Augusto 
Arango, regando flores y lágrimas sobre su cadáver, si bien imputa- 
ron ese crimen al general Quesada: cuando todo el mundo conocía 
ya sus detalles y era imposible ocultar que Arango habia sido 



— 27 — 

muerto en la dudad, paseado su cadáver por Iq,s calles con gran aU 
gazara de los Voluntarios, y enterrado en el cementerio general. 
La imputación de este asesinato cayó después de lleno sobre sus ver* 
daderoft perpetradores. 

Veamos ahora lo que dioe Napoleón Arango en su manifiesto res- 
pecto á la opinión política del Camagüey antes del grito de Yara, 
durante el pronunciamiento y régimen de Lersundi, y después de la 
llegada del general Dulce, y asi nos esplicaremos todos, ante un 
documento que sojuzga irrecusable, el motivo de que la insurreo* 
oion fie liaya sostenido y prolongado durante veinte meses en el de- 
partamento central, á costa de nuestra sangre y de nuestro oro, der- 
ramado allí á raudales, y lo que es más sensible aun, de nuestra hon- 
ra, escarnecida hoy por propios y estraños. 

Asegura D. Napoleón Arango, el hombre de la confianza de Ca- 
ballero de Rodas, en un documento que han publicado loa periódicos 
de la Habana que: «cuando Céspedes intentó dar el gpito de inde- 
>pendencia en Octubre del 68, le manifestaron Puerto-Príncipe y Hol- 
>guin que no le secundarían; haciéndole responsable ante la posteri- 
>dad de los males que iba á ocasionar; que el mismo departamento 
>oriental, con escepcionde poquísimos, no quería continuar ese mo- 
»vimiento; y que el propio Céspedes, teniendo ya noticias de nuestra 
^revolución, y comprendiendo la ligereza con que había obrado, con- 
>venia en cambiar el grito de independencia por el programado 
>Cádiz, que aceptaba además porque era la aspiración unánime 
>(escepto en un solo individuo) del departamento central.» 

En este sentido se dirigieron en Noviembre y Diciembre del 68 
diversas esposiciones firmadas por los vecinos mas respetables del 
centro al general Lersundi, y las que este desestimó. .Contrayéndose 
Arango á aquella época, añade: «Tales fueron los acuerdos de las jun- 
tas celebradas en La Clavellina y en Las Minas^ quedando implícita- 
mente sancionado en esta el deseo de aceptar el programa de Cádiz.» 

Aceptado como exacto por el partido peninsular intransigento este 
manifiesto, le es imposible ya seguir sosteniendo que las aspiraciones 
de los cubanos eran opuestas á aquellas que ha proclamado el par- 
tido liberal español. Nosotros que hemos venido reconociendo como 
legítimas esas aspiraciones así en 1837 como en 1865 y 1868; afirma- 
mos que su bandera fué siempre la nuestra, que los que la combatie- 
ron en esas épocas, son nuestros verdaderos enemigos, los únicos res- 
ponsables de los males q\ie deplora España y de la sangre que se der- 
rama. Cuando la de Augusto Arango regaba el suelo de Puerto-Prín- 



— 28 — 

cip6, los comisionados del general Dulce estaban en el campaBaeoto 
de la insurrección y despedidos cortésmente, volvieron sanos y sal* 
vos á la Habatna en circunstancias en que no dábamos cuartel á los 
prisioneros cubanos y que las hordas de Voluntarios, prendian» sa- 
queaban é incendiaban á su antojo. Se nos, asegura que hay en Madrid 
algunos de esos comisionados que podrían derramar más lu2 sobre 
nuestras palabras. 

Pero sigamos el derrotero de ambas banderas en el departamen- 
to oriental. Roto el proyecto de conciliación y propagada la deseen- 
fianza, los que levantaron la bandera en Yara, se vieron en la nece- 
sidad de defenderla á todo trance, comprendiendo que de nada les 
hubiera servido rendirla, para mejorar la condición política á que 
los reaccionarios pretendían someter eternamente á Cuba. 

No ignoramos, sin embargo, que á medida que aumentan las 9im« 
patias de los reaccionarios hacia Valmaseda, que á esta fracción per*- 
tenece en cuerpo y alma, crece el odio que inspira á los cubanos, 
quienes le han visto desde el principio de su campaña memchado 
con la sangre muchas veces inocente y generosa que se ha derra- 
mado en el departamento oriental. Se le imputan los fusilamientos 
inicuos de aquellos veintiún individuos de las principales familias 
de Santiago de Cuba, sacados por engaño de sus hogares, á pesar 
de sus súplicas y protestas hechas ante los cónsules estrangeros, 
para inmolarlos en Jiguani, sin forma siquiera de procedimiento 
legal. 

Nosotros dejamos que la historia esclarezca estos hechos, y solo 
queremos decir lo que nos consta, lo que revelan los mismos perió- 
dicos de Cuba, y esto á grandes rasgos, como cumple á la iná<Ae de 
escritos de este género. Valmaseda se dirigía de Puerto-Principe á 
Bayamo con la idea de pacificar, más que con la de hacer la guer- 
ra; si bien sus aterradoras proclamas obedecían siempre al instin- 
to de sus amigos reaccionarios, á los que se dice está doblegado 
hoy absolutamente. El mal principal lo hicieron sus heraldos, que 
iban quitando hasta la última esperanza de conciliación oon sus ter- 
ribles amenazas y con crímenes aun más horrendos. Comprendiendo 
por ellos los hijos de Bayamo que todos serian pasados á cuchillo por 
las tropas; que sus esposas y sus hijas serian ultrajadas y saquea- 
dos sus hogares, hallándose sin armas para defenderlos, creyeron 
mas digno entregarlos á las llamas, ante que á la ferocidad de sus 
enemigos, y prefirieron morir en la pelea á presenciar encadena- 
dos tanta afrenta. Senos ha referido que las hermanas, de la tan 



— 29 ■T- 

h^rmosa oomo infeliz Adriana Castillo, cnyo desastroso fin se niega 
la i^uma á referir, ftieron las primeras que, poniendo sus manos en 
antorchas encendidas, las aplicaron á sus casas, instando á sus ater- 
radas compatriotas á imitar ejemplo tan funesto. Así, al acercarse 
Yalmaseda á Bayamo, ' solo halló un montón de humeantes cenizas, 
y clavado en ellas un pendón, que no era por eierto el de España ni 
el de la Estrella. 

Si los reaccionarios no hubieran atajado con sangre el paso de la 
comisión conciliadora; si se- hubieran abstenido de anunciar la mar- 
cha de las tropas con esas quijotezcas amenazas que difundieron la 
alarma y la desesperación en el departamento oriental, el conde de 
Yalmaseda habria hallado, en lugar de ese negro pendón, un ramo 
d,e verde olivo al acercase á Bayamo. 

Bipartido peninsular intransigente habia dado ya la voz de alar- 
ma en las Cinco Villas, hasta entonces tranquilas: partidas de Volun- 
tarios sallan de los pueblos, bajo el pretesto de vigilar la juris- 
dicción, cuando iban solo á lucir sus bayonetas, á ostentar su auto- 
ridad salvaje, á satisfacer enconadas venganzas y á bejar á sus 
inofensivos moradores. 

Detenían á los transeúntes para exigirles documentación, regis- 
traban las ñncas, prendían, maltrataban á su capricho á todo el 
mundo y ¡ay! del que se negaba á repetir inmediatamente el gri- 
to de iviva España! que tenían siempre en los labios; ¡ay! del que 
no se doblegaba á sus exigencias por ridiculas y depresivas que fue- 
sen; ¡ay! de aquel que tuviese un enemigo en aquellas compañías; la 
prisión, el ultraje personal ó la muerte, eran las consecuencias in- 
declinables de cualquiera oposición por insígniñcante que fuese. 

Así resultó que el instinto de la natural defensa y de la digni- 
dad ultrajada á cada paso, constriñeron á los habitantes de las Cin- 
co Villas á alzar la misma bandera que sus hermanos de la Penin- 
.sula á los gritos de viva España con honra y viva Prim. Los hom- 
bres mas ilustrado de Remedios, Cienfuegos, Santi-Spíritus, Trini- 
dad y Santa Clara, comprendiendo que la esperanza del Gobierno del 
país por el país que liabia salido de los labios del general Dulce, estaba 
en el corazón de todos los cubanos y era el sistema de gobierno mas 
adaptable á la isla de Cuba, no dudaron inclinar el espíritu popular á 
esta bandera, que juzgaban nacional, y legitima, á fln de alejar cuanto 
pudiesen á las masas del terreno de la rebelión contra la metrópoli. 

La VozdeCíéba dijo que «las Cinco Villas se habían levantado cu- 
biertas cenias banderas de España^ pidiei^idQ s^utenprnia, pero que 



— so- 
asa bandera era tan rebelde como la dQ la estrella soUtaria.> En oon-* 
secuencia se mandó invadir el territorio por numerosas tropas al man- 
do de los generales Buceta, Pelaez y Letona, se crearon voluntarios 
movilizados sacando los soldados de los presidios y délas cárceles^ y 
á cuyo frente se puso D. Francisco Acosta y Alvear; se organizaron 
en Remedios Tiradores de la mtterte, levantándose espontáneamente 
compañías por todas partes, que en poco tiempo llenaron las cárceles 
y empaparon en sangre y cubrieron de cenizas aquellas comarcas. 

Un distinguido escritor peninsular ha dicho, con sobrada razón, 
en los periódicos de la Penisula, que #dos movilizados de las Cineo 
^Villas parecían empeñados en deshacer lo que las tropas hacian, 
>que apenas un general ó coronel restablecía la paz en un distri- 
>to, cuando Los Voluntarios se arrojaban sobre eí, rompían los sal- 
ivo-conductos que se daban á los presentados, y prendían ó fusila- 
>ban á quien mejor les parecía, y que esta fué la principal causa 
>porque se levantaron en masa los campesinos y fueron á reunirse 
»con el grueso de la insureccion.» 

Reñere el mismo escritor, entre otros varios sucesos, el de las 
Lajas, «donde fué sorprendida una bodega en que estaban reunidos 
»algunos jugadores, y sin darles tiempo para nada se les fusiló jut^ 
>to con el diceño de la casa, que fué incendiada; y al querer la mu* 
>ger del bodegonero salvarse, con sus dos hijos infantes, recibieron 
>los tres una descarga ¡que los dejó cadáveres! En Cárdenas, en 
»Cienfuegos, en Villaclara, añade, eran mas horribles los sacriñ- 
>cios que se ofrecían á la honra nacional.» 

Público fué, entre otros muchos, el del Dr. Jiménez y el licen- 
ciado Falero, ciudadanos paclñcos que en el mes de Marzo emigra- 
ban, como otros muchos, de Remedios, aterrados por la conducta 
de los Voluntarios. Pues bien: un grupo de estos los sorprendió en 
un balandro, en que ya se habían embarcado, los trajo á Caibarien, 
y como no contestasen inmediatamente al grito de ¡viva España! los 
fusiló acto seguido sin dar parte siquiera á la autoridad. 

No terminaríamos nunca si fuésemos á referir sucesos de este 
género; y para no dar mas ostensión á este articulo, citaremos, al- 
gunas palabras del manifiesto del general Pelaez, y otras del ilus- 
trado general Letona, publicadas en la Revista de España. 

Dice el general Pelaez: «Se me presentaron tres jóvenes de 15, 
»16 y 19 años, de apellido Brunet, pidiendo indulto, que les conce- 
»dí; pero los Voluntarios gritaron: «¡mueran los insurrectos!» exi- 
»giendo que todos los que habían pertenecido ala insurrecion fue- 



— 31 — 

>sen fusilados intnediatamente. Estaban llenas las cárceles por per- 
>3onas que ni ellas ni yo sabiamos por qué estaban allí ni quién 
»las habia aprehendido, dispuse que se juzgaran, y de estos fueron 
>53 deportadas á Fernando Poo. 

«Repetí la orden de que fuese fusilado todo rebelde que se co- 
>giese prisionero en el acto de una acción ó al ser perseguido; pe- 
>ro esto no satisfacía. El comandante de las Lajas al salir á hacer 
>un reconocimiento, aprehendió á un campesino que estaba trabcgando, 
»lo entregó para su custodia á un guarda... y este lo mató. En la 
>tarde del mismo día, aprehendió á otro paisano; lo entregó al mis- 
>mo guarda... y este lo despachó como al anterior. Pedí informes, 
>y como no se me dieron satisfactorios, dispuse relevar al oficial, 
>sabido lo cual, salió una comisión de Voluntarios de las Lajas á exi^ 
>gir del coronel Mdttet que desobedeciese mi orden. Los Volunta- 
>rios me mandaron decir, que no querían mas indulto y que' nin- 
>g«n teniente gobernador debía mandar nada sin consultarlo d 
>ellos primero.^ 

«Hablando de los Voluntarios, dice el general Letona, que, censu- 
>ran las operaciones militares, porque no se hace la guerra con su- 
>ficiente crueldad contra el enemigo: que su doctrina es la de con- 
>siderar insurgentes á todos los cubanos, atacar su propiedad cuan- 
>do inspiran sospechas y no dar cuartel á persona alguna nacida en 
>ei pais.> 

«En otra parte (añade, refiriéndose siempre á Cuba.) Podemos ha- 
>cer la guerra sin cuartel; pero que sean responsables de sus actos 
>aqi$ellos qtce atentan contra la vida de los perdonados. Igual con- 
)Nlucta debe seguirse en lo que respecta á la propiedad, para evi- 
»tar lo que ha estado sucediendo que cuando el hacendado ha lo- 
>grado escapar de incendio de los rebeldes, ha visto perecer su fin- 
>ca por el fuego de los peninsulares, bajo el protesto de que tiene 
>que ser un insurgente aquel cuya propiedad ha sido respetada. En 
>las principales ciudades que nosotros ocupamos (nosotros no ejer- 
>cemos mando en el interior, sino en el terreno que pisan nuestros 
>soldados), es preciso que la ley sea una garantía sagrada para to- 
>dos los que habitan en ellas. ¿Cómo es posible que un desgraciado 
>abandone las filas de los rebeldes á los cuales puede haberse in- 
>corporado contra su voluntad, si tiene á la vista la amenaza de la 
>muerte, ó de la muerte sin la amenaza, encada ciudadano armado 
>que encuentra en su camino antes de llegar á la ciudad, y lo que 
»es é, veces peor, después de haber sido recibido por la autoridad 



— 32 — 

>y haberle ofrecido protección? ¿Cómo va un cubano á permanecer 
yken una ciudad, si tiene medio de emprender la fuga cuando las pa- 
»labras mas conciliadoras que llegan á sus qidos son las de que to- 
>dos los cubanos son rebeldes y todos deben ser asesinados^ ¿E^ se- 
>mejante política favorable á España, ó á la insurrección?» 

De propósito no hemos querido citar un solo dato cubano: escri- 
bimos lo que ha llegado hasta nosotros por conductos fidedignos, y 
todo de origen español. Estamos intimamente conyeneidos de que el 
grito de Yara, ha obedecido al propio impulso que nuestra revolu- 
ción de Setiembre; que esta última era, y acaso es todavía, la 
llamada á salvar aquella preciosa antilla: que la insurrección en su 
desarrollo, carácter y pujanza (que hoy conserva, por mas que lo 
contrario se diga), ha cedido muy particularmente á la torpe pre- 
sión ejercida por el partido reaccionario peninsular, por la intran- 
sigencia de los negreros, y porosa serie de enga&os y desaciertos, 
en que se viene envolviendo desde hace algún tiempo nuestra poji- 
tica ultramarina. 

Esperamos demostrar mas completamente esta verdad en el si- 
guiente artículo, en que nos contraeremos á los sucesos del depar- 
tamento occidental. 

Apenas había dado el Sufragio Universal el segundo capítulo de 
Las Dos Banderas la Integ?*idad Nacional comenzó una serie ba- 
jo el mismo título que solo llegó al tercero ó cuarto suelto cesando 
definitivamente con la publicación del artículo que á continuación 
reproducimos para dar una muestra de esta polémica. 

LAS DOS BANDERAS DE «LA INTEGRIDAD N ACIONAL.> 

También la Integridad publica sus Dos Banderas, ¿Porqué nó? 

Y á fé que á no presentársenos hoy ante los ojos esa parodia, 
le habríamos seguido dudando, porque rara vez cejemos La Inte-- 
gridad por miedo de tiznarnos las manos. Parece que el tal perió- 
dico se imprime con tinta de carbón, y es fastidioso tener que la- 
várselas á cada instante, como diz que lo hacia un capitán gene- 
ral de Cuba, siempre que lo visitaba cierta gente. Y aun leyendo 
Las dos banderas de la Integridad^ solo vemos una: bien es cier- 
to que paráT probar este periódico lo que dice, tiene siempre el mis- 
mo -criterio que aquel negrero, que cogido in fraganti al recibir un 
cargamento de bozales en la costa de la gran Antilla, pretendió dis- 
culparse ante la justicia, mostrando los papeles del buque, por don- 
de constaba que solo traía sacos de carbón. 



«^ 33 

. Así, cuando :¿^/nfó^H(|a^. pretende probar con sus papeles que 
<en nuestro humide criterio no¡. tuvimos razón para dar por fijo en 
su origen el color de la bandera insurrecta,» demuestra hasta la 
evidencia, no solo que la insurrección podia tener dos objetos en- 
tonces; sino que no ha entendido lo que lee, ni sabe lo que dice. 
Cuando se afana por impugnarnos, nos ayuda á las mil maravillas, 
constituyéndose, sin comprenderlo siquiera, en el mejor laborante; .y 
por último, cuando con el titulo de sus articules, quiere anunciar-, 
nos que vá á describir dos banderas, se empeña en el cuerpo de 
ellos ea demostrar que no son dos, sino una, con la, diferencia de 
que^ é. veces esa una, está desplegada y otra recogida, porque se- 
gún sus propias palabras, la bandera del laboran tismo es igual á la 
separatista. ¡Pobre Integridadl ... 

.ProteataDUies, desde luego, que no es nuestro ánimo entrar en po- 
lémica. Líbrenos Dios da semejante desventura. Ño escribimos ni aca- 
so escribiremos jamás para La Integridad^ si para España, á quien 
diremos franca y lealmente la verdad de lo que ha pasado y está 
pagando en Cuba. Si La Integridad encuentra en su relato «el cú- 
mulo de falsedades» á que se refiere en su muy cortés artículo de 
30 de Junio; si se atreve á presentar .datos contrarios á los nuestros, 
tanto peor para ella, porque ,al concluir la serie actual escribire- 
mos otra, titulada. Las astas de las banderas, que no contendrá mas 
que la documentación fidedigna en que se han apoyado nuestras pa- 
labras, prosiguiendo nuestro camino sin detenernos á contestar á un 
periódico, con el que nunca podremos estar de acuerdo y al que en 
verdad nos dá asco acercarnos. 

Entre La Integridad Nacional y El . Sufragio Universal, hay 
la misma diferencia que entre lo negro y lo blanco, que entre la 
noche y el dia. Nosotros buscamos la luz, y ella las tinieblas. El 
Sufragio vá en pos de la reconquista de los derechos del hom- 
bre, de la justicia y de la libertad en todas sus manifestaciones; 
La Integridad tiende á hacer al hombre cosa, á despojarle de sus 
íSacultades más preciosas. ¿Como es posible comprendernos? ¿A qué 
discutir sin la esperanza de llegar nunca á persuadirnos el uno al 
otro? Siga, pues,. La Integridad su torcida senda, que pronto, aca- 
so más pronto de lo que teme, los hechos la desengañaráh. 

Mas por desgracia ó por fortuna hemos tocado en este artículo 
un punto que nos conviene fijar más ampliamente, 

Digimos que no estaba fijo el color de la bandera alzada en Ya- 
ra en nuestra humilde opinión, porque teníamos á la vista nada me- 

5 



— 34 — 

nos que cuatro lemas ó colores, según el juieio de los que se ha- 
bían ocupado de este asunto más Concienzudamente, y nuestro pro- 
pio examen. 

Primero: Independencia.— Segundo: Anexión.— A estos dos colores 
se contrae la misma Integridad NaciotpaL 

Tercero: Programa de Cádiz.— Cuarto: autonomía.— A estos no se 
contrae, porque precisamente se le paga para contrariarlos; y lo 
hace, por desgracia, calumniando á los cubanos, á quienes llama sus 
hermanos. 

Entibe estos cuatros colores, parecía lo más prudente indicar, 
como lo hacíamos en nuestro artículo del 10 de Junio, que no esta- 
ba bien üja ni defendida la tendencia de la insurrección cubana^ á 
lo menos en sus primeros días. 

La Integridad se empeña en demostrar, que nunca han tenido los 
cubanos insurrectos más' aspiración que la de ser independientes de 
España y anexionarsís á los Estados-Unidos; é intenta demostrar es- 
te aserto; 1.°, con el despacho número 132 fecha 13 de Marzo en 
que D. Carlos M. de Céspedes se titula «Presidente de la república;» 
2.^, con un párrafo del número 3 de la Verdad^ publicado el 21 de 
Febrero del 69; 3.®, con otro del Polizonte^ 4.", con otro del Amigo 
del Pueblo^ 5.**, con otro de la Revolución^ número 40; 6.**, con las 
apreciaciones de D. Rafael Maria de Labra, y 7.®, con palabras de 
D. Nicolás Azcarate. 

¿Y qué dirá La Integridad cuando al axaminar estos datos des- 
cubramos que si algo prueban es lo que nosotros decimos? Porque, 
si no ha sabido comprender lo que el articulo primero de Las dos Ban^ 
deras dice es necesario que la lea de nuevo. En nuestro concepto, di- 
gimos, no está bien definido ni fijo todavía el «olor de la bandera 
alzada en Yara; pero de esto, á negar que en estas circunstancias ten- 
ga esa bandera el carácter de separatista, hay una diferencia inmen- 
sa. Precisamente nuestros artículos tienden á esclarecer que, si la 
bandera alza'da en Yara se ha hecho hoy separatista, ha sido porque 
la intransigencia, la barbarie, y la mal entendida y particular con- 
veniencia de reaccionarios, negreros y Voluntarios, la han conduci- 
do á ese último estremo. No se nos citen pues, datos de Marzo de 
1869, ni posteriores; porque todos ellos vendrán á justificar lo que 
nosotros afirmamos. 

¿Pero que dicen esos datos? 

Primero. Que la idea repnbliciana era la dominante en la insurrec- 
ción. 



— 35 — 

Y si esa idea republicana, que entró por macho en la revolución 
de Setiembre, sino es que la hizo; se hubiera aceptado ó se aceptan 
ra 'todavía en España, ¿«eria incompatible coh la bandera levanta- 
da en Yara? 

Segundo. Dice el número 3 de La Verdad (que no corresponde al 
21, sino al 25 de Enero de 1869) que: «La insurrección de Yara ve- 
>nia preparándose, según es notorio, para estallar en su día. etc.» 
|Y quién la preparaba según este artículo? La tiranía que el Go- 
bierno de España ejerciera en Cuba. ¿Y quién constituía ese go- 
bierno más que los Borbones, los Berbenes contra los cuales no¿ re- 
belamos nosotros mismos, los Borbones que destronamos, porque no 
pudimos sufrir por más tiempo su tiranía; los Borbones á quienes 
jamás entregaremos esta gran nación? Pero, ¿desea La Integridad 
dar una prueba de lealtad, una sola siquiera? Reproduzca íntegro el 
artículo que cita, y por si no le conviene hacerlo, vamos á copiar 
dos párrafos del mismo que entrañan el pensamiento de su autor. 
«Los españoles (dice) se rebelaron contra Isabel al nombre de liber- 
»tad: los cubanos se rebelaron contra Lersundi en ese mismo nombre, 
>reclamando unos mismos derechos, y el grito de \Yiva Cu¡balibre\ 
»no se J)ronunció, sino cuando se poseyó el convencimiento de que 
»nada se conseguía á los gritos áe \yiva Españal ¡Vtdft PrimtiVi" 
va Serranol 

«Bl gobierno de los Borbones ha creado el descontento de los cu- 
»banos y la situación actual. Lersundi le dio pábulo; el gobierno 
»provisional pudo evitarlo, pero se adormeció; y cuando volvió en sí, se 
>encontró con la hostilidad encarnizada de los qtce pudieron haber si~ 
)^do y quisieron ser sus correligionarios y sus amigos. Esta e^ la 
>verdad de lo que ha pasado en Cuba.» 

Tercero. La cita de JSl Polizonte es á todas luces inconducente: ni 
una palabra se dice del color de la bandera alzada en Yara. Helas 
aquí: <Bajo el punto de vista social^ los cubanos no nos hemos te- 
»nidp por hijos de la nación española.» Mas ya que se nos ponen á 
la vista, nosotros, el Excmo. Sr. Regente del Reino D, Francisco Ser- 
rano y el general D. Domingo Dulce, van á esplicar en los infor- 
mes que dieron al gobierno en 1867, por qué bajo el punto de vista 
sQcialy los cubanos no se tenían por hijos de España. «Yo temería el 
»descontei;ito (dice el general Serrano) que la humillación con que 
»el régimen actual «ofende la altivez de nuestra raza,» que no ha de- 
»generado en los hyos de Cuba y Puerto-Rico, pudiera llevarlos á 



— 36 — 

>vias no menos ruinosas para, las autillas, que peligrosas párannos^ 
>tra dominación en América, eto 

Y dice el general Dulce: «Los cubanos aspiran á ser españoles, 
>porque entienden que el estado en que se encuentran hace más de 
>treinta años, implica una especie de esfrañamiento ó espulsion de 
>la gran fcmtilia á qi^ pertenecen^ consideran, pues la cuestión de 
»esos derechos, no solo bajo el aspecto de su conveniencia, sino tam- 
>bien y principalmente b^o el de su dignidad; yes bien sabido lo que 
>consideraciones de esta especie pueden en el ánimo y en el corazón 
>de los hombres de raza española.^ 

Séanos permitido consignar aquí que por no haber considerado 
España estos informes, como otros análogos que se dieron en la junta 
de reformas de 1866 en todo lo que merecían; y por haber dado oidos 
al partido que La Integridad representa, está hoy Cuba anegada 
en sangre, reducida á cenizas y próxima á perderse para sus hi- 
jos y para su metrópoli. 

Cuarto. El Amigo del Pi«e5to.— Tan inconducente como el anterior, 
pues no hay en el párrafo citado, ni una palabra que. nos ñjeel color 
de la bandera de la insurrección, aunque si se la llama santa. 

Quinto. Revolución^ núm. 40.— Sabido es que el director de este 
periódico es 4 mismo de la Verdad ya citado, y órgano (aquel) de la 
junta revolucionaria de New-York, constituida, según indicamos en 
las dos banderas j después de pardida por completo la esperanza de 
que el partido reaccionario y el negrero y los invictos^ permitiesen 
implantar en Cuba las libertades que, para todos sus hijos conquis- 
tó España en Setiembre del 68. Por tanto, no nos ocuparemos de es- 
te periódico, diga lo que dijere en este particular. 

Sesto. Artículos de D. Rafael Maria de Labra.— Solo tenemos á 
la vista hoy las palabras que se copian, y con que bajo cierto pun- 
to estamos conformes: «Los males de Cuba no se podían remediar 
con la caída de un ministerio ó con la espulsion de una monar- 
quía (sino con un Gobierno liberal). Esto último lo decimos nos- 
otros, y cofno no se les dio... hó aquí por qué aquella conspiración 
revistió (esto lo dice el Sr. de Labra) el carácter separatista. 

Sétimo y último. D. Nicolás Ascárate.-^Dice lo suficiente en las 
palabras que trascribe la Integridad^ para hacernos comprender que 
antes de que en los cubanos empezasen á tomar cuerpo las tendencias 
separatistas y anexionistas, eran la mayor parte de sus mejores 
hijos reformistas; y aunque no conocemos el folleto de Azcárate, pe- 
ro si[su probidad, ' nos atrevemos á'afirmar desde luego que las dos 



— 37 — 

eonspiraeiones á qiie se contrae son las mismas indieadas por nos- 
otros en d primer capitulo de Las dos banderas. 

E^ Sr. Aafioárate no puede ni debe decir otra cosa, porque él sabe 
cual era el espirita que animaba á todos los que cotistituian el clr* 
otilo reformista, donde jamás despuntó la idea separatista ni anexio- 
nista, y estaban allí los Aldamas, los Morales Lemus, los Mestres 
y casi todos aquellos que, después de haber perdido su últiti^a es- 
peranza, se vieron constreftidos á hace^rse separatistas. El está aquí, 
y podria espUcar estas cosas mejor que nosotros, para que compren- 
da toda España que la idea separatista la ban arraigado en Cuba los 
hombres que allí representan los principios que aquí deflende La 
Integridad N,„acionah 

Porque sabíamos esto, y porque conocíamos muy profundamen- 
te la opinión de casi todos los cubanos no solo antes y después de 
la junta de información, (que tuvo lugar en Madrid en 1866) sino á 
fines del año 1868 y aun á principios del 69, hemos dicho con razón 
sobrada que, no estaba bien definido ni fijo el color de la bandera 
de la insurrección: pero que algunos hechos hablan dejado en evi- 
dencia el lema verdadero de la bandera peninsular intransigente. 

Hoy, al ver los hombres que están en esa insurrección, al recor- 
dar loque pasó en la junta de Lersundi, 24 de Octubre de 1868, y 
en lasque tuvieron lugar en casa del marqués de Campo-Florido en 
los.dias 13 y 18 de Enero de 1869; las gestiones de los comi- 
sionados de Dulce á fines del mismo mes y el manifiesto de D. Na- 
poleón Arango, escrijbo én Puerto-Príncipe el 28 de Marzo de 1870; 
no habríamos Sido muy indiscretos en afirmar que, esa insurrección 
adoptaba por base la bandera liberal española, en contraposición 
á lo que supone el director de la Integridad Nacional^ sosteniendo 
que siempre fué la mira antinacional y separatista la que guió á los 
cubanos^ faltando así al respeto que merecen la verdad, la inocen- 
cia, el porvenir de sus hermanos y los infortunios que pesan sobre 
su desventurado país. 

Cien veces nos ha dicho ese mismo director y en todos los tiem- 
pos, que es cubano y que solo por serlo se le escogió para redactar 
ese periódico y se le dá una retribución por sus trabajos. (1) 

Necesitábamos oírselo decir para creerlo, porque si hemos cono- 
cido innumerables cubanos que desearían vivir en la gran antiüa. 



(1) D« Antonio González de Llórente, 



— 38 — 

bajo auestra bandera liberal^ muy oontado será el que pretenda re- 
machar las cadenas del despotismo, con que ha sido regido hasta 
ahora; el que quiera conservar allí el baldón de la eaclaYitnd; el que 
aspire á convertirse en denunciante y calumniador de sus herma- 
nos; el que los venda como vendió Judas á Jesús p6r un puhado de 
oro, y lo que es mas repugnante aun, el que se obstine en hacer el 
elogio y la apoteosis de aquellos que hah bebido y beben la sangre 
del inocente de Cuba y la arrastran despedazada al borde del abis- 
mo en que hoy la vemos. 

Nunca comprendimos que esto pudiera hacer un cubano, como nun- 
ca comprenderíamos que un catalán, que un gallego, que un asturia- 
no de inteligencia y corazón viniesen á pedir á Madaid que se con- 
servase á sus provincias respectivas segregadas de todos los bene- 
ficios de la libertad, privando asi á sus hijos de los derechos más 
preciosos que constituyen hoy el verdadero carácter del ciudadano 
español. 

Pues esto es lo que quiere la Integridad Nacional negando que 
tintes y después de la insurreceion, en el eliib reformista y en la jun- 
ta de información de 1866 primero, y en las sesiones de 24 de Octu- 
bre de 1868 en palacio, y 13 y 18 de Enero de 1869, encasa de Cam- 
po-Florido esos mismos hombres á quienes hoy se juzga como insur- 
rectos, clamaban por la libertad bajo la bandera española, y no qui- 
sieron que se les .otorgara aquellas que en 1866, elevaron esposicio- 
nes aiiti-re£ormistas á Madrid, rechazaron con sus bayonetas las li- 
bertades que llevó Dulce, lanzaron á éste de Cuba y mantienen hoy 
con igual objeto la Integridad Nacional^ en Madrid. 

Y si duda quedase de ello, allí está el manifiesto de don Napoleón 
Arango, escrito por un cubano, bien acogido por el Gobiefno, que 
le reputa como la espresion de la verdad histórica, y publicado en 
casi todos los periódicos en que se dice que el mismo D. Carlos M. 
Céspedes, convencido por sus razones habla convenido en aceptar el 
programa de Cádiz y que esta opinión, esceptuando un solo hombre, 
era la de los insurrectos de su país. 

Después de estos documentos, ¿podrá inspirar la mas lljera duda, 
lo que en Las dos banderas se dice? Poco nos importa que La In- 
tegridad afecte tenerla. Lo hemos dicho nosotros, no entramos en 
polémicas con ella, y solo á la España debemos esplicaciones y se las 
daremos con hechos enlazados en sus antecedentes, de manera que 
constituyan la guia más infalible de la verdad. 



;i 



i~ 39 — 



V. 



En nuestro, anterior articalo reseñamos el efecto que produjo, y á 
cuál de las dos honderas fué debida, la primera disposición conciliado-^ 
ra adoptada por el general Dulce. Indiquemos abora el resultado de 
las. reformas políticas^ y la actitud que en; el ejercicio de las mismas 
mantuvieron los partidos, cubano y peninsular intransigente, para 
deducir como consecuencia inmediata é indeclinable, ante la lógica de 
los hechos, que si la libertad imi|)an!Íada en Cuba dejó de producir los 
frutos apetecidos, no fué por las condiciones de aquella tierra si- 
no por la espantosa guerra que le hicieron los reaccionarios y los 
negreros. 

Interesa tanto más esta demosi^acion, cuanto hay algunos que, des-- 
conociendo por completo la isla de Cuba, mal informados de los suce- 
sos que allí han ocurrido y están ocurriendo, ó guiados por pasiones de 
partido ó por privados intereses, ^ atreven ó sostener todavía que la 
salvación de nuestras provincias de Ultramar está vinculada en el 
^an pensamiento Arguelles, que la libertad plroducirá siempre la in- 
dependencia de aquellas provincias, y señalan como prueba el resul- 
tado de las que promulgó D. Domingo Dulce, y á las que vamos á con- 
traernos. 

Gran chasco se llevan los que tales absurdos propalan: la historia 
ha revelado ya al mundo que la tiranía es la palanca más poderosa de 
las revoluciones políticas una tristísima esperiencia ha enseñado á la 
parte sana de España que, por falta de concesiones liberales, ó mejor 
dicho, por inconsecuencia de nuestros principios, hemo?s perdido la 
América, (1) y el concienzudo análisis dé los sucesos de la época nos ha 
hecho comprender y nos convecen más cada dia de que sin el elemento 
retrógrado é intransigente en Ultramar, robustecido por la indolencia 
ó la debilidad de un ministerio impotente, la gran antilla constituiría 



(1) D. José Antonio Saco» en sus cartas refutando los discursos 
del Ministro de Ultramar Sr. D. Manuel Seijos Lozano, publicadas 
en Madrid en Marzo de 1865 y D. Rafael Maria de Labra en sus fo- 
lletos titulados «La pérdida de las Américas,» «La cuestión colonial.» 
Madrid 1969 se ocupan de esta interesante cuestión. 



r-r 40 -- 

hoy el ^upo mas floreciente y venturoso de las provincias españolas. 
No necesitábamos otra cosa para esto que haber velado á tiempo por 
la honra de nuestra revolución y por el prestigio de la libertad en 
aquellos países, adoptando inmediatamente medidas capaces de neu- 
tralizar ó remover esos miasmas deletéreos que allá, con mas fuerza 
que acá, trabajan siempre por descomponer esas puras corrientes que 
llevan á los pueblos á las grandes conquistas de sus mas imprescrip- 
tibles derechos. 

^A la semana de estar en la Habana el general Dulce, aparecieron 
en la Gaceta los decretos de amnistía y libertad de imprenta^ que 
todos conocemos. Veamos, pues, cómo fueron acogidos. El pueblo cu- 
bano no podia menos que ver con satisfacción á tantos infelices ar- 
rancados de las gairras, siempre ferqges, de la comisión militar, para 
volver tranquilos á llevar la paz y la alegría al seno de sus familias, 
al paso que estas los recibían, mas regocijadas aun; con la idea de 
que hablan ganado la libertad del pais, no con el precio de su sangre 
ni de inmensas desventuras; sino en virtud del acto mas justo y glo- 
rioso de la madre España. 

El periódico oñcial del partido peninsular intransigente, contrarió 
desde luego y bajo todos conceptos, una medida que no podia estar mas 
justificada. La Voz de Cuba declaró esplícitamente y desde luego que 
no era del gusto de los señores valientes Voluntarios^ primer poder 
del Estado: que se habla aplicado mal, puesto que debió hacerse pre- 
viamente una inquisición, para esceptuar á los ladrones, homicidas, 
incendarios é individuos de esas gamitas salvages que no j^espetan^ 
do propiedad, sexo, ni edad, conculcaban los principios del dere^ 
cho de gentes, afectando así distinguir los delitos políticos de los 
comunes. 

Todo el mundo comprendió el objeto de aquella inquisición, que 
no podia dar otro resultado, que revivir añejas desconfianzas en los 
hijos del pais, engendrar negras calumnias, producir desórdenes sin 
cuento; y anular indirectamente la amnistía. Pero no se detuvo aquí 
el órgano oficial; hizo cuanto pudo por inculcar la idea de que en nin^ 
gun caso podia ser considerado como delito político, la rebelión de los 
cubanos contra España, y para escitaj* más y más los ánimos de su 
gente en esas críticas circunstancias, se entretuvo en forjar la hor- 
rible fábula de un jefe militar nuestro, atado por los insurrectos á 
la cola de un caballo y dejando así sus miembros sangrientos por aque- 
llos campos. 

En vano preguntamos el nombre y la historia de estos hechos. Na- 



— 41 — 

die hubo que nos diese luz sobre este particular. Los generales Pe- 
laez y Letona, desmintiendo no pocos informes, nos han revelado des- 
pués, que, la prensa periódica en Cuba usaba de la facultad ilimita- 
da de publicar telegramas á su antojo, suponiendo las firmas de 
jefes militares, y de dar todas las noticias que el gran comité coU" 
servador le trasmitía. 

No se descuidaban las sucursales de provincias en censurar la 
amnistía según la consigna del partido, y hubo alguna que contra- 
yéndose á los peninsulares, y con relación á la soltura de los presos 
políticos, esclamara; «Si al honrado ciudadano á quien se priva de 
»las garantías á que se ha hecho acreedor por sus virtudes y su ejem- 
»plar conducta, si á todos estos mártires, de esa horda de foragi- 
>dos qtte, sopretesto de Ubertar0la patria, han levantado la ban^ 
y^dera de vandalismo y des/ncccion; si á todas esas víctimas, se les 
>niega de una sola plumada, y sin consideración, el castigo de sus 
>verdugos; si se les condena á sufrir en vergonzoso silencio la igno- 
>minia, la miseria; entonces, mas que natural, es justo, que cada 
>uno de por sí ó en conjunto, se apresten á lavar con sangre (hé 
>aquí la consigna) tanto oprobio. La amnistía decretada por S. E. el 
>capitan general de la isla, abriendo las puertas de esta cárcel á' 
»todos los individuos aprehendidos durante la insurrección, sin distin- 
>cion ha colocado á todo un pueblo en la dura alternativa de su- 
>frir callando, ó de administrarse justicia por si propio, 

»¡0h indulto, esclama en otro punto; en qué posición has colocado 
>álos conservadores!,. . ¿Oh amnistía Femenina hablas de ser para 
amostrarte veleidosa... ¿Es este el premio que reservas á los buenos? 
>Al reptil ponzoñoso se le corta la cabeza, la planta venenosa se 
carranca de raiz, es preciso limpiar la sociedad^ etc. etc.» 

Insuficiente se juzgaba todavía el efecto que estos y otros artícu- 
los semejantes producían en las masas y Voluntarios contra el ca- 
pitán general Dulce, contra la amnistía y contra aquellos infelices 
que, confiados en ella, salían escarmentados y alegres de las cárce- 
les, á respirar el ambiente de la libertad. 

Era preciso que esta medida llegase hasta el desorden, con cuyo 
objeto (además de la incesante propaganda en muelles, bodegas y co- 
mités,) se espiaron los pasos de los amnistiados y se les provoca- 
ba á hablar. Haciendo algunos de estos uso del derecho que la nueva 
situación les franqueaba, referían, y hasta censuraban con sinceri- 
dad los motivos de su persecusion y encarcelamiento. Personas dis- 
tinguidas habían sido vejadas y conducidas por las calles con es- 

6 



— 42 — 

posas por llevar el apellido de alguno de los insurrectos, los mas 
por sospechas simples, otros por venganzas personales ó por ene- 
mistades con los voluntarios: casi todos los que hablan sido remiti- 
dos como prisioneros de guerra por Valmaseda referían que nunca 
hablan pensado siquiera ñgurar en la insurrección, que las tropas 
españolas los hallaron trabajando en sus ñncas, y que de allí los es- 
trageron arbitrariamente cargados con el producto de sus afanes, que 
constituía el único sustento de sus familias; los menos, en ñn, decla« 
raban ingenuamente que hablan tomado las armas, porque se les 
hablan hecho comprender, que era el único medio d 3 acabar con la 
tiranía del Gobierno, que por la misma razón derrocamos nosotros. 

No podían los reaccionarios oir censuras contra el régimen an- 
terior; y siempre resultaban de estál conferencias, cuestiones y lan- 
ces personales entre amnistiados y Voluntarios. 

El estado de la ciudad en esos dias está gráficamente descrito en 
una gacetilla que vamos á copiar: Cosas del dia. Un transeúnte á 
otro: Dígame Vd. paisano, ¿se puede ir por esa calle?— Lo que es 
irse puede, pero volver...— ¿En quepáis vivimos?— Pregúnteselo Vd. 
á esa patrulla.— Gracias; prefiero no preguntárselo á nadie.» En esos 
momentos desembocaba por la esquina un pelotón de fuerza armada, 
y los dos transeúntes se separaron corriendo en dirección opuesta y 
gritando desaforadamente ¡viva España!» 

Hé aquí el efecto que los hombres del pendón hicieron producir 
á la amnistía; y no fué este solo, sino que, perseguidos los amnis- 
tiados, se vieron constreñidos á emigrar, los que tuvieron con que ha- 
cer el viaje, y otroá á volver al campo de los insurrectos. 



VI. 



La libertad de imprenta en Cuba, produjo en los primeros dias 
el resultado que era de esperar. 

Figurémonos un pueblo postrado bajo el sol de los trópicos, y 
al que, sin embargo, se pretende conservar en las tinieblas; y así 
ha pasado una gran parte de su vida; pero que vé, oye, observa, 
siente, sufre y espera, á pesar de la mordaza que lleva en la boca; 
mordaza que la. libertad le quita un dia, al propio tiempo que la ley 
y la autoridad legítima le revelan que está en posesión de sus más 



— 43 — 

naturales facultades y de los derechos que las naciones civilizadas re- 
conocen en sus hijos. Puedes respirar, le dicen, hablar, reir, llorar 
tus penas, dar libre vuelo á tus esperanzas más caras; te devuel- 
vo el pensamiento que Dios te dio y que los tiranos encadenaron; no 
estás ya obligado á oir en silencio lo que otros inicuamente han que- 
rido decir y dicen de tí; contéstales, tu lengua y tu pluma son libres: 
habla y escribe; tienes una madre que t3 escuche y una patria que 
te proteja. 

4cLos pueblos, son niños grandes, ha dicho El Diario de la Marina 
en un artículo en que combate la bandera española autonómica alza- 
da en las Cinco Villas, y á ninguno con más propiedad que al de Cu- 
ba pudiera aplicarse esta frase tan feliz como antigua. Pero ese mis- 
mo diario y La Yoz de Cuba dejjjeron tenerla presente, al publicar- 
se los primeros periódicos libres, para inspirar indulgencia y sere- 
nidad á sus amigos, esplicándoles los que hacen los niños cuando en 
las vacaciones se les abren las puertas de los colegios ó lo que ha- 
blan en las horas de recreo: más claro lo dicen todos los pueblos del 
mundo en los primeros dias que gozan de la libertad de imprenta. 
Léanse algunos de nuestros periódicos de Setiembre y de Octubre, 
y aun muchos de fecha posterior, y se notará que la prensa parecía 
arrastrada por*un vértigo irresistible; que ofendía, ultrajaba, «s- 
carnecia y calumniaba todo loque antes había adorado, todo lo que 
aun era digno de respeto para un pueblo grande y generoso, y aun 
aquello mismo que era indispensable conservar intacto, para que 
á su sombra madurasen los frutos preciosísimos de la libertad. Ni 
el gobierno, ni la sensatez del pueblo, ni la disciplina del ejérci- 
to, se afectaron en lo más mínimo por la licencia de la prensa. 

Nunca creímos que el pueblo español había- perdido su noble 
carácter, cuando lo veíamos arrojar piedras á la desgracia, confun- 
dir lastimosamente la reina con la muger, arrastrándola desnuda por 
la prensa de toda España; nunca creímos que había perdido su fé, 
aunque le mirábamos escupir al cielo; sabíamos que no deseaba la 
contra-revolución, aunque involuntariamente parecía obstinado en 
promover el desorden. I^ ñebre iba recorriendo sus períodos y la 
calma y la razón vendrán, traídas por el consejo; por la mano del 
amigo, por ese mismo suave ambiente de la libertad. 

Pero se pretendía que en Cuba no sucediere lo que en todas 
partes; Cuba que habia sido intencíonalmente sumida en la esclavi- 
tud, había de aparecer de la noche á la mañana, como el pueblo 
más civilizado de la tierra. Cuando no le habían enseñado más que 



^ AJL .«-• 

amenazasi, dicterios, baladronadas é indignas palabras, ^habia de asar 
el lengua^ más culto, más cortés y más elevado, habia, en ñn, de 
salir perfecta como Venus de las olas agitadas. 

Mas, es necesario decirlo claro y de una vez; bien comprendían 
los que estaban al frente de la prensa y aún los jefes de los comi- 
tés intransigentes el valor positivo de esas frases atrevidas, de esas 
esperanzas exageradas y sueltos subversivos, que si antes consti- 
tuían delitos en Cuba, ni allí ni en ningún otro punto del globo 
donde haya prensa libre, dejan de publicarse por centenares cada 
día y cada hora, sin que á nadie más que á los tiranos inspiren 
terror. La libertad pasa sobre ellas serena y magestuosa sin nian- 
char sus sandalias en ese lodo, y en alas de la prensa difunde has- 
ta en los últimos ángulos de la stciedad sus brillantes resplan- 
dores. 

Las palabras «república, autonomía, libertad,» escritas en cual- 
quier papel: el equívoco más pueril, la frase mas grosera de un 
periodiquin que se vendía por las calles, sin vida propia ni signi- 
ficación política; enardecían al partido peninsular intransigente; los 
Voluntarios repartían sablazos entre los pobres niños, inocentes ven- 
dedpres de aquellos papeles, que desgarraban con una furia que á 
nosotros nos llenaba de vergüenza, tanto como de satisfacción á 
aquellos que los impelían á cometer tan inicuos atentados. 

La Voz de Cuba, con su acostumbrada táctica, fiel á su consig- 
na y fija en el propósito de soliviantar á su «gente> contra el Go- 
bierno liberal, que afectaba celebrar, decia en un artículo en que 
principió recorriendo las escelencias de la libertad de imprenta en 
absoluto: tqne insistía en pedir su represión en Cuba, denunciábala 
<como un elemento perturbador y anárquico, que veían entronizar 
<con alarma los hombres conservadores.» 

Contrayéndose en ese mismo artículo al capitán general Dulce 
añadía: «Un Gobierno que ante el peligro se cruza de brazos, no me- 
>rece el nombre de tal: el público sensato está alarmado; nos cons- 
>taque hay personas que viendo en el ataque de la nacionalidad, de 
>que forman parte, una ofensa á su patria, están resueltos á no de- 
>jarlo pasar desapercibido. Así como rechazarán cualquiera agre- 
>síon armada, no tolerarán lo escrito sin ponerle el oportuno cor- 
»rectivo.> Esta amenaza á la faz de la primera autoridad, es aun 
más desembozada é incitante al final del articulo, donde se escla- 
ma que la fuerza y la acción de los particulares tendrá que sus- 



— 45 — 

titoir á la del Gobierno, cuyo primer deber es velar por la conser- 
vación del orden, >etc. 

Teníame? ya «oficialmente publicado,» y en práctica en aquellos 
amargos dias el gobierno del país por los Voluntarios. 

El general Dulce habia dicho: <01vido de lo pasado.» Pues bien, 
la madre cubana, cuando se le daba el derecho de quejarse, olvidó 
las lágrimas y la sangre de sus hijos, vertida por peninsulares in- 
transigentes; los huérfanos olvidaron los cadalzosen que se inmo- 
laran sus padres, tal vez inocentes; el relegado político olvidó sus 
cadenas, el proscrito, el pan de la estraña tierra y la ruina de su 
fortuna, el esclavo los crímenes de su señor, y solo la juventud se 
permitió algún desahogo contra esos traficantes de carne humana, 
alguna queja amarga, una que otra diatriba punzante y algún sue- 
ño exagerado é irrealizable entonces de independencia, y hó aquí 
los grandes motivos para ahogar la libertad de imprenta para azo- 
tar á los vendedores de periódicos, para perseguir, desterrar y apro- 
piarse los bienes de los autores de esos escritos. 

Entre tanto, el partido peninsular intransigente en La Voz de 
Cuba, en El Moro Muza^ en La Prensa y en el Diario de la Ma- 
rina prodigaban los epítetos mas duros contra los cubanos libe- 
rales ó simplemente reformistas, las calificaciones mas groseras con- 
tra las familias mas respetables del país y las amenazas mas san- 
grientas contra sus mas legítimas aspiraciones. No había ningún 
cubano que no fuese insurrecto, ninguna de las libertades que ofre- 
cía España que no fuese incendiaria, ni otro porvenir posible que el 
antiguo régimen; y todo esto habia de oírse entonces, como antes, 
en él silencio y con la rodilla doblada ante esos publicistas de nue- 
vo cuño. 

«Olvido de lo pasado.» ¿Y cómo había el negrero, el administra- 
dor y el empleado de olvidar las fabulosas ganancias de la trata, 
del contrabando y del choheoho? Por esto se rechazaba en todos con- 
ceptos la libertad de imprenta; por esto se predicaba la rebelión 
contra ella, haciendo comprender que era incompatible con las ne- 
gociaciones habituales de esagente, y que habia de producir la anar- 
quía y la pérdida de Cuba para España. Por esto, y para escitar 
las x>^siones, se publicaron El Riojano, El Moro Muza de Pérez 
Calvo y varias litografías incendiarias del partido peninsular in- 
transigente, y que se quisieron atribuir á los cubanos, por eso á los 
quince dias de nacida esa infeliz prensa libre la arrastró su her- 
mana (esclava y esclavista á- la vez); la arrastró, decimos, sangrien-< 



— 46 — 

ta é inerme entre bayonetas reaccionarias ante el general Dulce) 
para que se la encadenase de nuevo. 

Quedaron entonces como antes La Voz de Cuba, El Diario de la 
May^ina, La Prensa y EíMoro Muza, campeando por su respeto, 
mintiendo telegramas y noticias, como dice el general Pelaez, des- 
cribiendo grandes victorias donde solo hubo escaramuzas, como re- 
fiere el general Letona; contando por millares los muertos y heri- 
dos insurrectos, para que ahora nos saque vergonzozas cuentas; ten- 
diendo una red de engaños y falsedades ante la Península que no ha 
podido ver claro en protestas con innumerables firmas supuestas; 
anatematizando como traidora á la prensa de la Península, solo por- 
que es libre; y lo que es más sensible aun, ensalzando el asesinato, 
la barbarie y cubriendo de sangre el manto esplendente de nues- 
tra revolución. 

Habituados á hablar á vuestros esclavos, á vuestros colonos, mas 
infelices aún (porque son vuestros hermanos), habéis pensado in- 
timidarlos con quijotescas amenazas y con esas frases huecas que 
traéis siempre en los labios, cuando solo lleváis oro y negra con- 
ciencia en el pecho. Os engañáis: la prensa de España con honra no 
es ya aquella prensa que solo sabía adular y mentir, y contribuía 
constantemente á forjar las cadenas del despotismo. No: hoy tiene 
toda la conciencia de sus derechos; toda la dignidad de las institu- 
ciones libres; toda la independencia que inspiran la verdad, la jus- 
ticia y la razón que proclamará muy altas, sin miedo y sin odio 
ante la soberanía del pueblo que la escucha; por esto la prensa in- 
siste en lavar á España de la mancha vergonzosa de la esclavitud, 
en restañar y restañar la sangre española que sin piedad derramáis 
allí, y con la que estáis manchando á la faz del mii verso ese honor 
de que tanto habláis. Esto no os llama la atención, porque tenéis 
la conciencia encallecida, porque no conocéis á los hijos de la joven 
España, que se ruborizan de oiros mentir patriotismo y se aver- 
güenzan de veros rodeando en pleno siglo XIX cadalzos políticos, 
y presenciando cobardemente en gran parada la muerte de ancia- 
nos y de niños: atados de pies y manos, después de haber derra- 
do en los campos la sangre de sus madres y de sus hermanos. 

Amad la libertad, sed siquiera hombres y coniprendereis lo que es 
esto. Os han dicho que somos desgraciados, que estamos pobres. 
Os engañan: somos libres; nos hemos despojado de aquel necio or- 
gullo, que aun os ciega, para ganar en sentimientos y en dignidad. 
Solo tenemos una miseria, una vergüenza, y proceden de vosotros... 



— 47 — 



la esclavitud. Una desgracia, y también por vuestra culpa... que el 
sol de la libertad no alumbre por igual á todos los hijos de la no- 
ble España. 



VII. 



Hemos visto ya, que ni la licencia, ni los abusos, mataron en tan 
breves dias, la libertad de imprenta en Cuba; pues si es cierto que 
hubo muchas oscitaciones del partido reaccionario y aún pariódicos 
del mismo, con tendencias á llegar á aquel estremo, bien puede ase- 
gurarse hoy que ningún pueblo, en los primeros instantes de go- 
zar de la prensa libre, se ha escedido menos que el cubano. Aque- 
lla sucumbió, obedeciendo al plan sistemático de sus contrarios, 
obstinados en imi)edir jboda reforma política, y á la particular con- 
veniencia de evitar que la opinión pública penetrase en ese tene- 
broso dédalo de deberes sin derechos, de privilegios sin méritos, 
de centralización absoluta, de contrabandos y espoliaciones, de ne- 
gros crímenes y humillante tolerancia, que han constituido hasta 
ahora la administración da la grande antilla. 

Demostremos con datos irrecusables, qué suerte cupo á la liber- 
tad de reunión de Cuba. Todos los diasantes y después déla lle- 
gada del general Dulce, podían reunirse los reaccionarios para ha- 
cer política, sin temor de que nadie los inquietase ni impidiese el 
cumplimiento de sus resoluciones: los cubanos conocían muy bien á 
los jefes y oradores de sus comités, y estrechaban sus manos, muy 
ágenos por cierto de saber que rara era la noche que no ñrmasen 
acuerdos atentatorios ala lealtad, ala honra, ala fortuna y aún 
á la existencia de esos hombres, que no tenían más delito, que as- 
pirar á las miomas libertades de que gozaban sus hermanos de la 
Península. 

El pueblo en su paso escuchaba esos acuerdos, referidos algu- 
nas veces en las puertas de las bodegas, por un grupo de Volun- 
tarios, ó bajo el tinglado de los muelles por otro de tasajeros; más 
tarde ya se traslucían en los quijotescos alardes de esos corone- 
les improvisados, en los alertas de la Voz de Cuba, que constante- 
mente denunciaba y pedia destierros, conñscaeiones, sangre; y lo 
que fué más estrafio, sensible y alarmante; después aparecían en 



— 48 — 

forma de decretos en la parte ofloial de la Gaceta de. la Habana, 

Nadie, como digimos, atacaba esas reuniones* porqae todos con- 
fiaban en que la autoridad legítima, sabria á su tiempo sobreponer- 
se á toda clase de dañadas influencias; pero lié aquí lo qu3 suce- 
dió la primera vez que los cubanos usaron del derecho de reunión, 
que si no recordamos mal, fué en las noches del 13 y 18 de Enero de 
1869, en la casa del señor marqués de Campo Florido. 

A estas conferencias fueron invitadas por papeletas impresas, re- 
partidas á domicilio, las personan más consideradas é influyentes 
de la capital por su talento, posición social y fortuna; en ellas se 
presentaron, indudablemente de buena fe, los hombres más impor- 
tantes de Cuba, porque sabian que se habla impetrado el permiso 
de la primera autoridad, á quien se informó de lo que se iba á tra- 
tar, y que el objeto no era otro que enlazar ambas banderas, para 
producir la paz por medio de la unión. El elemento peninsular re- 
husó presentarse á esas juntas, y para marcar más el espíritu de 
división que le animaba, celebró otras en la casa y bajo la presi- 
dencia del Sr. Zulueta. 

No se desanimaron por esto los cubanos, que advirtiendo la au- 
sencia de aquel, no adoptaron otro acuerdo que el de dirigirle nue- 
vas invitaciones y nombrar á los Sres. D. Juan Poey, D. Domingo 
Sterling, D. Antonio Bachiller y Morales y conde de Pozos Dulces 
para que condensasen en su informe las aspiraciones más genera- 
les, más legítimas y provechosas de las provincias de Cuba, á fin 
de abrir libre discusión sobra ellas. No podía parecer sospechosa la 
comisión informante, porque reflejaba todos los matices, desde el 
«conservador,» hasta el autonómico, menos el separatista, que en- 
tonces apenas se divisaba en la Habana, en algunos cerebros im- 
pacientes. 

La comisión dio su informe, que no quisieron ir á escuchar los 
hombres que constituían el partido conservador. Sin embargo, al 
día siguiente ó al otro dieron en La Voz de Cuba su «alerta» nada 
menos que en dos artículos, en que se decía que aquellos acuerdos 
se habían celebrado en la sombra y el misterio, que no llevaban 
más tendencia que la traición, y que los que habían concurrido á 
esas reuniones, eran más insurrectos que los que se batían en Ya- 
ra, entregando, por consiguiente, sus nombres á la execración pú- 
blica y prescribiendo á los conservadores que cuidasen de contraer 
compromisos de poner en duda la signiflcaeion del partido. 

Los que deseen datos mas estensos y concluyentes sobre los su- 



a4Ujrila,4pocafque.sio^ lo9 áoioofi^ 4|ue cpQSMÍi^^ipfi^,(y.^ ^ poi^ifinr 
oift.á^ .laa perg^^ofis más caraclieri^adas y, .l^r^Ui^ que lo^ {HTí^t 

ValBfttapipa oí ÍHíWr^ín»'5Porq,u0,,s^^p,aio3: muy.bi^íi ^u^ .p1i>fíde<?eti 
á»un, e»pírí4iU;dQ pfjrtíjiO;.y ító/.<?iKeri>o .iqy^ a|olo ui;i. ar^umenjjo los 
eonY^fícOr al pasoique. 4 npjSQtrps.aos.lioiirdJx y nyuíiQji, con sus 

. ¿Qué haton hecifeQ^.,, qw^ h^bw dipha Ip^ lipmbf^s .qu^ ooncwrr 
rieron A la J4inta4^ CamporJ^^orido, .pa^a que ^ agltaoi'a. oon estp 
protesto «laa yoz.<Q4a 1^ tea ^ ^a dis<u>rdi^y: y^sé coa.cita3e;i cpn* 
tra ellos todo el Wio, todq el rencor, d^ los reaccionarios y el sa- 
ble de, los invi^tp.s com^a^eros de Duq^z yVelartie] (Heroicas víc- 
timas de la liberta/!! ^Córoo nó os alzasteis de vuestros gloriosos 
tün^ijlos al pir. esa comparación!) Vamos ¿decirlo,, iomando al- 
gunos, estr aptos del, informé publicado en La Voz ate Cuba, 

Como fund^aínehto de todo, dice, se consigna, la lenidad ^apionájt 
española y «¿ara alcanzar ese grandioso fin rio proponen los ii^- 
>formantes una novedad en la esfe^^ de las ciencias, ni un ensayo 
>en el terreno de la práctica, ni el más pequeño menoscabo de la 
^influencia y dignidad de la patria cprñnn. Piden 16 c[üe los ptttíiibis- 
»tás más eminentes lian consignado eñ süs obras bonlP lá mejor 
^garantía délas relaciones que deben guardar lus métrópótís- coíi 
>sus colonias, y como el vinculo más ftieHe dé ésa uñioii y 'recípro- 
>ca prosperidad.' ' Piden lo que contante éxito áehá efectttádof eü 
»el gobierno de las colonia? inglesáis y resaita máá esencialmente 
»en el Cariada, 'donde una fabulosa y creciente prosperidad hasl- 
»do el resultado de un sistenia que tieride á amalgamar los «lemen- 
>tos más discordes, á fundir dos nacionalidades distintas y désvir- 
>ti]ar los halagos de un vecino podeiro$o... ^ Pideri Ib que la -altiva 
>nacioii británica ha otorgado á ads más di9taat9Si territo<púds, res^ 
acatando á algunos de ellos déla guerray de la anarquía 'en eir^ 
)N3uik8ta«kieias análogas^ 4, la.qm^ hcH^, ^travieaa> €^bft. .ifiden Iq que 
>laB pabias l^yes áe Indias q^ncedieron en ^mn pai^. á :sii$ vasfjtios 
>dQmiinio8 de la.AjJQ^riea contiaeii;tM q^e, ejercieron, :el d^ri^bo, ida 
>teneir Cortes legales ea Méjico y en, el Ciizeo. , , , • .. 

;»Piden lo.quQ ^^jtáen uso de becb<^ y de.dlerecbo ^a algunas i>ror 
>YÍii;€áas de la España. penÍ9:S4il^,>sin que p<^ ello, se resientan Iqs 
>interesestdeM«i demás i^i peUgí^ en lo más- mínimo la u^ídaí^ .n^r 
»cional. Piden lo que en .^junGunstancias muy distinta de espai^sion y 

7 



>^ ^^ ^ 

>de libertad reetamatH)tt los'c(nni¿ioñmlos^'GttbarT^^^^ Puerto Rieo 
»éri lá* junta de infoi*tííaición celebradla en Madrid en 1857. Piden, lo 
l^úé la fecunda reVolüdon' espádela acaba dé frodiamar sanc&onftiido 
>ei principio 'de la deícentralfíaciotí. Piden, ern fin, éí gobierno' ú&l 
%páispof' el pair. Piáen la autóiroihla, qMe es la^ íbrifta siittétioa de 
»todo^fcís derechos y de todas lasr conveniencia» locales' y- naoiona- 
>l^s,' y la'^rantíániás segura contra ia'S ideas «de independencia 6 
>de anexión que hoy abrigan no pocos espíritus impaeiente» de 0S«* 
»té! liáis y domo la solución única á' los complicados «y difíciles pro- 
>blémaé' creado* por el ^i?rtenia de* eeritrali»acioii que nos tm regi- 
>d5 hasta ahora, y'íiué algunoá qnísléranf' perpetuar, etc. etc.» • • 

* Como se vé,' los informantes querían que se «pidiése;> el iñforttié 
se daba para ser discutido. Pues bien; ese informe fué' calificado* ins- 
tantáneamente como cuerpo del, crimen de alta traición, y denuncia- 
dos como rebeldes todp's los que asistieron á aquellas juntas. Si se 
cree que én esto liay exájérácion,' recuérdense eétas palabras dé Xa 
'Voz de Ciiba: kiiO^qñe aconsejan que se admita y apoye la ideado 
»lá autonomía; pretenden que antes de mucho tiempo, si n5 ahora 
»mismo,' se vea separada completamente (Cuba) de España.» 

,., gn otro lugar «añade; «Se ^segura que uno y otro partido están 
}^íi^ acijerdo en pedir , esa soñada autonon;iía, y kun.seañadejq,ue es- 
)i»tá y{»i i^qinbrada la comisión que deba.. red^tar la esposicion y pe- 
»tiqi9Ji que cpp.t^l motivo ha de elevarse aí Gobierno provisional de 
)(\^ papión.. *..L^ autonomía es un piedio para acercarse más y más á 
>,l9, sep^f^cio» (Ije. Cuba de la nacionalidad espaüola.*. ¿No crearán 
»iguale^ eip.b.9.razos, dice El^ LiaíHo de la ^larina, los que proel a- 
^^n I4 ^utpnpniía, que los que francamente digan que pelean por 
»la ind,ependem9isi,?» 

. Los inviotos.Yoiantariosque taies cosas pian^ marcaban ea^^s é 
individuas^ y se propusieron fusilar (sil ^e .nos permite la frase) á 
la libenttad de .munion. i . ; . -.. i 

'Entodoslos puebles del mundo civüijiadO'Sa respeta cón»^ iovio^ 
hable estederé<^hp,isi bien' la- prensa libre también analiza y juega 
láiS opinioTi^s que se discuten» Aqtií se reúnen carlistas, isabelino»^ 
alfonsi^as, montpensieristad; dan sus maniñestosv salen en* procé^ 
sion. por las calles; lanzan al aire cuantps viva« resisten ^sus pulmo- 
nes, y nadie' los denuncia' como traidores; todos los ¡buenos reoba^an 
cualqniém' alarde de fuerza queseintente'contra ellos. Observemos, 
pues,"le que sucedió en Cuba en esos^ mismoía diíis con -er pretesto 



— SI -" 

de'K^Dstetir la Mea aak)Bówicft,> |r oQii ^1 fin constante y:4^qi<UdQ^ de 
impedir el ejercicio déla libertad de reunión. 

finla-^iMíidni de tbi^aveakla que 6e4iá la^-gaaenalDKilQe .0A.el!^a- 
tro de TaeoR, y que presidió eio^nM de Po2QS'Dalces,!i>ei^ut#4P;C^. 
ino uno de )es jefes del pcu^tido- liberaU ..muoUos cubanos via^e/iron 
al representante de España con honra, y Be.wiyivUá qm m babift 
una ^Mnüiár peninsular . en los paloo» á que , aio^dttti^braliaa. i a^isMr, 
y ei atgunos tque en Iob ooo^redores eeugiaÁ Jbos-.diejiteís y, gritaban. 
<|fuera!» al oir aquellas aolamaeioñea y >e«|iaQ4(i"dd^¿ocaba*el hipw^< 
de Riego. LoQS cubanos afectaban no escuahat e^to^ jrumare^:, ,/ 

Poeasnoohes'desf^ues^ en la memorabüe d^l 22 dQv.Eq^r^QKi^ ^^^ 
una f uneioh en el teatro de Villaiijaeya por unat<oompikfiiai;de hUoa 
del pai3 que allí aciuaba hacia tiiempo, bajó' el nombre, de «Bufoa; 
haibanerosj}^ y queisededieaika á ridiculizar algunos; tipos de jaque*?. 
Ua sociedad. - - / . » .< 

.Asistían áese teatro todas las clases del puebla; pero nu»y esr* 
peciaimente la obrera, y uno de los periódioos libres, La Cham&rr'^ 
T^la del -20, turo la humorada de anunciar, rque su» prodvicftos se. 
destinaban á ua ñn muy laudable^ y que soloiée peí^mitiria. la entra-- 
da é ios que llevasen «garabato y hcirquetilla.» Bastó lesibo para que 
La Voz de Ct^da diese nuevamente su grito, de «alerta,» y para que 
los señores Voluntarios resolviesen- disolver, por sí , y ante ; sí, 4 vi- 
va fuerza aquella reunión. Está demostrado que muchos se oculta- 
ron con sus armas desde las primeras horas de la noche, en los fo- 
sos de las murallas de la Habana, contiguos al teatro dȴiilanileva^ 
y sucedió que al cantar* uno délos actores ;niia;eánciori cubana que > 
terminaba con estas palabras: «Viva la' tierra que; produce: la ca- 
ña!» se dieron algunos otros á la libertad... Oyóse un tiro éneiiii^ 
terior, que fué sin duda una señal, porque «n ese instante se pre- 
sentó un grupo de Voluntarios en la puerta disparando^* «vs(- rifles.' 
sobre aquella concurrencia inofensiva. \ • - » 

Espantados los que allí estaban,* se lanzaron á la €aii<e; pero allí 
los T^cíbió otra Huvia de balas, dejando muertas ó heridas 'doce ó ^ 
4títnce peí'sonas, -entre las cuales se contaba una seAoriia, algut 
noe' ancianos y dos niños. Inmediatamente después entraron aqiie* 
llcis valientes &n é[ tesítro^ arrastraron por los cabellos algunas 
mujeres 'que los 'llevaban sueltos, por-ser asf de- moda, desgarra?* 
ron lbs= vestidos en qoe viwon adornos azutesy y ebrios por. la pól- 
vora sembraron la alarma y* el terror pjor aquellos alrededores, 
ha*9ta que ví^o la tropa de líiiea á':haicerlos retirar á sus hogares. 



— 3£ — 

- Al siguiente dia se i^itblicé vna proolftina del general *D«k», con- 
cebida en estos términoe* « • <. i 

4(Httbftneró9^ Anoobe Sé ba eometido ns granesaándalo'qiid iSérá 

lifceiétí^gBiáú^éúa todo ' el^rigor de láa leyes. . 

" >AligtiAos$ da latí trastornadores del orden i^blieoM. eaié» ya ea 
>tK>der de los'tribatieiets. 

• )^Ghidaida^os paoidooB, oonflanza ea yuestras . aniori^a^fte^ Defe»- 
Moifes toddfi de kt integridad del territcH^io y de -la' .honra nacie- 
)^á'); se hará justicia j y. pronta justicia.» 

. Ni una palabra siquiera álos Voluntarios, porque en Ja concien-* 
eia ptblica, (iotúo en la del general Dulce, esta^ iaimtima <sobtíc- 
don de <|u^ éllbs ñieron ios promovedoi-es, no del «soándalo, eíao 
dé ácfnel >crintett inaíuditio. ¿C<ymo jastiñcar de otro, modo aqueU&em^ 
bobeada ^n los^ fosos, aquel ataqué á mano armada en un instante 
sobre una concurrencia inerme, en quien no podia suponerse siquie-» 
ra el. propósito dé conspirar en momentos de espansion y placer? 
¿Adonde hablan dé ir los que so reubieron en aquel lugar? ¿A 4aié*« 
líes babian de atacar cuando llevaron álii sus mujeres y sus hijás^ 
sin otras armas que guahtes y. flores, y cuando apenas se contarla 
eittre los concurrentes una media doeena de peninsülaresf^Ci^n'- 
tosde estos murieron en esa cctmpañal íQuó voluntario ha mostra- 
do una herida ó una pontusion por donde pudiera inferirse que se 
habia' esgrimido una arma contra ellos? 

Pero so- dieron rivws á Gubarvivts ala libertad, y hubo alguno 
que 'di«3é ' viras áCéspedes^: Si nosotros íüéseínos á fusilar á todo 
el que' los dáá dmi Cárloer, óá dOfia Isabel, ó á D. Antonio de Bor- 
bon, fbien parada quedarla la libertad! Pefro veamos cómo se hizo 
esa* Justiciaj '.•••'"..:• 

Bl general Dulce llamó á los jefes de los dueirpos de Voluntarios, 
pa#apreirenirl«8.que no permitiesent salir á sna soldados á las ca- 
lles, armados, sino bajo ciertas, condieioaes, y La YozdeCt^^ no 
satisfeetafl eotí: aquella sangre inocente, con la orfandad ea que aque- 
llos asesisiatoa dejaron tanta» familias; con el esctfhdalo, mejor ^di- 
cho, con > el ul4raje ' inferido .á la sociedad, decia despijbes« al general. 
Duloe, eon^ayéndose á los snoeaoa del teatro de .ViUanueva, que 
#(mientkas 61 E. resol via questiones de orden inferior, sa atoaba -la 
«bftndera separatista ^ aqu^l teatro^ y allí estuvo espuesta, y se 
«eñ*eció.^e esos crímenes serian castigados, y que se baria justicia, 
«y que la justicia no se habia hecho aun.> . <- 

. |Sa quiere saber cómo pretendía ha Vo^de Ou^ q<ie se ¡hiciese 



— S3 — 

la juí^itfia? «For rmáio áe uai ejemplar castigo «ea el. «ampo de 
Maf*te> de los '^o restíltaraa ookrvlcto» de auxiliar la rebelioB^.)^ ¡EM 
deeiry una heeátoobíbe : 'Bo^oei otra betoatoml^ey mm e«te ara el m&dúy 
mejor; de conferir al general- EHilo^ el earácier de abanderado de- 
Ibs 'Vol«iita?rto« Yidiiwnor^wt. i »! ' 

En el sig^ineBÉe articHiQ: diremos qué rd^ultad^s. produjeron' 4oft 
sucesos de yiUanneya^ el sistema de c^t|^p|acio;i que de^d^ . en- 
t^meB se empezó; á ug;ar conloa sefípp^ Voluntarios^ y qvié, tr^za^ 
se dieron los hombres del .pendón ^para UeyarlQ hasta el palacio, 
arrojar dealli l& en^f^ libeíal espíiftola y aí representante de nues- 
tra reypluQiiQ^; constituir en ei c^sinqiun cuerpo consultivo, y apo- 
derarse desde entonces de las riendas del poder, que, para «admi-r 
ración de los tiempos presentes jr futuros,» para honra de la patria 
y bien de la humanidad, manejan con tanta #(bizarria» y acierto, 
que npá van cubriendo de sangre y lodo, y acabaran por convertir 
á la isla de Cuba en un montón de cenizas. Digno pedestal de su han-: 
dera. 



í* ' 



VIII. 



Wcil es'presumir cuáleí^ habian de ser lascoilsecuertcias del <escán- 
dalo» de Villanueva, ó mejor dicho, del atentado que allí cometieron 
los Voiuntarios del quinto batallón; célebre desde entonces. Muchos' 
han dicho, que la verdadera insui^réccioh de Cuba, data desde él su- 
cedo de Villanúeva: -sin negar á éste gran importancia en los acon- 
teciiñientds ulteriores, no direitíos^ tanto nosotros: la insurrección 
Baeié' hñio 1« bandera del partidb reaccionarios desde antesj y allí 
hizoefite'su primera campafia material, y recibió la bandera es* 
paftola Mberal^ atoada por los cubanos, su bautismo de sangre. El 
pueblo isintid correr la suya má^- inocente en esa flatal noche, co* 
noció la intención intransigente y los medios brutales qne se em-* 
picaban para sostenerla, comprendió que la, autoridad legitima^ dé- 
bil (por falta de recursos y de presión), no acertarla á escudarlo, y 
en gran aparte y con razón alarmado, prefirió la emigración al mar- 
tirio ó ^¿ la lucha, lucha para la cual tampoco estaba dispuesto. La 
emigración tomó desde esa data inmensas proporciones. 

No era prudente ni posible. respirar tranquilo eh un país donde s^-» 



— 54 — 

mejaatds <9Ddfts i^odian hacerse ímpcinemente^ al paso que, elentadotlos 
Volttirtaríoá por'edamUma itnpunidad y por eljuicio interesaflo-ó co-; 
batHle de la prensa d#' la Habaüa; que desaataralisaíba los liechos, ce* 
legrando c«ímo haí^allas "tales fechorías, ensoberheeidos. oon- las ppe^ 
venciones del general Dulce, cuya pérdida tenia ya deoretadfi el 
partido, se entregarían á los mayores y más repugnantes esfcesos. 

■ Discurrían á gü antojo á>or las calles, sable erimáiío, obligan- 
do á gritar á todo el muíido, «viva España;> embriagábanse mu- 
chos en las «bodegas» que encontraban al paso, y dé donde' salían 
para detener los carruajes Ae las señoras mas distinguidas con el mis- 
mo objeto, llagando después hasta aílanar las casas más respeta- 
bless y tranquilas. • * 

Apenas pQdian asomarse los vecinos á los balcones 6 ventanas, 
sin ser insiiltados, y fué necesario que el general Dulce dispusiese 
que recorrieran las calles patrullas de los marineros de los buques 
de guerra surtos en bahía, para tranquilizar algo á aquellos. 

A pesar de estas medidas, 'y para dar testimonio del ningún reSF*- 
peto que les merecía la autoridad que las dictaba, dos noches des- 
pués del suceso de Villanueva, el 24 de Enero, á la sazón de pasar 
una compañía de Voluntarios por el cafó del Louvre, situado en el 
punto mas concurrido y brillante de la Habana, se le antojó á uno 
de ellos haber oído un tiro y no fué necesario más para hacer una 
deiioarga cerrada al frente del sajon^ donde muchas pQr8ona^ gia|bo* 
reaban tranquilaiaente sus sorbetes, muy tgen^s de p^n^ar- en la 
;nuerte- ni de presumir que en el oorazon de una ciudad, culta» en 
el centro más animado y bello de la capital de la reina de la^B An- 
tillas se tuviese menos seguridad que en los montes de ^ierra-Mo-r 
rena, cuando albergaban los, bandidos más desalmados de. Es|^^tl^* 

Corrió, ^pues, Sangre Inocente otra vez, sangre de empleado» pe^ 
ninsulares muy estimable y de estranjeros distinguidos^sderramadA 
por manos peninsularosl pero ni una gota ^e un cuban<^, pmH|ue estos 
hacían ya «sus maletas en el fondo de sus hogares, para salir del pais, 
lejos de andar á tiros pot* las- calles. 

¿Puede concebirse mayor insensatez? Pues no contentos con esta 
ebrios ya de sangre, sedientos de esterminio, corrieron al palaéió de 
Aldama, porqué se les aiitojó que allí debía haber algún * depósitd 
de armas; abrieron las puertas á bayonetazos, rasgaron con sus sa- 
bles cuadros de gran valor, despedazaron espejos, encendieron las 
cortinas, descerrajaron escaparates, entregándose ál robo, al pillaje. 



basta que ipado. oontenerlds^ Attnqtld, nQ.<?astjgarlQS, eigolmvmiQí^'áe 
la ciudad, que con algunia tropa de linea se. presentó ea.aqu^llas c\v^ 
eanstaaeias. i • . . . . i ' ; .. 

Aldamá^y i\x familia estaban en sus ingenios, y el mediq que ba<*. 
Uaron los Voluntarios de justi^ear este atentado (ué supone^ .en 
aquellos momentos que el jefs dfe la qasa. era desafecto; al ^})ierjio, 
iDteÉ.taudo bajo este pretevto un ataque ¿l su finca» basta eji extremo 
que el general Dulc^ creyó conveniente mandar alguna fuerza 
para escudarla^ lo que más enardeció contra ^1 á aqu^Ua gente dasr 
almada. .... , , 

¿Qué bbcieron entre taüto. los tribunales y esos prohombres qv^ 
boy s^ muestran tan celosos por la honra nacipnal? ¿Qué hizo la 
pirensa? Los tribunales cubrieron con. un„v.elo negro ía ley; los pro- 
hombres estrecharon las manos de. los Voluntarios; el Diario de la 
Marina predicó disciplina, y X^a Yp^ de. Culta se ciíjó 4 decir^n bue- 
/las frases á sus • instrumentos que abrieran, más Los pjos para ver 
donde, daban, y al general Dulcei que jio tenia más recurso que entre- 
garse en cuerpo y alma al partido peninsular intransigente y bacer 
una hecatombe eu el campa de. Marte, se&alando a^i con sobrada 
malicia. este lugar >para justificar el atentado que allí hablan co- 
metido. • . . . . , i.. ' 

El que abrigue la maaon4uda aoepca de lo que decimos, pregun- 
te cuales fueron los corr^egidos ó pei^dos ppr los ^usesinatos de Vi- 
llanueva y el Louvre y par el allanamiento á mano armada 4e la casa 
de AldajBia, yj.Bi se hallaron armas ea eUa ó motivos de sospecha, y 
l«a las famosas cak!tas que ^n.La Voz de Cuba^ dirigía Juan Fernan- 
dez áD. Domingo Dulce, y en las que se le decia ya ^in embazo 
^qittis.no se guardasen consideraciones á los que \9> opinión p^blp^a 
sefialaba.icomo.. factores de la rebelión; que saliese 4e la atn^ósfera 
que lo rodeaba; que. supiese que Cuba; era, muy ¡distinta á Cata^u^a 
que: alU S€|i!ia traducido por debilidad ó impotenoia lo^.que.allá seria 
oonaiderado como hidalguía y generosidad; que ..cou uu. ejemplar 
castigo ^i.el Gampo de Marte se lograría más que .eon uaa.vietoria 
sobre los insurrectos; que habia llegado la época de la acción ^<io 
la del Gotisejai, y . que para . salvar los peligros se apoyase fuerte- 
mente en. el partido español (intransigente) y no buscase mc^s tr^n^ 
eacciones, . . 

La impunidad y estos, alardes, aumentaron cómo era natural la 
emigración é hicieron, perder hasta la última, esperanza de re- 
conciliación. 



~ 56 — 

Quedaron, sin embargo, algunos cubanos al la^iodel g^aieral Dulce, 
cuya fuerza moral y material eiapézaba á debilitarse visiblemaiite, 
aunque todavía logró imponer respeto en alguna ocasión, €ama<eift 
aquellas que se presentaron en Matanzas y en las fortaiezas de la 
Habana, y á las que tendremos lugar de contraemos más adelante. 

Compi*endiendo los Voluntarios ya esta debilidad ilevaroa al gie^ 
neral Dulce y á las auteridades hasta el ridículo de ornar con florea 
y tributar honras fánebres, á una avecilla que un Voluntario eoi- 
centró muerta en la plaza de Armas, que resultó ser un gorrión, 
y á la que se colocó en un suntuoso túmulo en el cuartel de .la 
Fuerza, sdi paseó en- procesión por las calles de la capital, y lo que 
eé máé inóoncébible, aun se llevó en triunfo por la^^ otras poblar* 
cjones de la isla. El objeto no era otro que el de vejar y perseguáf 
á todo aquél que no quisiese entrar en la farsa ridicula de rendir 
homenaje al «pájaro muerto;» nada más que por que s^ llaaiaba 
gorrión. Las provocaciones bajo este protesto, ee multiplicaban como 
por ensalmo, y crecían en proporción la desconfianza y el de!9oenteato 
del pais, en la capital. 

Como todo esto era efecto de un plan preconcebido^ las eárceles 
y las fortalezas iban llenándose de individuos que se remitiaB: de 
los pueblos interiores, cuando no seles fusilaba allí mismo sin for* 
ma de procedimiento, como resultó en Matansasy eon un joven que 
se burló de la estatua del pa^re de doña Isabel de Borbon, y á 
quien por este solo hecho dejaron muerto eíi el mismo sitio. 

tíubo otro más escandaloso. El gobernador de Matanzas^ hiao 
prender al joven D. Manuel Despau que no tenía otro < delito qine 
ser algo ligero de cascos: supiéronlo los Voluntarios de aquella 
ciudad,, y en son de guerra se presentaron frente á palacio el Jue**- 
ves Santo de 1869, á pedir la cabeza del pre?o, insistiendo ^de tai 
modo y tan escandalosamente, que el gobernador se vio en la ser 
eesidad de bajar á la calle, y esplicarles el inotivo de aquel- arrear* 
to', á cuyas esplicaciones, ellos contestaron éon- los gritos deisiueFA« 

El valiente D. José López Pinto, que era ese g&bernad(M*> resuel^ 
to á morir antes que sancionar un asesinato, se sostuvo (Cuaato 
püdo-^ remitié el preso esa noóhe con una fuerte. cu3todia> alca-» 
pitaii gi^eral. Sesenta voluntarios salieron al dia Siguiente ,^ armados 
y á tambor batiente á pedir á D. Domingo Dulce hiciese fusilar á 
D. Manuel Despau. En lugar de someterlos el capitán general á un 
consejo de guerra, se rebajó hasta buscar á los* jefes de Volanta» 
rios de la Habana para que los disuadiesen de su projKSsito y se 



— 57 — 

lo» llevasen á Matanzas, á lo que ellos accedieron, según se nos ha 
asegurado, bajo la promesa inconcebible de que se les habia de con- 
sultar para todo en lo adelante, alejando absolutamente él elemento 
cubano de palacio. No damos gran fé al informe que se nos hizo 
respecto de esta humillante promesa, aunque muchos actos coetáneos 
y posteriores parecen confirmarla. 

En efecto. La Voz de Coba le decia al general: «Falta únicamente 
que haya más contacto entre V. E. y nosotros, que las corrientes 
que deben existir constantemente desde la autoridad á los gober- 
nados, se restablezcan por completo, y esto se conseguirá cuando 
V. E. lo desee y <s^lga de la atmósfera que lo rodea.> Se censu- 
raban como torpes muchos de sus acto^; se le trazaba un nuevcr 
plan de guerra, y con traidora doblez se le aconsejaba que man- 
dase á campaña toda la tropa disciplinada, y se dejase la Habana 
entregada á los Voluntarios. 

Después vimos que así se hizo, que ellos guarnecían las fortale- 
zas, que allí se entretenían en insultar á los presos políticos que 
llenaban sus calabozos, á los que intentaron fusilar en grupo tres 
ó cuatro veces; que se resistían á cumplir los fallos dictados por 
los tribunales y consejos de guerra, porque querían que sobre todos 
recayese la pena de muerte; que el general Dulce tuvo un dia que 
ir personalmente á poner en libertad al licenciado D. Belisario Al- 
varez, á quien se prendió equivocadamente, y por último, para 
complacerlos y libertar de una muerte cierta é inmediata á cen- 
tenares de hombres, la mayor parte inocentes (y entre los cuales 
habia muchos ancianos y enfermos y aun niños), les propuso «imi- 
tar á Lersundi,> mandándolos á Fernando Póo, donde «hallarían un 
fin lento pero ínevitablo 

Algunos de los Voluntarios que sabían que casi todos los pobres 
buenos ó malos, que mandó Lersundi á esa isla, sin formación de 
causa ni protesto polítlto, y por efecto de una medida «gubernativa» 
habían muerto en aquel cayo en poco tiempo, accedieron á esta pro- 
posición, si bien otros quedaron sedientos de sangre. Más tarde ve- 
remos los resultados. ' 

La situación era horrible, la alarma general, ostensible yá la 
intransigencia de los Voluntarios, perdida toda esperanza de con^- 
ciUacion: muchos cubanos, que en los primeros días estuvieron al lado 
del general Dulce, y que trabajaron siempre con el mayor empeño 
por obtener reformas políticas; constreñidos por los sucesos, se fue- 
ron á los Estados-Unidos, y allí establecieron la junta cubana. ¡Ojalá 

8 






— sa- 
que, más confiados en nosotros, hubieran venido aquí á decirnos sus 
agravios, bien persuadidos de que nadie habria osado impedirlo bajo 
la égida de la libertad I 

Entonces apareció en la prensa una idea, que á primera vista 
parecia impracticable, aun á los agentes del gobierno que más sim- 
patizaban con los Voluntarios. La inició D. J. Ruiz de León en el 
Diario de la Marina, bajo esta forma: «¿Será justo que, vencida y 
>terminada la rebelión que aflija á la isla de Cuba, los habitantes 
>leales que, por el hecho de serlo, han sufrido quebrantos en sus 
>intereses, hasta el punto de verse reducidos muchos de la opulencia 
>á la miseria, no obtuvieren indemnización alguna de los peijuicios 
>que les ha inferido la guerra más bárbara, la más inicua de que 
«hay ejemplo en los tiempos presentes? |Seria justo que los que sa^ 
>crificaron sus vidas y haciendas en aras del patriotismo, ó los que 
»quedaron inactivos y sufrieron daños, no sean indemnizados por los 
>que tomaron las armas contra la patria, contribuyeron á fomen- 
>tar la insurrección con sus intriga?, con su dinero, con sus con* 
>sejo3 y simpatías, ó de algún modo ayudaron á sus agentes?)^ 

Hó aquí la contestación que el mismo periódico se daba: «Pague 
los danos quien los causó con sus manos, con sus órdenes, con sus 
consejos ó con su ayuda directa ó «indirectamente.» Sean responsa- 
bles in soliuyn^ autores y cómplices; y para ser efectiva esta res^ 
ponsabüidad, debiera «inmediatamente» instruirse un espediente ju- 
dicial de «indemnizaciones, incluyendo á todas las personas que re- 
sulten de algún modo complicadas,» y dictando, sin pérdida de tiempo 
y por vía de precaución, las medidas conducentes á evitar falsas 
trasferencias de dominio y otras ocultaciones maliciosas. De sobra S3 
sabe quiénes son esas personas; si no todas, las más son conocidas 
yá por hallarse con las armas en la mano, ya por haber muerto 
hostilizando á nuestros soldados, ya por haber «emigrado» á país 
estranjero, huyendo de la pena que por su delito merecen.» 

¿Se creerá que esta idea escandalizó á los hombres de ley y do 
orden, á los tribunales depositarios de la justicia y á los altos po- 
deres, que no podían ignorar que en todos los Códigos de las na- 
ciones cultas estaba borrada por inicua la ley de confiscaciones, y 
que España misma, ^n las precisas circunstancias de la guerra eivil 
más sangrienta, la borró también en su Constitución del 37i En 
homenaje á la verdad, y por conocimiento que tenemos de algunos 
magistrados residentes en Cuba, debemos decir que les estremeció 
esta idea, porque comprendieron desde luego que si tal era la vo- 



JL 



— 59 — 

luntad del gran comité reaccionario, algo habia de hacerse en este 
concepto. Y no quedó la menor duda de esto último desde el ins- 
tante en que La Voz de Cttba, como resentida de que otro periódico 
se le- hubiese adelantado á proponer tan monstruosa idea, dijo: «Nos- 
otros tenemos «hace bastantes dias» escrito y hasta compuesto un 
largo artículo, tratando cuestión tan importante; pero considera- 
ciones superiores nos han impsdido publicarlo: mañana lo haremos.» 

Niega La Voz de Cuba que la Constitución del ano 37 derogase 
para Cuba la pena de confiscación de bienes, puesto que esa Cons- 
titución no regía en las antillas, y al contrario, se ofrecía en ella 
regirlas por leyes especiales. Ea preciso reconocer que La Voz de 
Cuba es lógica siempre que se coloca en este terreno; todo lo bueno 
que ha hecho Espafta es para la Península, no para Ultramar; en las 
Antillas no hay españoles, y la revolución de Setiembre no ha exis- 
tido para los cubanos, ó revivió sin duda la pena de confiscaciones. 

Los Voluntarios decían, por su parte, que se les habia ofrecido 
recompensarlos con bienes de los insurrectos; cada cual contaba con 
su par de emancipados, nada menos; los jefes con pingües adminis- 
traciones, y todo el partido intransigente con una veta inagotable de 
riquezas y de venganzas. ;Quó dicha! 

La idea se sometió al Consejo de Administración, este la modifi- 
có en la apariencia, algún tanto, se llamó embargos á las confis- 
caciones, y los periódicos empezaron pocos días después á publicar 
listas de los individuos cuyos bienes estaban embargados, á nombrar- 
se administradores de las fincas más productivas de Cuba; listas que 
pueden servir muy bien, más tarde, para conocer la estadística de 
todos sus hijos insurrectos, laborantes, sospechosos, emigrados y 
pacíficos en 1869. 

Las rentas de esos bienes se destinan por ahora, no en primer 
lugar á pagar las obligaciones de sus dueños y los créditos más 
legítimos y sagrados, sino á enriquecer esos, administradores, á fo- 
mentar el robo, y la inmoralidad y el pillaje, y una pequeña par- 
te á sufragar ios gastos de la guerra. Más tarde servirá al capital 
para otra cosa, que ya empieza á indicar el insigne Sr. Ferrer del 
Couto, y cuya idea no dejará caer en vago Gelpi y Ferro en La Voz 
de Ctcba^ ni los valientes Voluntarios, á quienes es justo que se les 
regale el terreno en que aparezca una gota de sangre cubana. 

En otro artículo señalaremos las consecuencias más inmediatas de 
estas medidas; baste saber por ahora que en el departamento occi- 
dental también alzó entonces su frente la insurrección. 



— 60 — 



IX. 



En vista de los sucesos que vamos refiriendo, parecia que era ya 
tiempo de que el partido peninsular intransigente comprendiese que 
la guerra que hacia á la libertad, viniera de donde veniese, en vez 
de aliviar enconaba el mal; que el sistema de división empleado, lo 
hacia más profundo y qué la fuerza y el terror á que se acudía, 
como heroicos remedios, iban estendiéndolo por toda la isla y aca- 
barían por hacerlo incurable. 

Se dice generalmente que Dios ciega á aquellos á quienes quiere 
perder, y nunca hemos visto máz confirmada esta verdad, como cuan- 
do estudiamos la conducta del partido reaccionario en Cuba. 

A la línea divisoria que trazó la Constitución de 1837 y á las 
esperanzas frustradas de solemnes promesas, respondieron las ideas 
separatistas y las espediciones de López. 

Al clamor de discordias que alzó en la junta de información de 
1866 el partido reaeccionario y las esposiciones de los negreros, res- 
pondieron el grito de guerra de Yara en 1868, y la primera sangre 
española derramada en los campos de Bayamo. 

Hubo un instante crítico, de suprema ventura y honra para Es- 
paHa, que ofrecía un gran remedio en la libertad, á los males de 
Cuba. Los hijos de esta isla y los peninsulares liberales dijeron: 
reunámonos y seamos todos españoles;» y los intransigentes contes- 
taron: ^(separémonos y no aceptemos la libertad;» y cundió el des- 
contento y aumentó la desconfianza en la parte más sana de Cuba» 
y los cincuenta hombres de Y^a, se convirtieron en un millar.' 

«Salvémonos, uniéndonos á España,» volvieron á esclamar en 
presencia de los comisionados de Duloe, y los intransigentes contes- 
taron con el asesinato; la sangre de Augusto Arango, selló. aq«el pacto 
de esterminio, y la insurrección abrazó un inmenso territorio. 

Aun era tiempo de reconciliación: la bandera española se alzó 
en las Cinco Villas, y era también español el pensamiento autonó- 
mico que cubría; «unámonos,» dijeron por tercera vez los cubanos; 
«guerra á esta bandera,» gritaron los reaccionarios; y la insurrec- 
ción halló eco en todos los campos de Cuba, y el paso de nues^^ras 



— 61 — 

tropas era alumbrado por hogueras, y gotas de sangre regaban los 
verdes cañaverales de la parte occidental. 

Parecía haber llegado la hora de que el partido peninsular in- 
transigente volviese la vista para examinar las consecuencias de 
su fatal distema y buscar la única salvación de Cuba en la bande« 
ra liberal. ¿Y eréis que asi lo hizo? Muy lejos de esto. «No es ho- 
ra ya de procurar conciliaciones que son imposibles, dijo La Voz de 
Cuba; en estas .circunstancias, el enemigo está á las puertas; peor 
aun, se halla entre nosotros mismos (somos nosotros, pudo añadir); 
pues lucha y guerra de csterminio ha de tener, y como hemos hecho 
huir vergonzosamente de la Habana á los que tuvieron la audacia 
de lanzarse (?), los arrojaremos también de la isla entera.» Tén- 
gase presente que, según los hechos reseñados, la declaración de 
Cuba era en favor de la libertades españolas y la conciliación, y los 
que se declaraban contrarios á esas libertades, y los -que predica- 
ban la discordia y el esterminio y la rebelión, eran los reaccio- 
narios. 

«No más contemplaciones, gritaban estos en sus periódicos, ¡abajo 
los disfraces! no se espere que el pueblo «se haga justicia por sí 
mismo. La salud del pueblo es la suprema ley.» 

Hó aquí como esplicaba La Voz de Cuba la salud del pueblo en 
la repulsión, en el terror, en el esterminio de una raza, y por qué 
motivos tomó la insurrección el carácter de separatista y presidió 
en todos los ámbitos de Cuba. 

En el occidental, se dijo, que en Jagüey Grande se habia levan- 
tado un puñado de hombres, internándose después por la ciénaga 
de Zapata, y hé aquí las medidas que se adoptaron entonces. Nues- 
tra tropa de línea fué á perseguir los insurrectos, y apenas encon- 
tró enemigos que combatir, dejando tranquilo el territorio de Oc- 
cidente en una semana, merced al sistema conciliatorio que adoptó. 

Disgustados con ese sistema los reaccionarios que, querían lle- 
varlo todo á sangre y fuego, y mal avenidos los negreros con los 
jefes liberales, á quienes se encomendó esa campaña, organissaron 
por su cuenta y riesgo compañías de «chapelgorris» que se lanza- 
ron por los campos, no á buscar rebeldes, sino más bien á alarmar 
el territorio, y á sublevar hombres pacíflcos. Estos chapelgorris, 
declararon guerra á muerte á todo aqael que tenia título académi- 
co, á todo hombre ilustrado, á todo el que pudiera ser sospechoso 
de liberal: así es que recorrían las fincas y los pueblos pequeños, y 
se apoderaban de los sacerdotes cubanos, médicos, abogados, pro- 



^ 62 — 

curadores y maestros de escuela, sembrando el terror de tal mane- 
ra en esta clase de la sociedad, que aquellos más infelices que no pu- 
dieron abandonar su clientela en esas circunstancias, eran remiti- 
dos á la Habana por los tenientes gobernadores, más para escudar- 
los déla persecución de los Voluntarios y por evitar en sus juris- 
dicciones la escandalosa ingerencia de estos, que por las sospechas 
que pudieran inspirar. 

Los chapelgorris discurrían por los caminos, detenían, registra- 
ban, fusilaban á capricho, é iban llenando las cárceles de Cárdenas, 
Matanzas, la Habana y poniendo á aquellos desgraciados bajo las 
bayonetas de sus compañeros, que guarnecían las ciudades. 

Los periódicos de la capital, y muy particularmente La Voz de 
Cuba, muy lejos de censurar esta conducta y de calmar la escita- 
cion que producía, alentaban en ella á los Voluntarios, colmándoles 
de elogios, refiriendo como «bizarrías» los paseos de los chapelgor- 
ris, encendiendo los ánimos con falsedades . tan . repugnantes, como 
la de los monitores peruanos; azuzándoles contra los hombres ilustra- 
dos del pais, contra los jefes y gobernadores liberales, indicándoles 
á cada instante; que hiciesen justicia por sus manos, y por último, 
señalando ya decididamente como blanco al general Dulce. 

Por si hay quien dude de esto, copiaremos más adelante algunos 
párrafos de esos periódicos, que demostrarán aun mejor que nues- 
tras palabras, la guerra sorda é inicua que el partido reacciona- 
rio hizo en Cuba, á los hombres que fueron á implantar allí las li- 
bertades que para todos los españoles conquistamos aquí; la guer- 
ra de esterminio que se intentaba contra nuestros hermanos de 
Ultramar, y los elementos que se empleaban para hacer allí abor- 
recible nuestro nombre y para manchar la gloria de nuestra re- 
volución. 

El capitán general Dulce llegó á comprender que todos sus es- 
fuerzos eran perdidos; conoció dónde estaban los verdaderos focos de 
la insurrección, y quiso remitir á España al director de La Vos 
de Cuba, á su amigo el insigne publicista y á algunos negreros de 
aquellos más osados é intransigentes, y... se lo hizo comprender, has- 
ta dejarlo traslucir al público, que su orden no seria cumplida, por- 
que aquellos hombres constituían de hecho el gobierno de Cuba, y 
los Voluntarios no reconocían más autoridad. D. Domingo Dulce 
escribió su renuncia. 

Pero vamos á estractar de La Voz de Cuba los lugares corres- 



\^ 63 — 

pondientes á esas eircunstancias que demuestran . lo. que atites di- 

§imos: 

- «Si en adelante se adoptara un sistema más enérgico que el se* 

»gttido hasta aquí, seremos taá francos y sinceros en los elogios co* 

»mo en la censura.» 

. Veamos cuál es es3 sistema: 

«No es crueldad ni falta de humanidad predicar el esterminio de 
»nuestros enemigos. Cuánto más pronto y más completamente se des- 
»truyan, renacerá también con rapidez mayor la paz y la tranqui- 
»lidad de que han privado á Cuba.» . 

«Persuadidos estamos de que nadie habrá que no sea de nuestra 
»Qpinion; y si hubiera quien quisiera todavía hacer alarde de ele" 
>mencia, daría derecho d que se dudai^a de él y d qice se atribu^ 
>yera su conducta d móviles índignos.y> 

Estas cosas se escribian cuando el general Dulce se oponia á que 
los Voluntarios fusilasen á los presos políticos en la Cabana, y 
cuando los jefes de nuestras tropas en el Occidente, espedían algu- 
no salvo-conducto en favor de los presentados ó de hombres inofen- 
sivos que querían abandonar la jurisdicción. 

«Continúa en la palabra La Yoz de Cuba, Está, pues, justifica- 
»do el grito de «¡Alerta!» que no há muchos dias dimos á los bue- 
>nos españoles, y la frase «desconfiemos,» con que encabezamos uno 
.»de nuestros artículos... Hoy el fusil de la Milicia Nacional ha sal- 
ivado á la patria del peligro que la amenazó en Octubre; pues bien, 
»que siga siendo el fusil en manos leales la garantía de la nacio- 
.»naUdad, y no nos olvidemos de pas.arnos todos la voz de ¡alerta! 
«para que estemos siempre en perpetua vigilancia.» 

La Habana entera sabe los insultos que los Voluntarios dirigían 
á los pobres presos, á quienes cargados de esposas, ó atados codo 
con codo, se pasaba por las calles, y aun después de hallarse iner- 
mes, bajo las rejas de los calabozos y de las bartolinas, donde ^e 
. les sepultaba. Todos sabemos las agonías infinitas que sa han hecho 
sufrir á esos hombres, y á las familias de esos hombres, amena- 
zados por momentos, los primeros de una muerte próxima por el 
centinela voluntario; insultadas las últimas, por la mayor parte de 
aquellos que guarnecían las cárceles y fortalezas, como que era na- 
da menos que el rezago de la clase más grosera de nuestra sociedad, 
. removida é incitada por la clase más criminal,— para nosotros no 
hay criminal mayor, que el negrero. 



-* 64 — 

Páblieo se hizo que los presos políticos, no dirigían ya otras sú- 
plicas áD. Domingo Dulce^que la de que ios hiciese custodiar por 
soldados de linea, ó por marineros 6 por negros, antes que por Vo- 
luntarios; pues no solo los ofendían cobarde é inicuamente á cada 
instante privándoles hasta de las horas del reposo, sino que los in~ 
saltaban en sus esposas y en sus madres, cada vez qne iban á visi- 
tarlos, y de las que muchas, pertenecían á la clase más distinguida 
de la sociedad cubana. 

Pues bien; ¿cómo juzgaba La Voa de Cuba hechos tan repugnantes? 
¿Les hacia comprender pública ó privadamente á aquellos desalma- 
dos, que en todos los pueblos cultos, y entre todos los hombres do- 
tados de un destello de razón ó de un sentimiento digno, el preso 
político solo merecía respeto y debia ser tratado con la, mayor con- 
sideración? Muy lejos de esto, se les inculcaba la idea de que los 
presos políticos de Cuba, eran ladrones en cuadrilla, incendiarios, 
asesinos, y que todo el mundo estaba facultado para matarlos, y se 
elogiaba, lo que es más negro aun, la conducta infame que observa- 
ban con aquellos infelices, reputando como una deslealtad, cualquie- 
ra súplica que se hiciese á las autoridades en su favor. 

Hé aquí las pruebas: * 

<VozdeCtiba del 24 de Marzo de 1869.— La guerra actual, re- 
petiremos, es una guerra contra los malvados; así como los «ladro- 
nes en cuadrilla,» tienen penas más graves, y los procedimientos pa- 
ra juzgarlos son más breves que los señalados para los ladrones or- 
dinarios, nosotros estamos dispuestos á probar, que los que hoy le- 
vantan la bandera de la insurrección en esta an tilla, no merecen otro 
nombre, ni más consideraciones, que las que legalmente deben ob- 
servarse con aquellos.» 

<Voz de Cuba del 12 de Marzo.— Los Voluntarios de la Habana, lo mis- 
mo que los de la isla entera, han sido y son... Pero, ¿á qué intentar 
justificarlos, cuando nadie que los conozca ignora €su moderación, 
su generosidad y su prudencia, etc., etc. ?> Todavía hay quienes lle- 
vando su bondad hasta un <esceso que no tememos calificar de exa- 
gerado, y digno de censura» se presentan á la primera autoridad 
pidiendo indulto y perdón para los que muy pronto van á ser de- 
portados.» 

Pero hemos dicho que se encendían los ánimos con falsedades gro- 
seras y se les concitaba contra los jefes y gobernadores liberales, y 
aunque bien exhuberantemente demuestran nuestro aserto los in- 
formes publicados en Madrid por los generales Letona, Pelaez y los 



— «5 — 

coTQueles Modaty otros, queremos saear nuestros datoi de periódi- 
cos que se publican eu la Habaua, y ya que tsnemos entre manos 
La Voz de Cuba^ continuemos con ella. 

Notorio es que la república del Perú compró en los Estalos-Uni-' 
dos dos monitores el ano paisado, el AtahucUpa y elManco^Capac, 
los mismos que están hoyeasu^ puertos,- sin haber tenido la mayor 
intervención en nuestros asuntos domésticos. Yeamos ahora lo que 
dijo La, Voz c^ Ci^ba. cuando esos buques salieron de Cayo-^Hueso 
(Key West) para.su destino; i^Los tenemos en pasa conduciendo á 
>no dudar gente de desembarco, cosa que no aseguramos, pero es 
>harta probable; los tenemos en casa con su bandera peruana enar* 
>bolada en el asta, bandera «apócrifa, etc., etc. Con <oro cubanos 
>sa han habilita io para emprender viaje; <oro cubano> es el que se 
>ha empleado en pagar los habares de. los tripulantes y ese mismo 
>oro oompíará carbón en Cayo-Hueso, y pólvora y balas si necesa- 
>rio fuesen; tenemos, pues, que en nuestro sentir, <son cubanos)^ to- 
' >da3 los recursos de que se ha echado mano para sacar á los moni-* 

>tore3 de la inacción en que se hallaban en un puerto americsudo, desde 
>el dinero y la influencia, hasta las simpatías.» 
- Hé aquí los falsos elementos, Iqs medios pérMos que se emplea-* 
ban para exaltar el ánimo de lait masas y dar á las i^oaflscaciones 
de bienes und^ eatension ilioútada. 

Para predisponerlos contra los jefes militares, impelerlos á fu- 
silar los prisioneros y evitar que, remitiendo los complicados políticos 
á las autoridades de los pueblos, se les > administrara justicia, hé 
aquí lo "que decía La Voz de Cubaí 

«Nq se nos oculta cuan cómodo y espedito es el reeurso, XMira 
»eyitar ulteriores compromisos, de prenderá las personas queapa- 
>rezoan complicadas en los crímenes que se cometen hoy en la isla 
)Kle Cuba y enviarlas luego, para que por el capitán general sean 
>juzgadas.«. La pena de los rebeldes y sus cómplices está fijada y 
>debe cumplirse inmediatamente.» 

Censura después sin ambajes la política conciliadora de Dulce^ y. 
añade que La Voz de Ci^a ha tenido siempre razón para pedir ri- 
gor y medidas enérgicas. 

Contrayéndose á los estranjeros, dice que es indispenisable lan- 
zarlos del país, si á los cinco aikos de estar en él no toman carta 
dé naturalización; y ocupándose de la clase ilustrada^ de los maes- 
tros de escuelas particularmente, maniñesta que la educación se en- 
cuentra confiada á en^nigos declarados de la patria, que empapa- 

9 



— ee — 

ráa á la juventud en loa principios que profesan, y que las nuevas 
generaciones serian cada vez jnás hostiles á los que les dieron el 
ser, y acabarán por declarar la guerra á la nación que los llevó 
en el seno. 

En cuauto á la curia, aftade que no le merecen ninguna confian- 
za muchos de sus individuos; que tanto en los campos como en las 
poblaciones, cometen gravísimos abusos y son notoriamente desafee* 
tos al Gobierno, y que era indispensable, sin consideración ni con- 
templaciones, separar la cizaña de ^a buena yerba. Este número del 
periódico, 16 de Marzo, viene esplicando la idea de despojar de los 
únicos oficios lucrativos que ejercían hijos del país, para darlos á 
los peninsulares; la mira de entregar la juventud cubana á los je- 
suítas, y la zafia que emplearon contra los pobres curiales y peda- 
gogos los invictos Voluntarios. 

Y ya que estamos resueltos á contribuir, con todos los medios 
que estén á nuestro alcance, á que la luz se haga en las cuestiones 
de Cuba, porque creemos que de la mentira y del engaño dima- 
nan muchos de nuestros errores cometidos en aquel país; ya que 
deseamos mostrar ante la verdad, desnudas de galas, ambas ban- 
deras, y señalar los orígenes de Iqs hechos que hoy se tocan, y cu- 
yas funestas consecuencias podremos tal vez precaver, 6 teadr«mes 
que llorar como mujeres más tarde, indispensable nos es declarar 
que las predicaciones de La Voz de Ctíba, inspiradas en s« mayor 
parte por los partidos reáecionario y negrero, han influido mucho 
en los males qu^ hoy deploramos. 

Si, á esas predicaciones é inspiraciones se ha debido ^tá guer- 
ra á muerte que hacemos en campos y ciudades; esos terribles ase- 
sinatos, confinamientos y deportaciones sin formación de causa, los 
martirios que han recaído, muchas ocasiones, en seres inocentes; 
á ellas debemos esos innumerables secuestros de bienes, sin causa 
ni razón justificada, y la dolosa administración de los mi«(mos; á 
ellas debemos esas sangrientas procla!mas de Valmaseda, que pres- 
criben el incendio del hogar deshabitado, y condenan á instantánea 
muerte á los ancianos, á las-migeres y á los niños que de ellos se 
alejen algunos pasos; á ellas debemos ilegítimas disposiciones con 
que se hacia á Dulce declarar piratas á todos los buques, aunque 
se encontrasen en mares libres, y que hemos tenido que retirar ru- 
borizados; aellas debemos esos asesinatos jurídicos, que pesarán 
siempre sobre los consejos de la comisión militar y los de guerra, 
y ese odio que se ha infiltrado contra estranjeros industriosos y 



— 6T — 

o 

contra todos los hombres liberales de Cuba; á ellas debemos esa emi- 
gración inmensa, ese desden con que en las antillas se mira nues- 
tra gloriosa revolución, infecunda en verdad para Ultramar, por la 
intransigencia de ese fatal partido; á ellas y á sus inspiradores de- 
bemos el que la libertad y la justicia y la honra nacional no sean 
hoy una verdad en España; á ellas debemos la prolongación de esa 
guerra maldita de raza empléala contra nuestros hijos; ese horri- 
ble propósito de reducir á cenizas cien pueblos, antes de ace^^tar 
para ellos una Constitución liberal, y tanta sangre, tantán lágrimas, 
tanta ruina^ tanta' deshonra. 

<A1 fin...» esclamó un dia La Voz de Cuba, como dilatando sus 
pulmones y respirando con felicidad. ¿Y qué quería decir esa ft»ase? 
¿Los insurrectos arrepentidos y los estraviados de una y otra parte 
se daban un fraternal abrazo bajo la bandera liberal española, y 
volvían ^l fin» contentos á sus hogares? ¿Se habia alcanzada <al 
fln> una gran victoria sobre nuestros enemigos? ¿Lucia «al fin» pa- 
ra Cuba y ptara España la aurora de la paz y de la reconciliación; 

Np. Al fin la üleguridad pública ha recibido una nueva garantía, 
esclamaba La Voz de Cuba , simplemente porque se hablan oido sus 
consejos, y porque según ella, quedaba satisfecha la justibia huma- 
na. ¿Y qué era lo que pasaba para esta esclamacion? Vamos á re- 
ferirlo. 

Era la tarde del Domingo de Ramos, 21 de Marzo de 1869; baja- 
ban por las rampas de la Cabana de la Habana doscientos cincuen- 
ta hombres, de dos en dos, algunos de ellos esposados, otros ata- 
dos por los brazos, cogidos otros por las manos de los Voluntarios, 
que constituían su custodia: entre ellos se veian ancianos venera- 
bles, de barbas y cabellos blancos, frente inmaculada, queridos en 
el país por su probidad, com<^ el antiguo director de la Caja de 
ahorros, D. Carlos del Castillo; se miraban jóvenes hermosos, que 
eran la gala de los salones más distinguidos de la Habana; habia allí 
sacerdotes^ abogados, procuradores, médicos, literatos, banqueros 
opulentos, pobres labriegos, inocentes padres de familia, arranca- 
dos un dia de su hogar sin saber por qué ni para qué; seres hu- 
manos, en fin, desde la edad de «ochenta años> hasta la de <diez>(l) 



(1) En el libro publicado por una de las víctimas de aquella me- 
dida, D. F. Javier Valmaseda, y muy curioso por los datos históri- 
cos que. encierra, titulado Impresiones de un viaje á Guinea, se di- 
ce que el más anciano de todos era D. Juan González, que contaba 80 
años, y el más joven un pardo de diez, etc. 



— 68 — 

Esos hombres alzaban sus ojos al cielo, mientras sas labios mnr- 
maraban acaso nn eterno adiós á la tierra tiatal que tenían al fren* 
te, y se dejaban conducir al YtLpor Francisco de Bot-ja^ donde se ha- 
bía construido una jaula para encerrarlos allí como fieras, y donde 
los esperaba una compañía de Voluntarios para su martirio, y un 
cantinero para «estrangularlos.» 

¿Qué habian hecho esos hombres? ¿Qué juez los condenaba? ¿A 
dónde iban?... Se .presumía que muchos de ellos amaban á su país, 
amaban la libertad y aborrecian la tiranía. Se pensaba que alguno 
podía favorecer con su dinero la redención de la' esclavitud; pero 
la justicia ni siquiera les habia preguntado su nombre, ni permi- 
tido una palabra para su defensa, ni el esclarecimiento de un he^ 
cho capaz de significar un delito ó una falta. 

Esos hombres iban á Fernando Póo, donde hay lugares que en el 
aire se respira la muerte y por donde corren aguas envenenadas; 
iban condenados sin ser oídos ni juzgados, á un martirio positivo, 
á una muerte lenta, lejos de la familia y de la patria; i)ara libertar- 
les— ¡quien lo diría!— de las garras de los inmctos Voluntarios, se- 
dientos de su sangre y que miraban este cuadro á la luz vesperti- 
na, agrupados en la opuesta orilla, en el muelle de Caballería de 
la Habana, sonriendo de felicidad, sin advertir que aquellas mira- 
das de despedida que se dirigían á la tierra natal, las acogía Dio.^, 
y que en ese mismo instante innumerables hivérfanos, desconsoladas 
esposas, infelices madres, le pedían justicia fijando sus ojos arrasa- 
dos en lágrimas en aquel barco que, suspendiendo el ancla, se apres- 
taba á salir. 

¡Al fin! esclamaroA algunos al verlo pasar la boca del Morro. No, 
dijeron otros, queremos sangre... y un infeliz muchacho de diez y 
nueve años que se enc<^ntraba en aquellos grupos de Voluntarios, don 
José Cándido Romero, hubo de tratar, según unos, de apoderarse de 
un reloj de estos, ó lo que es lo más probable, exaltado por la con- 
sideración de aquel cuadro que tenía á la vista, y que arrancat)a 
alaridos de alegría á los salvajes que le rodeaban, no viendo á su 
lado ni un solo hombre, ni un corazón capaz de sentir en toda su 
verdad aquella impresión, -se escapó del suyo instintivamente un ¡vi- 
va! á Cuba ó á la libertad. 

Bastó esto para que cien manos cayesen sobre él, intentando des- 
pedazarle. El muchacho estaba inerme, no habia á su lado ni en 
aquella muchedumbre un solo cubano, ni era posible temer la me- 
nor alteración del orden en aquellas circunstancias. Un comisario 



Mh 

V 



— 69 *- 

1 

(le policía que estaba cerca, quiso apoderarse del joven Romero, 
manifestando al propio tiempo á los Voluntarios que iba á someterlo 
á la justicia para que lo castigase conforme á la ley, si era crimi- 
nal. Los Voluntarios le arrollaron, y él dijo iba á dar parte al ca- 
pitán generid, más en la vecina Plaza de Armas cayó muerto por 
una descarga que aquellos le hicieron. 

El general Dulce, bajó de su palacio entonces solo, y se dirigió 
al cuartel de la Fuerza, á donde arrastraban los Voluntarios al des- 
graciado joven Romero, exigiendo su instantánea^muerte... El ge- 
neral Dulce, formó un consejo de guerra de <gefes de Voluntarios,> 
presidido nada menos que por el coronel D. Julián de Zulueta; se 
mandó buscar el auditor de guerra y un confesor instantáneamen- 
te: el ^verdugo era innecesario, habla allí cuatro Voluntarios,» se 
pronunció el fallo, todo en una hora, se hizo arrodillar al infeliz 
muchacho, se le vendó y una descarga le dejó muerto. 

Los Voluntarios, hicieron entonces una fiesta: «desfilaron (dice 
y^La Yoz de Cuba) por debajo de los balcones de palacio, dos pique- 
>tes de los distintos batallones que se reunieron allí, y fueron sa- 
>ludados por el general Dulce, á cuyas palabras contestaron con ca- 
»lorosos y entusiastas vivas, á España y á la autoridad que la re- 
»presenta.> 

€\k\ finí» esclamó La Yoz de Cuba al siguiente dia.^ 

Al fio... se ha sellado con sangre nueatro pacto: Al fin eres 
nuestro^., has entrado en la senda de ilegalidades y tiranía que te 
trazamos. 

Para muchos, D. Domingo Dulce se puso esa tarde aquel gorro 
con que cubrieron la cabeza dé Luis XVI los que iban á cortársela 
después. Nosotros solo vimos que el gorro frigio, cubrió desde esa 
hora la bandera de la libertad, lanzada del palacio, para colocar en 
su lugar el pendón triunfante del partido reaccionario. 

Hemos oido referir esta escena á una persona que la presenció 
en el palacio, y nos dijo que cuando D. Domingo Dulce entró en 
la sala y se halló en el seno de su familia, y rodeado de otros in- 
dividuos que parecian reconvenirle con sus miradss, pálido y tré** 
mulo, como queriendo escusarse fijando las suyas en tierra, esclamó. 

—«Comprendo, señores, en este instante, que se puede inmolar 
>á un hombre inocente sin merecer cargo alguno. Si yo no les doy 
>sangre esta tarde á esas fieras, corre á torrentes la más precio- 
>sa del pais« El consejo responderá de su conducta al cielo 

Y solo y pesaroso se entró en su cuarto. 



— 70 ~ 

Y el. cielo empezaba á cubrirse de estrellas en esos instantes, 
y esas estrellas reflejaban su luz en un buque que hendia las olas 
del mar, y en dos cbarcos de sangre que mostraba la tierra. 

En aquel buque iban 250 hombres condenados al martirio; de ellos 
han perecido á esta fecha, en medio de la más fuserba agonía, ¡cin"- 
cuenta y nueve! 

Sobre esos dos regueros de sangre cayeron las lágrimas de una 
pobre madre y muchos huérfanos para Ajar en aquel suelo una 
mancha indeleble. 

Y aquel martirio y esta sangre eran de seres inocentes á quienes 
no habla juzgado la justicia de la tierra. 

¡Ojalá que la del cielo olvide, en el dia de su ira, á los autores 
de tantas iniquidades, y abra los ojos de los hombres que, á pesar 
de ellas, siguen llamándose héroes de la patria y defensores de la 
integridad na(5ionalI 



X. 



Creyó D. Domingo Dulce que bajo aquel pendón podría siquiera 
administrarse justicia. ;Error funesto! Ese pendón llevó al' seno de 
los tribunales el cohecho, el soborno y la inmoralidad más inmunda. 
Bajo ese pendón han sido por segunda vez encadenados centenares 
de bozales, á quienes el Gobierno habia redimido de la esclavitud. 

¿No os ha dicho Gastelar en su último discurso parlamentario, 
que D. José de la Pezuela, y aun el mismo señor Regente del reino 9 
emanciparon negros procedentes de espediciones de Aí^iea, cuando 
fueron capitanes generales de Cuba; y después los tribunales de- 
clararon esclavos á esos mismos emancipados? Pues esta, que es una 
verdad, como todas las que salen del corazón, más que de los labios 
del gran tribuno, os esplicará la frase de magistrados negreros^ 
que nos veremos en el doloroso caso de emplear alguna vez más 
tarde^ y de los que por desgracia alguna conocemos. 

Creyó también Dulce que,, podria realizar sus miras conciliadoras 
á la sombra de aquel pacto tácito que acababa de celebrar con los 
Voluntarios; y se equivocó lastimosamente. El pacto era de sangre, 
y la idea de benevolencia, de paz y generosidad no se albergarán 
jamás en esos corazones que han declarado guerra á la ley de Dios, 



— 71 — 

haciendo al hermano esclavo del hermano: guerra á la hunianida<l, 
convirtiendo al hombre en cosa^ sensible solo al látigo; guerra^á la 
civilización, sosteniendo la esclavitud en pleno siglo XIX. 

Creyó por último D. Domingo que aquellos vivas que se le dieron 
en la tarde del asesinato jurídico de Romero, podian ser una ver- 
dad. Engaño también. Cada uno de esos vivas, significaba un muera, 
porque el negrero miente siempre. Nadie más que él, repite que 
la trata ha muerto y con más insistencia cuando está próximo á 
recibir una espedicion: nadie, ni el Sr. Romero Robledo ni La Inte- 
gridad iVíxctona? execra más la esclavitud, solo que para proclamar la 
abolición seria necesario seguir ensayando aquella un par de siglos. 

En cuanto á su sinceridad, oid una anécdota: Visitaba el general 
Lersnndi, por invitación espresa de uno de los más afamados negreros, 
la dotación de esclavos de su gran ingenio. Habíales vestido ese dia 
de limpio y formado un inmenso circulo en el cual introdujo al ge- 
neral, describiéndoles á grandes voces el magnífico trato que les 
daba, y lo contento que de él estaba su negrada, inmensamente 
más feliz, a&adía, que nuestra clase proletaria de Europa. El gene- 
ral Lersundi, sin duda para halagar más ^ su amigo, s^ acercó al 
negro que le pareció más lozano y hermoso. ¿Estarás muy con- 
tento con tu señor? le preguntó.— Muy contento, si señó, repitió con 
una risa nerviosa; pero mucho ctiero, mi amo* mucho ewero.— El 
general M«o como que no entendía, y el amigo le sacó del círculo, 
temiendo con razón que el viento alzase la camisa de alguno de los 
que lo componían. Entonces se habrían visto proñindas cicatrices, 
marcas de hierro candente y bajo recientes costras, gotas de san- 
gre sacadas por el acerado látigo, que habrían desmentido tanto ci- 
nismo. 

Nadie habla tanto de la honra nacional como los negreros, y no 
hay quien en realidad más la menosprecie y comprometa. Cada es- 
pedicion de África que se ha introducido en Cuba, es un borrón eóha- 
do sobré la honra de España, empeñstda en solemnes tratados con la 
Inglaterra á la faz del Universo. Hé aquí, sin embargo, los que nos 
ensordecen con sus gritos de honor y de integridad nacional. 

El negrero jamás dice la verdad, ni aun cuando habla á Dios ni 
aun cuando acaricia á sus hijos. Si la dijesra, se acordaría entonces 
dé que Dios vé en la conciencia; se acordaría de que Dios hizo á los 
hombres hermanos é irla á purificarse de la sangre de Abel antes 
de acercar sus labios manchados, á la frente de esa criatura á quien 
dio el ser, frente sobre la cual puede recaer más tarde la espiacion. 



— 72 — 

El negrero comete, en uno, todos los crímenes; desde la simple estafa 
hasta el soborno, desde el plagio hasta el asesinato, desde la traición 
hasta la piratería. ¿Cómo fué, pues, tan candido el general Dulce, que 
creyó sinceras aquellas aclamacionss, cuando de tales labios y de s u 
instrumentos, los Voluntarios, sallan? 

Pero insensiblementd nos hemos desvia lo de nuestro plan. . 

Decíamos que D. Domingo Dulce se habla engañado al creer que 
á la sombra del pacto tácito que habla celebrado con. los Volunta- 
rios aquella tarde funesta podia siquiera administrar justicia, al- 
canzar algo en la senda de la paciücacion, y que aquellas demos- 
traciones eran sinceras. Demostremos con hechos la verdad de nues- 
tras apreciaciones. 

Después que salieron de la Habana los deportados á Fernando 
PüO, qu3daron en la Cabana, entre otros presos políticos, 21 jóvenes 
algunos de ellos de 16 años: jóvenes que hablan sido aprehendidos 
en un pailebot inglés, nombrados GcUvinic^ por el vapor Conde de 
Venadito: se dijo que al darles éste caza les habla visto echar al- 
gunas cajas al mar, que se creyó fuesen de armas destinadas á Quba. 
La aprehensión se hizo en Enero del 60; por consiguiente, dentro 
de los cuarenta dias señalados para acojerse á la amnistía da Dulce, 
que debió ampararlos; pero los reaccionarios se opusieron, y fué 
necesario someterlos al tribunal competente, que era el de marina. 

Este juzgado condenó á ocho años de presidio á unos y á seis á 
otros; paro los . invictos Voluntarios los habían sentenciado á todos 
desde el principio á muerte, y exigían, como siempre, que este fallo 
se cumpliese, con preferencia al de la justicia. 

Fué necesario para que no lograsen su objeto, que el gobernador 
de la fortaleza, de acuerdo con el jefe del batallón, los entretuviese 
en un ejercicio militar, y entre tanto se sacaron y embarcacpn los 
presos, que por cierto deben estar cumpliendo sus condenas «n unp 
de nuestros arsenales. 

Los Voluntarios reputaron esto como un atentado, y declararon 
á Dulce una guerra más encarnizada, si cabe que la anterior, porque 
no dispuso que con esos infelices jóvenes se hiciera lo que con don 
Cándido Romero. El comité abrió desde luego nuevo proceso ^\ ca- 
pitán general. 

Veamos lo que pasó respecto, á medidas conciliadoras en jesas 
circunstancia?. Juzgó D. Domingo que la sangre inocente y las lá- 
grimas derramadas el 21 de Marzo, las ejecuciones en garrote vil 
que le siguieron de los infortunados León y Medina, quince dias des- 



-. 73 — 

pues, y las venganzas á que éstas dieron lugar, habrían calma- 
do la sed de los bizarros; juzgó que reconciliados ya, podía or- 
denar que la guerra se- hiciese más dignamente, bien convenci- 
do de que el sistema de sangre y fuego, entronizado hasta en- 
tonces, la eternizaría, multiplicando los odios y las dificultades, y 
alejando de Cuba tal vez para siempre los beneficios de uha paz 
honrosa y segura. Recomendó, pues, á los generales Letona, Pelaez, 
Buceta y Escalante y al coronel Modet, que procurasen atraer el 
mayor número posible de los ilusos, que tal vez comprometidos, 
habrían engrosado las ¿las de la insurrección, y que desengañados 
ya, deseaban acaso volver á sus hogares. Dispuso, en consecuencia, 
que se diese á estos buena acojida, y 90 velase por su seguridad. 
Asi lo hicieron esos jefes; pero como los chapelgorris y Voluntarios 
no les perdían de vista, como tenían su gobierno aparte á quien 
obedecer, y la consigna era estinguir la raza* cubana, cada vez que 
los generales espedían salvo-conductos, ó no fusilaban instantánea- 
mente los prisioneros ó acogían á los presentados, los Voluntarios 
se enardecían, propalaban que los salvo-conductos eran vendidos á 
precio de oro, y daban cuenta á su comité, que á su vez, juzgaba 
y sentenciaba á los generales Pelaez y Buceta y al coronel Modet. 

Este último muy particularmente, era odiado entre ellos, por sus 
opiniones liberales, emitidas en las Cortes y en la junta que tuvo 
lugar en palacio en Octubre del 68. 

El hecho es, que comprendiendo el general Pelaez y el coronel 
Modet, que era imposible cumplir las órdenes del capitán general 
Dulce vinieron á la Habana á fines de Mayo á darle cuenta de lo 
que pasaba. 

Alojóse el general Pelaez en el hotel Telégrafo, situado en el 
campo de Marte, donde se presentaron por la noche los Volunta- 
rios á darle una tremenda cencerrada, que había de terminar ar- 
rastrándole por las calles. Advertido á tiempo, se ocultó en un bu- 
que de guerra, y solo se ejecutó con gran escándalo el primer acto 
del drama. 

A la siguiente noche debía repetirse á beneficio del coronel Mo- 
det, que habitaba con su señora, en la casa llamada del ma'cero^ 
sita en el mismo campo de Marte. Afortunadamente lo supo el pro- 
pietario, y logró que su familia llevase á la del Sr. Modet, ese día, 
á Marianao; haciendo pasar recado al coronel, para que evitara la 
catástrofe que le amenazaba. 

Presentáronse los Voluntarios con gran algazara al frente de la 

10 



— 74 — 

casa eu las primeras horas de la noche; dieron su cencerrada, comen- 
zaron los gritos de muera y como nadie salla á los balcones, pe- 
netraron armados en la casa, donde los recibió el dueño, que era 
peninsular; preguntaron por el Sr. Modet, regí araron aquella hasta 
en sus últimos rincones, y no encontrando su yíctima, se dirigieroii 
furiosos al palacio de la capitanía general, decididos á destituir ó 
asesinar á D. Domingo Dulce, si se obstinaba en conservar el mando. 

En la Habana no había entonce^ más que un pequeño cuerpo de 
caballería y 200 ó 300 hombres de infantería de linea. El general Dulce 
á preyencion mandó situar la cabaileria en la plaza de San Fran- 
cisco, cuando ya se agrupaban los Voluntarios alrededor del pala- 
cio, no sin dejar una gran reserva tendida frente al teatro de Tacón, 
y dispuesta á acudir al primer llamamiento que ellos hiciesen. 

Serian las once de la noche del 1.^ de Junio, cuando aquella mul- 
titud empezó á dar Sus horribles alaridos entre los que resonaron 
muy distintamente algunos vivas á Isabel 11^ si bien los más se 
reducían á imprecaciones contra Dulce y su señora, que llevaba el 
pecado original de ser hija del país. En esta actitud intentaban 
subir á palacio: más reunidas en los a] rededores algunas autorida- 
des y peninsulares paeiñoos, lograron calmarlos un tanto, comen- 
zando desde entonces á gestionar las comisiones y á celebrarse 
conferencias á cielo descubierto, en las cuales hacía un gran papel, 
el magistrado-ardilla, con su traje de Voluntario, y sus amigos los 
negreros más conocidos por una parte; y por la otra, el general 
Espinar, el gobernador López Roberts y empleados que debían sus 
destinos á Dulce y á la revolución, y de los cuales algunos fueron 
con justicia acusados por la opinión pública de haber figurado en 
aquella asonada de una manera degradante. 

Agotados los medios conciliatorios, y deseando Dulce despejar 
aquella incógnita, ó lo que es más probable aún acordándose de 
la defensa que en una noche memorable hizo del palacio de Madrid, 
él sólo, con un puñado de hombres mandó que la caballería cárgase 
sobre aquella multitud amotinada y furiosa. 

El jefe de ese pequeño escuadrón, coronel Frank, doblegado á 
los voluntarios, se negó á obedecer á su capitán general, y comen- 
zaron de nuevo las interrumpidas y vergonzantes negociaciones en- 
tpe los ene,migo3 de la revolución y el representante de España, 
entre los Voluntarios y la autoridad legítimamente constituida. En 
•ellas los halló la aurora, y entonces cuatro ó seis negreros, un par 
de coroneles de Voluntarios y un grupo de oñcíáles subió las esca- 



~ 75 — 

leras de palacio á intimar á D. Domingo Dulce, en los términos más 
groseros, que dimitiese su cargó, que aceptaría el segundo cabo, 
general Espinar, en razón de no merecer ya la confianza del par- 
tido peninsular. . 

' Don Domingo pasó una mirada de desprecio por aquella turba 
que lo rodeaba, y entre la cual de seguro habia sugeto que jamás 
habian pisado esos salones; buscó á los agitadores que medio escon- 
didos, bajaban sus cabezas en segundo término: parecía preguntar 
coa sus azules ojos á todo el mundo si habia allí algún hombre^ 
y solo encontró la iadignacion reflejada en el pálido semblante de 
D, Joaquín EJscario qué murmuraba entre dientes un canallas, que 
muchos oyeron. 

Fatigjado al fin por aquella atmósfera, saturada por la traición, 
el cinismo, la calumnia y las apreciaciones más absurdas; inter- 
rumpió SU& alaridos esclamando: 

—«Está bien; voy á renunciar; pero registrad esta data: hoy em- 
pieza España á perder la isla de Cuba.» 

Entró en su despacho, y en cuatro frases estendió su renuncia; 
los Voluntarios se retiraron entonces á sus hogares, mientras que 
los cónsules de las naciones estranjeras trasmitían al mundo ente- 
ro por telégrafo estas palabras: 

«El general Dulce ha hecho renuncia de la capitanía general de 
la isla de Cuba, bajo la presión de los Voluntarios; saldrá mañana 
para España.» 

Muchas familias habaneras, de las más leales al Gobierno, acu- 
dían á proveerse de pasaportes para dejar á Cuba bajo el poder 
de los Voluntarios, ya que el de España con honra habia desapare- 
cido de aquella isla, tal vez para siempre. 

Hé aquí la obra de esos buenos españoles, que arrojaron áJa faz 
de la nación al hombre que había ido allí á representarla, y que 
sin embargo blasonan aun de leales. 

Hé aquí á los heroicos Voluntarios mintiendo sumisión á la au- 
toridad legítima, para desarmarla y caer luego sobre ella, como 
bandidos, á sorprenderla en medio de la noche. 

Hé aquí á los valientes que se excusan de ir al campo á com- 
batir" la insurrección y se entretienen en los pueblos en paseos 
militares,, en insultar mujeres, en asesinar niños, en hacer una fies- 
ta del cadalso, en ultrajar y exasperar á un pueblo inocente, y en 
dar asaltos como el que descrilnmos. 



— 76 — 

¿Sería este en el que ganaron á Cuba para España, para imponér- 
sela luego, bajo condiciones, como ba dicbo cierto papel? 

jAb! lo que nos babeis ganado es el odio de nuestros bgos, oon 
vuestra estúpida soberbia; la execración de todos los hombres hon- 
rados, con vuestras barbaridades; y una ineludible intervención es- 
tranjera con vuestras locuras. 

¿Y cuales serán esas condiciones? Ya las sabemos, conservar allf 
el monopolio, la inmoralidad, el despotismo, la trata y la barba- 
rie. No lo esperéis; España prefiere una y mil veces dar la liber- 
tad á sus hijos de Cuba, reconocer su independencia antes de per- 
mitir que sigáis arrastrando allí por el lodo la bandera que levan- 
tamos en Cádiz. 

El universo entero sabe que vuestra enseña no puede, no debe, 
no será nunca la. nuestra, porque estamos decididos á que esta no 
represente en Europa, ni en América, la tiranía, el fanatismo y la 
esclavitud. 



XI. 



No falta quien pretenda todavía persuadirnos de que la destitución 
de D. Domingo Dulce del cargo de capitán general de Cuba, no fué 
efecto de un complot entre reaccionarios, negreros y Voluntarios; sino 
de la fraternización instantánea de estos últimos con las tropas. 

ün año ha trascurrido ya desde este acontecimiento, muy pequeño 
en sí mismo, si bien de gran influencia en el porvenir de nuestro poder 
en América, para que se nos escape el menor de sus detalles. Datosnos 
sobrarían, si demostrar quisiéramos ahora mismo que, no la destitu- 
ción de D. Domingo Dulce, sino todo lo que en Cuba viene sucediendo 
de cierto tiempo á esta parte, efecto es de un complot inicuo de reac- 
cionarios y negreros contra la libertad, venga de donde viniese, con 
tal que se oponga á sus tráficos vergonzosos, á sus indignos monopolios 
y á su funesta influencia en Cuba. Acaso nos ocupemos de esto más 
tarde. 

Nuestro plan por ahora es más sencillo, mas directo: queremos enla- 
zar los sucesos más culminantes: esos sucesos que han encubierto ó des- 
figurado los periódicos de Cuba y los agentes reaccionarios y negreros 



*- 77 — 

en MadPid, y que eo6tinaáremo3 presentando nosotros bajo su verda- 
dero punto de vista. 

Desde que se advirtió la actitud que tomaba el partido conser" 
nador en la Habana, en presencia de nuestra revolución de Setiembre 
y ^sde que se cnvcaron los primeros telegramas entre aquel y el 
ministerio de Ultramar, ya podia comprenderse muy claramente que 
fuera cual fuese allí; el representante de nuestras libertades, seria 
mal reeibkio i>or el partido peninsular intransigente y aquellas re- 
ehazadas, sino adoptábamos . esas grandes resoluciones que inspiran 
siempre los grandes principios á las naciones poderosas. 

Don Domingo Dulce estaba sentenciado de antemano, y cuatro 
meses antes de su deposición, todos presumíamos poco más áme- 
nos lo que habia de suceder; y no faltó algún periódico de los Es- 
tados-Unidos y aun de Madrid que publicara su sei^encia. 

En efecto, recordamos haber leido en algún número de La Dis" 
cusion del mes de Febrero ó principios de Marzo las siguientes pa- 
labras, que copiamos en nuestra cartera, si bien por un olvido no 
apuntamos el número del periódico: tDíce una correspondencia de 
>Nueva-York fecha 13 de Febrero: <Se ha confirmado lá resolución 
>de los insulares (?) y peninsulares de buena té en que insisten en 
>destituir al general D. Domingo Dulce, invistiendo de sus faculta- 
>des al general Espinar, quienes están en abierta y declarada pugna.». 

Hacia un mes apenas que habia llegado á la Habana el general 
Dulce y ya se hablaba de la confirmación de un complot, y hasta de 
su sucesor, ni más ni menos que lo que acaeció el 2 de Junio. 

¿Pero se desean ver esplicadas las apreciaciones que se hacian 
de su señora en esa noche? Véase la misma correspondencia: ya se 
pinta á esta ingirióndose en los negocios públicos,— lo que era una 
falsedad manifiesta,— y mirándose (así se dice) en el espejo de la 
emperatriz. ^ 

¿Se quieren esplicaciones de los vivas dados á doña Isabel II en 
los momentos del tumulto? Pues sépase que entre los Voluntarios 
de la Habana se repartió algunos dias antes una carta impresa, en 
que se decia, que los generales Serrano, Dulce, Latorre y los co- 
roneles Modet y Menduiña, se habían comprometido desde el vera- 
no de 1868 con algunos cubanos ó sus agentes en Canarias á dar á 
Cuba la autonomía, con tal que ellos ayudasen á la revolución con 
una gran suma, y la que en efecto dieron, por lo que habia coinci- 
dido el levantamiento de Yara con el de España. 

Bscusado es decir que solo en la ignorancia de los Voluntarios 



— 78 — 

podo influir una pati^fta semejante, aborto del partido isabelino^ 

abrigado por los que querian á todo trance desacreditar allí núes* 
tra revolución para oonaervar el statu quo. 

Nosotros hemos oido asegurar muy seriamente á uno. de los je- 
fes del partido reaoeionario, que la revolución de Espa&s se bábia 
hecho con dinero de Cuba; sabíamos que La Prensa erü el órgano 
de este partido, y que los negreros los esplotaron á su placer en 
los momentos de la acción, para quebrarlo después escribiendo á Es-- 
paña, nada menos que en la Quincena del 30 de Junio estas pala-^ 
bras. «Noticias inexactas. Aconsejamos á los hombres políticos de 
»la Península^ que no den erédito á las reseñas de La Prensa. £s- 
>te periódico se inspira en sentimientos hostiles á los hombres que 
>rigen actualmente los destinos del pais; es órgano de una asocia- 
>cion religiosa, contraria á todos los principios liberales, adicto has- 
>ta el estremo á la situación derrocada en Setiembre, y pugnando 
>por la restauración, etc., etc.» 

Sin embargo^ el redactor de La Prensa D. Gil Gelpi y Perro 
acaba de sep nombrado ahora director de. La Yoz de Cuba^ y la tal 
revista qu&'^itamos era nada menos, que suplemento político de 
La Voz de Guba, 

Aten cabos nuestros- lectores mientras que nosotros, en dos pa-^ 
labras, vamos 4 decir la verdad^ 

Es esta, que el complot de deponer á Dulce, tuvo por objeto evi- 
tar la introducción de toda reforma política en Cuba, atacar nues- 
tra revolución de Setiembre, hacer abierta guerra á las institucio- 
nes liberales que España acordaba á sus provincias de Ultramar, y 
á los hombres de la situación que habían ido allí á representarla, 
si> desde luego no se sometían á las exigencias del partido peninsu- 
lar intransigente. Todo esto, que en el mundo . entero habia sido 
combatido como una bandera de rebelión, constituye la obra de los 
bizarros Voluntarios, el testimonio de paMotismo délos heroicos 
negreros, y por fin la salvación de Cuba, al decir de algunos qaé 
mantienen espirante la insurrección hace veinte meses, y á Espaila 
en constante jaque. 

Mas continuemos nuestra* narración: al destituir á D. Demingo 
Dulce, se prometían unos reservar la perla antillana para la coro- 
na de doña Isabel; otros constituirse ellos en gobierno y satisfifteet» 
en la raía criolla sus instituciones salvajes; y otros, en fin, conser- 
var simplemente el sta^u qtw: pero sucedió que al abandonar el va- 
por que nos trajo á Dub^, las playas de Cuba, se miraron unos á 



^ 79 ~ 

ptros; no su^roa qué hacer y tuvíBroQ por conveniente celebrar una 
gran reunión» 

Hubo eñjella quien les hieiera comprender por 1q pronto que el 
propósito de restauraeioa ó de gobierao propio, entrañaba desde lue- 
go el hecho de la independencia de la isla de Cuba,quo podría oca- 
sionar grandes conflictos, traer una intervención estranjera y pro- 
ducir para todos la pérdida de aquella preciosa, antilla. Así logró 
persuadírseles de que no ooaveaia adoptar ningún sistema desgo- 
bierno emtnentemente hostil al de la madre patria, porque en este 
caso se ponia en peligro la seguridad del. territorio; que debia eli- 
minarse á los hombres de la restauración, desautorizar esta idea 
por lo pronto, y aceptar el nuevo capitán general, á quien no seria 
diñcil imponer la ley del partido. Si á la larga ó á la corta no aca- 
taba esta ley, seguiría la misma sMorte de Dulce y Dios proveería 
después. 

.; Estas conferencias y deliberaciones originaron la reconstitución 
formal del Casino español, que es hoy como todos sabemos, el cen- 
Itro principal de gobierno en nuestras provincias de Ultramar* 

Mas antes de ocuparnos de esta coi^poracion, y para que se tenga 
más completa idea de los sucesos á que nos vamos reñriendo y de 
sus^ combinadas ramilicaciones en toJa la isla^ apuntaremos lo que 
aconteció en algunas pueblos, indicando de paso que no llegó á rea- 
lizarse en todos por igual el proyecto, á causa de las modificacio- 
nes que á última hora sufrió. 

En la ciudad de Matanzas destituyeron los Voluntarios el 3 de 
Junio al gobernador López Pinto, en I4 misma forma, á las mismas 
horas y casi con los propios incidentes que los Voluntarios de la 
Habana quitaron el mando á Dulce, el día anterior. Nombraron go- 
bernador de Matanzas entonces á un Sr. León, reaccionario si los 
hay. 

En Cárdenas, en Güines y en Colon, resultó lo mismo, y el ge- 
•neral Bficeta fué objeto en Santiago de Cuba de los propios ultra- 
jes de los bizarros, que Pelaez en la Habana, y, como éste, tuvo que 
volver á la Península. 

Loa hechos, pues, con su inflexible lógica esclarecen, mejor aun 
que nuestras palabras, la existencia del complot á que antes nos 
contrajimos, señalan siis causas é irán determinando sus consecueñ- 

Ajustados de su obra los hombres del pendón ante las dificultades 
jque iban encontrando^ después de la salida del general Dulce, em- 



— 80 — 

I>6zaroii 4 oir algunas obaeryaciones tardías de los voás juiciosos. 
Espinar se cruzaba de brazos, dejándoles el mando casi en la más 
amplia libertad. £1 gobernador López Roberts, que alcanzaba fama 
de gitano, decia que, por momentos esperaba su relevo: el honra- 
do intendente Escario acababa de fallecer; el señor regente de la 
audiencia, Calveton, solía manifestarles, que aguardaba que el Tocho 
viniese á ocupar su silla, y no faltó quien les recordase el caso de 
un virey depuesto por los peninsulares en Méjico, hacia medio si-> 
glo, y que por cierto taé el último que representó allí á España. 

Todo esto tenía cariacontecidos á los promovedores de aquel 
atentado, que para distraerse celebraron meetings políticos y gran-» 
des banquetes en el teatro de Tacón, y asi pasaron los días en que se 
iba acercando al puerto el vapor Antonio Lopez^ que trata al nue- 
vo capitán general D. Antonio Fernandez Caballero de Rodas. 

XjOS Voluntarios, por su parte, voluptuosamente adormecidos en 
la ciudad, con la cantinela de los periódicos que lo declaraban Ci- 
des y Pelayos, sin haber disparado sus mosquetes en una sola cam- 
paña, aunque sí contra gente indefensa en teatros y cafés, llegaron 
á creer de buena fé que habían salvado la patria. 

Y en cierto modo no carecían de razón para pregonarlo así, pues- 
to que ellos gobernaban á Cuba, y no hemos conocido hasta ahora 
ningún gobernador de ,esa Ínsula á quien no se le haya debido su 
salvación. 

Por esto sin duda, todos vuelven á España adornados con un ti- 
tulo de Castilla, con una nueva banda en el pecho y con no po- 
cas peluconas en el bolsillo. Ya llegará para los Voluntarios la épo- 
ca de los títulos y las bandas, y en cuanto á peluconas, allí están 
los bienes denlos cubanos, que se les han ofrecido muy de veras, y 
nada parece más justo como que se repartan entre los invictos y i>or 

la sencilla razón de que los esclavos trabajan siempre para sus 
amos. 

Tales eran las risueñas esperanzas de esos Cides, y tal el can- 
guelo que las brisas de la mar difundían en Cuba, que el vapor Fer- 
nando el Católico se introdujo un dia por la boca del puerto, trar 
yendo á remolque una goleta, según se dijo, cargada de armas, has- 
ta el tope, y nadie profirió una palabra, y la goleta fué entregada á 
los pocos dias. No sabemos que percance resultó también á un convoy 
que se dirigía á los Tunas y al comandante Boniche, y no huboro- 
luntario, de aquellos más bizarros, que intentase ir al campo á ayu- 
dar á sus hermanos, y se contentaron con matar por segunda ó ter- 



.<■ 



- 91 •— 

cetta ves oon letras de molde á los cabeciliía^ Mármol, Peralta y Ru- 
balcaba. Poco» días después, Qnesada copaba un destác0,mento de 
50 hoiübres enSabaná Nueva, y los insurrectos se presentaban eá 
la ciudad de Puei?<o-Prlncipe, mientras ellos se efttreteftiañ en dar 
gfaodes paradas en la Habana, yen fiisfilar como espílas á los po- 
bres labriegos D. Antonio Espinosa, á su hijo D. Manuel y á Don 
Girilcy Arbosa, según vemos en los diarios de aquellos dias, aumen- 
tando la* lista de eíabargos con el número dé 200 deí'los más esco-^ 

gidOS. ;f . 

La emigración crecía, y crecía por instantes: el magistrado-ar- 
diüa había tenido por conveniente tomar las de Villadiego, y ve- 
nirle él Madrid á cubrir algunos ojos, á tapar algunas orejas y otras 
cosazas que era necesario no dejar traslucir por aquí, cumpliendo 
en aquella situa^ota^éomo^iempre, su gran papel de embajador y 
mlnisiira plempotericiario del'partido peninsular intransigente, mien- 
tras que éste, abandonado á su suerte^ no sabia qué hacerse en el 
i^éigimeiSk 4e la gran antilla. 

Hubo, puesj sileacio en las filas por algún tiempo: Xa Tbá^ de Cuba 
pudo decir <tque la tranquilidad pública no se habla' alterado uii so- 
lo Í4staiiilierrH:ei| la ctiudad db la Habana^ debió afiadir^ que se iba 
4|iuedap4o'SÍBiiiisttlaarésy e& poder de los señores VolúntiarÍos.> 
si .4QQviela<s autoridades funcionaban- con labsolutá indépendencia>— de 
España se entiende. j * : ' •* 

^ue Qo «e; había cometido en ésos dias un solo acto dé insubor- 
.dinaci0íi.»^Si se eaoeptúan los de Buceta, López' Pinto, Enriquez, 
etc., etc. ;.' .■::>... •■.'■- 

«Que el principio de. autoridad se conservaba' incólume,— y sobre 
él clavado el pendón reacoionario negrero. 

«Y que todas las fuersas vivas del país estaban al lado del ige- 
>neral Espinar, íaúiütándole el cumplimiento de su importante car- 
ago, y hacieado desaparecer cuantos obstáculos podía encontrar en 
»el ejereiciode su gobierno.> 

Era verdad, porque ninguno se separaba de allí para ir á pelear 
al campo, donde, al decir de los periódicos, no marchaban muy triun- 
fantes entonces nuestras armas, y porque aliviaron á tal estremó de su 
^arga al Sr. Espiníir;^ que se apoderaron del mando. 

M. Hall, cónsul de los Estados -Unidos en Matanzas, y persona muy 
respetable bajó todos conceptos, decia á su gobierno en aquellos dias 
4(quela alarma entre cubanos y estranjeros residentes en la ciudad 
era inmensa,» y sin embargo, la isla estaba tranquila. 

11 



— 82 — 

M. Piumb, repr^dentaüte general de la misma nación en la Ha- 
bana, y hombre muy afecto al partido peninsular, a&adia que «los 
Voluntarios que tenian allí la materialidad de la fherz^ ejercían pre- 
sión sobre. las autoridades,» y que entre ellos^ kabia mncba gente 
turbtUenta y perdida^ sohve la cual, confesaban los mismos jefes, 
que les era imposible ejercer influencia. 

El sentimiento que los domina, reitera, es el de un eie^o 'españo- 
lismo y el de un odio irreconciliable l^cia los cubanos, tratados to^ 
dos indistintamente como insurrectos. 

Y las autoridades funcionaban con independencia, y había subor- 
dinación, y el principio de autoridad era respetado, y eran las fuer- 
zas vivas del país los gloriosos, los bizarros, los invictos, los heroi- 
cos Voluntarios. 

Hé aquí la situación en que el general Caballero de Rodas en- 
contró la isla de Cuba al pisar sus ensangrentadas arenas, á las^ do- 
ce deldia28de Junio de 1869. 

Fué recibido allí por las aclamaciones de loa invictos, y dirigió elo* 
cuentes proclamas, babadas en estas tres grandes palabras: Espa- 
ña, Justicia y Moralidad. 

España decia por sus autorizados labios ¿ los.' Voluntarios, que 
merecían bien de la patria, que en toda la nación resonaba un grito 
de alabanza para ellos, y que. debían estar orgullosos de su buen 
proceder, ^omo él lo estaba de colocarse á su frente! 

Y la pobre EspSífia tquaianak^taba sus escesos, á quien acaban de 
arrojarle al rostro al general que mandó alli para representar su au- 
toridad, ¿había de alabar á los hombres que ^maIlchaban su bandera 
con sangre fratricida, que la eoniprometian incesantemente y que 
la ruborizaban cubriéndola con el velo del terror? 

jjusticia! Y ni una palabra de cortesía siquiera para su antece- 
sor, para el con;ipañero de armas, para una de las grandes ñgüras 
de la revolución de Setiembre, para el mártir ultrajado en Cuba, que 
habia ido allí á implantar la libertad y volvía espirante á Europa 
lanzado por una turba de miserables, que en lugar de alabanzas, 
castigos . y muy cruentos castigos merecían ante la ley, que es la ba- 
se de la justicia. 

Moralidad, ¿y era el medio de infundirla á sus subditos y de ins- 
pirarla á los Voluntarios recomendar como virtudes sus crímenes? 

« 

Los periódicos dicen (nosotros no lo sabemos positivamente), que 
algunos empleados beneméritos fueron despojados de sus destinos, 
para darlos á Fernandez y á Caballeros. 



- 83 - 

Quédese en SU puesto la verdad; pero como nosotros c^eémos que 
no es con la adulación ni con la mentira, con las que España ha de 
salTar á Cuba, si aun es tietlapo; como estamos convencidos que ese 
sistema de elogios y ocultaciones es' el qué nos ha perdido en Amé- 
rica y el* que nos ridiculiza y degrada' á los ojos del mundo entero, es- 
tamos resueltos á no sacrificar aquella inspiración de la divinidad, 
A ningún género de miramientos. Tal es la misión de la prensa que 
no se vende, que no se esclaviza á ningún partido, que no conoce más^ 
senda que la del honor, ni más amor que el de la libertad. 



XII. 



Lo que al decir de la fábula sucediera al rey que dio Júpiter á las 
ranas, pasó y pasa al general D. Antonio Fernandez Caballero de Rodas 
en su gobierno de la isla de Cuba. 

Precedido por la fama, que su brillante espada le granjeó en Aleo- 
lea, si bien algo empeñada ya "con el humo de las metra^llas que mandó, 
arrojar sobre los republicanos de Cádiz y de Málaga, llegó á la Haba- 
na. Los Voluntarios, primer poder de aquel Estado, al verlo en tierra», 
describieron anchos círculos en su derredor y la sob'erbia y las amena- 
zas empleadas con Dulce, se convirtieron en aquellos primeros mo^ 
mentes en humildes cortesías y ampulosas alabanzas. 

Respecto dé los cubanos, quedaban ya tan pocos en el pa¡ís capaces 
de representar un pensamiento político, que mal podríamos describir 
la impresión que les produjo el nuevo amo. Lá epiigracion, nuestras 
cárceles y galeras, Fernando Póo ó las montañas de Cuba, albergaban 
ya ala mayor parte de sus habitantes. ' 

La prensa periódica entonó el himno* de siempre; tocó la marcha 
real. El Diario de la Marina se deshizo eri elogios de S. E. cuando no: 
había hecho más que... llegar. La Voz de Cuba le ofreció su valioso 
apoyo; La Prensa murmuró entre dientes las frases de ordenanza, 
aunque sentía que el enviado no íliera del papa íiegpo, de D. Carlos, ó 
siquiera dé doña Isabel. 

El director del Cronista, el ínclito Ferrer. del Couto fué desde Nue- 
va-York, con sus guantes y su cruz á besar las manos de S. E. y á impe- 
trar alguna subvencioncilla como la de marras. Y los que no hacíamos; 
ningún papel en estas tiestas nos contentamQs . con dcseg^rle al general 



— 84 — 

buena y firme intención y esquisito taoto ó salud y pesetas. S. £• podía . 
escoger de esto 1q que más Iq pi^piera ó todo juntp. 

Pero lo que todos comprendimos desde luego (si bien cada cual de- 
dujo distintas consecujeQcia^)., fué que el general Caballero de Rodas, se 
hallaba én una posición que podía calificarse, no solamente como la 
más dificil,'^sino como la más crítica de su vida pública. 

Tenia de pronto que optar por uno de estos do^ estreñios; ó repre* 
sentar en Cuba como en EspaJ^a la. idea de la revolución de Setiembre 
con todas sus Cionsecuencias, ^ el poder que derrocó aquella misma re- 
volución con toda su tiranía. O ser un soldado de la libertad, ó vestirse 
el traje de Voluntario. 

En el primer caso era indispensable buscar, atraer por la benevo- 
lencia y la justicia á todo los hombpasdiberales habitantes del país, y 
muy especialmente á los cubanos, á quienes les sobraba razón para 
desconfiar y hallarse descontentos de su metrópoli, conduciéndolos así 
con sumo tacto á la senda de la paz y de la libertad, sin vacilar ante 
ningún recuerdo, ante ningún temor, ante ningún sacrificio que nocie- 
se el de la patria. 

En el segundo era preciso cerrar los ojos y echarse en brazos de los 
Voluntarios, que se losestendian con mil amores; pero de donde tenia 
que salir irremisiblemente manchado de carbón y de sangre inooente. 
Optando por el primer estremo, Caballero de Rodeas, en medio, de 
grandes trabajos y penas, es verdad, habría obtenido la satisfacción in- 
tima más grande que puede llenar un noble pecho: el aplauso del mun- 
do culto, las bendiciones de un pueblo desesperado á quien devolvía 
hegar, familia y patria, y su nombre habría pasado á la historia con nina 
aureola de gloria para él y para España. 

Decidiéndose por lo segundo, Caballero de Roda*? podia contar con 
80.0Ó0 bayonetas, dispuestas á atravesar otros tantos corazones cuba- 
nos; podía aumentarla esclavitud con seis ú, ocho ^ií negros, hacer en 
poco tiempo 1.000,000 de pesos, dejando así naás rebosada la mina que 
se agita bajó la isla de Cuba, y un borrón en su vida y en la historia de 
Espafüá. 

Caballero de Ródaé tenia que hacer uñ gobernador independiente 
por escelencia, inquebrantable ante la arbitrariedad, viniera de donde 
viniese; ser el salvador de los débiles, de los oprimidos y de los escla- 
vos, ó convertirse en dóci^ instrumento de los más estúpidos caprichos, 
en verdugo de los cubanos y en negrero. 

En el primer estremo era muy fácil que Caballero de. Rodas pasase 
bajo las horcas caudinas <?omo su antecesor (lo que no parece muy b^to^ 



— as — 

so)„.pej30íera casi^ seguro que . h«bia da ahorrar grandes ralbrtaaiós, 
mucho oro y que conservai^ia á Gubapara España^ bajo la* égida <)6 la 
libertad. 
. Bq el segundo, Caballero de Rodas tendría que ll«aarse de sangre 
basta los bigotes (lo que tampoco es cémodo - lii. decente), malgastarla 
inmensas sumas de dinero y millares de hombres, que bien necesita la 
Península, y acabaríamos siempre por perder ¿Cuba para españoles y 
cubanos, para verla convertida muy pronto en una de las estrellas más 
radiantes de la gran Oonfed^racion americana» 

. Más claro que lo decimos nosotros y tal vez que las observa el miin-^ 
do» v4 Caballero de Rodas estas cosas que es muy fácil comprender y 
e8cr4bjir; pexro que no son para dichas 'Sino para beobas y así la gran 
á}ñonliaá. ^t¿L en elmodunoperancti. 

. Prepepto de honor era en él defender la bandera de España con hon- 
ra; pero:y ¿déQde estaba esta bandera? Oculta entre poquísimas manos 
que ya parecían guardarla por reliquia. Allí flameaban á su llegada 
doS| en campos y ciudades, pero ambas eran igualmente rebeldes: la 
separatista y la reaccionaria. 

El general Caballero creyó lomas prudente situarse en el justo me* 
dio de ambas, para maniobrar después como las circunstancias acon^ 
sejaran; pero ¡ay! ese medio estaba ya muy hondo. Le seguiremos^ sin 
embargo^ hasta donde podamos. , . . > 

En justicia, debemos decir que las intenciones del general Caballera 
de Rodas er^n buenas, como en la generalidad lo son la de k>s altbs 
empleados que allí van, aunque esa boadad durAhastaqueciertoshom* 
bre$ les hachen las entrañas^ como vulgarmente se dice. 

Nunca convendremos en que se jujsgue mal álos hombres sin tener 
fehaciente é íntima convicción de sus actos; y la verdad esque los pri- 
maros del general Caballero correspondieron, más que á sus palabras, 
al programa de gobernará Cuba por Espalla, y con justicia y moralidad. 

Comenzó por llamar á los representantes del periodismo habanero, 
para darles á entender indirectamente que no eran de su agrado las* 
adulaciones ni las mentiras; y en una forma muy directa, que la- mi- 
sión de la prensa era contribuir á tranquiliear los ánimos, á evitar 
mayor efusión de sangre, á pacificar el país y prepararle para las ins- 
tituciones que se había dado la madre patria. Les manifestó que no se 
híQÍéSjen eco de partidos estremo5, que renunciasen á la torcida políti- 
ca de rencores y venganzas, á la inserción de noticias infundadas., exa- 
geradas ó falsas, y á la idea de producir alarmas incesantes. 

Dispuso después la revisión de espedientes de los presos políticos, y 



— 80 — 

deyohrid muchos inocdntea á sos familias. Guarneció todas las fortale- 
zas por tropas de línea, para quitarse el Jaque de lo^ invictos; y al pa* 
so que infundía mayor vigor á las operaciones militares, dirigió una 
circular á I09 teniente gobernadores y jefes de tropa, tendente á cor- 
regir los innumerables abusos que se cometían, y á regularizar su con* 
ducta para el porvenir. Indinábales á la «generosidad, á la indulgencia 
y á la nobleza»; prescribíales que «respetasen religiosamente las per- 
sonas é intereses de los iasurreotos que se presentasen, bajo el con- 
cepto de que exigiera la más estrecha responsabilidad al que infiriese ó 
permitiese inferir el menor desmán en este sentido.» Dijo muy digna- 
mente, «quesi sus antecesores habían castigado con la muerte á los 
prisioneros. aprehendidos con las^rmas en la mano, la civilizacioa y et 
prestigio de España ante el juicio de las demás naciones, imponían el 
deber de solo llegará aquel doloroso estremo con jefes ú hombres á 
quienes se hubiese probado delitos de incendio ó asesinato, remitiéndo- 
los en otro caso á su disposición.» • 

Como sabía que no se respetaban ni las vidas, ni las casas, ni las 
propiedades de los cubanos, previno que se escudasen todas, sin distin- 
ción; prohibió las prisiones por sospechas, y en ningún caso sin forma- 
ción de causa; se propuso examinar en consejo de guerra los actos de 
campa&a que lo exigiesen, ser inexorable con ías faltas de insubordina- 
ción y de veracidad;^ y por último, dispuso que viniesen á España al- 
gunas personas de importancia que se hallaban presas en las cárceles 
del interior, y amenazadas tal vez de ser víctimas del furor de sus per- 
seguidores, los ínclitos Voluntarios. 

No diremos que «n esto último fué el general Caballero de Rodas 
consecuente con sus principios, y mucho menos que obrara con estricta 
justicia; pu3S para que así fuese, debió empezar por esclarecer si eran 
ano fundadas esas persecuciones, y castigar á los calumniadores, evi- 
tando á tantos padres de familia los dolores y la ruina que van siempre 
en pos de estas medidas. Mas, atendiendo á las circunstancias escepcio- 
nalés del país, á la actitud y el desenfreno de los Voluntarios (particu- 
larmente donde no habia autoridad ni fuerzas para contenerlos) con- 
tra las personas sospechosas ó presos políticos, y apreciando en su 
justo valor las intenciones del SV. Rodas, bien podemos disculparle, en 
la persuasión de que siempre evitaba un mal maycfr á aquellos hom- 
bres yá sus familias, alejándoles del peligro, y poniéndoles en si- 
tuación de que dijesen franca, leal y libremente en España, y ante sü 
Gobierno, sus quejas, sus opiniones políticas y sus esperanzas mas le- 
gítimas. 



~ 87 — 

Toda parecía sonreír en esas circunstanciasal general Caballero de 
Rodas: 3U3. primeras disposiciones merecieron el aprecio de los hom-^ 
bres bonrados de Cuba, y basta los elogios de la <Reyolucion>. 

Bn Washington se encarcelaba á la jnnta reYolucionaria, apresába- 
se en Nueva-York la formidable espedicion de Catherine Whigtingí, se 
eogiaá orillas del mar en el departamento oriental un no pequeño ar- 
mamento qá^ babia logrado desembarcar la goleta Ghrapeshoty tenía 
tre^nta-mñoneraa ásu «disposición casi concluidas, escelentes buques 
mayores v^'^KK) hombres de tropa y podía esperar hasta 20.000 'más en 
esos días, armados y equipados como el mejor ejército de Europa, y 
hastailos Voluntarios parecían someterse á su mandato. Así es que nun- 
ca ha podido de<tir se con más razón lo que leímos en la primera «quin- 
cenando Julio de 1809 y que ramos acopiar: <Ahora si podemos firme-' 
>mente augurar que si de esta vez y muy pronto no concluye la malha«« 
»dada insurrección que aflige nueve meses hace esta provincia, NO HAY 
^ESPERANZA M; QUE TERMINE NUNCA.)# 

Y el augurio por lo visto se va cumpliendo en su segundo estremo. 
Mas ¿porqué? Porque los .sacrificios que ha hecho España mandando la 
flor de sus hijos á batirse en América rer tiendo á torrentes su sangre, 
dert»amando nuestro oro y contrayendo graves empeños, para mantener 
en Cuba unejército dé primer orden; las medidas que dictaba el gene- 
ral Rodas para atraer todos los elementos contrarios al sendero de la 
paz; el impulso favorable de la fortuna misma, era contrariado por 
ese espíritu retrógrado y sanguinario del partido intransigente, por 
la ceguedad y ambición de los negreros y por la ferocidad de los Vo- 
luntarios. 

Apenas se instruyeron éstos de la circular del nuevo capitán gene- 
ral de 9 de Julio de 1869, cuando volvieron á las andadas entrometién- 
dose á censurar sus actos, agitando los comités del interior para que 
continuasen en la senda del pillaje y del asesinato que se les había 
trazado en los campos^ y del escándalo en las ciudades. Asi fué que en 
Santiago de Cuba los Voluntarios daban una cencerrada al general Bu- 
ceta, nada menos que cuando se habla apoderado del armamento de la 
espedicion del Perint^ constreñían al comandante general á fusilar un 
pobre americano, á pe^ar de las protestas de su inocencia, y de las re- 
clamaciones del cónsul de su nación, y con la que nos han traído este y 
otros compromisos graves, no zanjados aun. 

En Puerto-Principe soliviantaban á los catalanes contra el general 
Letona, porque cuidándose este de conservar segura la vía férrea, co- 



~ 88 --- 

mo elemento necesario para ia guerra y para proveer de, sirbdifirtencia 
á un pueblo desfalleoido por un largo asedio, no los dedicaiMt 6 Incen- 
diar y matar á todo el mundo, como es fama lo hacia Valmaseda con 
aus González Boet y su»Guzmanes en la parte oriental, llegando hasta 
influir sóbrela primera autoridad, para que .desviándose de la sa&da 
concil^(iU>ra que habia escogido, se alejase de los generales .liberales 
que enesta podian guiarle y sostenerle y se entregase 4 elios. 

Todos hemos leido el célebre manifiesto confeccionado en Mayo por 
el partido reaccionario, que se atribuyó al comercio, y en el que se ca-^ 
liflca como infame la conducta de los generales Buceta y Letona j quie- 
nes se vieron obligados á tomar ia vuelta á España, cuando el primero 
solo habia dado pruebas de disciplina y sinceridad, y ei segundo dé va- 
lor, inteligencia é hidalguía. En ese d^umento se pintaba con los más 
negros colores á los hombres de la situación, se rechazaba abierta- 
mente la política conciliadora y se subia hasta las nubes á los Volun- 
tarios y á sus jefes Valmaseda^ Espinar y Clavijo, señalándose como cue- 
vas dé bandidos la aduana y la administración militar. 

Entonces se hizo cibcalar ese docum3nto, nuevamente, unido áotro, 
trazado por la misma manó, aunque firmado por un tal Cuadrada, 
voluntario del sétimo batallón, en qu3 se describe la hazatla de la des- 
titución de Dulce; y, por último, una carta, por el estilo délas de Juan 
Fernandez, dirigida al general Caballero de Rodas, y que encierran la 
reprobación más atrevida de su circular de 9 de Julio y le señala el ca- 
mino que debe seguir. 

No podemos escasarnos de copiar algunas palabras de la misma. 

<Mi general, dice entre otras cosas, hace nueve meses que principió 
Ha insurrección con cuatro gatos y aun está en planta. Yo convengo 
»que asi fuera al principio, porque no teníamos tropas..., pero no con- 
>viene paralizar ahora las operaciones militares, porque es dar lugar á 
>que tome mayor vigor la insurrección, y por consiguiente, necesario 
j^que instantáneamente Y sin contemplación de ninguna especie se 
i^roceda al ester minio completo de todos los rebeldes, para lo cuál el 
>medio más espedito es qtie todo el que sea cogido con las armas en la 
>mano sea inmediatamente fusilado, 

>Tambien puede suceder, que sin intención ni malicia, se cojan 20 
>ó 30 prisioneros, y en vez de formarles consejo de guerra en el acto, 
>se remitan á esta ciudad en calidad de presos, así como inocentemen- 
>te se espidan salvo-conductos á individuos que toman una parte muy 
>activa en la rebelión, por ignorarlo, sin duda, el jefe de operaciones. 



— 80 — 

»A8Í, luí general, es necesario ser implacable y el qae la haga 
>que lapagtte. 

>Se cojió un insurrecto con las armas en la mano, cuatro tiros y al 
>otro lado. 

>Unjefe de operaciones no cumple como es debido con su deber de 
>militar y eepa&oji, desobedeciendo al mismo tiempo las órdenes de 
»Y. E., pues formación de causa ai canto, deposición de su destino,, y si 
>arroj a de sí el sumario complicidad ó connivencia con Los rebeldes, 
>ctiatro tiros y concluido. 

>J}e este modo, mi general, creo que podrá pacificar este país, ppr- 
»que si anda con contemplaciimes d,e que si este es hijodei Fulano y el 
>otro de ^utanoj y si el jefe tal es compañero ó no de armas, no adelan* 
>tará cosa alguna. 

>Nada,mi general^ garrotazo y ten^ tieso, y el que caiga que la 
^Magdalena le giUe.> 

Escusado es decir que está carta-manifiesto, que por todas partes 
se repartió, estaba firmada por un Voluntario. 

Tenemos ya, pues,las ranas saliendo de sus madrigueras y tanteando 
el madero rey. Más tarde veremos si por fin se atrevieron á saltarle en- 
cima, y si le han dominado, como cuenta el gran fabulista. 



Xlli. 



Y la fortuna seguía favoreciendo al general Caballero de Ro- 
das, y Dios seguía cegando á los reaccionarios negreros y Volun- 
tarios de Cuba, á esos que se decían sus leales salvadores, cuando 
sus actos los declaraban en abierta rebelión contra el Gobierno que 
se había dado España; cuando respondían á la intención pacificadora 
del nuevo capitán general con sus gritos, mil veces repetidos, de 
fuerza, muerte y esterminio, y á las complacientes naciones estran- 
jeras, escupiendo sus tratados y arrojándoles al rostro la sangre de 
sus hijos, precisamente en los instantes en que mostraban más em-> 
peño en favorecernos. 

Y no se crean que son estas palabras, ni que sistemáticamente 
hagamos la oposición á los «bizarros» á quienes de mala fé embria- 
gan La Voz de Cuba, La Integridad y aquellos que quieren con- 

12 



vertirlos en viles instrumentos de su ambición, con los dktados de 
»héroes denodiados, gloriosos, invictos,» etc., etc., cuando acaso los 
juzgan peor que nosotros. No, queremos e? verdad, arrancarles la 
máscara por su propio bien y por nuestro decoro, para que los 
veamos tales como son en^ st; queremos arrancar de las manos de 
áus aduladores esas coronas que les están vendiendo infamemente 
á precio de oro, cnando no hacen más que ridiculizarlos; queremos 
que caiga sobre el grupo que lo merezca esa sangre con que se 
pretende manchar nuestra revolución y nuestra honra nacional; 
pero deseamos ante todo y sobre todo, que Espafia vea claro, para 
qu9 pueda evitar mayores dolores y vergüenzas, para que pro- 
penda acertadamente, si aún es tiempo, á la salvación de Cuba y 
al triunfo de la libertad. 

• Y pretendemos esto, no con palabras, ni con razones empíricas, 
sino con ese encadenamiento de hechos que en suinñexibie lógica 
refleja siempre toda la verdad. 

Si como nosotros, desean la luz nuestros contrarios, hagan lo mis- 
mo, y dejen esa hipócrita palabrería con que á nadie pueden ya 
alucinar ante el espectáculo de una insurrección espirante, hace dos 
años, y que, sin embargo, se estiende por todo el territorio . de la 
gran antilla; de un ejército de 100.000 hombres que no puede ani- 
quilar á un puñado de 4cmiserables mal contentos,» como se nos dice 
y de una tierra cubierta de sangre, donde lejos de asomar la oliva 
de la paz ó de brotar el laurel M la victoria, no se ven otra cosa 
que los punzantes abrojos con quo en su ceguedad pretenden ceñir 
la frente de nuestra España liberal. 

Fuera, pues, esos mentidos elogios, tributados á soldados de aña- 
fea, que en su imbecilidad se creen salvadoj^es de la patria, cuando 
hasta ahora, que sepamos, no han lucido sus uniformes más que en 
las asambleas de las ciudades, no se han batido más que qon gente 
inerme, ni han dirigido s<^s bayonetas más que contra la libertad, 
contra la libertad proclamada por España. 

Digan, como lo hacemos nosotros, si quieren desmentirnos, cuáles 
son sus acciQQ€|S de guerra; en qué cpnsiaten sus bizarrías; de qué 
modo ha,n salvado á Cuba, cuando aun ondea en sus tres departa- 
mentos la bandera insurrecta. ¡Pobres diablosl que en.su ignorancia 
y ferocidad convierten en sustancia esDS comprados elogio^ y no com- 
pr;en4ejftilo que hacen, ni adonde ijios arrastran. Pero no es de eljos toda 
la culpa, Bino de aquellos que, para esplotarlos los han convertido 
en asesinos de sus hermanos, en monstruos, de que la humanidad s* 



— 91 — 

horroriza; en ñervos de la causa del despotismo contra la libertad, 
en sicarios del prestigio y de la honra de la nación, comprendiendo 
que esa honra se cifra en inundar eri sangre á «la más hermosa tier- 
ra que ojos vieron» y dejar en el mar de las antillas un montón 
de, cenizas, dortde al viajero se diga más tarde: aquí fué Cuba, y 
es esta la obra de los espacióles. 

Pero hemos anunciado que la fortuna sonreía al general Caba- 
llero de Rodas, y 'fuerza es que lo probemos. ^ 

En efecto; en las primeras semanas de su mando observamos que 
en los Estados**Unidos se despachaban dos grandes espediciones para 
Cuba, la del Hornet y la del Lülian^ que hubieran llevado á la 
insurrección mil veteranos, jefes organizadores de primer orden, 
18.000 fusiles, una docena de ametralladoras y un inmenso material 
de campafia; elementos todos capaces de causarnos gravísimos es* 
tragos en el verano, inutilizando, acaso por completo, los inconce- 
bibles esfuerzos que hicimos para preparar una campaña gigantesca 
y decisiva para el invierno. 

Pues bien; á pesar de estar todo esto adquirido, dispuesto y en 
gran parte embarcado, no llegó á Cuba ni un solo hombre, ni una 
bayoneta, ni un grano de pólvora. ¿Y por qué? ¿Porque lo estorbaran 
buques comprados con el oro negrero? ¿Porque lo impidiera la ac- 
titud «heroica» del partido reaccionario? ¿Porque los destruyesen 
los rifles de los invictos Voluntarios, ó los atajase la vigilancia de 
nuestra marina? Nada de esto: todo lo hizo la fortuna de Caballero 
de Rodas el aprecio en que á España con honra tienen, y lo que 
de ella, con justicia, esperan dos de las naciones más grandes del 
Universo. 

El Hornet fué apresado en Wilmington por el gobierno ameri- 
cano; el Lillian, después de haber pasado muchos dias rozando las 
costas de Cuba, fué también apresado por el vapor inglés Lapwing, 
que lo condujo á Nassau, donde quedó deñnitivamente embargado. 

La fortuna de Caballero de Rodas hizo caer ea nuestras manos, 
en esos momentos supremos, conquistado con «bayonetas veteranas,» 
el faro Lucrecia, que era un telégrafo de gran importancia para 
los espedicionarios. 

La fortuna de Rodas trajo en esos dias á Madrid al general Sio- 
kles, encargado por los Estados-Unidos de iniciar una mediación 
conciliadora en los asuntos de Cuba, que un tanto modiflcada, po- 
díamos aceptar con honra y provecho, salvando asi á nuestros her- 
manos de una ruina cierta, y robusteciendo nuestra influencia en 



— 92 — 

América, por la única evolución que es hoy posiUety digna para la 
gran nación de Setiembre y para un pueblo que ama la libertad. 

La fortuna de Caballero de Rodas hizo que un pufiado de yete* 
ranos, un grupo de valientes, en su mayor partes enfermos, defen- 
dieran heroicamente un punto estratégico de la mayor importancia 
en el departamento oriental; las Tunas, donde podemos decir se ha 
obtenido la única verdadera victoria sóbrelos insurrectos. 

La fortuna de caballeros de Rodas logró levantar fondos en esos 
dias (y cuando nosotros acabábamos de hacer el último inconcebible 
esñierzo), para cubrir la bancarrota del Banco Español y de nues- 
tra hacienda en Cuba, exhausta ya con los despilfarres de los Bor- 
bones y nuestras últimas disposiciones tributarias. 

¿Y qué hacían entre tanto esos previsores reaccionarios, esos opu- 
lentos negreros y esos invictos Voluntarios para salvar á Cuba? 
Contrariar aquel impulso de la fortuna de la manera más obstinada 
más torpe y funesta de que puede tenerse idea. 

Los reaccionarios, recalcitrantes en el principio de gobernar á 
Cuba á su antojo, ^entrañaban en el casino español un centro polí- 
tico que, por su influencia ó por su fuerza debia imponerse á todas 
las autoridades: disponían la creación de iguales establecimientos, 
en otros pueblos para enlazarlos con el de la Habana, y hacían que 
La Voz de Ctiba^ olvidando las prevenciones de (general Caballero 
de Rodas, continuase su predicación de sangre y fuego, infundiese 
la idea, incomprensibe en esta época, de convertir los embargos de 
bienes en confiscaciones, y por fin, la negación absoluta de toda 
clase de reformas radicales y políticas, no solo para Cuba, sino para 
Puerto-Rico; sosteniendo si era preciso este acuerdo, aun á costa de 
la traición, de la integridad nacional y de la gran antilla para el 
universo. 

Aquellos que quieran convencerse de la verdad de cuanto decimos, 
solo tienen que preguntar á los periódicos de la Habana ó á cual- 
quiera persona imparcial é ilustrada que haya residido, lo que 
viene á ser el casino español, quienes son la personas que lo cons- 
tituyen, leer en los Diarios de la Marina^ la organización de otros 
institutos análogos en todos los pueblos de Cuba, hojear algunos 
números de la Voz de Cuba^ en los primeros tiempos en que el 
casino español de la Habana comenzó á rebelar su índole, compa- 
rándolos con los últimos que redactó D. Gonzalo Castafton, y quien 
por oponerse solo á la protesta sobre la Constitución de Puerto- 
Rico, perdió su popularidad entre cierta gente que quiso reconquis- 



tap después á costa de su vida; y por último, los esfuerzos titá- 
nicos que se hau hecho para impedir que nuestras Cortes votasen 
y aun discutiesen la ley orgánica.de Puerto-Rico» que nos obligaba 
á darle nuestra Ck>nstitucion, y esa nefanda protesta en que el in- 
sulto, y la traición, la sangre y las cenizas se confunden, que todos 
hemos leido indignados, y que aun ahora nos recomienda oomo un 
monumento imperecedero (quizá debido á su mano), D. Francisco 
Duran y Cuervo. 

La Voz de Cttba en su . artículo «Ministerios» (9 de Junio de 1869), 
enconando los ánimos contra los presentados de Manzanillo, decía 
que se ocupaban de comprar machetes en las tiendas, cuando les 
estaba prohibida la portación de toda clase de armas; que iban al 
campo de la insurrección, y que se les veía sacar de sus pañuelo^ 
20 y 30 onzas, sin averiguar de dónde las hubieron. Esto cuando 
- el capitán general Caballero de Rodas, mandaba resjetar los pre- 
sentados y sus intereses. 

En el número de 13 de Julio, se lee en el mismo periódico: 4(Su- 
>ñcientes propiedades poseen los traidores para resarcir con ella á 
>los leales.» 

Há aquí cómo se espresa en el del 30: «Una docena de ej ecu- 
aciones en el campo de Marte, durante los últimos meses del año 
>pasado, ó los primeros del corriente, hubieran contribuido más efl- 
»cazmente á la pacificación de la isla, que todos los torrentes de 
>sangre que después se han derramado, y que «habrá necesidad» 
»de derramar todavía» 

»Aunque tarde, aun es tiempo de reparar siquiera alguna falta. 
»Müchos traidores se han marchado al estranjero, para atizar desde 
>alli la terrible hoguera que aquí dejaron encendida; pero «muchos 
»quedan entre nosotros todavía,» que como los de Puerto-Príncipe, 
»mantienen relaciones con el enemigo, y no se contentan con hacer 
»votos por su triunfe, sino que contribuyen á él por cuantos medios 
»hallan á su alcance.» 

Tal era la obra atizadora siempre de ese partido reaccionario, 
Y á ella se debieron las deportaciones en masa que á fines del año 
de 1869, sin previa formación de causa, sin. el menor motivo justi- 
ficable, se hicieron de muchas familias de Puerto-Príncipe y de la Ha- 
bana, entre las que figuraban ios pocos hombres distinguidos por 
su ilustración y por su fortuna de espíritu reformista, que aun no 
habían querido emigrar. 

A ellas se debieron esos bandos tan feroces como el de Val- 



— 94 — 

maseda, en que el teniente gobernador de Baracoa, D. Juan Gonzá- 
lez Parrado, mandaba incendiar toda casa que se hallase deshabitada 
á la presentación de sus tropas, y i^ujetaba á consejo de guerra, 
como enemigo de España, á todo vecino que en el t<5rmino de cua- 
renta y ocho horas no se le presentase; y el otro del teniente go- 
bernador de Santi-Spíritu^, en que dispone la matanza de todos 
los caballos de la jurisdicción que no fuesen convenientes para el uso 
de las tropas del ejército. 

Parece que al fin D. Gonzalo Castafton hubo de comprender hasta 
dónde iba el casino obstinándose en no aceptar ninguna reforma po- 
lítica para Cuba, sino hasta entrometiéndose, en las que se dictasen 
para Puerto-Rico, y le bastó emitir esta opinión para que negando 
aquel instituto á La Yoz de Cuba su valioso apoyo, recogiese de 
casa en casa ñrmas para disminuir su suscricion, y considerase tam- 
bién como tránsfuga del partido al que hasta entonces se habia 
reputado como su órgano más fervoroso. El ministro de Ultrauíar 
se contrajo á este artículo en una de las sesiones en que se trataba 
de la oportunidad de discutir la Constitución de Puerto-Rico. 

Conturbado por este juicio el sin ventura Castañon, impelido por 
esos nuevos Quijotes que pululan en la Habana, y olvidándose de 
que «aquel que siembra vientos recoge tempestades,» se obstinó en 
buscar, aunque por diverso camino, el ñn de Marat. 

¿Y que hicieron los opulentos negreros? Preparar nuevas espedi- 
ciones de bozales, de las cuales una ha llegado no hace mucho, y 
á la que se ha contraído también el ministro de Ultramar, corres- 
pondiendo de ese modo á la deferencia con que Inglaterra mira á , 
España, muy especialmente en su cuestión del dia, inspirándole la 
convicción de que mientras haya esclavitud en Cuba y Puerto-Rico 
será imposible impedir la trata, adóptense los medios que se adap- 
ten, é inclinándola á aliarse con los Estados-Unidos para procurar 
una intervención que ya parece inevitable. Tal es la obra de esos 
señores que nos ensordecen encomiando sus sacriflcios y hablándonos 
de honor y de integridad nacional. 

Aun hacen más: costean aquí periódicos para que apoyen sus ne- 
fandos 'tráficos y sostengan á todo trance la esclavitud; periódicos 
que llenan de noticia y reseñas tan curiosas como aquella de las se- 
ñoras de Cuba que asistieron en sus carruajes al asalto de las Tu- 
nas, con otras proezas igualmente inesplicables; periódicos que en 
realidad no hacen más que desacreditarnos y ponernos en un espan- 



i 



— 95 ~ 

toso ridíeulQ á los ojos de aquellos que no sepan distinguir lo que 
es España^ de los trancantes de carne humana. 

¿Y qué han hecho los voluntarios, esos salvadores de Cuha, mien- 
tras que los valientes defensores de las Tunas, faltos de víveres y 
alimentos, desfallecían, porque apenas llegaban allí convoyes? ¿Qué 
hacían mientras que los insurrectos dominaban toda la jurisdicción 
de Puerto'Principa, establecían allí un gobierno, y venían una ma- 
ñana á tomar el ca'é en las tiendas de la ciudad? ¿Qué hacían mien- 
tras que la iasurreocion jugaba, por decirlo así, con nuestras tro- 
pas en las Cinco-Villas? Lucir su garbo marcial en las paradas y 
paseos militares de la Habana, irritándose contra algún periódico 
que los invitaba á ir á ayudar á nuestros hermanos en los campas 
de batalla, y entreteniéndose mientras estos oponían sus pechos á 
las balas, en buscar laborantes en los salones, ó capitalistas . que 
denunciar, ó familias que proscribir, para que fuesen después em- 
bargados sus bienes y repartidos más tarde entre los héroes de 
sem^antes proezas, 

¿Qué hacían los movilizados en el departamento Oriental? Inmo- 
lar en Jíguaní más de veinte hijos de Santiago de Cuba, á quiénes 
ciertamente no se había mandado á morir allí, á quiénes no se había 
juzgado ni setenciado. Esos infelices protestaron ante los cónsules, por 
que eran los Voluntarios de la ciudad, los que habían de custodiar- 
los en su conducción á Bayamo; dijeron que se les entregaba á sus 
verdugos, no á sus guardianes, que darían de ellos la misma cuenta 
que de otros muchos: lograron que los custodíase tropa de línea, pero 
no escaparon en Jiguani de los movilizados. 

¿Y qué hicieron los denodados Voluntarios, para corresponder 
dignamente á la cooperación decidida que estaba y viene dando á 
España, en si; lucha en Cuba, la gran Confederación americana? 
Demostrar un odio irreconciliable á los hijos de ese x>^ís, nada más 
que porque, profesan principios liberales; llevar Ifi atrevimiento has- 
ta el grado de ejercer presión sobre los representantes" de ese gran 
pueblo, como sucedió en la capital del departamento Oriental á su 
yice-cónsul M. Phillipps, quien tuvo que buscar amparo en un buque 
de guerra francés y abandonar precipitadamente la ciudad, porque 
el gobernador de la misnia llegó á decirle que no podía sujetar á 
los Voluntarios ni responder de su vida. Acometer en las calles de 
[a Habana á tres ciudadanos americanos, que acababan de llegar, 
aada más jiue porque vestían corbata azul, asesinando á uno de ellos, 
nalhíriendo á otro, y oÍDligando al tercero á buscar en la fuga su 



— 96 — 

salvación; y esto, á la luz del dia, en. una plaasa á3 las másoo&enr-^ 
ridas de la capital, en presencia de innumerables personas y contra 
hombres indefensos que desconocían nuestra lengua. 

Hé aquí las hazañas más comunes de los invictos,, de ios deno- 
dados, de los heroicos y de los gloriosos Voluntarios de Cuba, que 
no solo han impedido que el capitán general, Caballero de Rodas^ 
pacificase la isla, á la sombra de su gran programa, sino que con- 
trariando sus miras, han arraigado el odio en los h^os del país, 
han estendido y fomentado la insurrección, han atraído sobre esta 
la simpatía que siempre inspiran las persecuciones encarnizadas, 
y los grandes infortunios. Se han colocado en abierta guerra contra 
las instituciones liberales de la madre patria, sofocando asi toda esr* 
peranza de conciliación y de paz, atrayéndonos ^margas censaras y 
una intervención estranjera, que necesariamente tendremos que acep- 
tar, si la voluntad de España, los esfuerzos de las autoridades que 
la representan resultan impotentes, para alcanzar que allí x>enetre 
la luz de la justicia y de la libertad ó que por lo menos se haga 
la guerra como se acostumbra entre las naciones civilizadas. 

Si esto no es perder en vez de salvar á Cuba, pronto, tal vez 
muy pronto, por desgracia, lo dirá el tiempo, y en su dia la his- 
toria. 



XIV. 



El año de 1870, comenzaba mal para nuestras armas en Cuba, y 
á medida que avanzalia, se estendia por su horizonte político esa- 
iatmósfera densa de otros tiempos, que impedia entrever la veniad 
y que cruzaban negros y rojizos vapores. Caballero de Rodas de- 
cía á Cuba, en una proclama, <que la felicitaba por el notable cam- 
bio operado en todo cuanto tenía relación con su territorio; que la 
nsurreeoion quedaba reducida á partidas vagabundas, por la parte 
más montuosa y despoblada de la isla; que el deseo de España era 
el de todo corazón humanitario, de abreviar y limitar los horrores 
de la guerra, para que alcanzasen solo, sin remedio, á los que re- 
sistiesen al acatamiento de la ley; y finalmente, pronosticaba la pa- 
cificación inmediata. > / • 



Trasmitía á España por telégrafo la nueva de la victoria óbte- ! 

nida^'por el general Fuello, sobi^e los insurrectos, y la muerte del 
jefe de estos, Ignacio Agramonte; y ya nosotros empezábamos á en- 
trever en esta proclatíaa y en este telegrama algo semejante en la 
forma y el fondo á las del partido reaccionario y no poco délo que 
en su manifiesto, habia anunciado el general Letona, en la siguien- 
tes, palabras. «El capitán general quiso al principio seguir unapo- * 
lítiea razonable, pero de cierto tiempo á esta parte, ha cedido ai 
»poder de las circunstancias y aparece ahora en perfecta armonía 
>con los que quitaron del mando al general Dulce.» 

Y en efecto algunos de los factores principales de esa asonada y 
no pocos negreros, acababan de ser elegidos concejales por. el ca- 
pitán general. 

¿Y qué era lo que habia pasado para aquellas felicitaciones. Na- 
da menos que una derrota, que si muy lejos de ser decisiva, no ca- 
recía de importancia. Tratábase de atacar al gobierno insurrecto 
en su residencia, y se habia combinado un plan para que las columnas 
de Goyeneche y Fuello, diesen este gran golpe; se creía el triunfo se- 
guro; pero sea que Goyeneche no llegase á tiempo, sea que el ge- 
neral Jordán quisiera sorprender á Fuello, lo cierto es, que este y 
su columna se vieron envueltos por las tropas insurrectas cuando 
menos los esperaban, el día 1." de Enero, en Falo Quemado, y con 
tal ímpetu, qiie tuvo que retirarse contuso y no sin graves pér- 
didas, á Arroyo Hondo; donde pasó más de dos semanas reponién- 
dose. • 

El Diario de la Marina del 20 de Enero dá algunos detalles de esta 
acción, si bien suponiendo, como siempre, que el triunfo fué de nues- 
tras tropas. La verdad, sin embargo, asoma al través de esas lineas: 
se dioe en ellas que los insurrectos, en número de 2.500 ó 3.000 hom- 
bres se batieron tras una doble trinchera de 300 metros, usando bue- 
nas piezas de artillería y un escelente armamento; que el fuego de 
fusilería fué horroroso; que un disparo de granada reventó preci- 
samente sobre la vanguardia, causando inmenso daño; que la bata- 
lla fué reñidísima y que ha costado la. pérdida de valientes y muy 
queridos compañeros, que murieron como dignos hijos de España y 
cuya fama vivirá eternamente. 

Hé aquí, pues, las reducidas partidas que vagaban ocultas en 

'os montes, huyendo siempre de nuestros soldados (como se nos ma- 

lifestaba en esos dias), saliéndoles al encuentro y batiéndolos con 

lin valor y decisión que no han -podido negarse. Así debieron ha- 

13 



— 08 — 

blarnos siempre, y otra hubiera sido la situación; pero la veiniad ja- 
más ha llegado hasta nosotros. 

El invierno pasaba, y esa campafta que debia ser decisiva, no 
mostraba trazas de terminar la insurrección; las ranas empezaban 
á saltar sobre el tronco, y para calmarlas un tanto se hizo preci- 
so que el capitán general determinase pasar á Puerto-Principe á di- 
rigir personalmente las operaciones militares, y de donde debia vol- 
ver en breve victorioso 6 cubierto de sangre hasta los ojos, si bar 
bia de conservar la estimación de los señores Voluntarios. 

Habla logrado el general Puello, comiMrendiendo tai vez mejor 
que otros, que la fuerza sola era impotente para pacificar el pais; 
atraerse á D. Napoleón Arango, que si bien no era ya jefe insurrec- 
to, habia gozado antes de alguna influencia entre estos, y contaba 
con una larga familia. Arango se presentó en esas circunstancias en 
la Habana; fué bien recibido por el general Caballero de Rodas, y 
le acompañó en el^ viaje á Puerto-Principe que tenia proyectado y 
que al fin realizó, no sin ser seguido de una comisión de los reaecio- 
narios, negreros y Voluntarios, en la cual se nos dice hacian impor- 
tantes papeles el director del Cronista de Nuevar-York, un redactor 
de La Voz de Ci*ba y el capitán de Guias de Lersundi, de Dulce, de 
Caballero de Rodas, y que mañana lo será del duque de Sexto ó de EUo 
si van á gobernar á Cuba. t 

Con tan buen consejo, ya podian esperarse grandes cosas de la cam- 
paña de invierno y del Camagüey, si el capitán general, respiran- 
do alli con alguna más libertad, no hubiera oido á instantes, y sola- 
mente á instantes por desgracia, el latido de corazón antes que los dis- 
cursos de su cohorte, que como de costumbre, quería llevarlo todo ¿ 
sangre y fuego. 

Por lo pronto, el general Puello íüé depuesto del mando de Puer- 
to-Principe, y obtuvo ole dieron su pasaporte para la Península, 
alcanzando la honra de ser juzgado como inepto, nada menqs que por 
D. José Olano, joven que sin haber saludado la escuela militar, ni 
conocer otra clase de negocios que los de su señor padre político, se 
ha crecido muchísimo, como hoy se dice, en la presente guerra. En 
obsequio de la verdad, debemos decir nosotros, que el Sr. Puello es 
f I único de nuestros generales que se ha batido personalmente en 
Cuba (si se esceptua al malogrado Ennas), que ha salido herido en 
el campo, que ha visto caer dos de los caballos que montaba, atr 
vesados á balazos en la acción de Palo Quemado, que ha atraído ii 
surrectos de alguna importancia y familias apreciables al terren 



— 9a — 

de lá paz, y qne no ha maBohado su hoja de servicio con sangre ino- 
cente ni con rasgos degradantes; pero al general Fuello le sucedió lo 
qoe dicen los guajiros cubanos: en la pesquería del blanco, siempre 
el negro carga la red. 

Seguía entre tanto el casino espa&ol en la Habana, comunican<- 
do órdenes á sus sucursales de provincias, estendiendo la creación 
de iguales institutos á los puntos donde no existían todavía, y dan- 
do testimonio de su ingerencia en los negocios públicos, lo que to- 
leraba ese mismo capitán general, que al presidir su reconstitu- 
ción y apertura previno que no se tratara allí de asuntos políticos. 
¡ Ay de los cubanos si en una de sus más inocente» reuniones hubie- 
ra asomado una ideado este género! El destierro, la confiscación ó 
el garrote, habría sido et resultado de semejante atrevimiento. 

I^n embargo, el casino espa&ol estaba en el pleno goce de todas 
esas libertades que rehuía para Cuba, usaba de la de imprenta y de 
la de reunión á su placer, se constituía por su propia virtud, no 
solo un cuerpo consultivo cerca de nuestro gobierno de Ultramar, 
sino á reces en poder ejecutivo, llevando su osadía hasta el estre- 
mo d^itentar suspender las deliberaciones de nuestras Cortes y 
amená!Rr á la nación, sin que nadie evitase ó reprimiese esos desa- 
fueros que solo han debido inspirar desprecio á los hombres que en- 
tre nosotros representan los grandes principios de nuestra regene- 
ración política. 

España habia contraído á la faz del cielo y del mundo el deber de 
cumplir su Constitución, la habia jurado, y en ella estaba el com- 
promiso de dar á las. islas de Cuba y Puerto-Rico leyes orgánicas 
que, asimilando su situación á la nuestra, se adaptasen en lo posible 
á su manera escepcional de ser. 

Se comprende desde luego el aplazamiento de la Constitución po- 
lítica de Cuba, ya porque el estado de guerra en que se encuentra 
podría diñcultar en estos instantes su aplicación, ya porque era im- 
ponible que los cubanos fuesen dignamente representados en nues- 
tras Cortes y concurriesen á sü discusión, cuando la mayor parte 
de sus higos más distinguidos y casi todos los que representan prin- 
cipios liberales, habían sido alejados del país, tal vez intencional- 
mente, por los corifeos de ideas reaccionarias y negreras, á ñn de 
disponer de sus sufragios en favor de sus adeptos. Indudable es que 
en cualquiera elección que se haga hoy en Cuba, predominarán e»* 
tos dos últimos elementos, y así nada habrá más inmoral ni arbk. 
trario que intentarlas mientras duren las actuales circunstancias. 



— 100 — 

Pero Puerto-Rico estaba en plena paz^ habia demostrado ap que-^ 
rer la revolución, pero si la libertad; y esta opinión era unánime y 
tan decidida, que cualquiera resistencia por parte del Gobierno, lle- 
varla allí la desconfianza y la desesperación que ha originado los 
infortunios de Cuba. Puerto-Rico está representada en njaestras Cor- 
tes, y la mayoría de sus diputados, comprendiendo sus necesidades, 
la legitimidad de sus aspiraciones, y el peligro de la demora, ins- 
taban é instan porque cuanto antes se discuta y aplique la Cons- 
titución, que de paso sea dicho, no entraña ninguna idea capaz de 
esponer en lo mínimo nuestra política en Ultramar. Y era esta so- 
licitud tan oportuna, que no solo calmaba la justísima ansiedad de 
los leales puerto-riqueflos, sino que podia inspirar á los cubanos le 
consuelo de que inmediatamente que cesase el estado de guerra, 
gozarían de iguales derechos. Votando, pues, la Constitución de Puer- 
to-Rico nuestras Cortes, obedecían á la vez una razón de justicia 
y otra de gran conveniencia política, porque neutralizaban el mal 
efecto que la desconfianza, nacida de nuestra imprevisión, ha arrai- 
gado en las provincias de Ultramar, sino que esparcían sobre el ho- 
rizonte de Cuba un triple rayo de luz, de esperanza y de libertad- 

Pero el casino español de la Habana, empeñado en hacer ^lltica 
en casa agena, cuando á tan funesto punto ha traído la propia; im- 
buido en la idea de imponer la ley en Ultramar, y de oponerse por 
sistema á planes que no es capaz de comprender, se empeñó en en- 
dilgarnos esposiciones con firmas «muy voluntarias,» y no le faltó 
algún diputado que se obstinase en sostener sus miras y en aplazar 
la discusión de la ley de Puerto-Rico, de tal modo, que esta es la 
hora en que, contra la voluntad nacional, no se ha promulgado to* 
davía. ¡Quiera Dios que no tengamos que arrepentimos de tanta in- 
curia! ¡Quiera Dios que no. lleguemos tarde, como ha sucedido en 
Cuba! 

Bspaña, justicia y moralidad, ha dicho el capitán general Caba- 
llero de Rodas. ¿Y está España bien representada en el casino esi- 
pañol de la Habana? No; España desea dar instituciones liberales á 
sus provincias ultramarinas, y los reaccionarios de Cuba se empe«« 
ñati en rechazarlas. 

España tiene empeñada su honra en eatinguir la trata, y puede 
muy bien ser colocada por Inglaterra, y á la faz del mundo, en el 
banquillo de los acusados, y los negreros se obstinan en compro-, 
meterla, sosteniendo aquella. 

ISspaña ha contraído un deber de justicia, en que todos sus hijos 



— iOl ~ 

giooen de iguales derechos, tengan idénticas garantías; y los Volun- 
tarios de Cuba despedazan con sus bayonetas ese deber; y las na- 
ciones civilizadas están presenciando este es^cándalo. 

Dado, puesj que Caballero de Rodas llama á esos reaccionarios, 
negreros y Voluntarios, sostenedores de la integridad nacional y 
que en perfecta armonía con ellos rige á Cuba, bien podemos creer 
que no gobierna por España y para España; sino por un partido re- 
belde y para escudar intereses materiales que están en abierta pug- 
na con nuestros intereses morales y políticos, y con las convenien- 
cias imprescindibles á un' pueblo que vive en medio de las naciones 
más civilizadas del globo. 

Sí; mientras reinen en Cuba la tiranía militar, el fanatismo re- 
ligioso, la fuerza, como razón de Estado, la inmoralidad en la jus- 
ticia, la corrupción de los empleados, el monopolio consentido, la 
palabra encadenada, la infame trata y la esclavitud; mientras que 
allí veamos la educación deprimida, las carreras públicas desauto- 
rizadas, la seguridad individual, el trabajo y los bienes, sujetos siem- 
pre al más ruin espíritu de partido, y la ambición desenfrenada de 
una c^|se trashumante, y el cinismo de esa burocracia que ahoga to- 
díis las aspiraciones de progreso y libertad propias de los pueblos 
modernos, allí no estará * España con honra, sino residirán los hom- 
bres más degradados de la España de otros tiempos. 

Y por esto, y porque vemos todo esto en Cuba, no podemos creer 
que Caballero de Rodas gobierne allí por Esjpaña y para España. 

Justicia. Veamos de qué modo ha cumplido esta parte de su pro- 
grama, la más preciosa sin duda, porque ella abraza todos los de- 
beres del Gobierno, todas las garantías de los gobernados. 

No pretendemos, ni nos sería posible, examinar bajoJIeste aspec- 
to todos los actos del capitán general Caballero de Rodas, ni pre- 
tendemos por ahora hacerle cargo alguno por aquellos que, reco- 
gidos de los periódicos ó de noticias fidedignas, vamos á indicar con 
la debida reserva. Aspiramos únicamente, como mil veces lo hemos 
dicho, á que la luz se haga en la cuestión cubana, esponiendo los su- 
cesos bajo su verdadero aspecto, para que se estudien, depuren y 
fijen, condenando al desprecio esas mentidas relaciones con que se 
nos viene engañando hace tiempo, sin más objeto que el de sacri- 
ficar á intereses individuales la libertad, la dignidad de España y los 
derechos más sagrados aun de la humanidad. 

Entendemos que el deber más imprescindible de la prensa con- 
giste en velar por esos derechos, para evitar que la Jtirahía, venga 



— 102 — 

de donde viniere, del Gobierno 6 del pueblo, log ofenda ó menos- 
cabe; en protejer siempre la honra, la vida, el hogar y la fortuna 
de los ciudadanos; en señalar los errores que puedan estraviar á 
estos, ó impedir á los poderes legítimos cumplir su misión; en 
conservar incólumes esos principios salvadores que sostienen á los 
pueblos en la senda de la libertad, del progreso y de la civilización. 
Sepan aquellos, para su consuelo, que siempre que los poderes cons- 
tituidos, para ampararlos y protegerlos, lo? abandonan ó los hieren 
ilegalmente, se alza una voz para defenderlos, para entregar su 
causa al fallo justiciero de la opinión pública, y para detener y es- 
carmentar á sus verdugos. 

Esta voz es la de la prensa libre. 

Cuba no la tiene; pero sí España; y si de veras se quiere que 
Cuba continúe siendo española, es necesario que su madre la oiga, 
la aliente, la ampare, la sostenga, y no la deje perecer, con una 
mordaza en los labios, entregada á esos mercaderes de carne hu- 
mana, que la humillan, que la azotan, que la despedazan y sacrifi- 
can. Ellos pretenden también imponernos silencio, pero se engañan 
miserableqiente. Cuba es España^ y si hay aquí quien la juzg^rai- 
dora, sin comprender las desgracias que la han traído al doloroso 
trance en que hoy se encuentra; si hay aquí quien solo tenga para 
ella sarcasmos y suplicios al paso que flores y lau rales para sus 
verdugos, nosotros separaremos esas flores de las heridas de esa 
infeliz tierra, y derramaremos sobre ellas el bálsamo del consuelo 
y de la libertad. 

Si se juzga que en medio de ese himno venal que entonan allí los 
periódicos, y que hace eco en alguno de España, no hemos do oir 
el ruido de las cadenas, el crugido del garrote, el lamento de las 
madres que nos preguntan por sus hijos, los sollosos de los huér- 
fanos que nos piden á sus inocentes padres, arrancados un dia, y pa- 
ra siempre, de su hogar, se engañan; en nuestro corazón resuenan 
esos gritos, y nosotros, sin hacer por ahora cargo á nadie, esta- 
mos decididos á x>edir cuenta de toda esa sangre injustamente der- 
ramada, para que caiga gota á gota sobre los que la han vertido 
y jamás manche la honra de España. 



— 103 — 



XV. 



Muchos afirman qud también tomaba parte en el himno, á que nos 
contragimos en nuestro anterior articulo, el capitán general Caballero 
de Rodas, y aun tuvieron su papel las Cortes soberanas de la nación. 

El general, en aquella célebre proclama, dada con motiyo de la eje- 
cución de uno de los Voluntarios que asesinaron al ciudadano M. Isac 
Greenwald, é hirieron á los amigos que con ^1 paseaban, por el delito 
de vestir corM^a azul; y las Cortes, declarando á los Voluntarios de 
Cuba beneméritos de la patria. 

La tal proclama ahora, é indudablemente después, será traducida 
como un sangriento sarcasmo, por todos los que no tengan la ceguedad 
de los invictos. Y en cuanto á la declaratoria cortesana que se les dio, 
en el equivocado concepto de hab^ salvado la gran antilla, claro es 
que sUa han perdido, como lo estamos viendo, el agasajo se convierte 
en ul^pantoso sambenito. 

«Aunque vengo del presidio es con muchísimo honor ,> dice una de 
nuestras tonadillas. Pues bien, que revele ün hombre hoy en cualquier 
parte del mundo, que es de los bizarros Voluntarios de la isla de Cuba, 
Á ver que impresión produce; y es que obras son amores y no buenas 
razones; es que la verdad se sobrepone siempre á todos esos oropeles y 
arrancadas manifestaciones, que jamás alcanzan á cubrir el cáncer he- 
diondo de la maldad y del crimen. 

Dice la proclama á qua nos contraemos: «Voluntarios: Hace dias que 
>en esta capital tuvo lugar un atentado contra la seguridad personal, 
>que dio por resultado la muerte de un estrai^jero y las graves heridas 
>de otros dos. Estos estranjeros, con otro que por fortuna salió ileso, 
>transitaban pacificamente por uno de los sitios más públicos y concur- 
»ridos de la población, cuando se vieron acometidos sin saber por qué 
>por un hombre que, armado de rewolver y puflal, y seguido de otros, 
»le asestaba golpes de muerte. 

«Esos estranjeros se hallaban bajo el amparo de la bandera españo- 
>ia y garantidos por las leyes del país: el asesino ultrajó las leyes y 
>manchó nuestro pabellón; poroso acaba de sufrir la pena de muerte 
»en justo desagravio. El desgraciado Zamora, que cometió y purgó su 
>delito, era Voluntario, y aunque cada hombre tiene su honra parti- 



— 104 — 

>calar, la |tay también colectiva, etc., etc...> Esta proclama ooncluye 
así: «Sepa la isla, sepa España y el mundo que sois los mejores apoyos 
»del orden y de la justicia, como lo sab3 vuestro capitán general.— C«- 
ballero de Rodas.)^ 

Sepa España y el mundo, pensamos nosotros, qup cuando cometéis 
horribles atentados; cuando mancháis nuestra bandera; cuando asesi*-* 
nais sin saber por qué^ á la luz del dia, en presencia de cónsules es- 
tranjeros y de innumerables personas, sois los mejores apoyos del or- 
den y de la justicia. Y sepa el mundo que cuando asaltáis y matáis 
también en Villanueva, y en el Louvre y en las calles principales de la 
Habana y echáis de ella al representante de España, merecéis.... bien 
de la patria. ¿No es esto todo un atroz sarcasmo? 

Pero era necesario que al sarcasmo se agregara el ridiculo, y hé 
aquí á D. Cesáreo Fernandez, diciéndonos por orden de S. E. (quince 
diasantes de que en los fosos de la Cabana, en una madrugada (1) se 
fusilara al peninsular D. Eugenio Zamora, sargento del 5.® batallón de 
Voluntarios (2) como asesino de Grenwald) se habia descubierto que los 
laborantes cubanos ó sus agentes, hábian de ser necesariamente los 
autores de este crimen, y de otros semejantes; pero que S. E.^^taba 
dispuesto á descubrir y castigar A todos los malvados que se o<MRasen 
bajo ese traje. 

¿Lo ha hecho así? Esto es lo que después veremos, y desde luego 
protestamos que no escribimos en odio de nadie, que no nos contraere- 
mos siquiera ala sangre que ha corrido y corre en los campos de bata- 
lla, ya sea vertida por tropa de línea, por Voluntario^ movilizados ó 
por insurrectos. Doloroso es ver derramar á torrentes, y para recoger 
amargos frutos, la sangre de hermanos; pero llevada la cuestión al ter- 
reno de la fuerza, hay que aceptar sus cons3cuencias. 

Ni nos referiremos á esos asesinatos y cruentas mutilaciones que en 
gentes inofensivas y en ancianos, mugeres y niños se han hecho en des- 
poblado con horror de la humanidad. De ellos tenemos una larga lista, 
que esperamos sea esclarecida y justiflcada|en detalle, más adelante. 



(1) A nadie se ha ejecutado en la isla de Cuba á las 'cuatro de la 
mañana. A Goicuría lo agarrotaron á las nueve é hicieron un nuevo y 
altísimo cadalso y citaron á todos los Voluntarios para que nadie se 
quedara sin verlo. Los Agüeros fueron ejecutados á las cuatro de la 
tarde. 

(2) Este 5.° batallón, célebre ya por el asalto de Villanueva, es el 
mismo que ha conferido los honores de soldado al Sr. Romero Robledo. 
¡Lucido estará S. S. con el obsequio! 



— 105 — 

Tampoeo hablamos, por ahora, de esos atroces saerifteios que uno y 
otro bando hacdn de los prisioneros, por más clamores que al cielo ele- 
ven la humanidad y las naciones civilizadas. 

Nos ceñiremos á apuntar solamente algunos de los actos públicos que 
se i^gistran en varios periódicos americanos y europeos, y que apare- 
cen medio encubiertos en los de la Habana con el velo de la justicia, 
cuando son verdaderas infracciones de ésta: solo nos contraeremos á 
esos infelices inmolados, á pesar de acogerse al amparo de la ley, de 
solemnes promesas, halagadoras proclamas, y de ese respeto que las 
desgracias políticas siempre inspiran á naciones poderosas... 

Justicia, dijo el general Caballero de Rodas el dia en que llegó á la 
Habana; ¡justicia! repitió el 9 de Julio de 1869, anunciando que serian 
respetados en sus personas é intereses los insurrectos que se presenta- 
ran, y que exigirla la más estrecha responsabilidad al que los vejara ó 
insultase: prescribiendo, además, que solo se castigara con la muerte á 
los jefes ó á aquellos á quienes se probase ser incendiarios ó ase- 
sinos. , 

Pues bien; examinemos algunos actos del gobierno del Sr. Caballe- 
ro de Rodas en presencia de estas palabras y de la ley. ¿Es hacer jus- 
ticia imponer castigos por lenidad en el fallo al presidente y vocales 
del consejo de guerra que sentenció á Josi YcU'Xés Nadarse á sei? anos 
íle presidio, por palabras subversivas j al paso que se mandaba ejecutar 
ese mi^o fallo? Si este era injusto, ¿porqué no revocarlo ó revisarlo? 
Y si justo, por qué castigar á los jueces del consejo, sembrando así un 
precedente funestísimo en nuestro orden de procedimientos, y ante esa 
misma justicia, que se ofrecía administrar? Porque sobre el criterio de 
los tribunales, sobre el criterio de la ley, está en Cuba el criterio de 
los Voluntarios, y estos imponen lapena de muerte á todo el que pro- 
fiera palabras subversivas. 

¿Y sería justo el capitán general, desestimando, como desestimó el 
decreto de escarcelacion, que un justiñcado alcalde mayor habanero 
pronunciara en favor de los masones, reduciéndolos de nuevo á prisión 
y desterrando al juez instructor? No; porque no era el capitán general 
competente para esto, y porque ese alcalde mayor obró con tanta ra- 
zón, cuanto que ahora, después de muchos meses de tortura, se ha re- 
conocido la inocencia de aquellos hombres y se les ha puesto en liber- 
tad. Pero los Voluntarios habían proscrito en Villanueva la libertad 
de reunión, habían ex-comulgaio á los masones, sin conocerlos, y era 

necesario que su ley fuese la únicaque se acatara en Cuba. ¡Ay deaque- 

14 



— 106 — 

líos infelices, si la razón no hubiese clamado á tiempo por ellos en mas 
altas regiones! 

La audiencia de la Habana habia absuelto á los desventurados Mora 
y Parodi, de Cárdenas; después se consintió, para dar gusto á los bizar- 
ros Voluntarios, en que se les sometiera á consejo de guerra; ese conse- 
jo de buitres los condenó á muerte: se dice que el capitán general, Ca- 
ballero de Rodas, no aprobó este fallo; pero es lo cierto que se ha cuwr- 
plido, y que Parodi y Mora fueron fusilados. . 

Si esto, en que convienen todas las referancias que tenemos, es 
exacto (1) se ha cometido un triple atentado contra la magostad de la 
justicia, contra la primera autoridad de la isla y contra la seguridad 
individual. ¿Y qué ha hecho el general Caballero de- Rodas, para cas- 
tigar á los autores de esos atentados? Nada que hasta ahora sepamos: 
eran Yoluntarios, 

El dia 7 de Agosto de 1869, entre el partido de las Vueltas y Jiguaní^ 
departamento oriental, se despedazaron, robaron y asesinaron á los 
respetables vecinos de Santiago de Cuba, Doctores, D. José Antonio Pé- 
rez y D. Rafael Espinosa, y á D. José Antonio y D. Bruno Collaso, don 
Andrés Villasana, D. A. Asencio, D. Salvador Banitez, D. Joaquín Ros, 
D. Manuel Fresneda, D. Escuperancio Alvarez, D. Manuel B3nit9Z, don 
Manuel Nateras, un criado del doctor Pérez y el pardo Bartolomé Mon- 
tero. Los ocho primeros fueron sacados de Santiago de Cuba por un ac- 
to de careo; los últimos se unieron á ellos en Manzanillo, para servir- 
los en la angustiosa situación en que los conduelan. Pues bien; todos 
fueron fusilados por su? custodios, y robada? por los mismos, las pren- 
das que vestían. E^a hecatDmbe, anunciada á los cónsules de Inglaterra, 
Prusia y los Estados-Unidos, en Santiago de Cuba, en solemnes protes- 
tas, clama aun porque se haga justicia. 

¿Y qué diremos de la horrible carnicería que en Febrero y en hom*» 
bres también indefensos y respetables de Santiago de Cuba, hizo el fa- 
moso González Boet, suponiendo haber encontrado en ellos el comité 
insurrecto? 

En la jurisdicción de Manzanillo yá fines de Junio de 1868 fueron 
asesinados D. Juan Sánchez Izaguirre, abogado, y D. Ramón Salazar; y 



(1) Al entrar etfprensa este folleto, vemos que el actual capitán 
general de Cuba, afirma, por fortuna, que están vivos y aun en la cár- 
cel de Cárdenas los Sres. Mora y Parodi: pero no rectificándose ningu- 
na de las otras circunstancias; queda en pié é impune siempre el aten- 
tado de los Voluntarios. 



— 107 — 

en la misma jurisdicción, y en Noviembre, el licenciado D. Gregorio de 
Santos Tebur. Nada se ha hecho para castigar á íos autores de semejan- 
tes fusilamientos. 

En la misma juriádiccion de Manzanillo, y en el propio mes de No- 
viembre de 1869, fueron fusilados sin formación de causa D. Antonio 
Robledo^ D. Luis Betancourt, D. José de Jesús Resabales, D. José Vicen- 
te Castellanos, D. Agustín Ramués. ¿Tiene noticia segura de estos he- 
chos, el general Caballero de Rodas? 

¿Sabe S. E. que en la Vuelta Abajo, donde no se ha movido, en cerca 
dé dos años de insurrección, un solo hombre contra el Gobierno, fueron 
mandados fusilar, por orden de un célebre capitán de Voluntarios, don' 
José Rodríguez Mendoza, D. Eustaquio Arencibia, D. Jacobo Montan, 
D. Rafael Rivera, y Sebastian y Juan Campos, Domingo Aguilar, Gumei^ 
sindo Gala, Ciríaco Alvarez y Cipriano Alvarez?... Pues dígnese ^averi- 
guarlo, no sea qué proponga para alguna cruz ó título de Castilla al 
jefede esos asesinos. 

¿Se enteró el general Caballero de Rodas del motivo por que se 
aplicó la pena de muerte al sacerdote Esquesebre, en Cienfuegos? Pues 
sepa que fué por habeirconsentido en bendecir una bandera insurrecta, 
áéondicion de que se perdonara la vida á muchos prisioneros es- 
pañoles. 

Igual fin se dio en la misma villa á Francisco Figueroa, sin indicar 
siquiera el periódico que lo anuncia, la causa, como si se tratase de la 
vida de un perro. Así sabemos también la ejecución de Domingo More- 
no en Santi Espíritu, de Acosta y Espinosa, en Sagua; de Jacobo Noya, 
José Dormay, Juan de Dios Palma, en Santiago de Cuba; de catorce cu- 
banos, en Camarones, y délos que no se indican otros nombres que los 
de D.Marcos Abreu, D. Félix Macias y sus hijos de nueve y catorce 
años; y el mes de Agosto de 1869, en que tuvieron lugar estas eje- 
cuciones. 

Pero ¿cuándo concluiríamos si fuésemos á enumerar todos los casos 
de este género que en diversos periódicos que están á nuestra vista 
registramos con horror? 

No hace quince dias que El Sufragio Universal, núm. 125, copia 
un documento oficial del que resulta que: D. Felipe Valdés, jefe del ta- 
ller de carpintería del ferro-carril de la Habana, fué sacado de su casa 
en la noche del 7 de Feb^ero de este año, por 10 ó 12 voluntarios, bajo 
^1 protesto de que tenia armas escondidas, armas que no encontraron, 
irrastrando, sin embargo, á aquel infeliz hasta la Calzada de la Infan- 
a donde le hicieron arrodillar y fusilaron, robándole después el dinero 



— 108 — 

que portaba. Si algancóasul hubiera visto esto asesinato, oomo el de 
Greenwald, y si D. Felipe Valdés hubiese sido subdito de alguna otra 
nación, acaso se castigarían sus asesinos; pero como estos son Volun- 
tarios y la Tíctima cubana, es muy posible que quede impune cr(men 
tan atroz. 

En Diciembre de 1869 se dice que fueron encontradas algunas armas 
en el ingenio de D. Elenterio Lámar, jurisdicción de Matansas, donde 
no habia aun asomado la insurrección. Lámar fué fusilado y su mayoral 
condenado á dies aftos de presidio, aunque nunca hicieron ni intentaron 
hacer uso de esas armas; pero en Cuba no hay distinción alguna, ni 
graduación de pena entre el uso, la portación simple y la reserva de 
armas. Tal es el criterio de los Voluntarios, y por eito fué juzgado el 
respetable hacendado de Matanzas. 

El 16 de Marzo fueron fusilados en la jurisdicción de Batabanó don 
Luis de la Maza Arredondo y D. Rafael F. Cueto y seis individuos ma- 
en el potrero de D. José Maria Fernandez á quienes se reputaba proce- 
dentes de la partida que invadió á Güines. 

D* Domingo Geicouria, hombre de sesenta y cinco años^fvíé sorpren- 
dido y se entregó sin resistencia á unos soldados de marina en el Cayo 
Guajaba, situado apocas leguas de la isla de Cuba; atado eodo con co- 
do, se le condujo así á Puerto-Príncipe, el 3 de Mayo, y remitido á la 
Habana, donde llegó el 6 por la noche, constituido el consejo de guer- 
ra, escusó nombrar defensor, y el que se le elijió de oficio, pidió con-- 
tra su defendido.., ¡la pena de tntcerte! rogando que no 9e le aplicase 
en garrote vil, sino que fuese pasado por las armas. 

Mientras esto se hacia, se estaba construyendo un gran tablado pa- 
ra colocar el garrote, que rodeó una multitud inmensa de Voluntarios* 
Goicouria subió con paso firme sus trece escalones (7 de Mayo,nueve de 
la mañana), y en lo alto dijo: «Muere un hombre pero nace un pueblo.» 
La concurrencia no le comprendió acogiendo con aclamaciones de júbi- 
lo el último suspiro de aquel anciano. Goicouria no podia ser considera- 
do como prisionero de guerra, iba con una misión á Méjico, y aun cuans 
do se le considerara prisionero, no fué cogido con las armas en la ma- 
no, ni se le probó que fuese incendiario ni asesino; por lo tanto le sal- 
vaba la circular del 9 de Julio de 1869. ¿Por qué el Sr. Rodas no le de- 
claró comprendido en ella, y más cuando se trataba de un hombre de 
tan avanzada edad, cuya ejecución debió producir, como produjo en 
los Estados-Unidos, un efecto contraproducente? 

Una semana después los hermanos Gaspar y D. Diego Agüero Be- 
tanconrt, jóvenes pertenecientes alas familias más consideradas de? 



pais^ f ueroa tambienr presos em Cayo Romanoi, algo dilatante d^ laí ida de 
Cnba, de donde se alejaban. Tampoco hicieron resistencia á su prisión, 
ni llevaban armas, ni ^udo probárseles qne fnesen incendiarios ni ase- 
sinos, y sin embargo, 8<mietidos á un consejo de guerra en la Habana, 
á donde se les condujo (14 de Mayo siete de lá mañana), jussgados y 
sentenciados álli en cuatro horas, subieron el mismo cadalso que Goi- 
coaria (14 d» Mayo, cuatro de la tarde), primero el de menos edad, Die« 
go; y un instante despu^ caliente aun la argolla del suplicio, yá la 
Tista del cadáver de su hermano, en cuya' frente imprimió ün besó) 
ocupó' G^par su asiento, fijando una mirada del mas profunda despre- 
cio en aquella multitud inmensa, que parecía contemplar con santa de- 
licia aq^el edificante cuadro. 

La persona que nos lo describe dice: «Al ver morir á aquellos dos 
>1iermanos, el uno junto al otro, en el albor de la vida; al contemplar á 
>aqueUosdos jóvenes.de noble continente, hermosos y rasgados ojos ne- 
>gros,.fi]iisimas facciones y delicadas manos, rodeados por las fachas 
>ordinarlas del quinto batallón de Voluntarios, con su coronel D. Ra- 
>mon de Herrera y Sacristán á la cabeza, y en cuyas fisonomías rebosa- 
»ba una horrible satisfacción, me parecía contemplar dos ángeles que, 
>persegüidos por furias infernales, subifti al cielo.» 

En las Cinco Villas recordaremos: que desde principios del aftó 1869 
estaba preso D. Antonio Ramiréz, como sospechoso, y en 26 de Marzo 
de 1870 se le fusiló en S. Spiritus. * 

Capoles la misma desgraciada suerte y en el propio punto á D. Joa- 
quín Mftria Palmera el 14 de Junio y en S. Juan de los> Remedios el 8 
á D. Pedro Portal, por lo que en Cuba se llama delito de infidencia, y á 
don J«sé Zerquera el 6 en Trinidad por palabras subersí vas. 

A principios de Julio fderon fusilados en Arroyo Blanco D. Miguel 
García, D. José María Pérez y D. Juan Pazos y el 9 en Crenfuegos don 
José. Castillo y Juan García. 

¡CuantaS'injusticias tendríamos que apuntar, cuantos asesinatos ju- 
rídicos si registrásemos las actas de los eonsejos de guerra celebrados 
en las Cifico Villas y de las que apenas vienen á nuestra memoria eatos 
nombres de verdaderos mártires! 

Naestras tropas, en sus escurcione^ por las fincas del Camagüey, 
encontraron al subpf efecto del Sanjon, D. Fernando Várela, con dos se^ 
ñore$ ancianos y á tres de sus hijas, jóvenes de agraciado rostro; no 
tenían otras armas que las escarapelas cubanas; también sorprendieron 
á D. Pedro Betancourt> D. J^ M. Rafeti,el primero prefecto de Caunao 
y hallaron dormidos en la hacienda Matilde á D. Gonzalo de Varona y 



~ lio -* 

D. N. Morales». Traídos todos á Puerto-Príncipe, fueron fusilados en el 
paeblo que los vio nacer, á presencia de sus respetables familias, ho- 
llando así el capitán general todo género de consideraciones y su pro- 
pia circular de 9 de Julio, en razón de que ni esos desventurados jóve- 
nes fueron cogidos con las armas en la mano, ni eran cabecillas, ni pudo 
probárseles que fuesen incendiarios ni asesinos. Las mujeres flieron 
perdonadas. Los hombres murieron con la sonrisa en los labios. «La ci- ' 
>vilizacion y el prestigio de Espa&a ante el juicio de las demás nacio- 
»nes, imponen el deber de ser lo más parco posible en el derramamien- 
>to de san?i?e,> decía el general Caballero de Rodas á sus gobernadores. 
IHé aquí el ejemplo que les daba! 

Un espía llevó á Benegasi una noche del mes de Mayo á la ñnca La 
Caridad, en el departamento oriental, que servia de abrigo á Osear de 
Céspedes, joven de 20 a&os, y á su mujer, de 17. Ambos ftieron presosy 
conducidos á Puerto-Principe el 28 de Mayo. El 29, Osear era pasado 
por las armas. Su delito ñaiural consistía en ser hijo de D. Carlos Ma- 
nuel, consideración que, si no la ley, debió salvarle, siquiera fuese pa- 
ra evitar horribles represalias. ¡Cuántas víctimas espiatorías se in- 
molarán á esa sangre! ¡Cuánta no se derramó para borrar la de la an- f 
ciana madre de Cabrera! « 

A las doce del día 14 de Mayo salió de New- York, según el Diario 
de la Marina de la Habana, núm. 136, el "vapor Upton. A la media no- 
che, y ya en alta mar, se acercó á él una goleta; el vapor se detuvo, y 
recibió á su bordo un cargamento de armas que aquella le traía. 

El Upton fondeó el 23 en las costas de Cuba, frente á Punta Brañra, y 
allí desembarcó una espedicionde 120 hombres, al mando de D. Gaspar 
de Betancourt y Guerra, quien se internó en los campos con la mayor 
parte de los espedicionaríos y algunas armas, dejando el resto del car- 
gamento oculto y custodiado por diez hombres. Sorprendidos estos por 
nuestras tropas, se entregaron cuatro de ellos, • que no queriendo dar 
razón del desembarco, fueron fusilados en esa misma playa. Estos se 
apellidaban Aparicio, Banandes, Alvarez y el pardo José Valdés» 

En esas circunstancias, se presentaron D. Tomás Almeida, t). Luis 
Medal y D. Isidoro García implorando misericordia, haciendo una es- 
posicion por escrito de toda la espedicion, y conduciendo á nuestros 
marinos y jefes militares á los puntos en que se habfti ocultado el car- 
gamento, que si hemos de creer al periódico citado, cayó todo en nues- 
tro poder. 

Pues bien: á pesar de este gran servicio y de la presentación, f de 
no haber tiempo siquiera para averiguar si esos tres espedicionaríos 



— 111 — 

eran incendiarios ó asesinos, se les condujo á Puerto-Principe, donde 
fueron pasados por las armas inmediatamente después de su llegada, 
el 3 de Junio. Consecuencias: de hoy en adelante, ya sabrán los presen- 
tados que nada les liberta de la pena de traición. Ni siquiera la buena 
acogida, ni las promesas que de momento se les bagan. 

También se presentó hace quince meses don Ricardo Casanova, y 
después de otra buena acogida y de una larga prisión en el castillo de 
la Cabana, ha sido fusilado en sus fosos el 15 de Mayo. " 

Igual suerte, y por la misma razón, ha cabido á D. Franci^o Gonzá- 
lez Junco. 

En la noche del 4 de Junio, el vapor Concha vio una pequeña ho- 
guera en Cayo Cruz, como en demanda de auxilio. Ál dia siguiente en- 
contró allí tres jóvenes, que desde luego hubieron de creer sus tripu- 
lantes, eran personas principales. Reconocidos después, resultaron ser 
D. J. R. Guiteras y D. L. Hernández y S. Camino; los dos primeros per- 
tenecientes á la mejor sociedad de Matanzas: no conocemos al 
último; más por unas cartas que se les encontraron, pudo comprender- 
se que se dirigían á Cuba. 

Fueron llevados á Puerto-Príncipe 5^ fusilados los dos primeros. Ni 
siquiera podian reputarse como prisioneros de guerra ni nadie habria 
intentado probar á dos jóvenes distinguidos que acababan de salir del 
colegio, los crímenes de incendio y asesinato^ 

En la primera quincena de Junio, leemos que han sido ñisilados (ig- 
noramos si en el caippo ó la ciudad), además de Osear de Céspedes, 
Gregorio Loret de l^ola, preboste; Manuel Rivero Arteaga, proveedor; 
Joaquín Guzman, teniente coronel; Francisco Castellanos, id.; Antonio 
Rodríguez, id.; Enrique Loret de Mola, capitán; Romualdo Sánchez, 
guarda-parque; Luis Rivero, comandante; Manuel Carmena, subpre - 
fecto; Rafael Zaldivar, (se ignora); Fernando Pujol, id.; F. Laborda, id.; 
Pedro Risco,ld.; Juan Díaz, id.; Santiago Guzman, id. Yá pesarde tan- 
tos se ignora, y de ser prefectos y subprefectos, y guarda-parques 
muchos; la quincena pone todos estos nombres, bajo el rublo de cabeci- 
llas muertos,,,. 

También fueron fusilados en Puerto-Príncipe el 26 y 30 de Junio, 
D. Fernando de Varona, D. José F. Fernandez, Gabriel Ballagas y don 
Juan Caballero Aguilera, sorprendidos según se nos asagura en sus 
fincas. 

En el Departamento Oriental eran pasados por las amias el dia pri- 
mero de Julio, en Holguin, siete individuos, que se. decían procedentes 



— 112 — 

Jlb de la s6guadae$pedicion do! üpton y cuyos nombres ni siquiera reye- 
laa las «Quiaeeaas» que tenemos á la vista. 

£1 4 del propio mes y en Mayarl S3 hizo sufrir igual pena á D. Car- 
los Maria Delgalo y á siete mas titulados insurrectos, y el 23 en Cuba 
se ejecutaba del propio modoáD. Genaro Hijuelo, D. Benito Camacho, 
D. José Maria Arredondo y D. Eustaquio Chaven» 

En las crónicas de Agosto registramos los nombres de D. Joan Cor- 
tés, fusilado en S. Luis y de D. Jesús Tamayo Pleitos y D. Francisco Pe- 
ralta quelp fueron en Manzanillo. 

En el ^Diario de la Marina» del 29 de Agosto se dice que los honores 
de esta quincena corresponden al Departamento Oriental. He aquí la 
razón. 

D. Pedro Figueredo, uno de los principales vecinos de Bayamo y que 
sin duda tomó parte en el pronunciamiento de Céspedes, vivía enfer- 
mo y retirado ya hace algunos meses en una choza en medio de la mon- 
taña; sorprendido allí, aU como también el anciano D. Rodrigo Tama- 
yo y su hijo D. Ignacio de 27 años de edad, fueron llevados á Santiago 
de Cuba el 15,el ya célebre conde de Valmaseda, los sometió inmediata- 
mente á consejo de guerra. A la mañana siguiente como su enfermedad 
les impidiese ir al patíbulo poi; sus pies, condujeron al ya espirante Fi- 
gueredo y al anciano Tamayo en asnos, al llegar al punto de Inejecu- 
ción se estrecharon sus manos, Tamay» bendijo á su hijo y un instante 
después la tierra de Cuba recoj la aquella sangre, en meiiode los atro- 
nadores vivas á España que daban los Voluntarios. 

Faltaba aun un dia de gran fiesta para los Voluntarios, una^ nueva 
_ víctima para el verdugo, mas sangre para regar el árbol de la libertad. 
El 24 de Setiembre un joven de 24 años de edad, de ojos negros^y pe- 
netrantes, levantada frente, morenas mejillas, sube con paso firme las 
gradas del patíbulo: llega á su altura, pasea una mirada por la turba 
que le contempla, se sonríe y muere. Ese joven es Luis Ayestaran, aca- 
so el primero de los hijos de la Habana que al escuchar el grito de li- 
bertad que se alzaba en Cuba, voló á unirse con aquellos qne pugnaban 
por romper la cadena del despotismo, abandonando desde ese instante 
una posición brillantísima en el mundo, los sueños embriagadores de la 
juventud y el calor de la familia sólo por la patria. 

¿Creéis que el pueblo que os presenta ancianos, como los octogena- 
rios Francisco de Quesada y Domingo Ooicouria que mueren bendicien- 
do su ñn, por que se sacrifican á la causa de la patria y de la verdad; 
que os presenta hombres como los Tamayo, padr^ é hijo, que se abra- 
zan en ese supremo instante; matronas como aquellas que dejando las 



— 113 — 

comodidadds de la vida y el lujo á que estabaa acostumbradas huellan 
hoy descalzas abrojos en las selvas de Cuba y forman de sus ves- 
tidos los trajes de sus hermanos y de sus hijos para que cor- 
ran á defender la patria: jóvenes en fin como los Agüero y Ayesta- 
raii podrá intimidarse ni detenerse ante los verdugos, ante los patíbu- 
los, ni esa turba de Voluntarios que solo allí parece sabe lucir sudes- 
cantada bizarría? 

Si queréis sofocar la insurrección cubana, buscad otros medios mas 
elevados y eficaces: son gastados y execrables los que venís empleando 
hasta ahora. La historia os dice que asesinan hombres pero no matan 
ideas, al contrario, robustecen principios. 

¿Y qué fué de aquella estrecha responsabilidad, preguntamos á 
nuestra vez, que el capitán general Caballero de Rodas, habia «de exi- 
»gir á los jefes que permitieran vejar ó insultar en su persona ó bienes 
>á los presentados? 

»La civilización y el prestigio de España, ante el juicio del mundo, 
»que imponían á su representante en Cuba, el deber de ser lo mas par- 
>co en el derramamiento de sangre, ¿qué se hicieron?.. .»'¡Ay! Esas eran 
las inspiraciones del alma y de la sana política á que antes nos contra- 
jimos, inspiraciones que se perdieron en esa atmósfera pesada, lúgubre, 
y sangrienta que en el horizonte de Cuba, han formado los reacciona- 
rios, los negreros y los Voluntarios. 

Pues bien; nosotros queremos introducir á estos en ese inmenso 
círculo de hierro, formado por tantos oadalsos; queremos ponerlos al 
frente ó^ esos semblantes contraidos, por la agonía, de esos labios cár- 
denos y entreabiertos, de esas cabezas canas y blondas, cubiertas con 
el govw de los ajusticiados, de esos corazones deshechos, de esas entra- 
ñas despedazadas: queremos hacerles contemplar, el infortunio , el des- 
amparo, el dolor de tantas madres, de tantas esposas y de tantos huér- 
fanos, para que se gocen en su obra y* nos digan qué es lo que han con- 
seguido. 

Sí; habéis clamado constantemente por sangre, no hallabais otro 
remedio á nuestros males... Pues bien, no hay para que ir á buscarla á 
los campos de batalla; allí tenéis sangre, mucha sangre; cebaos en ella, 
os pertenece; esa es vuestra obra. Hace dos aüos que esos ojos, ahora 
cerrados por el verdugo, se fijaban en España, con más cariño que fu- 
ror destellan los vuestros; todos esos corazones despedazados, latían 
como los nuestros, por un instante de odio á la tiranía, por un senti- 
miento de amor á la libertad; todos esos labios enmudecidos para siem- 
pre, pedían lo que los nuestros, justicia é igualdad. Vosotros respon- 

15 



-^ 114 — 

disteis á sus votas con la persecusion, el destierro, la conñscacion, el 
cadalso; los habéis despedazado por traidores, cuando erais vosotros 
los que vendíais por un puñado de oro la dignidad y la honra de 
la patria. 

No podéis negarlo; la bandera que nosotros alzamos en Cádiz, abra- 
zaba todas las aspiraciones de los buenos españoles en uno y otro he- 
misferio; las cadenas que nosotros despedazamos aquí, fueron las que 
ellos rompieron allá; y cuando el mundo por esto cenia un laurel en la 
frente de España, vosotros preparabais para Cuba una corona de espi- 
nas, en odio á esa bandera liberal, que aun siendo española, os es abor- 
recible, por que no puede cubrir infames tráficos, ni viles granjerias, 
ni ese nefando comercio de carne humana. 

¿A dónde iréis cubiertos con esa lepra, manchados con tanta sangre, 
que no es ya la de aquella raza inocente que inmolaron en la India la 
tiranía y el fanatismo, sino la de la espiacion, la de vuestros hijos y 
nuestros hermanos? ¿k España? Aquí no queremos tiranos, ni esclavos. 
¿Esperáis que Dios os escuche? No; nuestras 80.000 bayonetas, victo- 
riosas siempre en Europa, no han podido rendir á un puñado de hom- 
bres que hoy se estienden por la isla entera. Nuestras cieii naves no 
pueden impedir que las espediciones lleguen á sus costas, y todo el apo- 
yo moral y material que los Estados-Unidos nos prestan, no ha logrado 
enervar la simpatía que á su pueblo y al mundo liberal inspira la cau- 
sa de Cuba. 

¿Y qué os revela esto? Que mientras viva un cubano tendréis en él 
latente la imagen del derecho, la espresion de la justicia, laes^^ina del 
remordimiento; y el derecho y la justicia de los pueblos, es incontras- 
table, sabedlo; la fuerza puede quebrantarlo instantáneamente^ estin- 
guirlo, jamás! 

Pues bien; ese derecho os perseguirá por todas partes, como la voz 
del Señor á Cain, y como él, tendréis que abandonar ese paraíso de 
América con la frente humillada, y las manos enrojecidas, dejando allí 
enclavada en medio de ese círculo de cadalsos, esa bandera negra que 
no es, que no puede, que no debe ser la de España con honra. Suspen- 
dedla cuanto podáis; siempre veréis sobre ella un coro de almas, ceñi- 
das con la corona del martirio, que sonríen al mostrar á Cuba en nue- 
vos horizontes, despuntando al través de vuestro lago de sangre, ese 
sol que para todos los hombre» se levanta ya en el Oriente del mundo 
moral. 



^ J15 — 



XVÍ. 



Mpralidad, dijo también el general Caballero de Rodas al llegar 
á Cuba, 

Ignoraba S. E. cuan difícil era cumplir esta parte de su pro- 
grama de gobierno, en tierra donde la trata existe como elemento 
de riciueza, donde la esclavitud se sostiene como base de prosperi- 
dad, donde la corrupoion en el régimen administrativo y judicial 
se comprende como estímulo de fortuna, donde los monopolios de 
todo género se traducen como negociaciones legítimas, donde la 
ignorajncia y el fanatismo se cubren bajo el manto de la religión 
cristiana, y donde por último la fuerza ha sustituido desde tiempo 
inmemorial á la justicia. 

El código de la moral está en la conciencia humana. ¿Y cómo 
podría el general Caballero de Rfidas hacer comprender siquiera sus 
principios á hombres sin conciencia, á seres qu3 no tienen mas Dios 
que el oro, que no en pos de otra cosa corren á América, que tra- 
ncan con la carne de sus semejantes, que están acostumbrados á es- 
pío tar á sus hijos y á sus hermanos, y para quienes la voz patria es 
sinónima de la palabra conveniencia? 

¿Cómo exigir moralidad en poco tiempo á ese pueblo, á quien se 
viene desmoralizando hace tres siglos, y que para pasar tranquila- 
mente sus dias tiene que ocultar en el fondo de su cerebro lo que 
ha aprendido, que sofocar ó reprimir por lo menos en el corazón, 
todo sentimiento noble y generoso que en él brote, que mostrar 
semblante plácido ante la vejación y la mentira, que afectar in- 
sensibilidad al escuchar el lamento de la patria infeliz ó de la hu- 
manidad esclava, y en murmurar cuando más á sus oidos, en medio 
del silencio de la noche, una frase de resignación, de consuelo ó de 
esperanza? 

Posible era gobernar por España, y para España con honra, fácil 
administrar justicia, y hemos demostrado que ni una ni otra cosa 
ha logrado hacer el general Caballero de Rodas; pero desde luego 
juzgamos impracticable la idea de ajustarse á la última parte de 
su programa, no por falta de inspiración propia, que estamos muy 
lejos de negarle, sino porque la atmósfera en que esa inspiración 



— 116 — 

debía germinar, estaba saturada de miasmas que era preciso disi- 
par antes, agitando allí con ñrme brazo, y por todas partes la an- 
torcha de la verdad, si se quería ilnminar la senda que mas tarde 
habían de seguir la razón, la justicia y la libertad. 

Creemos haberlo dicho ya: la mayor parte de los peninsulares 
que van á Cuba, solo llevan la mira de hacer dinero, y una fracción 
de aquellos debe su opulencia á la trata africana. Basta, pues, esta 
indicación para que desde luego se comprenda que los hombi^s con- 
sagrados á ese nefando tranco han prescindido absolutamente de todo 
sentimiento humanitario, de todo principio de moralidad. 

Asi que nada parece á estos mas natural como entrar con la ma- 
yor sangre fría en los horribles detalles de una expedición á Guinea 
detalles que siempre encierran el crimen de lesa nación, y abrazan 
en conjunto los delitos más inmundos y execrables. 

Nada mas natural como ver á esos hombres sonreír cuando el 
capitán pirata les participa que ha tenido que echar al mar una 
parte del humano cargamento de su buque negrero, para salvar la 
expedición, ó que ha dejado áesos seres infelices en un cayo desier- 
to, expuestos á morir de hambre* para impedir la vigilancia de un 
crt^cero inglés ó por no haber encontrado oportunamente las seña- 
les del alijo en las Qostas de la isla. 

A veces sucede que cuando llegan las lanchas de ios armadores 
á recojer en el cayo los bozales, sólo encnentran un motón de car 
dáveres, y entre ellos seres humanos que se agitaa y devoran 
unos á otros, asediados por el hambre. ¡Qué importa! El negro que 
se compra en África por 25 ó 50 pesos, se vende en Cuba por 500 
ó 600, y si la mitad de la expedición se salva, el negocio está he<- 
chp. Se dan las cuentas del gran capitán á los socios que la comentan 
en muelles y almacenes llamando ladrones y piratas á sus compa- 
ñeros. El pueblo oye y vé estas glosas en su paso, y mira prospe- 
rar esos trancantes, á quienes después se llaman los prohombres del 
alto comercio. ¿Será posible gobernar con moralidad donde pasan 
estas cosas? 

Nosotros hemos conocido aspirantes á capitanías pedáneas y hasta 
tenencias de gobierno, que descaradamente recomendaban á sus pro- 
tectores cuidasen de colocarlos en puntos por donde pudiesen reci- 
bir algún golpe de fortuna\ es decir, una expedición negrera. 

En evidencia quedó la estrategia de satisfacer la solicitud de los 
cónsules ingleses, dando órdenes de perseguir las espediciones por 
un punto, para dejarles libre entrada por otro, ó apresar en casos 



— 117 — 

desesperados unos pocos negros, para introducir ios demás á man- 
salva hasta las fincas. 

¿Y «e ignora por ventura el indigno tráfico que se hacia de aque- 
llas dichosas cédulas^ hasta en las mismas oficinas del gohierno? 

¿No hay datos bastantes del cohecho de algunos juóceS, cohecho 
ineludible casi siempre en las causas de bozales; yde Iéé burla que 
negreros y hacendados hacian de las ejecutorias que declaraban 
emancipados^ ocultando á estos á la acción de la ley ó dándolos por 
muertos? 

¿No son innumerables los que existen sobré la reventa y gran- 
gerias que se hácian con esos mismos emancipados? Pues todo esto 
constituye innumerables focos de inmoralidad, que han difundido des- 
de el centro á la circunferencia, y desdé esta hasta la mas alta eso 
cala social, deletéreas corrientes que no podia neutralizarse, sino 
con un vigor y con una energía á toda prueba. 

Nosotros observamos á los generales Pezuela y Serrano, dispues- 
tos á atacar el mal bajo todos conceptos; vimos al general Dulce em- 
plear alguiías medidas aisladas, decretando por ejemplo, la deporta- 
ción de los armadores más conocidos y recalcitrantes. 

¿Y qué es lo que ha hecho él capitán general Caballero de Rodas? 

No diremos, no, que ha vendido, como otras autoridades, por un 
puñado de oro, el honor de España; por q^ue en este concepto no hay 
quien le tache todavía: hi que ha hollado voluntariamente los tra- 
tados mas solemnes, ajustados con la Inglaterra sobre la extinción 
del tráfico negrero; pero es un hecho revelado por la prensa nacio- 
nal (1) y extranjera, que se han introducido expediciones africanas 
durante su mando y que esos piratas quedarán ahora como siempre 
impunes. Es otro hecho muy significativo, que el general Caballe- 
ro de Rodas ha colgado medallas al cuello, como distintivos de la 
representación municipal del pais, á los traficantes de carne hu- 
mana mas conocidos, á hombres que según la ley debieran estar ar- 
ra8tran<lo una cadena en nuestros presidios de África, á quienes der 
testa el pueblo cubano, cuya representación se ^es atribuye y de 
los cuales veremos, acaso muy pronto, algunos sentados en nuestras 
Cortes Constituyentes. 

¿Es esto gobernar, procurando siquiera moralidad? 

Ni puede haberla tampoco donde la esclavitud se sostiene, don- 



(1) Por la misma (baceta oficial de la Habana. 



— 118 — 

de 86 convierte al hombre en cosa, donde se ie castiga arbitr arlar* 
mente, hasta ver saltar su sangre bajo el látigo, donde se le ven- 
de, donde por una mezquina ganancia se le separa de su mujer y 
de sus hijos, se le priva de los únicos goces que podia tener, los 
goces de la familia, y donde se rechaza como peligrosa toda idea 
de benevolencia y de caridad hacia ese prógimo que se llama es* 
clavo. 

Verdad es que EspaAa regenerada no ha tenido aún valor bastan* 
te para romper sus cadenas de una vez y para siempre; pero á lo 
menos ha querido mitigar los horrores de la esclavitud, ya sea obe- 
deciendo á una inspiración cristiana, escuchando el grito de la hu- 
manidad, arrastrada por el impulso de la revolución, extremeoién* 
dose ante el anatema del siglo ó temblando por un porvenir negro, 
oprobioso y sangriento. 

¿Y qué ha hecho el general Caballero de Rodas en este con- 
cepto? 

Ni siquiera ha permitido publicar en los periódicos de la Habrá 
na ese proyecto de ley acordado por las Cámaras espaftc^as á pesa- 
de que la prensa inglesa y americana lo califica como un escami o^ 
ni dejará trascender á la gran Antilla una sola de las palabras lu- 
minosas del Sr. Castelar, pronunciadas con este propósito, y que ha 
acogido con aplausos el mundo entero. 

Se ha convocado, por el contrario, una junta en el palacio de la 
capitanía general de la Habana, compuesta en su mayor parte de 
negreros, haciendo caso omiso de la ley del Sr. Moret, sancionada 
por la nación, y se ha nombrado un grupo de esos hombres para que 
redacte otro proyecto que se someterá á la aprobación de las 
Cortes. 

Esto ni mas ni menos pasa en el país donde se fusila á los cuba- 
nos que desean Gobierno autonómico; ^ 

Mas no es nuestro propósito considerar ahora lo que semejan- 
te actitud significa, ante Espafta y ante la revolución de Setiembre; 
queremos ver las cosas únicamente bajo el aspecto de la moralidad) 
y por esto nos atrevemos á indicar que son los amos, son los tra- 
ficantes de carne humana, son los reaccionarios (que persiguen, de- 
portan, confiscan y agarrotan á los autonomistas) los que, hollan- 
do la ley espaaola y el derecho público ante la primera autoridad 
de la isla, están llamados á resolver la cuestión de esclavitud. 

¿Y consentir, autorizar esto, es gobernar con moralidad? 

¿Pero será posible hacerlo en un país donde la prensa está tam- 



— 119 — 

bien encadenada, donde sólo se la oye cuando miente victorias, adu- 
la á lad autoridades que se convierten en instrumentos del parti- 
do intransigente, ó fomenta los salvajes instintos de los volunta- 
rios? ¿Que sólo se la atiende cuando pregona la confiscación, la muer- 
te y el exterminio de una raza que ni siquiera tiene el derecho de 
quejarse bajo el cielo de Cuba? 

Pues sépase que aún aquellos que exhalan sus lamentos en Euro- 
pa, aun aquellos que bajo el amparo de la libertad, proclamada en 
£spaña, vienen de buena fé á referimos lo que pasa en Cuba, son 
perseguidos aqui mismo y en todas partes por esos cliíhs de gobier- 
no que está contrariando abiertamente la actual situación de la 
Península ibérica, y haciendo traición á los principios y á los hom- 
bres que la constituyen. 

Y ceder á las exigencias de esos clubs, y mandar exhortes á 
Madrid, realizando la pérfida intención que los inspira, y embargar 
los bienes de los emigrados, ¿es obrar con moralidad? 

No de ahora, sabido era desde el siglo XVI el uso que hacian los 
empleados de su poder en América. Desde fray Bartolomé de las 
Casas, él Conde de Aranda y los célebres marinos Jorge Juan y 
Antonio Ulioa, bástala juntado información, senos viene marcan- 
do ese cáncer de inmoralidad en Cuba, se nos viene diciendo que to- 
dos los desvelos de aquellos se dirigen á sacar el mayor provecho 
posible para sus bolsillos, que iban á las Indias pobres y adeudados, 
y volvían á Espaha ricos y sin trampas. 

Hoy los vemos salir comunmente de las oficinas de los ministe- 
rios ó de la familia de los empleados ultramarinos, ignorantes y 
desconocidos en su mayor parte, para marchar á Cuba á gozar de 
un sueldo que apenas podria cubrir allí sus necesidades mas pre- 
miosas, y al poco tiempo observamos á algunos aparecer en el Pra- 
do de Madrid en lujosas carretelas ó habitar magníficos palacios, ó 
entretenerse en derramar aqui el veneno de la corrupción y del des- 
potismo para sostener en Cuba el de la inmoralidad y de la tiranía, 
mientras que los hijos de ese infortunado suelo, por meritorios que 
sean, mueren en el olvido y en el retraimiento mas absoluto. 

¿Y qué ha hecho el general Caballero de Rodas para estlrpar ese 
cáncer? 

Nada que no fuera propio de los mandarines mas absolutos y ti- 
ranos de otros tiempos. Para evitar las estafas que corroían nues- 
traá arcas, ha nombrado comisiones inspectoras, pero compuestas de 
esos mismos comerciantes que hablan sido los cómplices de esos ma- 



— 120 — • 

nejos y contrabandos. Se nos objetará que dan. hoy algua resulta^ 
do provechoso; mas aun cua^ido ^sí fuera, resultaría á costa de la 
vergüenza de nuestra administración oficial, y para arraigar ma- 
ñana la inmoralidad mas completa. 

Caballero de Rodas ha nombrado también una cohorte de emplea- 
dos de su familia, que si hemos de creer á algunos periódicos de ia 
Península, cuestan al agobiadísimo presupuesto de Ultramar 76.000 
pesos anuales. 

Obedeciendo á las inspiraciones del Casino Español ha persegui- 
do, ha obligado á emigrar ó ha desterrado aquellos cubanos que 
por su ilustración debió atraer, distinguir y emplear: ha confisca- 
do indistintamente bienes de insurrectos, de sospechosos, ó de per- 
sonas acaudaladas, . que pudieran serlo, poniendo á aquellos bajo la 
administración de una horda de famélicos empleados, que se enrique- 
cen á costa de lo que los cubanos heredaron de sus mayores ó hu- 
bieron de su trabajo; y por último, como corolario y para cubrir 
los abusos de esa fraudulenta administración, y la banoarota que 
el papel inconscientemente emitido por el Banco Español ocasio- 
nará, y el falso patriotismo de los que han ofrecido haciendas y 
-vidas, S8 proyecta ahora la confiscación de los bienes embargados. 

¿Es esto gobernar con moralidad? 

La base mas sólida de esta es la instrucción pública. 

Pues bien; en Cuba se han suprimido las dos terceras partes de 
las escuelas gratuitas que existían en 1868; se han cerrado los me- 
jores colegios, nada mas que porque la estupidez de los reacciona- 
rios atribuye las ideas liberales de la. época á la enseñanza ejercida 
por los cubanos mas ilustrados y respetables. 

Ahora se nos anuncia también la próxima clausura de la univer- 
sidad de la Habana, con el doble objeto de obligar á aquellos que 
deseen obtener grados académicos á venir á buscarlos á la Penín- 
sula, y dejar entregada la educación cubana á los colegios de los 
jesuítas. 

Se ha declarado guerra á muerte á los hombres de letras, á fin 
de que, no pudiendo subsistir en Cuba, tengan que abandonarla y 
quede en pié el pretexto de que aquella no está bastante civiliza- 
da para disfrutar derechos políticos. 

Los cubanos sólo podían aspirar antes á la plaza de soldado raso^ 
en poquísimas carreras literarias; pues la comercial, la adminis- 
trativa y la judicial eran patrimonios de los peninsulares. Mas aho- 
ra parece que se intenta seriamente cerrárselas todas. 



— 129 — 

de la esperanas^a, atrayando á su lado con ddioada mano á sus hi« 
jos mas distinguidos, recibiendo con loable benevolencia á los emi- 
grados que tornaban á Cuba, después de largos padecimientos, y 
afon^ndóse por inspirar á todoA confianza en la metrópoli y en su 
buen deseo de traer al país las instituciones liberales, áque por 
tantosi títulos era acreedor. 

Como por encanto, el sólo resplandor de aquella esperanza enn 
pe2;ó á marchitlEír la planta anexioaista. Los ojos de los cubanos 
volvieron á fijarse en España, ahogando en el fondo de sus cora* 
zones la deacoafianza y- el rencor que tantas decepeiones y desven- 
turas hablan engendrado. 

lia jdnta revolucáonaria de Nueva-York sé disolvió, y. sus pro- 
hombres alejadoi^ voluntariamente de ese centro, vinieron á esta* 
bleo^iPse unos 4 Europa, otros fueran á la América del Sur y ios nías 
volvieron tranquilamente á Cuba. 

Cuatro a&os pasaron para, ésta, dé paz, de esperanzas y aun pu- 
diéramos aúadir de conten to^ cuando sustituyó en el gobierno. de 
Cuba al general Serrano, D. Domingo Dulce» 

Este continuó, á paso ya mas seguro, la política iniciada por su an- 
tecesor, y con sumo tacto empezó á aliviar la situación de la pre»* 
sa; á suspender el espíritu publicóla inspirar franqueza y confianza 
en todas las clases de la sociedad. 

Y Cuba respiró aura de libertad, y sus hijos amaron á Dulce, y 
deponiendo justísimos agravios, volvieron á esperar de España el 
Gobierno qua pudiese hacarlos venturosos. . 

Pero la felicidad^ de Cuba, por una fatalidad inconcebible, se trá-* 
duela por algunos <le. sus habi tantas paninsulares, como la ruina de 
sus fortunas. 

Si Cuba se moralizaba, la trata negrera y los monopolios eran 
imposibles; si Cuba gozaba de instituciones liberales, la preponde- 
rancia tenebrosa del partido reaccionario peninsular no podría con- 
servarse; si Cuba adquiría la libre emisión del pensamiento, la ig- 
norancia, el soborno de sus empleados y los vicios., cancerosos de la 
administración, tcnian forzosamente que desaparecer, y acaso para 
siempre de aquel suelo. 

Un magistralo, pues, venal, un aiministrador corrompido y as- 
tuto y un negrero recalcitrante, .hubieron de ver las señales de los 
tiempos y pretendiendo detener su acción, buscaron un pretexto 
en la bandera reaccionaria, que Arguelles alzó en las Cortes deUaño 
de 1837. 

17 



— 1 30 •* v 

Tenemos, pues, en pugna otra vez las dos banderas. 

Bajóla bandera liberal espa&ola, el peninsular capitán general, 
Duque de la Torre, y el cubano ex-diputado á Cortes, D. Andrés 
Arango, pidieron en el Senado español en Enero de 1865 institiioio- 
n33rib3ral3) para Cuba y representaeion nacional. 

Aquel mismo D. José de la Concba, ya marqués de la Habana, ee 
opuso bajo la fútilísima razón de que la elección de diputados en 
Cuba originaria difieultades que no compensarían las ventilas que 
pudiera producir. 

En el Congreso nacional, los diputados D. Augusto Ulloa y Don 
Juan Modet, dijeron: el primero recordando el origen de las instí- 
tuciones parlamentarias que no comprendía «cómo se imponía á 
»aqu9llas proyincias un gravamen de 90 millonee de pesos anuales, 
»sin dar representación nacional á mas de un millón de hombres 
>blancos, y que era imposible que las cosas continuasen así un ins- 
>tante mas;» y el segundo (Modet), que: <sí seguía aplazando esta 
>eueation, nos exponíamos k grares desgracias, y que tanto Talla re- 
>solyerla tarde, como no hacerlo nunca.> 

Bl ministro de Ultramar, Seíjas Lozano, opuso á estas verdades 
las ya gastadas doctrinas reaccionarias, que fueron brillantemente 
refutadas por Saco en las cartas que publicó en La América en Mar- 
zo, Abril y Mayo de 1865. 

Bajo la bandera liberal espa&ola se estableció en la Habana el 
periódico El Siglo dirigido por el conde de Pozos Dulces, se organi- 
zó un clíib reformista en la casa del Excmo. señor D. Ricardo O'Par- 
ril, y se escribió al señor duque de la Torre una carta congratula- 
toria Armada en 12 de Mayo de 1865 por innumerables cubanos en 
representación de todas las clases sociales, carta que fué dignamen- 
te contestadaea 12 de Julio, manifestando que el ardiente deseo de 
los cubanos era también la aspiración nobilísima de la mayoría 
de los repüblicos peninsulares. 

Bajo la bandera reaccionaria intransigente, alzada en la Habana 
entonces por aquel mismo D. Julián Zulueta, se constituyó allí un 
club antireformista que tenia por objeto principal el statu quo, se 
colocó frente á El Siglo, el Diario de la Marina, y se dirigió á la 
reina Doña Isabel II una exposición en 28 de Junio de 1865, en que 
se pintaban como preñada de peligros y de miras anti-nacionales 
las legítimas aspiraciones dé los cubanos, oponiéndose, en fin, á to- 
da reforma política. Esta exposición fué traída á Madrid por Don 
Francisco Duran y Cuervo, D. Francisco F, Ibañez y D. José Suarez 



— 131 — 

Argudin, los tres xteninsulares, y reputados en Cuba como reaccio- 
narios y negreros. 

Bajo la bandera liberal espaftola dirigieron una exposición los cu- 
banos á la reina en Julio de 1865, justificando la lealtad de sus aspi- 
raciones, que presentaron los señores D. Francisco Serrano y D. An- 
drés Arango á doña Isabel II, y que produjo el real decreto de 25 
de Noviembre de 1865, obra del señor ministro de Ultramar don An- 
tonio Cánovas del Castillo, y por el que se mandaba abrir una infor- 
mación acerca de los asuntos de Ultramar. 

Bajo la bandera reaccionaria separatista, y con el objeto ostensi- 
ble de restringir el sufragio del partido reformista, se varió la for- 
ma de elección prescrita en el citado real deíoreto^ ampliado aquel 
en favor de los peninsulares é introduciendo asi una irritante pre- 
ferencia en el fnodum operandi, ^ 

Bajo la bandera liberal española se sometieron los cubanos á esta 
conocida esti'ategia, pero no sin dejarla antes en evidencia en el 
ayuntamiento de la Habana celebrado en Febrero de 1866, y á pesar 
de que sin aquella modificación se habla conocido en toda España el 
verdadero espiritu de la isla de Cuba, que en masa pedia reformas 
políticas. 

" Pero así y todo, los comisionados fueron elegidos y ambas ban- 
deras lanzadas á campo abierto en Madrid combatieron en la junta 
de información celebrada en 1866, y la esperanza y la nobilísima 
aspiración^ y la lealtad, y la justicia de la liberal española, fué es- 
carnecida y burlada con el decreto que, por todo resultado imponía 
una contribución mas onerosa que todas las anteriores sobre la isla 
de Cuba, sin conceder ningnua reforma política, quedando como an- 
tes triunfante el statu qtu). 

Hé aquí demostrado, pues, el efecto de la segunda pugna de las 
dos banderas. 

De estas: una representaba el sistema de gobierno adoptado en 
la madre patria, reflejando unión, progreso y libertad sobre Cuba. 

La otra; separándose del sistema de gobierno dé la metrópoli 
irradiaba inconsecuencia, desconfianza, tiranía. 

Aquella habia producido siempre y estaba llamada á producir pa- 
tria, fraternidad, paz y satisfacción. La otra, discordia, rencores, 
ruina, desventuras. 

¿Cuál de estas dos banderas es la. e/spañola? 

Concluiremos en el siguiente artículo. 



132 — 



XVIÜ. 



Paradar por resultado de la junta de información (le 1866 el staéu 
quo y un gravoso impuesto, sin mas intervjencton del oontribayenteque 
la pasiva, (que asi se ha manejado á un pueblo que cabria un presu- 
puesto de 600.000.000 de reales) era preciso contar, no con la humilla- 
ción, sino con el envilecimiento de ese pueblo* 

Y bien qus contaban, los que le veian en Europa de rodillas ante 
un trono, corroído por la inmorali<Iad más inmunda, besando las llagas 
de Sor Patrocinio ó adormecido bajo las palmeras de Cuba al rumor de 
sus cadenas. 

Pero hé aqui que ese pueblo, cansado de sufrir impelido por e^e sal- 
vador instinto que estremece y levanta el organismo humano, como el 
social, en ese supremo instante en que se siente escapar la vida; sus- 
pende uno de ^us brazos en Europa y derriba un trono, lanzando su 
oprobiosa dinastía y su demente fanatismo más allá de los Pirineos, y 
agitandoel otro en América, rompe el yugo del despotismo colonial y 
las cadenas de la esclavitud. 

Y esto pasaba el IS de Setiembre y el 10 de Octubre de 1868, casi á 
un tiempo mismo, sin que una mano pudiera darse cuenta de lo que la 
otra hacia, porque la dolencia era una, porque el movimiento era na- 
tural, instintivo, irresistible, y no pudieron impedir su simultaneidad, 
ni el silencio que el absolutismo impuso al telégrafo, ni las inmensas 
olas que el mar extiende entre dos mundos. 

El cerebro y el corazón del pueblo español debieron darse razón de 
ese movimiento para que hubiera repercutido con igual fuerza en to- 
das las ñbras del cuerpo social, recorriendo así con la rapidez de la 
electricidad todos sus miembros. 

Entonces á la bandera alzada en la bahía de Cádiz por el habanero 
almirante Sr. Topete y por los capitanes generales Prim, Serrano y 
Dulce; se habría enlazado inmediatamente y jíflra siempre^ la que el 
bayamé Carlos Manuel de Céspedes levantó á orillas del Yara, y Salva- 
dor Cisneros y Betancourt á las del Tínima, un mes después de espe- 
rar inútilmente, aquel lazo de unión. 

Pasó ese supremo instante: el pueblo español alzó la bande- 
ra de la libertad, y hubo aquí quienes se acordar^ia de sus hermanos de 



— 133 — 

América, y unidas las manos de peninsulares y americanos en un solo 
sentimiento, clamaron á una voz por los colonos y por los esclavos Ca- 
lixto Bernal y Gabriel Rodríguez, José Antonio Saco y Nicolás Rivero» 
Segismundo Moret y Nicolás Azcárate, Luis María Pastor y Rafael de 
Labra, General Primo de Rivera y Conde de Brumet en Madrid; y en la 
Habana, Mestre, Móret y todos los corazones que allí tenían hambre de 
libertad y «ed de justicia. 

Y pasó aquel instante, y los reaccionarios y los negreros de Cuba fo 
aprovecharon y dirigieron telegramas al ministro López dé Ayala, y 
éste, alucinado, continuó en la política de las contemplaciones, de los 
aplacamientos y de los miedos; porque para el autor del Tanto por 
ciento 

4nUna cosa es libertad 
>Yel negocio es otra cosay^^ 

y Cuba quedó entregada á sus tiranos, á sus verdugos, á esos merca- 
deres de carne humana y á mayor tiranía de la que acabamos de derro- 
car en Europa. 

Y ese pueblo seguía sufriendo y luchando hasta que tarde ya pudo 
ir D. Domingo Dulce á suspender su frente, ensangrentada, del polvo, á 
desatar su lengua, y entonces enjugó su sangre, habló y gritó remo- 
viéndose, porque quiso oir su voz y tener conciencia de que existia. 

Y los que se juzgaban sus amos advirtieron que sentia lo mismoque 
sus hermanos de la península y respiraba por las propias heridas, y 
esto era intoleraMe para aquellos que no estaban acostumbrados á oir 
su palabra y que necesitaban del silencio y dé la inmovilidad de la 
muerte para que no les molestasen en sus nefandos tráficos, y de las ti- 
nieblas, porque solo en ellas conao las aves nocturnas podían alzar el 
vuelo. 

Y Dulce quiso reconciliar á Ibá hermanos, y dio amnistía y libertad 
de imprenta y libertad de reunión; pero Lersundi habla creado á los 
voluntarios como instrumentos necesarios para la reacción, la trata y 
la esclavitud, y fué necesario confundir entonces en Cuba la traición 
con la lealtad, la tiranía oon la integridad nacional, el patriotismo con la 
ferocidad, y. asi se ahogó la conciliación en la sangre de Augusto Aran- 
gOj'Se cubrieron las libertades de imprenta y de reunión con las -v^ícti- 
mas inocentes de Villanueva y el Louvre, se anonadó la amnistía per- 
siguiendo y aherrojando cien veces más hombres que los que ésta liber- 
tó, se llamó moralidad al robo y á la confiscación; justicia al asesinato 
y ai incendio, y en nombre de la libertad se arrastró el principio de 



— 134 — 

autoridad por el suelo, arrojándonos á la península el gobernador que 
allí fué á representarla. 

De aquí el desorden y la confusión en todas partes: habla dos itt- 
surrecciones, y no queríamos ver más que una. Agitábanse dos bande- 
ras, y no combatíamos más que una, aplicando el hierro y el fuego pre- 
cisamente á aquellos que proclamaban nuestros principios, á aquellos 
que sufrían más de lo que nosotros hablamos podido soportar, 4 aque- 
llos que tenían las mismas necesidades y que habían hecho uso del mis- 
mo dereeht) que nosotros. 

Hace treinta años que los republicanos másesclm^cidos, nacionales 
y extranjeros, nos estaban prediciendo lo que había de suceder, lo que 
hoy sucede, y señalándonos el remedio en la libertad y sólo en la li- 
bertad. 

Cuando vinieron los sjicesos, afectamos sorpresa y agravio, sin re- 
cordar que antes los habíamos previsto y justificado cien veces, y que 
el mundo nos oía. 

En nuestro honor nacional estaba sostener á todo trance, hn los ha- 
bitantes de Cuba, los principios de igualdad y de fraterniidad é incólu- 
me la bandera que levantamos eh Cádiz, y si se empeñaban en reñir, á 
lo menos morirían con honra, cubiertos con ella. 

Mas para nuestra mengua^ nos empeñamos todavía en armar her- 
manos contra hermanos, en atraer sobre nosotros la censura de las na- 
ciones civilizadas, y en emplear el mismo sistema que nos ha arreba- 
tado las Américas. 

iUna de aquellas, implora piedad por nuestros hijos, nos ofrece su 
mediación digna y conciliadora, y la rehusamos, porque creemos que 
nos rebaja! 

¿Qué es lo que pretendemos; pues? ¿Aniquilar nuestra familia en Cu- 
ba como aniquilamos la raza indiana? ¿Vender nuestros hijos á esos mer- 
caderes de carne humana, que todo intentan sacrificarlo á su ignoran- 
cia, á su ambición y á su ferocidad? Ni el mundo lo toleraría, ni nost>- 
tros conservaríamos un sólo instante el derecho de seguir gobernándo- 
nos por instituciones liberales, mientras conservábamos en Cuba el im- 
perio de la fuerza y de la tiranía con todos sus horrores. 

Un grupo de rebeldes se permite desgarrar impunemente nuestras 
resoluciones sobre Cuba, derrama á su capricho y á torrentes allí nues- 
tra sangre, suspende la benéfica influencia de las Cortes sobre Puerto- 
Rico, desprecia la contemporizadora ley que sobre la abolición de la 
esclavitud escribimos, osa atentar á la independencia de nuestros di- 
putados, nos amenaza é intenta mancharnos con su oro negro y con las 



— 135 — 

lágrimas de tantos dasgraciados, y nosotros callamos y resolvemos 

saeriflear más dinero, más hombres, más honra á esas estúpidas exigen- 
cias, cuando, sin otra inspiración que la de nuestra conciencia y la jus- 
ticia, podríamos todavía salvar á Cuba y cumplir con lo que de nos* 
otros aperan la dignidad y la civilización. 

Dos años van ya de constante lucha, dos a&os de sangre y fuego, de 
confiscaciones é infortunios, y ¿qué hemos obtenido en ellos, más que 
aniquilarnos, sembrar eternos odios y vernos mil veces expuestos á 
una intervención forzosa pero ineludible, ó á una guerra que termina-; 
ria la dominación española en América con una tristísima págifta, co- 
mo decia el Sr. Moret. 

Casi seguro es que mientras esa guerra venga á despertarnos,' ago- 
taremos nuestros recursos y los elementos de prosperidad de Cuba pa- 
ra recoger amarguísimos frutos. 

Los que ahora nos incitan á no emplear más remedio que el extermi- 
nio, abandonarán aquel suelo cuando ya no tenga riquezas que arran- 
carle, cuando el comercio huya espantado de él, cuando llegue la hora 
inevitable de las liquidaciones^ que será de la bancarota: nuestros hi- 
jos vagarán pobres y errantes por el mundo maldiciendo nuestros nom- 
bre, y las vergüenzas y los crujidos de dientes serán para nosotros, ya 
salgamos vencedores ya vencidos. 

En el primer caso, si vencedores nos hallará la luz de la verdad, 
suspendiendo con desfallecido brazo, tinta en sangre, aquella misma 
bandera que abatidnos en Alcolea, sin una moneda conque enjugar la 
espantosa deuda que dejará la guerra, ni una simpatía entre los pueblos 
liberales, ni un sentimiento generoso entre los hombres honrados; y lo 
que es mas humillante aún, en la necesidad de aguardar por minutos 
la hora de abandonar nuestra víctima, para que cumpla los destinos á 
que indudablemente está llamada en América. 

En el segundo, si vencidos, veremos dlegar tin dia á la bahía de Cá- 
diz, á «sa hermosa bahía donde resonó el primer grito de libertad, álos 
mismos buques donde se alzó la enseña de la revolución, desarboladas 
sus velas, rotos los mástiles, agujereadas las planchas de sus cascos, 
diezmados sus bravos tripulantes y trayendo, los que vuelvan, la de- 
sesperación en el alma, y cuando les preguntemos la razón de su derro- 
ta nos dirán: Hemos peleado como bravos, hemos hecho cuanto el es- 
fuerzo humano puede exigir de un hombre, somos los mismos soldados 
de los diasde la^victoria^ pero la estrella de Alcolea se ha nublado, nos 
habéis mandado á luchar por una causa que no era la libertad y todos 



— 136 — 

los esfuerzos de los pueblos no bastan á sostener una injustichi (l)«> 

Y qué hemos hecho, qué hacemos, para cortar estos extremos? 

Oíd, Desde 1836 á 1846, Cuba nos pedia representación nacional úni- 
camente, con la Constitución española en la mano, y la desatendimos. 
Desde 1847 á 1857, Cuba nos pedia las leyes especiales que solemne y 
reiteradamente le ofrecimos en la Constitución de 1845, y no la escu- 
chamos. 

Desde 1858 á Í868, Cuba iaspirada por la experiencia de una gran 
nación colonizadora y por la honra y los recíprocos intereses de la pro- 
vincia y su metrópoli, nos pidió autonomía, y contestamos en Madrid 
con esa seria meditación silenciosa^ que tanto nos ridiculiza, y á ba- 
lazos en la Habana. 

Lo^ cubanos han ocurrido' á buscar, contra un mal desesperado, re- 
inedio desesperado en su independencia de España, y pretendemos sa- 
carlos de su error y salvarlos de una ruina cierta. ¿Cómo? Persiguiéndo- 
los encarnizadamente, destruyendo sus propiedades, confiscándolos y 
prometiéndolos á sus más mortales enemigos, regando con su sangre, 
que es la nuestra, los campos de Cuba y los innumerables cadalsos po- 
líticos, que en mengua del siglo hemos levantado allí. 

Pues bien? la representación nacional no es el remedio; desde que 
permitimos que los reaccionarios desnaturalizaren el sufragio en la 
elección de comisionados, y como lo estarán haciendo hoy mismo: la 
época de las mistificaciones ha pasado. 

Las leyes especiales tampoco, ya porque sería inconstitucional dar- 
las en las presentes circunstancias, sino porque rechazando el gran po- 
der antillano (los señores reaccionarios, negreros y voluntarios) la ley 
de Puerto-Rico, ¿cómo habia de recibir la de Cuba, siendo medianamen- 
te liberal? Y no siéndolo por completo, ¿cómo la habían de aceptar los 
cubanos? 

La autonomía sería acaso la solución más justa, mas conveniente y 
simpática; pero es ya por desgracia extemporánea también. 

Dado caso que España pudiera imponerla, que lo dudamos, y que los 
peninsulares la acordasen en su casino como recurso extremo, seria 
porque á la mañana siguiente entablasen con más fuerza esa tendencia 
/itvasalladora de nuestra raza en América, esa lucha enojosa de las as- 
jiiraciones injustificables de los hábitos inveterados contra las nuevas 
instituciones, y esos odios, en fin, que hoy cubren de sangre y cenizas 



(1) Discurso del Sr. D. Segismundo Moret y Prender gast, 1869, hoy 
ministro de Ultramar. 



— 137 — 

el hermoso suelo de Cuba. Fácil le sería á sus. hijos extender sus ma- 
nos; á los soldados que hoy los combaten y perdonan á sus j^es esa 
guerra sin cuartel y sin nombre que estremece la humanidad, y hasta 
olvidan para siempre la ruina de sus fortunas. Lo que juzgamos mas 
difícil es que ellos se sometan á ser explotados otra vez y regidos un 
instante más por esos hombres, que salen de aquí sin más patrimonio 
que su ignorancia y su ambición, y ahora alzan allí stts frentes, man- 
chadas con sangre inocente y con el estigma de la trata africana^ 

Es necesario decirlo de una vez para que lo sepa España: entre los 
voluntarios á que acabamos de contraernos y los cubanos, ruge y ere- 
ce á cada hora un mar de sangre, muy difícil de vadear, tal vez inson- 
dable. 

La independencia puede ser el suicidio: ellos lo saben; pero induda- 
blemente prefieren la muerte á la ój^esion. 

¿Y qué es lo que queda entonces? 

Hacer lo que todo hombre honrado, cuando encuentra á dos amigos 
que riñen ciega y encarnizadamente: procurar lo que practicamos to- 
dos losdias cuando tenemos la desdicha de presenciar esas disensiones 
intestinas de familia y empiezan á destruir los vínculos más dulces y 
sagrados. 

Entonces acudimos presurosos á promediar en la contienda, ó bus- 
camos un intermediario impai*cial y capaz en todos conceptos de conte- 
nerla, de inspirar confianza y respeto á sus sostenedoreSi^e ejercer so- 
bre ellos esa inñuencia poderosa que sepa conciliar los intereses y los 
afectos, y garantir el resultado de combinaciones hechas sin más auxi- 
lios que los de la verdad» la razón, la justicia y la fuerza en su caso. 

Se ha dicho ya, y asi lo creemos nosotros, que Espafia debía, pero 
que no puede ser ese intermediario: Desconfian de ella, doloroso es de- 
cirlo, peninsulares é insulares aunque bajo distintos conceptos. 

La gran Confederación americana le ofrece sus buenos oficios, y no 
de ahora sino desde hace largo tiempo ha recibido Espaila de esta po- 
tencia inequívocas pruebas de amistad y de cousideracion. 

Creemos firmemente, que hoy por hoy, tal vez nos equivoquemos, 
no está en las miras ni en la conveniencia de ios Estados-Unidos acep- 
tar la anexión de Cuba, como no ha aceptado la de Santo Domingo, ni 
ratificado laadquisionde Saint-Thomas. Pero es incuestionable qué<K>- 
mo poder eminentemente liberal y regulador en América, no puede mi- 
rar impasible lo que está pasando en su derredor. 

Los Estados-Unidos que han merecido la confianza de España para 
el arreglo de las cuestiones pendientes con las repúblicas sur-ameriea- 

18 



— 138 — 

ñas, aceptarán sin duda con noble orgullo esta misión, y la cumplirán 

dignamente, en bien de peninsulares y cubanos, en honra de Espafia y 

para satisfacción del mundo. 

Si no nos apresuramos á investirlos de esta autorización, todo será 

perdido, en nuestro humilde concepto, y poco importará que mandemos 

á Cuba diez 6 veinte mil hombres á perecer infructuosamente conjo los 

que remitimos á Santo Domingo, tres veces diezmados por las enferme- 

dades, por los rigores del clima y por las balas insurrectas. 

Nos los piden aquelloá que están interesados en obtener una tregua 
para realizar sus negocios y abandonar la isla y dejar á España el 
cuidado de enjugar su deuda, la sangre de sus hijos, y tantas lágri- 
mas. 

¿Y qué haremos para cubrir su honra? 

Escrito está por una mano tan competente como autorizada, con pa- 
labras que los cubanos guardan en su corazón, y que debieran estar 
grabadas en láminas de oro en la puerta del ministerio de Ultramar. 

A dicha tenemos poder cerrar con ellas como con un broche de per- 
las, esta pobre serie de artículos. 

Helas aquí. 

«Es preciso apresurarnos, porqu9 las horas son ya contadas; es pre- 
ciso hoy, que nos regeneramos en el interior, que la patria lleve tam- 
bién la redención á aquellas pobres islas; es precisó que le digamos: las 
faltas y los errores no han sido del pueblo español, han sido de los Go- 
biernos que le" han conducido entre el silencio y la fuerza; y en prueba 
de ello, hoy que hemos concluido con aquel régimen, y conseguido la 
libertad, os la vamos á dar, y de tal modo y en tal cuantía, que entran- 
do por todas partes cure vuestras heridas y purifique vuestras man- 
chas. Y obrando así, podremos esperar nuestro perdón en la historia, 
que si un momento de arrepentimiento que brilla en los ya apagados 
ojos del muribundo, si una palabra que balbucean sus labios trémulps 
redime toda una extensión de crímenes; una hora de libertad, una en 
que UQ pueblo vuelve por los 'fueros de la razón con tanta energía co- 
mo indiferencia habia mostrado hasta entonces, bastará para rescatar 
la Historia de España; que el bien es tan fecundo, que todo el cúmulo de 
errores de los siglos XVI, XVIÍ, XVIII y mitad del siglo XIX, pueden 
desvanecerse en un año de la segunda mitad de nuestro siglo como to- 
do un invierno da nubes y de sombras se desvanece ante los rayos de un 
sol vivificador (1). 



(1) Discurso del Sr. D. Segismundo Moret y Prendergast, 1869; hoy 
ministro de Ultramar. 



CARTAS SOBRE CUBA. 



A.ii Ex:Ci>d:o. s:r. i^ciitistiio 



DE ULTRAMAR. 






■s ^ " ?y.- 



Cartas sobue Cuba 



I. 



Excmo. señor ministro de Ultramar: 

Muy señor mío: Propóngome enderezar á V. E. unas cuantas epísto- 
las examinando en ellas con toda conciencia y exactitud la situación 
actual de Cuba: ruego pues, á V. E. se sirva robarle un poco de tiempo 
á la política para dedicarlo á un asunto de suyb importante y que, des- 
de ahora me atrevo á asegurarlo, es un tanto desconocido para V: E. 
Pero antes de entrar en materia, como suele decirse, debo dar á V. E. 
esplicacion de por qué he escogido un periódico para conductor de mi 
corespondencia, y de porqué la escribo en corral ageno. 

Y digo en corral ageno; porqué E. S. no soy republicano como el Su- 
fragio «Universal, pero como abrigo Ja seguridad de que mis noticias 
sobre el asunto, del mismo modo habrán de ser acogidas por todos los 
partidos, por.no ser de sentido político, sino simplemente de sentido 
común, de aquí que mis cartas ni puedan ser tachadas de parciales por 
espíritu de escuela, ni el conductor pueda influir en nada en los térmi- 
í\os de mi correspondencia. Por otra parte, sin ser como V. E. de la 
madera de ministro, tengo muy mala letra y siempre le será mas fácil 
y cómodo leer de molde, cosas que ni de molde vendrán mejor ámuchos» 
Por último, Sr. Excmo., aunque conozco desde pequeñito sus democrá- 
ticos instintos, no las tengo todas conmigo, respecto al destino que por 



— 142 — 

el conducto ordinario, mis cartas hubieran llevado, y francamente, he 
preferido que las leyera el mundo entero, /in tes que consentir que al- 
gún secretario las relegara al olvido, sin llamar con ellas á las puertas 
de su ocupadisima atención. Sirvan, pues, las razones espuestas de 
prólogo, de esplicacion, de disculpa. 

Sefior, desde el primer ministro que cargó la cartera de Ultramar, 
hasta el ministro del anónimo, antecesor de V. E., todos absolutamen- 
te todos, se han despedido con la cláusula de que quedábamos muy sa- 
tisfechos del celo y de la inteligencia que hablan demostrado; y sin em- 
bargo, la isla de Cuba cada dia ha venido á menos, y temo que á punto 
está de, como la nada, escaparse de las manos de V. E. ¿Qué es esto, se- 
ñor? Una de dos: ó esas sublimes inteligencias no existieron, y todos 
los de por acá nos hemos equivocado, o la isla de Cuba no sufre que se la 
gobierne con inteligencia. Hago á V. E. la justicia de creerle inclii^ado 
á la primera parte del dilema; y en este caso ya he arrancado á V. E. 
la confesión esplícita de que todos lo hemos hecho mal, pero muy mal. 
¿Y sabe Y. E. una de las causas que más han contribuido áesa obrada 
demolición? Pues es la picara manía de querer gobernar desde aquí 
sin tener el más remoto conocimiento de las condiciones de nuestras 
provincias ultramarinas, de su manera de ser y de sus elementos de 
desarrollo. Si en vez de componerse el ministerio del digno cargo que 
V. E. de funcionarios muy aptos y muy capaces por otra parte para 
otros asuntos, pero completamente nulos para el objeto, se hubiera 
compuesto siempre de empleados con largos y distinguidos servicios en 
Ultramar, la administración de aquellos paises no estuviera hoy tan 
desquiciada, ni perturbación tan lionda en sus intereses materiales se 
sentirla. Si en vez de tener empleados, y no de corta categoría, quese 
empeñaran en buscarme en el mapa la isla de Cuba, formando el canal 
de Mozambique, y otros tan acostumbrados á la práctica de las de- 
pendencias del Estado que llamaba mancebos á los auxiliares, se hu- 
biera constituido el ministerio con personas competentes y práctica- 
mente conocedoras del terreno, ni tales tropiezos hubiéramos dado ui 
las cosas llegado hubieran al terreno en que hoy se encuentran. 

Pero no ha sucedido así, y ni yo trato de ponerle remedio, ni creo 
que V. E. se atreverá á ponerlo. He hecho sencillamente estas observa- 
ciones, como para justificar la confesión que ya he tenido el honor -de 
arrancar á V. E., la de qu^^ lo hemos hecho mal, demasiado mal. 

Como consecuencia de ello, la situación actual de Cuba no puede soi 
peor; principie V. E. por no dar crédito á los rimbombantes partes te- 
legráficos de nuestras autoridades allí, y por creer como artículo de fé 



— 143 — 

á pesar de lo que le diga el iatendente, que la situación d^ la Hacienda, 
es la bancarrota disfrazada de voluntario. Una y otra cosa van á ser 
objeto de mis primeras cartas; dígnese V. E. atenderme. 

Hay en la isla de Cuba, aparte de la raza negra, dos clases de pobla- 
ción; los españole^ trashumantes, es decir los que allí no han nacido y 
qu© viven y vivirán allí, solo hasta que logren reunir unos cuartos con 
que establecerse honradamente en Asturias, Galicia y demá« provin- 
cias de la metrópoli que hayan dado el contigente, y los e»pañ<¿es ra- 
dicales, ó hijos de padres que allí radicaron, que miran aquella tierra 
como su verdadera patria, y que en ella tienen fundado el porvenir de 
todas sus generaciones. 

Los de la primera especie salieron de España sabiendo si acaso leer, 
pero de seguro calculando al céntimo lo que á vuelta de un corto tiem- 
po pudieran tener reunido y el plazo máximo en que hablan de regre- 
sar. De bastantes años á esta parte, el ébano no improvisa fortunas y 
la afluencia de inmigrantes abarata el trabajo: de manera que los cál- 
culos sallan fallidos, y nuestros matemáticos se encontraban* con que 
no podían elevarse, no ya á la categoría de propietarios en su país na- 
tal, pero ni á la de simples cabezas de establecimiento en aquel país 
hospitalario. Consecuencia natural de este percance, tenia que ser una 
irritabilidad continua por el disgusto natural de ver frustradas sus es- 
peranzas. Colóqueme V. E. dentro de un individuo, la ambición y sed 
de riquezas, desmedida la imposibilidad de realizarla y una ignorancia 
superior á todo encomio, y dígame V. E. si el desdichado puede tener 
un momento de sosiego. 

Frente á esta clase, colocaremos la segunda; es decir, lá de los hi- 
jos de aqwel hermoso país. Ellos, tan españoles como V. E. y como yo, 
ven allí todos sus intereses; como hijos de padres con fortuna han re- 
cibido una educación brillante; desean poner su inteligencia y sus re- 
^ cursos al servicio del país donde vieron la luz, y le^jos de considerarlo 
como un punto de tránsito donde solo debe irse á buscar el modo de sa- 
lir para otra parte con camisa, desean fomentarla en provecho de ella 
misma y que la tierra que guarda el sepulcro de sus padres sea para 
siempre el paraíso de sus descendientes. 

Es mas: como ent>da sociadad nueva á3 ellos forman la aristocra- 

cia de fortuna; y no teniendo límites la vanilad humana, aspiran, con 

razón, á borrar la tradición de si su abuelo llegó á la isla vendiendo 

>minos ó productos isleños, colgándose una cruz de Carlos 111 á título 

je los haga notables. Tenemos, pues, de una parte una ignorancia su- 

ina, una ambición impaciente: de la otra, ambición satisfecha, una 



— 144 — 

ifiteligeneia desarrollada. De lo primero nace por necesidad la intran- 
sigencia sin limites, la envidia desenfrenada, el deseo de dominar por la 
fuerza: de lo segundo, nace la tendencia al progreso y la razón justifi- 
cadísima de no querer ser dommados, por I03 que realmente son infe- 
riores. 

Ahora l)ien: ¿qué hemos hech© nosotros para borrar estas diferen- 
cias? Nada: lejos de eso; nos hemos lanzado ciegos al camino de perdi- 
ción, aumentando despiadadamente el odio. Y esta óiio que permanecía 
latente en el seno de aquella sociedad, estalló en Yara, sigue consu- 
miendo las fuerzas vitales del país, y se preparó á jugar el todo por el 
todo, como V. E. verá en mi próxima carta. Hasta la próxima, púas. 

De V. E. afectísimo seguro servidor Q. B. S. M. 

S. 



II. 



Excmo. Sr.: Líbrem3 Dios da caer en la tentación de querer erigir 
la insurrección en derecho: ¡jamás, jamás, jamás! Por eso no trataré de 
justificar la insurrección de Yara: eso sería colocar á la cabeza de ella 
á todos los antecesores de V. E.; paro, ;qué hemos hecho para evitarla? 
¿Qué medidas hemos tomado para apagar el odio que en la población 
cubana germinaba y estorbar que en vías de hecho que estallase? Mu- 
cho lo siento, pero tendré que decirlo; lejos de trabs^ar para conse- 
guir ese resultado, hemos hacinado muchos esfuerzos para pf evocarlo. 
En vez de hacer, como ahora sé dice, política liberal ó siquiera medio 
espansiva, la hemos hecho al menudeo y de personas: nosotros hemos 
consentido que cuando en toda la América se vivía la villa de la liber- 
tad, en Cuba se viviera bajo el yugo de despóticos tiranuelos: nosotros, 
cuando la palabra esclavitud más que aprisa se iba borrando, hasta de 
los diccionarios, no hemos dado en siglos un solo paso, no ya para boi^ 
rar, sino ni para desfigurar esa viva muestra de descrédito; en vez de 
dar á nuestros hermanos, allí establecidos, una participación directa 
en la gestión administrativa y económica, poniendo la nacionalidad es- 
pañola y nuestro prestigio al amparo de sus propios intereses, hemos 
seguido un sistema esclusivista y usurero. Con nuestro trasiego coni 
tante de empleados les hemos llevado á la prevaricación en perjuiei 
del país; hemos impedido que muchos allí se establecieran, hemos, e«* 



'* 



^ 145 _ 

finj eorisdgaido, lo que es aun peor; que desde la primera autoridad has- 
ta el ultimo empleado (con razón ó sin ella,) porque nadie se escapa de 
la terrible calumnia manejada por e^ odio y el despecho, hayan dejado 
alli algún pedazo de su honra, que es la honra española! ¡ Ah! ¡Señor 
ministro de Ultramar! 

Si V. E. se portara mal, politicamente hablando, en el desempeño 
de su alto cargo, yo no recetaria á V. E. mas que uno de estos dos eas^r 
tigos: enviarle á Cuba con mil pesos de sueldo y la esperanza de una 
Inmediata cesantía, ó hacerle vivir en un pueblo cualquiera de la isla^ 
bajo la férula de un Capitán de partido. ¿Sabe V. E. lo que es un capi* 
tan de partido? Pues es un objeto que siempre cobra y nunca paga, ni 
el autócrata de todas las Rusias puede comparársele: lo mismo es su 
permiso necesario para trabajar, que para estarse quieto; y yo de mí 
se decir, que tuve que pagar no hace mucho tiempo, una multa de ua 
doblón, por haber bailado sin permiso del capitán. Conste, por si V. E. 
lo ignora, que allí se venden reglamentariamente licencias para todo, 
incluso para dar bailes á precios de tarifa: conste que yo no tuve la 
precaución de adquirirla; y por último conste que el capitán tiene el 
máximun de sesenta pesos de sueldo y puede salir de cualquiera ma- 
dera. 

V. E, me dirá que estas son pequeneces en que ningún hombre de 
buenjuicio.se detiene: pero á mi vez debo replicar que si á cualquier 
individuo le aqueja una enfermedad de esas que no pone» en peligro la 
vida, ni tampoco impiden el trabajo, vivirá molesto y acabará por que- 
rer libi?arse de aquel pequeHio malestar; y eso fué precisamente lo que 
quiso hacer Cuba; curarse dándose por si misma un baño de lo que nos- 
otros le negábamos: quiso bañarse én las aguas de la libertad. 

Y lo más chistoso del caso es que con una penetración innegable, .se 
las gobernaron d0 manera que como los provocadores apareciéramos. 
Voy á contar á V. E. de pé á pá la historia tal como pasó. Principió 
la cosa pidiendo á todo trance reformas y mas reformas, que con esto 
se cqntentaban por entonces; y para hacerlas^ dijo un ministro, venga 
á Madrid una comisión de esos caballeros que piden reformas, puesto 
que desde aquí' no alcanzo yo á ver lo qua por allá hace falta: y vinie- 
ron los comisionados y se la pegaron, hablando mal y pronto, á uno de 
los antecesores de. V..E., á D. Alejandro de Castro. Los tales comisiona- 
dos raciocinaron de la siguiente manera: nuestro trabajo debe tener los 
objetos siguientes: primero, proporcionar un motivo racional paraque 
el país se alce en rebelión, y. segundo, debilitar loS recursos del Go- 
bierno^ . . 

19 



/ 

/ 






— 146 — 

Nuestro país por las condiciones especiales en que allí se encuentra 
la propiedad, el trabajo y ia industria no sufre ni tranquilamente pa- 
ga más que las contribuciones indirectas; pues hagamos que el ministro 
las suprima y disminuya y en cambio cree otras* que sobre que na- 
die las pague, den motivo para que pongan todos en las estrellas el 
grito. 

Y entonces, con una candidez virginal, se decretó la reforma del sis- 
tema tributario, que basado en datos completamente falsos, produjo el 
resultado que V. E. vá á ver: las rentas indirectas producían 25 millo- 
nes de pesos próximamente, y lleva<ia á la práctica la reforma solo 
produjeron doce; en cambio la contribución directa en montes de oro 
calculada, no llegó á ser conocida mas que por los lamentos de los pa- 
cientes. Y entonces, cuando todos gritaban y cuando el Tesoro español, 
á consecuencia de la guerra de Santo Domingo, de la reforma y de otros 
escesos, se hallaba reducido á céntimos, los comisionados de marras, 
capitaneando á la gente de Yara, se alzaron, al parecer con razón; mu- 
chísimo dinero y poca gente, aunque, á juzgar por los telegramas de 
veinte meses, como el pan y los peces, se multiplica. 

Y aqui debo hacer una declaración formal y terminante: como es- 
pañol, como hombre de método, que siempre no he de llamarme de ór- 
deu; y deseó ardientamente la paciflcacion de la isla; y creo que antes 
de resolver sobre sus futuros destinos, condición precisa debe ser la de 
que nuestra honra quede en buen lugar, no tratando masque como ven- 
cedores, pero como vencedores generosos y nobles. 

Tres periodos ha tenido la insurrección cubana: principió pidiendo 
solo libertades políticas; hubo luego un momento en que se reclamó la 
autonomía, y ha concluido con el carácter de emancipación que hoy tie- 
ne. Perfectamente se comprende que los españoles en Cuba sublevados, 
desearán lo que en los dos primeros se pedia; pero ni V. E. ni nadie com- 
prende que racionalmente pidieran lo último. 

Ellos saben muy bien que ni por su territorio, ni por las clases de 
población que lo ocupa, pueden constituir un Estado independiente, sin 
convertirse al punto en vivo retrato de su vecina Santo Domingo, ó de 
ser absorvidos más ó menos pronto por un poderoso vecino: sin embar- 
go, luchan por conseguir lo que á sus mismos intereses se opone. ¿No 
llama esta circunstancia la ilustrada atsncion de V. E.? ¿No le entra el 
deseo de averiguar el por qué de semejante suicidio? Pues si V. E. quie- 
re averiguarlo, se lo diré, aunque mejor que yo pueden decírselo los.... 
¡ay, que miedo!.... los Voluntarios de Cuba. 

Pero como la autoridad de V. E. ha venido por aquellas tierras tan 



— 147 — 

á menos, temo que la-pregunta quedará sin repuesta, y eso» como V,E»; 
comprenderá,, no está en armonía con mis propósitos. 

Tiemblo, señor, tan solo ante la palabra Voluntarios y para reco- 
brar la serenidad, y los efectos de esta plaga, describir, necesario es 
que me reponga, con lo cual deja por hoy en paz, haciendo con ello un 
servicio á V. E., su afectísimo, 

S, 



III. 



Confieso, señor Excmo., que comienzo esta mi tercera carta bajo 
una impresión verdaderamente desagradable. Oí en la sesión del sá- 
bado contestar á V. E. á una serie de preguntas sobre asunto? de 
.Cuba (de alguna de las cuales pudiera yo atestiguar), de una mane- 
ra tan estraña, que al momento en mientes se i^ie vino la idea de 
que en tales asuntos V. E. se halló un poquillo atacado de parcia- 
lidad. 

¿Conque es preciso en cuarentena pone?' todo lo desfavorable que 
de aquellas fiutoridades se diga? Y dígame, ¿por qué no pone V. E.. 
también lo favorable? ¿No véV. E. que mañana un percance pu- 
diera sucederle? Suponga por un momento que aquellas desdichadas 
noticias salen limpias de la cuarentena; ¿qué haria V. E. entonces 
con su despiadada defensa de las autoridades cubanas? Seguro es- 
toy de que si un dia me pilla V. E. defendiendo una causa injusta 
no estará muy lejos de su mente el esplicarme aquel refrán de tan 
bueno es Juan como Pedro, Mire V. E. que la verdad que de Cuba hí^- 
ya de venir, á sus manos llega pasada por agua, y por consiguiente, 
un tanto averiada: preciso es ponerla al sol y para que su brillo re- 
cobre, frotarla bien con un cepillo de escrupulosas averiguaciones, 
tan limpio como la verdad misma. Déjese, pues, V. E. de. defen- 
der dpriori lo que a poííereore no es defendible; que ni el capitán 
general de Cuba ni demás satélites son mancos, ni en el oficio de 
ministro entra el de abogados de pobres. Y desde ahora emplazo 
á V. E. para al fin de mis cartas, pues el curso de ellas ha de 
demostrarle la injusticia notoria de la causa que defiende: dicho es- 
,to, vamos á continuar con nuestra insurrección. 

A fines de Setiembre de 1868 tuvo lugar nuestra gloriosa revo- 



— 148 --. 

lucion: el 10 de Octubre se sublevaron en Yara. V. E. pregunta- 
rá: lY por qué, si libertades pedian los cubanos no depusieron las 
armas al tener noticias de nuestra resurrección política? No lo hi- 
cieron S. Excmo., porque la desgracia persigue á la revolución del 
Setiembre. Imperaba en Cuba por entonces un capitán general que 
sobre guardarse cuidadosamente las noticias que de Espafia llega- 
ban, no solo en aquellos días con besamanos el cumple años de 
gefe de la dinastía caida celebraba, sino que auxiliado y aconseja- 
do por aquel ganado trashumante de que á V. E. hablé en mi pri- 
mera carta, á resistir hasta el último trance toda reforma liberal 
dispuesto parecía. ¿Qué confianza cree V. E. que pudieran tener 
los sublevados en nuestra revolución? Si cuando se tuvo noticia de 
ella en la isla, en vez de ocultarla, se hubiera esparcido por todos 
sus ámbitos dando esta garantía de que hasta allí iba á hacerse 
ostensivo su influjo, la rebelión de Yara hubiera concluido por st 
misma, puesto que su bandera por nosotros era recogida; pero pa- 
saron cuatro meses en que por aquí estábamos muy ocupados en po- 
ner la mesa y puesto á los convidados señalar, sin acordarnos de 
que por allá, tenaz resistencia se hacia á los principios por la re* 
volucion proclamados. 

Y decían con razón los cubanos y los españoles con sentido co- 
mún: ¿Hola, con que en España se están merendando la libertad, 
mientras aquí gobierna quien no consiente ni que el olor nos llegue? 
Pues esto trazas tiene de quedarse en promesas como otras tantas 
veces, y lo que es por. esta, no nos fiamos ni del Papa. Y durante 
cuatro meses, en que al himno de Riego y á romper coronas, por 
acá nos dedicamos, en Cuba continuaba el régimen absoluto en to- 
da su magostad y esplendor. Y aquí tiene V. E. esplicado cómese 
malogró el primer , momento propicio para apagar la revolución cu- 
bana. ¿Y quién ayudaba la autoridad en tan importante tarea? Un 
§rupo de españoles, enemigos, antes como ahora, de la revolución: 
refractario á toda idea de libertad en Cuba; en una palabra, el em- 
brión de los Voluntarios, y digo el embrión, porqué los Voluntarios 
no salieron á luz con el carácter que hoy tienen hasta que á la isla 
llegó el malogrado general Dulce, el hombre, que á no dudarlo, hu- 
biera concluido con la insurrección cubana, si los mismos Volunta- 
rios no lo hubieran impedido. 

Llegó áCuba D. Domingo Dulce ampliamente autorizado para im- 
plantar en aquel suelo todas las reformas que en nuestra Constitu- 
ción política habíamos hecho. Desde aquel momento principiaron á 



~ 14Ef — 

dibujarse pfei^fetítámente la« dos tendencias que lucharon duran^ Stt^ 
mando, y que aun hoy una de ellas se atreve á luchar con el Go- 
bierno. 

Launa, representada por no todos los españoles en la Península 
nacidos, y, con credencial y sin ella en busca de fortuna allí tras- 
ladados, que enemiga personal y declarada del representante del 
Gobierno, resistía toda reforma y se oponía á que por otros medios 
que el hierro y el fuego la paz se restableciese: la otra, compues- 
ta de todos los españoles allí establecidos y otros no establecidos, 
pero con sentido común; qne prefería todas las concesiones libera- 
les, á la guerra que había de desolar al país y á sus moradores ar- 
ruinar. Como hombre ilustrado y de gobierno, escuso de decir á V. E. 
que el ánimo del general Dulce á esta última tendencia se inclina- 
ba, Ty de acuerdo con ella su gobierno inauguró. 

Vióse, por primera vez en Cuba, libre el pensamiento en todas 
sus manifestaciones, con honda desesperación de aquellos valientes 
reaccionarios; pero como enemigos sagaces, se guardaron muy bien 
de demostrar su descontento, ni siquiera por medio de una deesas 
arrogantes protestas que hoy á cada momento á V. E. dirigen. Le- 
jos de eso, y cubriéndose con la careta de patriotismo, procuran- 
do confianza inspirar al hombre á quien temían, brindando en su 
mesa á la salud del general, recibiendo de él algunos hasta la mi- 
serable fortuna de que hoy disponen; y á protesto de que España 
no mandaba con urgencia los refuerzos necesarios para la insurrec- 
ción abatir, se organizaron, se equiparon y armaron, y hasta con- 
siguieron que la confiada autoridad entregara las fortalezas y cuar- 
teles de la Habana, y hasta la defensa de su misma persona, á esos 
batallones, asombro tal vez de V. E. y del mundo que no conozca 
su historia, sus hechos y sus tendencias; pero dignos de la repro- 
bación del hombre civilizado y de humanitarios sentimientos. Voy 
á esplícar mis palabras. 

Ha de saber V. E. que cuando á los Voluntarios me refiero, no 
hablo de los hermanos nuestros que de aquí han ido ó allí estaban, 
y que alistados en nuestra bandera, esponen su pecho al hierro 
enemigo y mueren ó vencen con el nombre de nuestra querida Es- 
paña en los labios: no señor, á esos no me refiero; que esos maten 
y esterminen, bien hecho está; matan en defensa propia, en el ar- 
dor de la batalla y como bravos con sus deberes cumplen. Me re- 
fiero, señor, al voluntario de parada ó de guardia en las poblacio- 
nes donde residen, y cuya misión es atizar más y más el fuego 



— 150 — 

de la discordia, amedrentar á los hijos del país, imponerse á toda 
autoridad y denunciar hasta conseguir el fusilamiento, que ya no 
es bastante la deportación, de todo el que le estorbe. El volunta- 
rio es un ser que vó entre el gatillo y la boca de su fusil un in- 
genio productor de azúcar, una fértil vega de tabaco, una Anca ur- 
bana de bastantes proporciones ó algún pingüe destino. Cuantos más 
tiros dispara, mas le parece que se acorta la distancia; odia el co- 
lor azul del cielo y por eso á la tierra tanto apego tiene. Su gri- 
to de guerra es el esterminio de todo lo que huela á hijo del país; 
su sueño dorado, el régimen de la horca y el cuchillo. Su despren- 
dimiento ;oh! Su patriotismo ¡ah! Voy á poner ante la considera- 
ción de V. E. el patriotismo y el desprendimiento de los Voluntarios. 
Pero ya va siendo esta demasiado larga y el asunto merece ca- 
pitulo aparte. Prometo á V. E. acabar en la próxima la historia 
antigua, es decir, la de como se malogró bajo el mando del ge- 
neral Dulce la segunda ocasión favorable para concluir la campa- 
ña, para entrar luego en la moderna, es decir, en la historia del 
actual bajalato; y á pesar de que de antemano sé que no estamos 
de acuerdo, en lo cual no haremos mas que ser españoles en po- 
lítica, no quita lo valiente el que yo sea cortés, ofreciéndome siem- 
pre como su afectísimo 

S. 



IV. 



Excmo. Sr.: Recordará V. E. que en mi primera carta decia lo 
siguiente: «Colóqueme V. E. dentro de un individuo la ambición y 
sed de riquezas desmedidas, la imposibilidad de realizarlas con ra- 
pidez, y una ignorancia superior á todo encomio, y dígame V. E. 
si el desdichado puede tener un momento de sociego.» Pues ya tie- 
ne V. E. hecho el retrato moral del voluntario. 

Componente aquellos batallones, con cortas escepciones, de me- 
nestrales, como carretoneros, albauiles, vendedores ambulantes, ba- 
ratilleros, etc., y de dependientes de casas de comercio, en parte 
gente sencilla y en parte no, que como artículo de fé cree que obra 
meritoria es despachar para el otro barrio á todo cubano, sea cual- 
quiera su sexo, edad y condición, puesto que los tales insulares la 



— 151 — 

culpa tienen de que la esplotacion del país ande en decadencia, y de 
que el color de hambre en el rubicundo de hombre satisfecho no se 
haya convertido. A gusto suyo elígense los jefes, todos personas 
pudientes, por supuesto; pero que, aunque sus mismas ideas no tu- 
vieran, hágame V. E. el favor de decirme si es posible que en mo- 
mentos dados puedan manejarlos; así es que, ó tienen que dar gusto 
á los señores, ó se esponen, como á algunos he visto, á que por in- 
surrectos se les tenga, á las barbas se le suban, y bonitamente algo 
más, que los galones y el bastón pierdan. Y V. E. comprenderá que 
en tal aprieto los jefes, que por lo general piensan en el mismo pun- 
to, del modo mismo que sus subalterno», porque bienes materiales 
han adquirido; pero luces, perdone V. E., por el amor de Dios, no 
tienen más remedio que seguirles la corriente y convertirse en Ca- 
ciques de omnipotente influencia. 

Como quiera que la industria y el comercio sufren una gran pa- 
ralización, el trabajo grandemente escasea: juzgue, pues, V. E. 
cuánto desprendimiento es necesario para ceder en beneficio del 
país dos ó tres dias á la semana con el objeto de hacer guardia, 
cuando se tiene la seguridad que, de todas maneras, mano sobre ma- 
no se han de estar, y la comida es mejor y más segura, puesto que 
esos dias por cuenta ajena se come. Pues ¿quién paga? dirá V. E.: 
pagan los jefes, señor, á nombre de España, y ellos son, en grande 
escala, labradores, y con la esperanza siembran de una brillante 
cosecha. Es una letra de cambio á dias vista por la patria Armada, 
y no tenga V. E. cuidado, ya parecerá el cobrador. 

Pero ¿y esos sacrificios de bienes y de hacienda hasta las nubes 
ensalzados? ¿Y esos Bancos prestando dinero á todo trapo con sin 
igual desprendimiento? No hay tales carneros, Sr. Excmo.; por una 
bien sencilla razón; porque nadie dar puede lo que no tiene: lo que 
hay es una mistificación, de la que resultará siempre España la 
pagana. Dejemos por hoy al Banco, del que al tratar la cuestión 
de Hacienda nos ocuparemos, y vamos á emprenderla con los demás 
sacrificios. 

Ha de tener entendido V. E. que en Cuba no existen una doce- 
na de casas de comercio españolas, rigorosamente hablando: en su 
generalidad son comisionistas que traen el manejo siguiente: reciben 
géneros estranjeros á crédito; los venden en comisión, repartiéndo- 
los en todos los pueblos del interior, á crédito también; llega la za- 
fra, y devuelven en productos del país el importe de sus consigna- 
ciones, cobrando su comisión por los efectos que compran yembar- 



— 152 — 

can: de donde Y. £. claramente deducirá que para ser comercian- 
te de esta dase no se necesita más que una reja, una mesat dos 
sillas y crédito. El crédito, abunda en Cuba. ¡Qué hubiera sido de 
nosotros allí sin el crédito! Pues bien: llegó la insurrección á Cuba 
y pilló á todos estos trancantes con unas existencias grandes en sus 
depósitos, y mayores en poder de los compradores para el menu- 
deo en los pueblos del interior: éstos no podian satisfacer sus cré- 
ditos, porque á su vez las consecuencias de la guerra se lo impe- 
dían, y las existencias en los almacenes tranquilas se quedaban. 
¿Duda Y. B. un momento de que todos ellos estaban quebrados de 
hecho y de derecho? ¿Qué ha^^ienda podian sacrificar en tal apurón En 
tal apuro, señor, se acudió á la representación de una comedia, que 
aun hoy continúa, cuyo plan me reservo esplicar á Y. E. cuando 
del estado de la Hacienda me ocupe, y cuyo desenlace, no lo dude 
Y. E., será más trágico, si Dios no lo remedia. 

¿Y sabe Y. E. quién causó más que nadie la paralización del co- 
mercio? Pues fueron estos mismos ciudadanos. Cuando el general 
Dulce espidió sus decretos, sobre libertad de imprenta, y de dere- 
cho de reunión, se produjo, B. S., exactamente lo mismo que aquí es- 
tamos viendo todos los dias: exceso de libertad que según á Y. E. he 
oido, solo con la libertad misma se corrijen, pero que según aque- 
llos señores, solo á palos pueden sofocarse. Habia quien opinaba por 
la separación y publicaba una hoja separatista: otro autonomista y 
la suya en tal sentido publicaba; y se armó tal belén de periódi- 
cos por un lado y de palos y periódicos por parte nuestra, que la 
primera autoridad no tuvo más remedio que recoger sus decretos 
dejándolos á todos iguales. Pero el daño ya estaba hecho: todo el 
que en aquellos momentos de espansion avanzadas ideas dejó entre- 
veTt», escurrir el bulto procuró temiendo á las consecuencias; fami* 
lias tranquilas y ajenas completamente á las luchas civiles, que velan 
su pais convertido en otro campo de Agramante, escaparon buscan- 
do su seguridad en suelo estraño: el capital, de suyo medroso, cor- 
rió á esconderse en el centro de la tierra: en una palabra, señor es- 
celentísimo, la ciudad de la Habana, de las de Europa en lujo, en mag- 
nificencia y en movimiento rival, al poco tiempo un vasto cemente- 
rio parecía: en. esta población solamente 2.000 pasaportes en un dia 
se espidieron, y 20.000 en la primera quincena de aquel mes. ¡No 
comprendían nuestros compatriotas que aquella espantosa emigra- 
ción provocando, su propia ruina ocasionaban! 

Pero el general Dulce si lo comprendió: y no solo esto, sino que 



' 



^ 153 — 

toáas las fuerzas dei mundo impotentes . serian, si entre los que 
debieran ser hernianos, un arroyo de sangre á interponerse Aega^ 
bá, Por eso en vez de aumentar los odios su política tendia á dis- 
minuirlos; por eso. en vez de querer ^1 esterminio y el fuego lle- 
var á todos los .puntos de la. isla, quiso emplear tina política de con- 
ciliación, donde cupiera, y el escarmiento, allí donde fuera necesa- 
rio. Y áno.dudario sus intentos logrado hubiera, si la. ambición y 
la intransigencia desenfrenada, sus propósitos no hubieran estor- 
vado^á tituló del más fero^ españolismo. 

Pluma mejor cortada, inteligencia más clara que U miaá luz da- 
rá bien pronto la. historia, hasta hoy secreta, de las gestiones por 
el general Dulce practicadas, para dar fin á la cuestión con el me- 
nor derramamiento de sangre y los menores sacriñcios posibles. Ese 
dia V. E., estoy tjeguro de ello, se convenqerá de la exactitud de 
estos apuntes y de la negra injusticia con aquella autoridad, por 
lp3.de aquí y ppr los de allá, fué trat ada. 

No hubo arma que contra él dejara de emplearse; traidor se le 
llamaba, y con él á Letona, á Pelaez, áModet, á todos, en ñn, los 
que no siendo partidarios da malos propósitos, estorbarlos podían; 
y la lealtad y la honra de todos, pasto íué de la inconsciente y 
.cijega turba, torpemente dirigida. 

Ya se vé; ¿cómo podia ser buen gobernante el que se oponia á 
dar un decreto de confiscación contra todo el que, insurrecto ó la- 
borante, á aquellos señores pareciese? ¿Cómo podia te^er simpatías 
quien se contentó con solo un decreto de embargo de bienes espe- 
dir,, y la administración de ellos negar á los que las pretendían? , 

Hoy estajean satisfechos; lioy, para ejemplo del mundo civiliza'- 
do, el aGtuQLl bajá de Cuba á su capricho los reparte. ¿Gómo^ en fin, 
pódia ser buen gpbernante quien, respetando la ley, á todo eí mun- 
do respetó, quien no sufría voluntades impuestas ni atropello de 
ningún género consentía? No, no podia servir de modo alguno para 
el objeto, y por eso, tempestad horrible sobre . su., cabeza se formós 
llegó el dia en que los jefes civiles y militares, alarmados por esa 
misma tormenta, impresionados por el ruido con que sa anuncia- 
ba, tuvieron la debilidad de reunirse para aconsejar al represen- 
tante de España que el mando resignara ante la potente exigencia 
de los Voluntarios. Solo, sin salud, sin medios de defensa, aceptó 
el consejo y á Madrid telegráficamente pidió su relevo. ¿Qué más 
quería? 

Se quería más, escelentisimo señor; los héroes de la jornada que- 

20 



-^ 154 — 

fian ethibirse, y efectivamente sé exhibieron en ana mamoi^ble 
i)och& que noN quiero describir, porque colores suficientemente ne- 
bros no tengo para cuadro tan horrible pintar. 

Salió de Cuba, pasando erguida la frente, serena la mirada, 
por entre los mismos que la noche anterior su nombre escarnecie- 
ron, sin que. de entre ellos voz alguna saliera, ni otro movimiento 
se. notará que el descubrir la cabeza ante la honra inmaculada, 
Ante la desgracia inmerecida. 

Con él concluyó allí el principio de autoridad; con ól se acabó la 
esperanza de paz entre hijos del mismo pueblo, y el segundo mo- 
mento, propicio para la lucha acabar; con él, en fin, quedó escar- 
4iecida nuestra palabra de honor, puesto que de haberse cumplido 
las que en nombre de España se daban, las gestiones del general 
Dulce, muchos dias de luto, muchas lágrimas hubieran evitado. 

Allí quedaba Cuba desierta; los indiferentes y los tímidos hablan 
emigrado por conveniencia ó por miedo; los que pudieran tener 
hasta entonces un poco de confianza en el porvenir que España ofre- 
reírles pudiera, perdiéronla, y á aumentar fueron las huestes de la 
emigración; los enemigos de gspaña fueron á establecer el centro 
de sus operaciones en el estranjero, buscando allí simpatías para la 
desgracia, y todos á consumir sus riquezas lejos de la tierra que 
debió coa ellas fecundarse y ser la base de la fortuna de sus mis- 
mos perseguidores. 

¿Y V. E. cree de buena fé que á esto puede llamarse patriotis- 
mo? ¿Es patriotismo el haber colocado á España en la terrible al- 
ternativa de ceder humillada ó de hacer á una parte de sus mis- 
mos hijos guerra sin cuartel? 

¿Acaso cree V. E. que el sucesor del general Dulce vá á termi- 
nar la guerra? La guerra puede terminarla V. E. desde su despa- 
cho; el actual gobernador de Cuba, ni ha sabido ni puede concluirla. 

Así se lo demostrará á V. E., si tiene la honra de que lo atien- 
da, su siempre afectísimo 

S. 



V. 



Excmo. Sr,: Durante el año económico de 1869 al 70, dos notabilida- 
ilesensu género ala isla de Cuba llegaron: el infortunado Cuchares y 



^ 155 

el más infortunudo aun gdnepal Caballero de Rodas. La fama había he- 
cho resonar su clarín más sonoro para. ambos; á sus ecos, ansiosa des-r 
pertose la cubana gente, esperando varal uno despachan un toro con 
todo el garbo y el arte que solo aquel diestro sabia, al otro cortar á la 
hidra dé la revolución,- de un solo tajo, su formidable cabeza. La Pro- 
videncia no consintió que el primero llegara á dar pruebas allí de su 
bien adquirida reputación, y Cucharea pasó á mejor vida, llevándose 
aquella intacta; y general sentimiento causando: en cambio permitió, 
que el segundo intentara justificar su mérito, haciendo un paseo com-* 
pletp ¿quién fué más desgraciado? El último, á no dudarlo. 

Ningún capitán general ha llegado á Cuba con más ansia aguardado, 
ni que esperanzas mayores concebir haya hecho. Como colegiales en 
vísperas de recibir rector nuevo, así los Voluntarios y. no voluntarios 
cabildeando anduvieron en los días que desde la salida de su antecesor 
mediaron. «Lo que es áeste no lo echan,» decían unos:. <tiene muchas 
agallas y con él no se juega:> «pues como no se deje llevar por nuestros, 
consejos, lo empaquetamos,» decían otros: y la ansiedad y los comenta- 
rios á su punto llegaban, cuando el cañón anunció que S. E. por el Mor- 
ro entraba, armado de todas armas, inclusas las célebres facultades 

ESTRAORDINARIAS. ' , • , ' 

Francamente, señor Excmo*, no acierto á esplioarme esto de las ta- 
les facultades. ¿Sirven para enmendar la plana á^V. Ev? No puede s^r; 
porque, sobre que eso seria innecesaria hacer la autoridad del i^inistro 
de Ultramar, yo, que en materia de adnainistracion y gobierno, mucho 
más abajo de V. E. á la vista estoy, sin vacilar á sostener me atrevo 
que en tales materias, muy atrás dejo al herido de Vicálvaro.^Sirvenv 
por ventura para arduas cuestiones de momento resolver, imprevistas 
en nuestras leyes por su^ novedad? 

Tampoco, porque V. E. está hoy á un cuarto de hora de distancia, de 
Cuba y echar su párrafo puede con aquella autoridad, cada vez que por 
conveniente lo tenga. A no ser que el telégrafo sirva solo para matar 
insurrectos y victorias ganar á destajo, ó felicitaciones y votos de gra- 
cias al >por mayor, de una parte y otra trasmitir. 

Las tales facultades solo sirven, señor, hablando claro, para el des- 
concierto aumentar, y nuestra fuerza moral allí disminuir. Si á la isla 
vá una autoridad entendida, y de buen sentido, cumplirá las leyesi se- 
guirá el camino que ellas le tracen, no cometerá atropello de ningún 
género y gobernará con arreglo ajusticia, sin que, falta mucha ni poca, 
las facultades discrecionales le hagan < Es más, no teniéndolas, «se evita 
las enemistades cottsigftiejites; puesto que las pretensiones absurdas. 



— . 156 — 

los tortuosos medias para Uegai* á ñnes^ de reprobada ambición, ni á su 
nptieiá siquiera le han de llegar sabiendo, como de antemano se sabe, 
que sobre su autoridad e^tá la de la ley, y que facultades tío tiene para 
infringirla. 

Pero envíe V. E.'allí una autoridad soberbia, ignorante é infatuada, 
ó simi[)lemente un hombre simple, y entonces esas facultades estraordi- 
naríds serrírán solo para acrecentar los odios, para desmoralizar la 
administración, para escarnecer la justicia, en fin, seftjor, para en evi- 
dencia ponernos ante el mundo entero que atónito contempl a nuestra 
censurable conducta. en la incapacidad de nuestro representante. ^A 
qué fabricar un arma para el hombre inteligente y justo innecesafria, 
pero en manos del itiepto terrible? 

En hora buena que en asuntos que á la guerra toquen, facultades 
tenga el capitán general para obrar como más conveniente le parefsca: 
justo es que algunas, atribuciones tenga para medidas de carácter ge- 
neral, repito, y que en provecho de todos redunden; pero vidas y ha- 
ciendas poner sin límite alguno á merced del capricho y de la inepti- 
tud; eso, señor, solo nosotros^ hemos podido concebirlo. 

Esrmás; cometemos un verdadero atentado, faltamos hasta á las le- 
yes del honor. Por leyes especiales, hemos dicho hasta hace poco, que 
las provincias de Ultramar se regirían, y de real órdén hemos legisla- 
do: la ley lleva consigo el obligatorio precepto, y á su palabra falta el 
legislador que á inflingirla llegue; pues bien, ^qué fé, qué confianza 
pueden inspirar en (Tuba la ley ni sus autores, si junto con la ley va el 
que lleva facultades para eludirla? ¿Qué idea cree que formarán de 
V. E. y de E^spaña los que á Cuba llegar ven decretos y nombramientos, 
en que la firma de V. E. vale menos que el papel en que estampada es- 
tá? Cuando V." E. allá envia un padre de familia á ganar coii su traba- 
jo en un modesto empleo el sustento de sus hijos, lleva la garantía de 
la ley, que le conserva en su puesto si á su deber no falta; la garantía 
del ministro que la credencial le entregó. Si la orden de V. E. no se 
cumple; si el desgraciado, si puede, á España vuelve de pesar y de mi- 
seria lleno, ¿á quien, señor, en último caso, de su mayor desgracia res- 
ponsable hará? A V. E. solo, solo á V. E.; no al capitán general, que uso 
hizo de sus atribuciones, sino al ministro -que lonombrór sin tener an- 
tes la seguridad de que el autócrata, la dignación de complacerle tu- 
viera. . 

¿Y en cuánto á quitar y poner empleados? Yo desafío á V. E. y todo 
lo que se quiera apuesto, á que ha habido momentos en que el ministro 
ha ignorado, quién sit^ve los puestos de la administración de las anti- 



— 157 — 

Has. El capHcho, la anitnosidad, lá influencia ilegítima, motivos bas- 
talites pueden ser para trastornar el personal entero, para dejar si es 
preciáo m la calle al queocupe el puesto qué se desea; y hasta un in- 
fame anónimo, es muchas veces causa suficiente para acabar con la re- 
putación y el poptenií» de uh empleado pundonoroso y digno. 

Y si esto acontecer jpuede en épocas normales, [q)ié sucederá cuan- 
do sobre la voluntad del capitán general y del ministro, 'est^* la más 
terrible todavía, dé una especie de guardia prétoriana? Después de és- 
tas obSQrvacionéá, si V. E. creyendo continúa que las tales facultades 
estraordinarias son indispensables, derecho dá para que en su día tan 
autor se le crea de las injusticias que en' Cuba se cometan, como aquel 
que directamente las decretare. - 

Pero lio detengamos más tiempo á laescelencia de allá, á quien de-, 
lante del Morro hemos dejado, y no nos espongamos á sus temibles iras 
desatar. . 

Recuerdo que los que desde la orilla, el vapor que lo conducia con- 
templaban; con estrañeza notaron un hulto rojo que junto á V.E. siem- 
pre permanecía. Quién aseguraba que era la muleta con que á todos 
trastear queria; quién que un manto de «púrpura para su áutocrática 
persona; quién, en fin, que el resplandor.de su fulnainante voluntad; y 
todos, sin embargo, engañados quedaron; era pura y simplemente, un 
deudo próximo de S. E., que^ para asombrarnos, con uniforme de ca- 
ballero de la orden de San Juan desembargaba. Pero hasta hecho tan 
sencillo, providencial fué: el caballero rojo precisamente, como conta- 
ré luego, fué el que ocasionó el primer acto de la a^mi^i^tracion Ro- 
das, que á la justicia hizo enrojecer. '. 

. Desembarcó S. E. con bélico aparato, pero sin ruido popular: todos 
ignoraban á qué lado se inclinaria la balanza, y por lo tanto, reserva 
prudente todo el mundo guardó, Pero al olro dia habló el oráculo, y 
enérgica proclama con su firma á luz salía, reasumiendo todos sus pro- 
pósitos en estas tr,es palabras: «España, justicia y moraudab.» 

¡España! ¡Pues frescos estaríamos si uü general español á trabajar 
eü ooritra de su patria fuera! Entregándose á la omnipoteríci'a de los Vo- 
luntarios, ó aniquilando la insurrección de otra maaera, ya sabíamos 
todos que á España iba alli' á repi*esentdr;.por consiguiente, tirios y 
troyanos podían hacer suya esta" fórmula á riesgo de equivocarse. '. 

¡Justicia y moralidad! Perdóneme el redactor de la proclama, pe- 
ro por estas tierras no se ha conocido hasta ahora ninguna justicia in- 
moral, ni ninguna moral injüs1>a, Podiaí' por lo tanto, haber suprimiclQ 



— 158 — 

la Y y cualquiera de las otras dos palabras sin que inconyeniente alguno 
resultara. 

Pero,, ¡ahora caigo! El redactor debió reflexionar, y decir: «Qué dia- 
blos, si todas, tarde ó temprano, han de borrarse, ¿qué más dá? 

Efectivamente, escelentisimo seftor; ya verá cómo, á pesar y con- 
tra la opinión de V. E., el tal programa á comparar voy con los actos 
de la administración de su defendido, y desmenuzando, le pruebo que 
ni España debe estar satisfecha, ni la justicia muy conforme. 

Tal, al menos, es la leal y desapasionada creencia que sobre el par- 
ticular tiene su afectísimo 

S. 



VI • 



Excmo. Sr.: Habrá observado V. E. que en todo el curso de 
mis cartas, en lo posible evitar he procurado nombres propios ci- 
tarle, ni hechos concretos referir, quitando de esta manera á mi 
correspondencia todo motivo, para de apasionada censura ser tacha- 
da. Pero Y. E. mis propósitos desbarató el sábado último, mostrán- 
dose en el Congreso campeen denodado de lo que no tiene defensa 
posible. 

¿Conque el Gobierno está satisfecho de la conducta del general 
Caballero de Rodas? Pues lo siento mucho, pero peor para el Go- 
bierno que tiene desde hoy que cargar con todas las caliñcaciones 
que aquel merezca, sin que derecho alguno á quejarse le quede. En 
el terreno de las concepciones y de las teorías, V. E. podrá has- 
ta á la misma lógica vencer, pero en el que yo hoy la cuestión 
coloco, V. E. y todt)S sus compañeros en satisfacción, derrotados 
han de ser por completo: vamos, pues, al terreno de los hechos. 

El programa de gobierno del general Rodas, impreso ñió en le- 
tras de oro y colgado en sitio público la noche en que, á guisa de 
entrada de Rey Mago, entre antorchas de viento, los Voluntarios 
á V. E. pasearon á pié por la^ calles de la Habana: pero ¡ay, se- 
ñor! eran de oro aquellas letras, y como el humo desparecieron al 
siguiente dia. 

Justicia y moraxibad: allá vá la prueba de cómo entiende ca- 
tas dos palabras el gobernador de la ínsula: fué el primer acto de 



— 159 — 

Stt gobierno, y por eso más la atención llamó. Entre los emplea- 
dos que á ruego de D. Joaquín Escario y con este á la Habana fue- 
ron, se encontraba el Sr. D. Manuel Alonso, contador general de Ha- 
cienda, antiguo, probo, é inteligente funcionario, que con todo acier- 
to, su destino desempeñaba. Pero con S. E. actual habia llegado 
aquel caballera del uniforme rojo, de que en mi anterior incidental- 
mente hablé, llorando su correspondiente credencial de tesorero con 
4.000 pesos de sueldo: al dársela no tuvieron presente en el minis- 
terio que el tal destino 30.000 pesos de fianza requería, ó s^ lo ad- 
virtieron, el agraciado ci^eyó que al verlo desembarcar, con el uni- 
forme y su apellido, todo Dios á facilitarle tal cantidad se brinda- 
rla: ni el uniforme ni el apellido sirvieron y nuestro hombre á los 
diablos se daba, cuando al gran bajá se le ocurrió salir del paso 
déla manera siguiente: llama al Sr. Alonso y le dice: 

—Yo tengo un primo, que á su vez tiene un uniforme colorado. 

—Muy bien, Excmo. señor. 

—Se le han perdido 30.000 pesos que necesita para tomar pose- 
sión de su destino, y no los encuentra. 

—Lo siento mucho, señor Excmo., pero ni yo tampoco. 

-rPues mire Vd., si Vd. tampoco los tiene, ahora mismo vá Vd. 
á buscarlos, porque la justicia, y la moralidad mandan que Yd. ocu- 
pe la plaza de mi primo el del uniforme, y éste la de Vd. 

—¡Pero, señor! Si yo tengo más cat^^goria y más sueldo en un 
destino sin fianza ^por qué meló quita V. E.? ¿Novó que yo tam* 
poco tengo ese dinero que á su señor primo le hace falta? ¿Qué 
razón hay señor?... 

—A mí no me venga Vd. con razones ¡ea! Lo más que puedo 
hacer bu su obsequio, es que se vuelva á España y que allí se lo 
cuente Vd. á su abuela. 

El Sh Alonso tomó • el camino de la Península y vino á contár- 
selo á su abuela, que en el caso presente es V. E.; y en efecto, 
V. E. no solo oidos de mercader ha hecho, sino que tales injus- 
ticias á defender se propasa. 

No muchos dias trascurrieron sin que la justicia otro grito en 
el cielo pusiera. Empleado en el archivo tle gobierno estaba un tal 
Sr. Mata, que á fuerza de estar allí, por el olor los legajos cono- 
cía, pero sin duda el nombré de Mata, hubo de en celo poner los 
bélicos instintos del guerrero, que in continenti mató á Mata y 
colocó en su lugar otro pariente que habia llegado sin credencial. 
Cero van dos y viva la justicia. 



~ 160 — 

Pero á estas dos hazari^rS. un escandaloso complemento faltaba: 
y en su virtuíl dispuso S. É. que al dsl uniforme, los' sueldos de na- 
vegación se le abonaran al respepto del destina que injustamente 
ocupaba, y al nuevo archivero al del suyo: . es decir, señor esce- 
lentisimo, que el uno salió de ^spafia ganando un sueldo de,. 4.000 
pe^sos y se ie acreditaba á. razón, de 5.000: y el otro que sin des- 
tino salió, bciitamente cobraba lo que en ningún paso le coraspondia. 

Si V. E. no está ciego ni ofuscado, creo que compadecerá en el 
presente caso á la pobre Moralidad tan 4 sabiendas ultrajada. 

Dicen jque para muestra basta un botón, y ya be tenido, el ho- 
nor de ofrecer á la vista de Y. E. tres;, los suficientes para un cha- 
leco de etiquetaj de última moda.^ 

Nq quiero referir á V E. como ?e descartó aquella autoridad del 
comandante del pcesidip, para á otro.apaigo suyo colocar: ni cómo 
se ha dado el caso de que un mismo individuo (tan^bien pariente) 
fuera á la vez ayudantq de campo, comandanta, del resguardo, y 
ii mal informado no estoy^ inspector de aduanas; ni de cómo se ha 
tratado de inutilizar al administrador de . correos, .ascendiendo á es- 
te puesto á un cufiado de n\¡iestro héro3, tan justo y tan moral; ni 
de Iqs magistrados y jueces escarnecidos; ni .de los empleados. tras- 
ladados sin motivo y sin /oriAacion de causa : cesantes, ni, en fin, 
de los que viniendo á España tras largos é^uos de recidencias allí, 
con un£^ licencia por el mismo capitán general concedida, se han en- 
contrado con el pjfoceder noble y nuevo, de verse cesantes en cuan- 
to la espalda han vuelto. . • , . 

No quiero, ni debo, repito, ocuparma de esos ni de otros abusos 
.porque ni. para denunciador sirvo, ni Mejit3r de V. E. en estas co- 
.sas puedo «er. Averiguar y corregir á V. E. toca, que para eso mi- 
nistro es: si por un momento la cuestión á este terreno he traído, 
cúlpess á sí mismo que causas. perdidas, y lo que no es un secre- 
to para nadie, en pleno Parlamento, con un poco de precipitación, 
se atrevió á. defender. ■ . ^ 

. Oí decir al Sr. Caballero de Rodas el día de su llegada á la Ha- 
bana; que ninguna credencial habla pedido' al Gobierno; y tenia ra- 
zón. S. E. ¿Para qué padir lo qu3 dar por sí y ante sí se proponía? 

Los cinco ó seis primeros meses de su reinado los pasó tranquila- 
meate en la Habana, repartiendo credenciales. 

Dícese que no Ixayen la caldera de aquella administración el más 
pequeño agujero de escape junto al cual no sa encuentre un^ parien- 
te próximo ó lejano, un protegido ó un amigo, que la confianza me- 



— 161 — 

rezea del capitán general. No dudo un momento de la buena fé de es- 
te sistema; pero V. E. convendrá conmigo en que con él sé ultra- 
ja al ministro, y á los españoles todos se insulta. Porque bien claro 
es que ó V. E., por ignorancia ó con malicia, empleados nulos ó in. 
morales nombra, ó la aptitud y la moralidad se han refugiado es- 
clusivamente en los parientes, amigos y paniaguados de aquel gran 
fabricante de patentes de honradez. 

Creo, Excmo. señor, que los hechos apuntados, razón suflcien- 
te producán para que convenga, conmigo, velis nolis^ en que el ré- 
gimen personal que en Cuba impera, ni es defendible, y á otro pun- 
to que ala perturbación y al descrédito conducen. Es más; me atre- 
vo á asegurar á V. E. que así como he probado que la justicia y 
la morAlLidad están en constante peligro, del mismo modo también 
probar puedo que, lejos de adelantar pop estos medios la pacifica- 
ción de la isla,* atrasa evidentemente. 

Hay en Cuba, señor, dos insurrecciones: la que en Yara dio el 
grito y la que, más poderosa, se dio á luz deponiendo á un repre- 
sentante de España: sin la segunda, está Y. E. seguro de que aque*. 
lia ya hubiera concluido. 

¿Porqué no ha terminado? Porque como demostraré en mi pró- 
xima carta, ni aun la primera palabra del célebre prospecto de go- 
bierno, España, ha sabido colocar en m puesto el actual manda- 
rín de Cuba; porque carece de inteligencia bastante para haberse 
detenido á estudiar ,el origen, las tendencias de la insurrección y 
líis causas que viva la mantienen: en fln, señor, porque la isla de 
Cuba es un cuerpo enfermo, á quien con muchísimo, esmero hay que 
tratar, y el general Caballero de Rodas, que no se anda. con chiqui- 
tas, se ha dicho: «¿conque aquí hay una enfermedad qué curar? Pues 
aquí de mi sistema: matemos al ifiídividuo, y cuemto acabado.» 

Y así sucederá si V. E. con prontitud no acude en auxilio de la 
proverbial humanidad é hidalguía española. 

Escrito lo que antecede, he leido un suelto de El Imparcial en 
que asegura que V. E. se ha fijado en mi desaliñado escrito y satís^ 
facción dar se propone á las quejas ¿egitimas que contienen', mil 
gracias, señor Excrho.: muy claro acostumbro ser, y con una clari- 
dad voy á despedirme hoy. Conozco á V. E. desde muy joven: jun- 
tos por espacio de algunos años, muchas horas hemos pasado y su 
finura y atención reconocía: sin embargo de esto, poca confianza 
abrigaba en mí mismo: temia que el cargo de ministro, empeque- 

21 



— 162 — 

Tieciendo un tanto el alma ele V. E., Ajarse en mi modesto trabajo 
le impidiera. 

No ha sido así y me alegraré, si como resultado de él algo bue- 
no V. E. llegare á hacer: lo sentiré, si como suele decirse, sim- 
plemente á la categoría de predicador en desierto reducido que- 
da su afectísimo 

S. 



Vil. 



Excmo. 5>r.: «;Qué tal anda esto?» preguntaba el general Caballero 
á un amigo mió momentos antes de desembarcar en la Habana. «Mal, 
muy mal, mi general se le contestó; y á mi juicio su primer cuidado 
debe ser, el de recoger del suelo el principio de autoridad.» «Pues 
si no es más que eso, ya verá usted que pronto lo restauro: el primero 
que se me mueva, lo fusilo sin forma'íion do cau^ia.» Y durante aquel 
dia y algunos siguientes, boca de canon, la boca de S. E. parecía, 
que metralla sin cuento disparaba. 

Y efectivamente, ni S. E. fusiló á nadie, ni el principio de autoridad 
el más peque ño. al i vio á sus dolencias encontró. 

V. E. recordará que con interés marcado la administración de don 
Domingo Dulce en una de mis sinteriores defendí. A fuer de leal, y de 
mi conciencia en descargo, hoy que censurarle tengo, con justicia so- 
brada. Si al comprender que su política sensata rechazada era y de 
medios materiales para sostenerla carecía, el mando resignara y al 
Gobierno de la nación con tiempo demostrado hubiera los medios de 
conjurar la tormenta que venir veia, muchos disgustos se hubiera 
evitado y tal vez menos comprometida nuestra situación fuera. Pero 
tuvo momentos de debilidad; y en transacciones entró, que efectos 
contrarios á los que esperaba produjeron. Él no debió nunca facilitar 
las fortalezas y cárceles de la Habana para depósito de víctimas, en su 
mayor parte, de la calumnia y de la intriga. Él no debió nunca depor- 
taciones en masa consentir, donde ancianos decrépitos y tiernos jóve- 
nes culpables é inocentes en confuso montón figuraban. ¡Pásmese 
V. E.í Allí generaliiiente no, habia más formación de causa qu3 las 
listas de proscripción que de cada pueblo se remitían, y yo el cago 
he presencia lo de comparecer ante el general Dulce algunos Volunta- 
rios la libertad pidiendo de un preso, á quien otros Voluntarios Uabian 
creído digno de emprender viaje á Fernando Póo, 



-^ 163 — 

Eí general Dulce no debió nunca consentir en descender á lia plaza 
de BUL palacio y presencial? la sangrienta hecatombe del Domingo de 
Ramos, en que á mano airada dos víctinías con su sangre el suelo 
enrojecieron, y otra en tres horas juzgada y ejecutada ftié por un 
consejo de guerra compuesto, ¿de quién,' señor? de oficiales de Vo- 
luntarios. 

Ni estos ni otros muchos desmanes debiera haber consentido: si 
energía le sobraba, pero fuerza material no tenia para el desborda- 
miento de las pasiones contener, debió el puesto abandonar antes que 
las páginas de la historia de su mando tales hechos registraban; pero 
quiso transigir, entretener quiso al monstruo de las pasiones, arro- 
jándole algo con que su voracidad entrenar, y terminó por donde siem- 
pre acaban los que tales momentos de debilidad tienen; por ser de- 
vorado á su vez. 

¿Qué ha hecho el general Caballero de Rodas para tales desmanes 
cortar? Entregarse impotente á la dominación de los Voluntarios. Pues 
qué, ¿no hemos visto, á los pocos dias de la llegada de S. E., su pala- 
cio invadido por una turba, que el fusilamiento pedia de un infeliz que 
la desgracia tuvo de herir á otro en riña, en un coche del ferro-carril 
urbano? ¿No se atrepella hoy en Cuba, lo mismo ó más que antes, á 
españoles y á estranjeros, á juzgar por las noticias que de allí recibi- 
mos? El mismo general, ¿no ha tenido que salir para ¡Puerto-Príncipe, 
de donde" Dios sabe cómo volverá, porque ya empezaba sordo rumor á 
cundir, de inactivo y de incapaz acusándolo? Hasta las* oficinas del 
Estado, ¿no están al influujo de los Voluntarios entregados? ¿No se 
reparten y se venden ya los bienes embargados, dorado sueño de 
aquellos señores, con escándalo del mundo civilizado? En fin, ¿no está 
la autoridad de V. E. mismo á merced de aquella gente, la ley hecha 
girones, y los fueros de la justicia atropellados? 

¿Y á nombre de quién tales atentados se cometen? A nombre de 
España, señor; á nombre dé la nación, que al cotinente americano 
dio la vida; que no poi' el terror, sino por el cariño, debió hacer- 
se respetar, y. á la que con torpeza inaudita se humilla y sé hace 
odiosa. 

Ya vé V. E. á lo que reducido ha quedado el célebre programa 
de gobierno ESPAÑA, JUSTICIA Y MORALIDAD; vamos á ocuparnos 
ahora de la giierra. 

Partamos del principio de que jamás manejar arma alguna he 
sabido: ni aun la pluma, pues yá V. E. p'ruebas tiene de cuan detes- 
tablemente la enristro; pero asi y todo me atrevo á asegurar á V. E., 



— 164 — 

que por el camino que vamos, la guerra no se acaba y que solo hay 
un medio digno para España de terminar) a, -medio que V. E. puede 
conocer, si de todo el contesto de mis. cartas lo deduce. 

Según datos que á la vista tengo, durante la campaña del general 
Caballero, el número de muertos, heridos y contusos á las tres cuar- 
tas partes de la población cubana asciende, sin contar los muchos 
que áÁ el telégrafo, como diariamente presentados á. ofrecer sus res- 
petos. Sin vacilar puede V. E. creer que más de la otra cuarta, vo- 
luntaria ó involuntariaraexite, emigró^ ergo no debia encontrarse allí 
un cubano ni por un ojo de la cara; y sin embargo, se queman los 
ingenios ante los bigotes del general y se dan batallas; en las que 
siempre muchísima gente matamos sin pérdidas sensibles por nuestra 
parte, y en fin, la guerra continúa. ?No le parece á V. E. que hay 
aquí mucho de lo del andaluz aquel,-que cercado por cuatro enemigos, 
mató cinco y los demás á correr echaron? 

Y cuenta que tenemos allí un ejército en número bastante para 
conquistar media Europa; una marina suficiente para las costas aguar- 
dar, y, lo que es más favorable, que hemos conseguido los efectos de 
simpatías estrañas contener; y con elementos tales sin embargo, en 
pié está la picara contienda. 

Dos géneros de guerra se nos hace: la del campo y la de las po- 
blaciones; sorda y enmascarada la una, clara y precisa la otra, y 
ambas con la misma base del odio irreconciliable que hemos sembra- 
do y que alimentando continuamos. Mientras las poblaciones nos sean 
hostiles, la lucha en los campos durará, porque de ellas recibe sus 
recursos y todos sus elementos: mate V. E., que es quien puede, la 
primera, y no el general Caballero de Rodas, sino un cabo de escuadril- 
la guerra del campo acabará. 

Doy por supuesto que á gusto de los Voluntarios, es decir, con el 
esterminio, la guerra concluirá; ¿cree V. E. que nuestra bandera en 
Cuba asegurada para siempre quedaba? No, señor, porque nunca fal- 
tarla un padre que á sus hijos cicatrices recuerdo de la actqal cam- 
paña enseñara, ó la 'imagen de una doncella violada, é las reliquias 
de una madre torpemente escarnecida ó de un hijo horriblemente 
asesinado, todo á nombre de la cruel España, y el odio de raza ati- 
zando, llegarla á estallar más tarde, sí, pero más fuerte, más irre- 
conciliable. 

Carta de un voluntario en mi poder existe,' en la que opina que, 
solo colocando un soldado al pié de cada árbol, podemos dominar la 
insurrección; tengp la seguridad, señor, de que V, B. convendrá con- 



— 185 — 

migo en qae para sostener alli nuestra nacionalidad/ España, en vez 
de un soldado en cada palmo de terreno, solo dejar debe un- recuerdo 
de íLustracion y de hidalgnia que nos Imga al presente ser queridos; 
en el porvenir queridos y respetados. 

No necesito ser probeta ' para anunciar que, á no ocurrir impre<- 
visto suceso, mal fin ha- de tener el mando del ae«tual imperante en 
Cuba. Según mis noticias las operaciones se lian suspendido, porque 
llegó ya la estación, más que los mismos enemigos, para nosotros 
terrible: el vómito, el cólera, la viruela se cebarán una vez más en 
nuestros valientes hermanos, y entretanto la clase de guerra que se 
nos hace, exactamente igual á la de Santo Domingo, guerra de em- 
boscadas y de cansancio, consumiendo irá tanta preciosa vida, y en 
negro luto trocando lo que há tie^npo paz y alegría ser debió. 

D3Soiga V. E, esos telegramas de esperanzas de pronta paz hen- 
chidos. Sepa, para su gobierno, que, cuando á Cuba llegó el último 
voto de gracias, por las Cortes acordado, todos se preguntaban: «¿y 
por qué son estas gracias?» Tan conocido y tan notable habia en Cu- 
ba sido el hecho que motivó el telegrama y el voto, que enseñarlo 
puedo una carta en que desde allí lo preguntan. 

Y la situación de aquel general no puede ser más comprometida; 
no puede avanzar de Puerto-Príncipe sin abrirse paso con el hierro 
y el fuego; no puede retroceder sin encontrar enemigos que comba- 
tir, y para complemento de su desgracia, vé allá, en lontananza, en 
la Habana, diez ó dooe mil Voluntarios, ya de su proceder desconten- 
tos, y que no es la vez primera que en jueces y en ejecutores se 
convierten. 

Sospécheme, señor, que ya sucesor á gusto elegido le tienen, y 
Dios nos libre, señor, porque entonces, habrá que decir aquello de 
«apaga y vamonos.» 

Yo, con permiso de V. E., me voj'' ahora á tratar otra cuestión, 
que después de haberle dicho cómo enterrado queda por allá el prin- 
cipio de autoridad, es muy justo que V. E. acompañe una lágrima á 
derramar sobre el yerto cadáver de la Hacienda, á su afectísimo 

S. ^ 

VIH. 

I 

Excmo. Sr.: Recordará V. E. que en mi primera carta encarecida- 
mente le rogaba que á las brillantes noticias que sobre la situación eco- 



— 166 — 

nómica de Caba le comunicaran, crédito alguno diera: decia entonces 
que era la bancarota disfrazada de voluntario: luego aseguré que allí 
se representa una comedia, cuyo desenlace fatal tiene que ser para Es- 
paña; hoy, pues, el intento de demostrarlo comienzo, y desde abora le 
aseguro que solo un arranque decisivo, solo una medida enérgica pue- 
den atenuar primero, y borrar más tarde, el malestar que cadadia au- 
menta. 

No entra en mi plan, ni objeto de estos ligeros apuntes puede ser, el 
esplicar las condiciones especiales en que en aquellos paises se encuen- 
tran los elementos de proiuccion, condiciones que hacen que lo que pa- 
ra V. E. y" para mi casi un axioma en economía política sea, aplicado 
allí en un verdadero desatino se convierta! Tampoco me propongo la 
historia de tal decadencia escribir; porque, sobre ser demasiado largo, 
el entendimiento más Arme tiembla, la razón más serena vacila, sin que 
hilacion á su discurso encuentre, enmedio de causas tantas y tales co- 
mo á ñn tan deplorable nos han conducido. 

Que en la Península esté arruinada nuestra Hacienda porque á las 
vicisitudes políticas la hemos ligado y las perturbaciones consiguien- 
tes ha tenido que sufrir, claro S3 comprende; pero que allí donde en si- 
glos nada en política hemos hecho; donde tales perturbaciones no se 
han sentido, haya llegado la administración á tal grado de desconcierto 
y ruina en muy poco tiempo, eso solo por el despilfarro y la torpeza 
pueden esplicarlo. 

Los legisladores especiales han mirado hasta hoy la administración 
de Cuba como una cosa completamente aparte de la general del país: 
su presupuesto considerado ha sido como una especie de caldo más sus- 
tancioso, para los enfermos más delicados de la gran familia española; 
pocas veces habrá oido V. E. nombrar las cajas de Barcelona, do Cá- 
diz ó de Avila, pero en cambio harto de oir nombrar aquellas cajas 
estará. ¿Y cuál ha sido el resultado de ese proceder? Que los qubanos 
se hayan acostumbrado á mirar aquel Tesoro como propiedad suya: 
que cada giro que contra él se ha hecho, siempre poco menos que como 
un robo se haya considerado; que en fin se haya creído y como axioma 
vulgar pase que España es el país por escelencia miserable y que solo 
con aquellos auxilios, montes de oro de. allí sacando, podíamos soste- 
nernos. Si en vez de seguir ese egoísta sistema, hubiéramos organizado 
una administración igual ala déla Península; si en vez de acudir á 
empréstitos con garantía de los ingresos de aquella isla, por nuestra 
propia cuenta los hubiéramos hecho arrojando allí nuestros efectos pú- 



I 
t 



— 167 — 

blicos y estendiehdo así el mercado; si al contratar con el Banco de la 
Habana ese gran monte de piedad que nos devora, hubiéramos negocia- 
do, no sobre un papel creado especialmente para él, sino sobre el de 
nuestra deuda pública, miis confianza en nosotros se tendría, menos se- 
paratistas hubiera y por los poderosos vínculos del interés material la 
suerte de todos los habitantes de la isla á la suerte y al porvenir de Es- 
paña ligado estuviera. No ha sido así, y el si%iemei esclusivísta y usu^ 
r^ro de que en una de mis anteriores hablé, sus naturales efectos ha 
producido. 

La organización administrativa que allí sostenemos, tampoco ha 
contribuido menos á la obra de demolición. Parece que el Consejo de 
ministros, al acordar el nombramiento de capitán general para las an- 
tillas, hace el papel del Espíritu Santo, que por solo el hecho, á un ge- 
neral hasta entonces muy apto solo para mandar soldados, los divinos 
dones infunde, y en una sola pieza, un guerrero, un diplomático y una 
notabilidad financiera á la isla envia, Y no me arguya V. E. con que 
para eso lleva intendente, porque á eso contestaré que ya sabe V. E. 
cómo se escogen acá los intendentes, que con decir que á gusto tiene 
que ser del general, y que este no puede tenerlo en materias que no 
entiende, todo dicho queda. 

¿Qué autoridad, qué indep3ndencia, qué estraordinario interés pue- 
de tener un jefe de Ha^cienda por la influencia política, por la conve- 
niencia personal escogido, y á la voluntad suprema de un capitán ge- 
neral' supeditado? Recorra V. E. la interminable lista de intendentes 
que allí se han sucedido, y de samuro tresno encontrará que hayan da- 
do muestras de verdadero talento administrativo: en cambio hallará 
muchos, muchísimos que al poco tiempo de llegar á su destino se han 
enemistado con el amo por si/iuitó ó nombró á un empleado, por si 
perjudicó con una medida á este ó al otro particular; y en fin, señor, 
hasta por si faltó ó sobró un poco de saludo. 

Mira elevada, pensamiento, alguno, estudio el más ligero de los re- 
cursos del país, puede hacerse cuando falta en el individuo aptitml; ó 
aun cuando esta tsnga, supeditada la voluntad esté á las respetuosas 
consideraciones que á un superior y lego por añadidura se elevan. 

Menos cuando V. E. tropieza con un intendente qu9 á trueque de 
darse importancia ó bombo, como vulgarmente se dice, los hechos 
abulta y desfigura, falta á la verdad en los datos que al ministerio en- 
via, y capaz de sacrificíir es toda consideración, toda gratitud, toda 
justicia en aras de la fatuidad y de un ridículo amor propio, que en es- 



te caso, no hay que deteixorse rauelio para comprender quaen uim sola 
todas las calamidadea so hallan encerradas. 

D3Jo, pu3S, las causas generales nacidas de la torpeza que saliendo á 
luz poco á poco irán, para ocuparme del despilfarro y la ignorancia 
que han convertido aquella administración en un miserable ser, de lu- 
josos y ridicuíos adornos cubierto, porque ese y no otro el verdadero 
estado en que hoy se ezipuentra, según con toda co.neiencia cree poder* 

lo demostrar su afectísimo, 

S. 



IX\ 



Excmo. Sr.: Para endulzar un tanto el amargor natural que la 
continuación de mi interrumpida y pesada correspondencia le ha- 
brá de producir, envió hoy á V. E. mi más cordial enhorabuena, 
espresion fiel del verdedero entusiasmo con que toda alma genero- 
sa, toda conciencia justa, debe haber recibido el proyecto presen- 
tado á las Cortes sobre abolición de la esclavitud. No ceje V. E. en 
su empeño, consiga que se apruebe, y aunque después de la esce- 
na política desaparezca sin haber hecho más, eso solo es bastante 
para que mejor que un monumento de piedra, la humanidad ente- 
ra á la fama encargue para ceñir la frente de V. E. inmarcesible co- 
rona. 

Y no crea V. E. que siquiera haya leido con detención el proyec- 
to, no señor: para mi la cuestión de que se trata no admite tér- 
minos medios, y por más que se inventen artículos y cortapisas, 
dado el primer paso, ella se resolverá por sí sola pese á quien pe- 
se, lastime á quien lastime. 

¿Puede V. E. ni nadie detener la bala disparada? Pues eso miv 
mo va á suceder con el proyecto en cuestión. Dasde el momento en 
que en él se consigna, que solo insultando á la justicia puede exis- 
tir la esclavitud, importa poco que Y. E. declare libres hoy á unos, 
más tarde á otros, y á otros nunca, porque el derecho natural y 
todo derecho los amparará por igual; que no hay intereses mate- 
riales que puedan conseguir respeto por más antiguos que sean 
cuando han nacido y prosperado á la sombra de la injusticia y del 
crimen. El mismQ derecho tienen á la libartad los que dentro del 



— 169 — 

período revolucionario han nacido, que los que antes nacieron y 
los que después vendrán; V. E. ha querido detener los efectos de la 
Verdad absoluta en que el proyecto se funda, y demasiado com- 
prende que por más esfuerzos que se hagan para evitarlo, Resulta- 
dos inmediatos y absolutos ha de producir. La cuestión principal 
es que Elspaüa volviendo por su honra declare libre á un solo es- 
clavo; desde ese momento no habrá en Cuba más que hombres li-^ 
bres. 

Más adelante tendré ooasion de ocuparme de la trascendental 
modificación qne los intereses materiales del país, y por consiguien- 
te la administración pública han de sufrir por consecuencia de es- 
te resultado; hoy me propongo solo continuar dando á V. E. una 
ligerlsima idea de la situación actual de la Hacienda en Cuba. 

Vuecencia sabe muy bien que los presupuestos no son solo el 
cálculo probable de ingresos y gastos; más que eso, son el com- 
pendio de la historia de un país, de su manera de ser, de su civi- 
lización y cultura, de sus adelantos morales y materiales; pues 
bien, eso que V. E. cree y yo también, no sucede con los de Cuba; 
y es preciso haber pisado aquel suelo para convencerse de cuan le- 
jos están de ser la espresion de los inmensos recursos de aque. 
país y de lo que exije, para ser bien y discretamente, administrado i 

Tengo entendido que V. E. acaba de recibir una comunicación 
en que el moderno Neck que hoy dirige la- Hacienda allí, y que 
ha prometido vestir muy pronto de esparto al género humano, di- 
ce, bajo firma agena por supuesto y como la modestia aconseja^, 
que ha encontrado un medio que dejará absorto al mundo entero, 
para arreglar la situación financiera: pero que se lo dice á V. E^ 
en secreto para que nadie se pueda aprovechar del pensamiento, 
y que esta luminosa idea es... la nivelación de los presupuestos. 

Desconozco, señor, lo mismo al autor que á las ideas que pueda 
concebir; pero en ellas no creo, porque para resolver estas cues- 
tiones es preciso que haya aptitud y atención esclusiva al asunto; 
sospécheme que debemos esperar aquello del mons parturiens, 
pues la ratonil viveza debe haber infinido mucho en la redacción 
de los remendados presupuestos con tanta pompa remitidos. 

Los tomo, pues, tal como hoy rigen,- y si se sirve V. E. compa- 
rar el actual presupuesto de gastos de Cuba con el que regía hace 
quince años, no podrá menos de asombrarse al restar tan prodi- 
gioso aumento. Y natural es que al encontrarlo, al ver qué es re- 
sultado de un considerable crecimiento en el personal y en ofici- 

22 



— 170 — 

naa de míe va creación, se ocurra al más topo la id«a de que ese 
aumenta ha de provenir forzosamente, no ya del proceso de las 
rentas sino de las alteraciones y reformas esenciales en el régimen 
económico de aquel país. Irá por lo tanto V. E. á buscar en e^ 
presupuesto de ingresos esas alteraciones y reformas, y se llevará 
V. E. un soberano chasco. 

Las rentas son las mismas en su forma, en la manera de exigir- 
las y en las fuentes de que proceden; más crecidas sí por el- mo- 
vimiento maravillosamente progresivo que la riqueza ha tenido siem- 
pre en aquel privilegiado país, pero sin que en el trascurso de mu- 
chísimos años hayan earabiaio en su esencia. ¿A qué, pues, se de- 
be ese aumento tan considerable en los gastos? No será ciertamente 
porque el Estado haya emprendido obras páblicas de gran impor- 
tancia, ni por auxilios directos prestados á empresa alguna. En 
Cuba, donde el capital y el trabajo hasta hoy crecida recompen- 
sa han encontrado, no ha sido preciso acudir al apoyo del Estado 
para implantar todos los adelantos modernos y los progresos ma- 
teriales en todos sentidos á la iniciativa y al interés particular se 
deben; es más, puedo asegurar á V. E. que precisamente el atra- 
so y la falta de tino S3 encontrarán itlás que en otra parte allí 
donde nuestra administración haya puesto la mano. ¿A qué, pues, 
atribuir ese espantoso crecimiento en los gastos? 

Tondré que guardar la con^testacion para la próxima, puesto* que 
por hoy ya le ha molestado bastante su siempre afectísimo* 

S. • 



X. 



Excmo. Sr,: Muy injusto soria yo si de la suerte Qonqua mis- cartas 
escribo, llíí;?araá quejarme: digolo porque apenas he formulado una 
pregunta, V. E. se toma el trabajo de contestarla. ¿A qué se debe, de- 
cía en mi anterior, el aumento tan considerable que ha tenido eh poco 
tiempo el presupuesto de Cuba? V. E. en la sesión del viernes, • tratán- 
dose de Puerto Rico, afirmó, que teníamos montada allí la administra- 
ción de un reino, en vez de la de una provincia: aplique el cuento á Cu- 
ba,, y queda mi pregunta contestada. 

¿A qué viene, ese lujo de oficinas, ruedas inútiles que entorpecen la 



— 171 — 

Díiareha administpativa? ¿Qué pensamiento levantado, qué idea fija ha 
presidido á su.creacion? Doloroso es confesarlo^ pero en todo. ello no ha 
liabido otro móvil que el de que viva del presupuesto un número infini- 
to .de indiviiiuos cuyos servicios son nulos ó inliecesarios, foníentando 
así la empleomanía, esa especie de socialismo organizado por el Gobier- 
no sobre labase de las rentas públicasi A medida que estas aumenta- 
ban, hemos ido elevando los gastos de personal y material de adminis- 
tración, hasta absorberlas por completo. 

Pase V. E. la vista por los presupuestos coloniales de Inglaterra y 
Holanda, y verá con asombro que España sostiene hoy para adminis- 
trar sus posiciones de América, un número de empleados casi igual $tX 
que mantienen aquellas dos naciones reunidas. 

Las consecuencias de semejante sistema por necesidad tenían qu-e ser 
deplorables; llegó un acontecimiento imprevisto, la guerra, de Santo 
Domingo, y el presupuesto do gastos de Cuba,, que en diez años se había 
elevado á 25 millones de pesos, y qu3 como en tiempos mas .felices no 
degaba en caja mas sobrante de cuatro ó cinco^ fué insuficiente para ta- 
noañas atenciones y tuvimos ^ue apelar á operaciones de crédito empe- 
ñando en ella los ingresos, que mas tarde, por torpeza, habíamos de 
disminuir. 

¿A quien hay que hacer responsable en primer término de la inmo- 
ralidad que se atribuye á los empleados ^e Ultramar? Pues es precisa- 
mente á ese sistema arbitrario y de despilfarro. Al oír un (Jia y otro 
clamar en todos los tonos, y por todo el mundo esa inmoralidad; al ver 
que tal idea ha sido elevada á la categoría de axioma, .me he diclio mu- 
chas veces: ¿pue^qué, hemos degenerado hasta el ptmto de que haya 
desaparecido del fondo del carácter español la dignidad y la honradez? 
Admitiendo que entre número- tan considerable de funcionarios haya 
algunos que falten á sus deberes, ¿será posible que nos hayamos prosti- 
tüido hasta el punto de admitir como regla general, lo quje debiera ser 
unaescepcion? 

Ni hemos degenerado, ni nos hemos prostituido; analice y.» E. esa 

mancha que sóbrela almiaistracion de Ultramar S0.ha querido echar, 

y verá V. E. que una p^rte proviene de la exageración; otr^. habrá (Je 

verdad y más de la mitad, producto del odio, de la intriga y de la ¡enyji- 

dia. Mal me sienta decirlo, pero en nuestro carácter antra por lí^iucho 

este elemento; esté seguro V» E. que si mañana veo que haceoí obispo á 

un cura, yo que no pertenezco á la clase, he de gritar como .un eneirgú- 

meno, ni más ni menos que si pudiera aspirar á un capelo. Y de esapap- 

te que constituye la faltaí,es,respon,sable el Gobierno, híO el .empleado, 









— 172 — 

á menos que V. E. quiepa exigir en todos la perfección que solo en Dios 
puede concebirse. Un espafiol puede ser tan honrado como un inglés ó 
un holandés; es que el mal no está en los hoímbres, sino en las condicio- 
nes horribles en que se les pone. ¿Quiere V. E, acabar con la inmorali- 
dad? Pues haga lo que aquellos gobiernos hacen,; reforme la< adminis- 
tración, teniendo pocos funcionarios^ pero bien, muy bien dotados; dé- 
les seguridad en sus destinos para que en vez de miseria, vean, como 
fruto de su laboriosidad y su honradez, tranquilidad en el porvenir, y 
con esto y con unos cuantos detalles que yo daria á V. E.| si fueran de 
este lugar, acabará de un golpe con los tales abusos; de no hacerlo asi, 
de continuar por la senda en que marchamos, estoy seguro que en el 
fondo de su conciencia, no se asombrará que haya alguno que pon- 
ga á discusión si (beberá comerse el asador. 

Con harta sorpresa, atendiendo al talento y buen sentido que á V. E. 
distingue, he visto recientemente que, en vez de seguir este camino; 
ha delegado por completo sus atribuciones, aumentando las célebres 
facultades estraordinarias del capitán general, al remitirle en blanco 
las plantillas del personal para que por su propia cuenta haga los nom- 
bramientos. Antój áseme, Sr. Excmo., que en esto hay mucho de lo de 
D. Simplicio cuando á la mano de Leonor renunciaba; Y. E. ha dicho 
conrazon:.«allá no han de aceptar lo que yo haga, pues más vale qoe 
yo me adelante y diga que acepto lo que me manden.» Francamente, 
no creo que sea este el mejor camino para tranquilizar al pais y orga- 
nizar una buena administración. 

Y como si no fuera bastante tantísimo desacierto, vino al ministerio 
de Ultramar D. Alejandro Castro, quien con una impremeditación á to- 
da prueba, con una candidez hija legitimado la ignorancia del estado y 
recursos de aquel país, se dejó sorprender y decretó reformas económi- 
cas que, basadas en datos inexactos, redujo en cifra respetable los in- 
gresos, á la vez que dificultó su cobro. Se suprimieron los derechos de 
esportacion, que ascendían á cuatro millones de pesos: se planteó uñ 
arancel, en que, queriendo hacer una reducción de 25 por 100 del anti- 
guo, por error de cálculo, sin duda, resultó con un 45 por lOOen. conjun- 
to, según puede V. E. ver en los comprobantes que deben existir en ese 
ministerio; y por último, se planteó digo mal, intentó plantearse, una 
contribución directa irrealizable, porque el cálculo de la riqueza im- 
ponible por todos conceptos era exageradísimo. 

Teníamos, pues, un presupuesto de gastos insostenible; empeñado 
nuestro crédito con el Banco, y un presupuesto de ingresos imposible 
de realizar, cuando estalló la insurrección cubana. Afiada V. E. la per- 



.— 173 r- 

turbación natyral que en todos los ramos de la. riqueza pública ha he- 
cho sentir, lo^ crecidos gastos que el combatirla nos ocasiona; las pér- 
didas inmensas de las propiedades quemadas; la paralización del mo- 
vimiento comercial, efecto, entre otros, de^ la emigración de gran nú- 
mero de consumidores, y á V. E., y. á. cualquiera, se le ocurrirá que, 
desgraciadamente, nuestra situación fiqaúciera no puede ser desaho- 
gada. . - 

Y, sin embargo, -contra la opinión de V. E. y del sentido común, un 
dia y otro se asegura que el estado de la Hacienda es floreciente. ¿Có- 
mo se esplicaeste milagro? ¿Cómo?... Pues voy á ver si puedo hacerlo, 
poniendo ante la vista de V. E. dos telegramas que no hace mucho tiem- 
po recibió V. E. Dice el uno: «La situación de la Haeienda inmejorable.» 
Y dice el. siguiente: «Acaban de emitirse otros 5 millones de pesos en 
papel del Banco.» 

Vaya V. E. atando esos* dos teló gramas j. mientras yo me dedico á su- 
mar los millones que van emitidos; no só cuál de loS dos acabará pri- 
mero, pero de todas maneras le dará cuenta del resultado en la próxi- 
ma, su siempre afectl,s¡mo seguro servidor . 

■s. • 



Xi. 



Excmó. Sr,: Por si V. E. no ha podido aun atar los dos telegra- 
mas oon que mi última carta terminaba, voy á proponerle hoy otro 
problema: figíirese V. E. que existe un Banco con seis millones de 
pesos de capital efectivo, y según mi cuenta, treinta y nueve millo- 
nes en papel; áconeibe V. E. que lógicamente pueda esto llamarse 
Banco? Pues no solamente se le llama, sino lo que es mas estraüo, 
según telágrama que á la vista tengo, enmedio de los apuros pecu- 
niarios porque allí estamos pasando, y de los sacrificios que la cam- 
paña nos cuesta, el Banco obsequia á sus accionistas, como en - sus 
mejores tiempos, con un dividendo de un 6 por 100 al semestre: es 
verdad que el dividendo, lo mismo que el Banco, es dé papiel, pero 
al fln, Sr. Excmo., algo queda, además de la importancia. á que siem- 
pre tiene derecho el que tal ha.bilidad demuestra para encontrar, 
que repartir. 

Y aquí, con la lealtad que me espropiaveon toda la rectitud de 



— 174 — 

mi óonciencia, debo detenerme para elogiar, nunca como se merece, 
la unión estrecha, la inquebrantable firmeza que nuestros compatrio- 
tas allí, comerciantes, propietarios, industriales, todas las clases, en 
fin, de la socie lad, Voluntarios ó no, han demostrado en la cueition 
que nos ocupa. Conocen perfectamente la situación de ese Banco^ 
saben que sus billetes en circulación no debieron tener valor alguno, 
y sin embargo, cobran y pagan en ese papel por todo su valor, se 
afanan porque no llegue á tener descuento y hasta, como dejo dicho, 
reparten dividendos y lo anuncian á Europa por telégrafo; 

Y el móvil, él secreto de esta uniiad de pensamiento es el inte- 
rés individual: en la conciencia de todos está que el dia en que esta 
uTiion se rompa, el dia en que caiga la primera carta de este casti- 
llo do naipes, desaparecerán como el humo aM las grandes, como 
las pequeñas fortunas y hasta la misma fábrica de papel-moneda 
que las mantiene en pié'. Hoy el estado de guerra ampara esa anó- 
mala situación; cuando concluya, y no exista esa causa á cuya som- 
bra vive, comenzarán para Espafla las grandes dificultades, los ver- 
daderos peligros. ¡Lástima que esa unión, que esa firmeza admirable 
no se hubieran dirigido por otro camino á evitarnos dias de llanto y 
desolación! 

¿Y. cómo no ha de haber amor patrio, y más ái cabe, cuando esos 
millones de pesos se han emitido, bajo la garantía de España? ¿Qué 
estraño es que el grito de ¡viva España! sea el lazo de unión de to- 
dos los Voluntarios? ¿Cómo no han de llegar hasta las nubes los gri- 
etes del más puro y acendrado patriotismo? 

Un presupuesto de gastos insostenible; otro de ingresos irreali- 
zable; una deuda inmensa, síñ recursos para solventarla; papel al 
portador en circulación que no puede realizarse á voluntad, todos 
estos elementos constituyen, si tío estoy equivocado, una báncarota 
que grita sin cesar ¡viva España! como supremo recurso de disimu- 
lo. Vea V. E. por qué dije en una de mis primeras cartas que la si- 
tuación de la Hacienda era la báncarota disfrazada de Voluntario. 

El dia, ojalá fuera mañana, en que la insurrección termine, y 
deje de alentar la escitaclón nerviosa de patriotismo bajo cuya in- 
fluencia vive en todos los intereses materiales, cuando llegue el 
ajuste de cuentas en que hoy no se piensa, comenzarán para todos 
las angustias y los desengaños, consecuencia inevitable de la infeliz 
situación, que hoy con torpeza se trata de encubrir. 

Comprendo perfectamente que para sostener apremiantes aten- 
ciones hubiéramos reunido á empréstitos en efectivo más ó menos 



— 175 — 

gravosos, en c«yo cago se . hubiera pnobado. eli vebdadéro y el falso 
patriotismo; pero- autorizar á un estableeinaienta ule crédito para 
elevar sus valores en circulación á una cantidad sei? veces mayor 
que su ' capital efectivo, . eso nadie puede entenderlo. Digo maU lo 
entenderá eí Banco, qug . si ha emitido ese papel desinteresadaiiayente, 
en cambio puede estender la esfeta de sus especulaeiones. á mucha 
más allá de lo que sus verdaderos recursos le permiten. ¡Oh. Badico 
feliz! jCuánto darian algunos por disfrutar de. tamaño privilegio! , 

Y para el pago de esa deuda, para amortizar esas emisiones, se 
ha señalado el 5 por 100 de los ingresos por contribuciones directas 
é indirectas. ... 

y. E., tan fuerte como es en economía política, jamás habrá tro- 
pezado con una algarabía semejante: emitir valores al portador que 
llevan consigo el reembolso á su presentación, y señaiar á la vez \m^ 
cantidad anual para estinguir ese papel en un plazp ilimitado, son 
conceptos que braman de verse juntos, es llevar has>ta la sublimidad 
el disparate. ¿En qué forma se vá á amortizar ese papel? ^Es que el 
Banco vá tener esos valores en circulación hasta que llegue á reu- 
nir, con el 5. por 100 de las rentas públicas, el capital que ellos 
representan? Vamos, repito, que ni yo lo entiendo, ni V. E. tam- 
poco, aunque no faltarán doctores que sepan entenderlo. 

V. E., mejor que yo, sabe el estado en que se encuentran las 
rentas terrestres por efecto de la reforma intentada el año de 1867, 
que algunos tomaron como pretesto para la insurrección, y que en 
fuerza de elevar los productos para el Tesoro, acabó por evapo- 
rarlos por completo: esa reforñía" parece que ya ha sido desecha- 
da y que hemos vuelto al sistema antiguo; aunque creo,^ y conmigo 
muchos, que ha sucedido lo que siempre; que sin estudio y sin co- 
nocimiento previo, se procede que abandorianios la reforma, cuan- 
do ya desconocíamos el camino, por volver á lo antiguo; el hecho 
es que V. E. misino ignora lo que se cobra, y no sabe más que lo 
que todos sabemos: que las rentas terrestres están como aquella 
tierra, revueltas y en completa derrota. 

¡Pues y las indirectas! Producían las aduanas de la isla pop término 
medio, antes de la reforma arancelaria de 1867, veintidós millones de 
pesos; S3gun los datos publicados entonces por el Gobierno, se quiso ha- 
cer una baja del 25 por 100, y efeCjtivamente, prodtgeron las aduanas en 
1868 nueve millones, e^ decir, un 50 por 100 menos que ©n el anterior; 
hubo, pues, en contra de la.aritmética,. un pequeño error de 25 por 
lOO, disculpable si se atiende á la precipitación con que se procedió, de 



— 176 — 

ningún modo á laaltísima penetración y especiales y práctico» conoói- 
mien'tos de que sus autores estaban para el caso adornados. Y aprove- 
cho ésta ocasión para demostrar á V. E. la razón que me asistió para 
decir en una de mis primeras cartas que no diera entero crédito á las 
noticias que sobre la brillante situación de la Hacienda, nos comunica 
de vez en cuando el telégrafo; V, E. va á ver como se confeccionan esas 
noticias. 

Recordará que por el mes de Febrero del año actual, se publicó un 
telegrama diciendo que las rentas de aduanas, por efecto de la gestión 
administrativa del actual intendente, habían tenido un aumento consi- 
derable: V. E. vá á ver lo que vale esta noticia. 

ESCUDOS. 

En los cuatro meses del año de 1868 se recaudaron por 

las aduanas de la isla. . : 3.681.881,660 

En los cuatro últimos de 1869. ;........ 5.640.754,030 

Diferencia en mág. . . . . 1.958.872,370 

t * , _. 

Y dijo 61 intendente, aumento tenemos, pues golpe de bombo; sin 
sospechar que más tarde saldría á luz la verdad, reduciendo á la na- 
da lo que como aumento se dio, y en efecto: 

ESCUDOS. 



El aumento consiste en. ........ 1.958.887,370 

A deducir por el 5 por 100 que se cobra hoy 
como subsidio de guerra y que no se 
cobraba en 1868. ........ 785.662,102 

Por derechos de esportacíon que se hallan 

en igual caso ... 684.627,534 

1,470.291^636 

Aumento efectivo 483.595,734 



Dedúzcame V. E. de esta cantidad lo que como pendiente de co- 
bro figuraba en el cuatrimestre anterior, y que debió realizarse en 
el siguiente, y dígame si hay motivo para alarmarnos con tales 
telegramas, ni para tocar la trompa épica con tanta fuerza. 



— .177 — 

Dasearia V. E. que se tomara el trabajo de comparar los datos que 
dejo apuntados con los que publica la Gaceta de la Habana y aun 
con los que se hayan remitido á V. E., puesto que creo que npher- 
mos de andar muy conformes. 

Pero yo acepto los datos del señor intendente, y con arreglo al 
producto de esos cuatro meses de tan feliz administración, calculo 
los ingresos de aduanas en 10 millones de pesos, lo cual es mu- 
cho conceder, y en otro tanto los ingresos por rentas terrestres, 
lo cual es casi imposible; y tendremos que, alargándolo mucho, el 
presupuesto de ingresos de Cuba no puede esceder de 20 á 22 millo- 
nes de pesos. 

Ahora bien: si antes de la reforma del sistema tributario los in- 
gresos eran mucho mayores, y sin embargo, no bastaban á cubrir 
los gastos, hoy, que estos han aumentado y aquellos disminuido 
considerablemente, y que, por añadidura, estamos empeñados en 40 
millones de pesos, ¿cómo se dice que la situación de la Hacienda 
es desahogada é inmejorable? 

Pues ¿y la perturbación que con su prosopopeya é hinchazón ha 
producido aquel talento administrativo en el ya demacrado comer- 
cio de la isla? Figúrese V. E. que emprendió la reforma de los aran- 
celes; con ayuda de este y del otro, redactó unos nuevos, y deter- 
minó, apoyado en las facultades estraordinarias, que rigieran des- 
de primero de Julio actual. Naturalmente, sobre esta base el co- 
mercio basó sus cálculos é hizo sus pedidos, y ahora se encuentra 
con que, en virtud de orden de V. E., la reforma arancelaria se ha 
suspendido, y que los cálculos han venido á tierra. Por Madrid an- 
da un comerciante, voluntario por ,más señas, que confiesa, y es 
digno de crédito, que la broma del señor intendente le ha costa- 
do unos 50.000 duros. ¿Qué falta hace, pues, la insurrección para 
arruinar á Cuba? 

Desconozco el parto rentístico del actual intendehte, es decir, 
los presupuestos que ha confeccionado; creo firmemente que habrá 
echado cuentas muy galanas, y de fijo, como si lo viera, elevará 
los ingresos á donde indudablemente nunca llegaron. 

Esté V, E. preparado contra esos cálculos, porque en un país 
que lleva cerca de dos años de guerra, del que ha emigrado para 
el estranjero la clase acomodada, y para el otro mundo según telé- 
gramas; la décima parte de la población; en un país donde el cré- 
dito ha venido á menos y que vive del papel moneda, ni él inten- 
dente ni nadie es capaz de probar dé buena fé que las rentas pú- 

23 



— 1 78 — 

blicas están en condiciones de prosperidad mientras no desaparez- 
can las causas que las han disminuido. 

Figúrese V. E. que la insurrección cubana ha terminado ya, por- 
que con el hierro y el fuego la hemos sofocado: ¿ha meditado V. E. 
á lo que quedará reducida la riqueza pública, representada hoy por 
valores ficticios, puesto que se necesitan cuarenta años de buena 
administración para llegar al valor real por el que, con la garan- 
tía de España, fueron emitidos? 

Suponga por el contrario que, lo que Dios no quiera, por qui- 
jotismo y por torpeza Cuba dejara de pertenecemos, y entonces!., 
entonces, señor, podemos condensar nuestro pensamiento en esta fra- 
se: «todo lo hemos perdido, incluso el honor.> De una ó de otra 
manera resultará qu9, como dije en otra ocasión, «España será siem- 
pre la pagana.» 

Hay quien cree que para indemnizarnos de los gastos de la guer- 
ra hemos de echar mano de los bienes embargados. No me deten- 
drá en esta punto, porque ni por un momento he creido á V. E. 
capaz de llevar á Cuba una ley de conilscacion; pero por si acaso, 
bueno es que haga á V. E. una advertencia. Esos bienes, sobre cuyo 
estado y administración no h3 de decir una sola palabra, tienen ya 
su destino marcado hace tiempo. Cuando el embargo se propuso, el Dia- 
rio de la Marina y La Voz de Cuba, órganos de los Voluntarios, lo pi- 
dieron, según puede leer V. E. si increíble le parece, «para indemnizar 
á los habitantes leabs que han sacrificado sus vidas y haciendas en aras 
del patriotismo, de los quebrantos que han sufrido en sus intereses.» 

Prepárase, pues, V; E. á recibir un dia la noticia de que por 
aquellas regiones, se convierta alguien en nuevo Solón ó Licurgo, 
y publique por encima de la autoridad de V. P]., cuyos dominios 
son hoy más que problemáticos, una «ley agraria» que dejará ab- 
sorto al universo entaro. 

¿V. E. cree que para los males de la situación que ligeramen- 
te he apuntado, es bastante remedio el que un intendente suprima 
dos ó tres docenas de empleados, y cambie el nombre de alguna 
que otra inútil oficina? 

No señor, los males de la Hacienda dependen de la organiza- 
ción política y administrativa qu3 aun subsiste, y que es la que 
mantiene viva la insurrección. Para ello no hay otro remedio que 
la adopción de medidas revolucionarias, enérgicas, que hagan bro- 
mar de la confusión y del caos en que hoy se halla sumido aquel 



— 179 — 

país, la claridad y el orden, que abriendo un nuevo cauce á los in- 
mensos recursos que aquel encierra, borre en poquísimo tiempo las 
huellas de siglos de ignorancia y de abandono. 

Y eso, nadie mejor que V. E. puede hacerlo: ministro revolu- 
cionario que ha llegado al poder precedido de una brillante reputa- 
ción justamente adquirida, debe llevar con valor A la práctica las 
ideas de qu3 siempre fué apóstol, debe demostrar fé y abnegación 
bastante para acallar con la voz de su conciencia y del deber, los 
gritos de mezquinas ambiciones personales y de intereses bastardos, 
nunca dignos de respeto, cuanto menos de ser antepuestos á la tran- 
quilidad y ventura de la patria. 

Desautorizada será mi opinión; pero si mal no recuerdo, dije tam- 
bién al principio que V. E. puedle acabar la guerra de Cuba desde 
su despacho: hoy lo repito: cuba, puede aun salvarse para Espa- 
ña, pero no por el camino que llevamos. 

En la próxima tendrá el honor de esponer sus opiniones sobre el 
particular, su siempre afectísimo, 

S. 

XII., 



Excmo. Sr.: Acudo al recto juicio de V. E., y al sentido común de 
todo el que haya leido mis cartas, para que con imparcialidad, con 
recto criterio, digan si en ellas han encontrado motivo para calificar- 
las de filibusteras. Son solo un resumen de la situación de Cuba: no 
contienen más que verdades que en la conciencia están de todo el 
que conozca aquel país: ni una palabra que justifique la insurrección 
ni una frase de simpatía para los rebeldes, ni la más remota idea de 
cesión ó venta, puede nadie encontrar en ellas. He dicho la verdad 
sin adurar á nadie; yo no tengo culpa de que la verdad lastime. 

Publícase, para baldón de España, en Nueva-York un periódico, 
cuya misión es poner constantemente en ridículo á nuestro país. En 
el fondo, es enemigo acérrimo de la revolución de Setiembre; defen- 
sor decidido del mas absolutismo sistema colonial; campeón denodado 
de la esclavitud: en su forma, puede enseñarse como acabado modelo 
de procacidad y desvergüenza. Ha tenido la infeliz ocurrencia de ha- 
cerse cargo de mis escritos; ¿para qué, dirá V. E.? Para oponer á ellos, 
e n vez de razones, el insultante y provocativo lenguaje del baratero. 



— 180 — 

Traidor, filibustero, deshonra de la patria; todo esto, y mu- 
cho más, me llama, y no solo á mí, sino también á. V. E., que 
las tales cartas tolera, al público que las lee, al periódico que las 
publica, y no faltó más que ex-comulgara también á los cajistas y 
repartidores. Esos calificativos son todos los argumentos que á mis 
pobres escritos ha opuesto, argumentos que merecen ser contestados 
en un lenguaje que la buena educación me hace igndrar, y que de 
emplearlo, me pondria al nivel del provocador periódico, cosa que en 
estremo sentirla. .. . 

Como según él mis cartas están escritas en estilo <remilgado,>dudo 
mucho que las haya entendido; pero á todo aquel que fijándose en ellas 
por un momento me haya creido digno de' la calificación do traidor y 
de filibustero, ruego suspenda su juicio hasta la terminación de esta 
carta. 

«Cuba puede aún salvarse para Espanta: V. E. puede acabar des- 
de su despacho la guerra: que por el sistema que hoy se emplea, ó se- 
rá interminable ó terminará desastrosamente:» esto he dicho repetidas 
veces y me creo en el compromiso de demostrarlo. 

Para acabar la insurrección cubana suprima V. E. inmediatamente 
la capitanía general de Cuba: es decir, envíese allí un representante 
del Gobierno, del orden civil, sin facultades estraordinarias de ningún 
género y encargado de hacer cumplir y respetar las leyes, con lo cual 
quitaremos al régimen de aquel país esa sombra de absolutismo que 
parece vá siempre unida al sable. 

Hecho esto, divida V. E. el territorio en tantas provincias cuantas 
racionalmente permitan su topografía y el número de habitantes, co- 
locando al frente de cada una un gobernador civil. Con esto la acción 
del Gobierno seria más rápida, el cumplimiento de la ley estará me- 
jor garantido y el remedio á las necesidades del país más pronto y se- 
guro. 

Demarcadas las provincias, lleve V. E. á ellas su correspondiente 
ley de ayuntamientos y de diputaciones provinciales con atribuciones 
propias que den alma á los pueblos y vida á sus comunes intereses, sa- 
cándolos de la férula de los «tenientes gobernadores» (clase militar) y 
de «los capitanes de partido» (de cualquier clase). Así ganarían mucho 
los recursos del país, la administración pública y la honra del nombre 
español. 

En virtud de esta organización, sería cosa bien fácil plantear pron- 
to un sistema tributario justo, puesto que la intervención más ó menos 
directa de la provincia y del municipio producirían la exactitud en la 



— 181 — 

distribución de los impuestos, á la vez que facilidad para realizarlos. 
Un entendido administrador de Hacienda pública sustituirla á la actual 
nube de «recaudadores» con ventajas para el pueblo y para el Te- 
soro. 

Organizado el país política y económicamente, divídalo V. E. en 
tres ó más departamentos militares, á cuyo frente habrá que poner 
hasta un general, si preciso fuese, puesto que esclusivamente se han 
hecho para mandar soldados, y á sus órdenes el número de estos, sufi- 
ciente para garantir la seguridad del territorio, y en su caso el cum- 
plimiento de la ley. 

Hecho esto, haria publicar una alocución concebida en estos ó pare- 
cidos términos: «Voluntarios, estáis mereciendo bien de la patria; per<^ 
»á pesar de ello, hay quien se empeña en que, con vuestra intransi- 
»genciay fanatismo, empeoráis la situación de Cuba, sois causa de que 
^permanezcan alejados del país muchos ó casi todos sus mejores ele- 
amentos de prosperidad; imponéis vuestra voluntad á la ley misma; 
»en una palabra, os calumnian sin piedad, y aseguran que estaríais mu- 
»cho mejor dedicándoos para bien de España á vuestras naturales ocu- 
»paciones que á la de hacer guardias, formar paradas y consejos de 
»guerra, imponiéndoos á toda justicia y á toda autoridad. Preciso es, 
»pues, probar al mundo entero que esas acusaciones son injustas; y la 
»mejor prueba que dar podéis es, sin disputa, la de soltar inmediata- 
»mente las armas de la guerra para empuñar las del santo y producti- 
»vo trabajo. Si entre vosotros hay alguno á quien el patriotismo en- 
»cienda la sangre hasta el punto de querer derramarla por la patria, 
»bien venido sea y vaya á ocupar un puesto en el campo de batalla, en 
»las filas del noble y valiente ejército español; seréis llamados cuando 
^necesite de vuestros servicios; pero lo que es en las poblaciones no 
»haceis falta alguna, pues basta la ley y los encargados de velar por su 
^cumplimiento para que reine el orden y la paz.> 

Y dicho esto, no rae que laria en las poblaciones ni uno solo con las 
armas en la mano. Todas estas disposiciones, planteadas con rapidez y 
valentía, instantáneamente habían de producir los resultados siguien- 
tes: 

Afianzar en la parte de la isla que nos permanece fiel nuestra auto- 
ridad y nuestra inñuencia con las armas de la civilización, del progre" 
so y de la justicia, mucho más seguras que las de la horca y el cu" 
chillo. 

Debilitan la insurrección privándola de simpatías en el esterior, en 
vista de nuestro noble proceder; y del apoyo moral y material que em- 



— 182 — 

bozadamente recibe de ese mismo territorio que hoy nos parece fiel. 
Además, ante la prueba palpable del cumplimiento de nuestras repe- 
tidas promesas, muchos que hoy militan en las fllas insurrectas, unos 
porque de buena fe aspiran á reformas, otros por temor á volver al 
régimen despótico é intransigente, tornarían á nuestro campo, puesto 
, que en él encontraban junto con el olvido de pasados estravíos, la vida 
de la libertad y del progreso. No quedarían frente á España más que 
los separatistas, los enemigos irreconciliables de la integridad de nues- 
tro territorio, privados de simpatías, de recursos y de auxilio esterior 
ó interior, y ocupando un terreno cada vez más estrecho, puesto que 
organizado política y militarmente el territorio, llegada en pocos días 
á localizarse 4 reducirse á un círculo estrecho donde nuestro valiente 
ejército, con rapidez y seguridad, aniquilarla de un solo golpe á sus 
enemigos. 

Volverían á sus hogares, á dar vida y movimiento al país, esa masa 
considerable de capital y esas fuentes del trabajo que viven en la emi- 
gración, buscando en tierra estrafia su seguridad personal, al ver que 
en la suya se hallaba ya garantida y respetada y cumplida por todos la 
ley; en fln, terminarla la insurrección; porque ya no tendría razón de 
ser; porque no seria una guerra contra España, sino contra la justicia, 
la civilización y el derecho. Y si en el orden político tanto se adelanta- 
ba, no serian menores las ventajas en ej económico: desaparecería ese 
cúmulo de oficinas centrales que existen hoy en la Habana, donde ali- 
mentamos por desgracia en algunas, no solo gente inútil, sino enemi- 
gos acérrimos de la revolución española; habría facilidad inmensa para 
sustituir al desorden que hoy reina, un sistema rentístico completo que, 
aumentando los ingresos, permita disminuir en mucho más de una cuar- 
ta parte el presupuesto de gastos. 

Es más: gobernada de esta manera, el país, que fiel nos ha per- 
manecido, debe elegir eh seguida sus representantes; que no esjus- 
to que igualemos á los que en el camino de pacificación con lealtad nos 
siguen, con los que negándose á toda concesión combatan nuestro no- 
ble y generoso proceder. 

Y aquí me toca hacer á V. E. una reflexión bastante seria: se ha di- 
cho que V. E. dio orden hace poco tiempo para que se verificaran las 
elecciones de diputados en Cuba. ¿Cree V. E. que si llegaran á hacerse 
en la situación en que hoy se encuentra . la isla, los elegidos repreí^enta- 
rían al país? De ninguna manera; porque colocadas bajo la presión fa- 
tal (Je un patriotismo mal entendido, la lucha en el terreno de las ideas 



— 183 — 

es imposible, y jamás serian legítimos representantes los elegidos en 
semejantes condiciones. 

Tales son, Sr. Excmo., las únicas armas que deben emplearse para 
acabar con la insurrección cubana; por el sistema que hoy se emplea, 
tal vez lleguemos á dominarla, pero seremos dueños de aquel país mo- 
mentáneamente, sin un dia de reposo, sin un instante de sosiego. Los 
tiempos que alcanzamos, no son los tiempos de la eonquista; en el siglo 
presente no es posible, ni el mundo presenciarla sereno el esterminio y 
la ruina de los que son nuestros hermanos; cada diá que pasa, cada nue- 
vo atropello, cada gota de sangre de hijos de la misma raza que allí se 
derrame, no hará más que aumentar los rencores y el odio, que no por 
el hierro y el fuego, sino por la generosidad y justicia, deben desapa- 
recer. 

¿Está terminada la insurrección según se dice? ¿Pues qué inconve- 
niente hay en sellar nuestra victoria con el lema de los pueblos civili- 
zados? 

¿No lo está? Entonces, á qué continuar empleando medios que en dos 
años no han tenido éxito contra un enemigo á quien de escaso y de dé- 
bil calificamos? 

Allá se hace una guerra cruel á nombre de España: España entera 
sabe, sábenlo los cubanos que en nuestras playas encuentran noble y 
generosa hospitalidad; es preciso que lo sepa el mundo entero, que los 
sostenedores del absolutismo y de la intransigencia en Cuba, no repre- 
sentan las ideas levantadas y nobles que dominan hoy én nuestra pa- 
tria, que no caiga sobre nuestra hidalga tierra, la mancha indeleble que 
por la exaltación de las pasiones hará caer sobre los detractores de 
nuestra proverbial hidalguía, el inflexible fallo de la historia. 

Sidespues de combatida la insurrección por estos medios no consi- 
guiéramos un feliz resultado, yo señor, seria el primer soldado que se 
alistara en Cuba para restaurar á cualquier precio la honra inma- 
culada de mi patria. 

Y ahora; después de estas leales esplicaciones, poco me importan 
las calificaciones de traidor y de filibustero; es mas, los llevaré con or- 
gullo, porque muy por encima de ellos está la honra, la satisfacción 
que esperimenta siempre el que arrastrando las consecuencias de ha- 
cer frente al desbordamiento de ideas estraviadas, sin otra aspiración 
que la del bien, ha puesto ante la consideración del país y de V. E. la 
verdad desnuda con lealtad y buena fé. 

Siempre soy de V. E. afectísimo S. S. Q. S. M. B. 

S. 



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SOSoWCIOMSS FAEA GWIA, 



24 



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SOLUCIONES PARA CUBA. 



■^>S&S3&- 



I. 



En uno de nuestros anteriores artículos dijimos que la luz comen- 
zaba á hacerse en los asuntos de Cuba, y hoy afirmamos que ía luz 
sé ha hecho á pesar de cuanto se continúe diciendo en contrarío, 
con no sabemos cuáles intenciones, para mantener una ansiedad é 
incertidumbre que ya no puede sostenerse, por mas esfuerzos que 
se hagan para • alimentarla. La carta que publicó La Época de uno 
dé los jefes de 'los voluntarios intransigentes de la Habana ha veni- 
do á disipar^ todas las dudas, si algunas* podían conservarse. Todos los 
que. nos atrevíamos á mirar la situación de aquella Antilla con áni- 
mo sereno y ojos imparciales, penetraba mos en el fondo de ella, y 
desentrañábamos la verdad que veníamos repitiendo un día y otro 
en nuestras columpas. Veíamos la insurrección subsistente y pode- 
rosa en todas partes, y desconfiábamos de nuestras continuas vic- 
torias; veíamos á los insurrectos en sus puestos y rió creíamos en 
las presentaciones diarias de cabecillas y gente armada; veíamos el 
espíritu del país cada vez mas enconado por la sangre vertida én 
los campos y los cadalsos, y afirmábamos que nuestro supuesto triun- 
fo moral era imposible; en suma, veíamos que los hechos estaban 
en contradicción abierta con los despachos que á cada paso se re- 
cibían, y no dábamos crédito á los despachos y nos ateníamos á 



— 188 — 

los hechos; pero nosotros tampoco éramos creídos, porque se nos de- 
cía que no era posible que los capitanes generales y las autorida- 
des de ella mientieran tan descaradamente. 

Pues bien; la verdad al fin se ha abierto el camino. No son ya 
solo nuestras aquellas afirmaciones; los oficiales de nuestro ejército 
en aquella isla, y los jefes de esos mismos voluntarios para cuyo 
uso se fabricaban aquellos partes, han venido ya desmintiéndolos^ 
afirmando que eran falsos; que no había tales triunfos ni presen- 
taciones, y que la insurrección está hoy mas potente que nunca, y 
que los despachos que anunciaban lo contrario obedecían á intere- 
ses de alta política 6 á engaf^os y maquinaciones. Sea cual fuere 
la causa, lo que nps importa ahora consignar es la falsedad de cuan- 
to se ha anunciado acerca de nuestros triunfos, y que pcir el con- 
trario, lo cierto es la subsistencia hoy de la insurrección en los mis- 
mos puntos en donde ha estado siempre y mas iUerte y encarniza- 
da que nunca. 

Además de esto, otros hechos mas perentorios han venido á con- 
firmar esta verdad. El general Caballero de Rodas, después de la 
campafta en el Camagüey y de haber visto y tocado las cosas por sj 
mismo, ha remitido un largo y razonado informe del Gobierno^ en 
el cual, aunque se ha ocultado á los ojos profanos, se sabe por in- 
discreciones que no se han desmentido, que después de sentar los 
convenientes antecedentes, se concluye con asegurar al Gobierno 
que la insurrección de Cuba no podrá ser vencida con la fuerza so- 
la, y que es necesario variar la conducta política que se viene ob- 
servando en aquella isla. Cosa además muy natural y lógica, y que 
no era necesario que lo dijera el general Rodas, porque si la in- 
surrección puede vencerse por la fuerza, él debió haberla vencido 
cuando fué en persona á combatirla con todos los elementos que 
pidió y se pusieron á sus órdenes, y si no la venció, como no la 
ha vencido, es evidente que es porque no se puede. Esto no tiene 
contestación. 

En confirmación de todo esto, vino después La Correspondencia^ 
competentemente autorizada, asegurando que el general Rodas no 
había pedido nuevos refuerzos, y que el Gobierno tampoco pensaba 
enviarlos porque no los creía necesarios, lo que parecía confirmar 
la idea de que el Gobierno, teniendo en cuenta los informes razona- 
dos de su delegado, pensaba, inspirándose en sus consejos, variar 
de conducta y de política en la gobernación de aquella Antilla. Es- 
to es lo que puede dar&e como auténtico, y lo que hacia esperar que 



— 189 — 

el Gobierno, convenientemente informado, y penetrado de la reali- 
dad de la situación, entrara resueltamente en una nueva via, y 
abordando la cuestión con serenidad y firmeza se prepara, siguien- 
do distinto rumbo, á darle la solución práctica que salvara de una 
vez nuestro honor y nuestros intereses. 

Esto creíamos y esto aguardábamos, cuando nos sorprende La 
Correspondencia con la noticia de qoie el Gobierno • está decidido á 
enviar á Cuba, en Setiembre ú Octubre próximo, de 12 á 15.000 hom- 
bres más para dar el último golpe á la insurrección. ¿Pues no decia 
ese mismo periódico que el general Rodas no los habia pedido ni e^ 
Gobierno pensaba enviarlos? ¿Se le mandarán á Rodas aunque no 
los pida? ¿Quién será el que haya de llevarlos al campo? ¿El mismo 
Rodas, que cree imposible el triunfo por medio de la fuerza? ¿Se 
le obligará á batirse contra sus convicciones, asumiendo el Gobier- 
no una responsabilidad terrible? ¿O se le nombrar! un sucesor, ar- 
rebatándole á la isla en medio de las entusiastas ovaciones de que 
está siendo objeto indudablemente por su acertada conducta? 

De cualquier modo que sea, ¿qué es lo que se conseguirla con es- 
ta nueva tentativa? ¿No se enviaron el año pasado otros refuerzos 
iguales? ¿No se puso á su frente el mismo capitán general? ¿No fue- 
ron completamente estériles sus esfuerzos? ¿Qué razones, que nue- 
vos acontecimientos han sobrevenido para que hagan presentir un 
desenlace mas favorable? ¿No se comprende todavía que toda inten- 
tona en el terrene de la fuerza no producirá sino sacrificios sin glo- 
ria y sin fruto, y derramamiento inútil de la sangre mas pura y ge- 
nerosa? ¿Se quiere intimidar á los insurrectos con amenazas, cuan- 
do no se han amedrentado con realidades? ¿No so advierte que esos 
esfuerzos mezquinos, que ya se han visto impotentes no han de se^^ 
ahora mas afortunados cuando el enemigo se ha robustecido con la 
íuerza moral que dáuna resistencia hasta ahora vencedora? ¿Qué 
se intenta? ¿Qué se pretende? ¿Duda ó vacila el Gobierno en los mo- 
mentos supreqios? ¿Se piensa en nuevas aventuras? ¿No es bastante 
todo lo que por todas partes nos amenaza? 

Misterios son estos que quisiéramos ver aclarados, aunque senos 
figura que La Competente, en esta ocasión no debe estar bien in- 
formada, oque si lo está el Gobierno se empeña en una senda- re- 
probada por juez competente y que puede ser funesta y de resul- 
tados muy trascendentales. 

Nosotros, por nuestra parte, no creemos semejante noticia» No 
creomoB que el Gobierno se ridiculice,, obstinándose en dar con la 



— 190 — 

fuerza los últimos golpes que se vienen dando hace tanto tiempo 
y que nunca son ni podrán . ser en ese terreno los últimos. El Gobier- 
no está ya perfectamente enterado de todo, sabe lo que tiene que 
hacer, y lo hará; no comprendemos las nuevas veleidades del perió- 
dico oñcioso; no creemos quesean también veleidades ministeriales; 
seguimos creyendo que el Gobierno, conocedor ya de la situación, y fiel 
cumplidor de su deber, se aprestará á dar á la cuestión de Cuba 
la solución conveniente que reclaman ya hasta los mismos que hasta 
ahora han sido endurecidos impenitentes; y en este concepto, cre- 
yendo, como creemos, que ha llegado ya el momento critico, aborda- 
remos resueltamente el examen de esas soluciones; y decimos solucio- 
nes, porque á nuestro juicio pueden ser tres las discutibles: la auto- 
nomía con España, la independencia, ola cesión de la isla á los Esta- 
dos-Unidos. 

Estas son las únicas soluciones que pueden presentarse, y las exa- 
minaremos separadamente. 



II. 



REFORMAS CON ESPAÑA. 



Creyendo, como creemos firmemente, que los refuerzos que se en- 
víen ahora á Cuba no sean sino para cubrir las bajas de aquel ejér- 
cito, y prepararnos para nuevos acontecimientos, y de ningún mo- 
do para prolongar una guerra contra la cual ya se ha visto que son 
impotentes esos refuerzos insignificantes, según lo ha asegurado au- 
toridad tan competente como el capitán general de aquella isla; y 
persuadidos por tanto de que ha llegado el momento de dar á aquella 
cuestión la solución conveniente, vamos á ocuparnos, como ofreci- 
mos, de las únicas qtie pueden resolverlo. Digimos que eran tres las 
que podían presentarse: La autonomía con España, la independencia 
ó la cesión de la isla á los Estados-Unidos. 

Examinaremos ahora la primera. 

La palabra autonomía no nos parece propia. La hemos usado para 



— 191 — 

conformarnos con el lenguaje común. Lo que se entiende por auto- 
nomía es un régimen colonial (análogo al del Canadá y otras colonias 
inglesas, y lo usaremos ahora ]en este sentido. 

Sin ningún género de duda, ésta hubiera sido la solución más 
conveniente aplicada en su debida oportunidad. Todavía era tiem- 
po cuando el general Dulce se hizo cargo por segunda y última 
vez del mando superior de aquella isla. Sabemos que lo intentó y 
ya hemos demostrado que la ciega intransigencia de los negreros 
de Cuba deshizo todos sus planes" y sumió á la isla en una guerra 
terrible que nos está costando tanta sangre. Con todo, esa solución 
es tan natural y lógica que hoy mismo, después de dos años de í u - 
cha, podia ser aceptable y eficaz, si la guerra se hubiera conducido 
como debia conducirse en un pueblo culto y entre enemigos que se 
respetan. 

Con que hubiéramos hecho la guerra sólo á los hombres arma- 
dos que se hallaban en el campo,, esa solución quizá podia ser hoy 
aceptable. Los pueblos se hacen la guerra, y la paz es el término 
de sus mutuas aspiraciones. Pero cuando hemos combatido como ene. 
migos, no sólo á los insurrectos en el campo, sino á hombres, an _ 
cianps y mujeres inermes; cuando los cadalsos y asesinatos han sido 
medios de combate; cuando se ha hecho y se ha proclamado una guer- 
ra sin cuartel y de exterminio; cuando se han hecho deportacio nes 
en masa; cuando se ha confiscado, vendido, saqueado y despilfarrado 
propiedades hasta de sospechosos; cuando se ha confundido al inoc en* 
te coü el culpable, sólo por ser cubanos, y por último, cuando á las 
hecatombes sangrientas se ha unido todo linaje de insultos, de inju- 
rian y de improperios» con los que torpemente han querido infamar 
á nuestros enemigos, algunos espafxoles espúreos, contra la proverbial 
hidalguía, de esta generosa nación; en esta situación por demás ti- 
rante é insostenible, ¿puede ser fácil una solución, en virtud de la 
cual, el gobierno de aquella isla debiera ser encomendado á esos 
mismos que hoy se buscan en el campo para desgarrarse como lobos 
carniceros, y que se odian en las -ciudades y en la emigración con un 
encono superior á todo encarecimiento? ¿Podian olvidarse en un dia 
tantos años de agravios sufridos, tanta sangre derramada y tanta 
ruipa, desolación y miserias áque¡han sido reducidos? Tantos hijos 
sin padres; tantas madres sin Ihijos; tantas esposas sin esposos, ¿po- 
drán secar sus lágrimas, estrecharse las manos de sacrificadores y 
sacrificados, y sentarse juntos en los bancos de una Asamblea á dis- 



— 192 — 

cutir oon sereaidad y calma las arduas cuestiones del gobierno y adini-^ 
ni^i^acion de la isla? 

No: esto hoy no es fácil, ni quizá posible. Pero supongamos la 
posibilidad. Supongamos que se conceda á Cuba una autonomía casi 
completa; que se dota á la isla de una Cámara legislativa verdade- 
ramente soberana, sobre cuyas decisiones no tuviera voto definitivo 
el gobierno de la metrópoli ni du delegado, que éste sólo fuera un 
encargado de velar por el cumplimiento de las leyes dictadas por 
aquella Asamblea y de cuidar de la conservación del orden público, 
que es lo único que hoy pudiera ser discutible; porque, no lo olvi- 
den nuestros hombres de Estado; hoy todsL ingerencia del gobierno 
metropolitano en los asuntos de aquellos países dolo servirla para 
mantener las desconfianzas, las aspiraciones y los conatos á nuevas 
disensiones, y á una separación definitiva; pues bien, suponiendo que 
el Gobierno renuncie á todas esas facultades por mantener enarbo- 
lada en Cuba la bandera española, ¿se conseguirla el objeto? ¿Sería 
duradera esa unión? ¿Habria paz en aquella Antilla? ¿Cesarían las 
causas de desunión y discordia que hemos apuntado? 

La solución saría entonces la verdadera. El gobierno de la isla 
en efecto; el del país por el país. Aquellos habitantes serian así los 
dueños únicos de su suerte. Pero aquí cabalmente está la dificultad. 
Si aquellos habitantes estuvieran unidos no habia cuestión, pero no 
estándolo, hallándose divididos en dos partidos fuertes y poderosos, 
separados por un lago de sangre, uno y otro habían de pretender 
apoderarse del mando supremo. Uno para conservar su prepotencia, 
el otro para adquirirla, uno y otro para ejercer ó evitar venganzas 
que podrían ser horribles, ¿y cual sería el resultado? La lucha se 
trabaría primero en el terreno legal, en los comicios, y después indu- 
dablemente al campo apelaría el partido vencido. Ambos son fuertes, 
ambos han probado sus fuerzas, ninguno ha salido victorioso, y si 
están equlibrados, como lo están probablemente, la nueva lucha se- 
ria tenaz, y acabaría de consumarse la ruina de la isla. 

Este sería probablemente el resultado de la solución que conce- 
diera á Cuba una Constitución liberal, amplia, bajo la dependencia 
de España; y decimos amplia, porque no es creíble que los cubanos 
acepten otra que no los deje dueños de sus destinos. Esto es á nues- 
tros ojos de una evidencia tal, que debería desconfiarse hasta de la 
misma aceptación de ambos partidos. Si los peninsulares la aceptan 
puede ser en la esperanza de conservar su prepotencia con la ayu- 
da de la metrópoli; y si la aceptan los cubanos, puede ser en la con- 



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fianza de que la adquirirán con su mayoría numérica. Y siendo así, 
la aceptación de esta solución no sería sino una tregua para volver 
á comenzar nuevas y más terribl^^ • luchas. 

Tenga esto muy presente el Gobierno, no olvide que la solución 
que debe darse á la cuestión de Cuba no ha de ser una efímera, que 
no sea sino otro aplazamiento, sino una verdadera y eficaz que resti- 
tuya y asegure la paz, la tra^iquilidad y el porvenir de aquellos pre- 
ciosos y desgrapiados países. 

Hoy, la Constitución colonial para Cuba bajo la dependencia de 
España, entraña necesariamente nuevos y mas temibles conflictos; 
que de ninguna manera aseguran allí nuestros intereses ni el por- 
venir de la isla. Si el Gobierno de la metrópoli se reserva la direc- 
ción de aquellos asuntos, él mismo, con su ingerencia, será el que 
promueva y dé ocasión á esos conflictos; porque su ingerencia ha 
de ser, como ha sido y no puede dejar de ser, desacertada y ciega, 
y porque, aunque no lo fuera, uno y otro partido hablan de solici- 
tar su ayuda: si lo daba á uno descontentaría al otro, y si no lo da- 
ba á ninguno, los descontentaría á ambos, y en uno y en otro caso 
se producirían las aspiraciones y conatos á una separación decisiva; 
y si por el contrario, renuncia, como deberla hacerlo, á toda inge- 
rencia en aquellos asuntos, entonces los conflictos vendrían por si 
mismos á impulsos de los choques entre ambos partidos. 

Hoy existen y se combaten allí estos partidos con tanta fuerza 
y encarnizamiento, que todo el poder de la metrópoli no es bastante 
para contener ni dominar á ninguno. Ni uno ni otro ajcepta su in- 
gerencia si no es para ayudarlo á aniquilar á su adversario: por 
aquí puede inferirse lo que será el dia que esos partidos sean aban- 
donados á sí mismos. La prepotencia de nuestro poder en Cuba no 
sirve hoy ni servirá en adelante, sino para hacernos cómplices de 
un partido; el dia que el Gobierno renunciara á sus facultades con 
upa Constitución colonial, no hacía mas que cobijar con nuestra 
bandera y ser mero espectador y autorizador de todos los excesos 
á que se entregarían esos bandos que hemos dejado encarnizar con 
todo género de crímenes. 

Por tanto, consideramos la solución autonómica como sumamente 
peligrosa, caso de ser posible. 



25 



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III. 



INDEPENDENCIA O ANEXIÓN DE LA ISLA 



A LOS ESTADOS-UNIDOS. 



Demostrado ya el gravísimo peligro que envuelve la solución auto- 
nómica, nos ocuparemos ahora de las otras do3, que son la independen- 
cia y la cesión ó anexión de la isla á los Estados-Unidos. 

La independencia es quizá el voto mas ferviente de los cubanos, y 
preciso es confesar que es el mas natural y lógico: el Gobierno del país 
por el país, de aquellos habitantes por sí mismos; ésta ha sido siempre 
la aspiración constante de to'ilas las colonias y el término fatal de to- 
das sus guerras con las metrópolis. Pero, ¿se halla Cuba en el mismo 
caso, en circunstancias idénticas, á las demás colonias que han conquis- 
tado su independencia? Esta es la cuestión preliminar que debe exami- 
narse, porque de su solución depende la otra. 

Prescindiremos de la gran controversia que se suscita siempre en 
este punto, sobre si Cuba independiente seguiría la misma senda de di- 
sensiones y guerras civiles que|ensangrientan á las demás repúblicas 
hispano-americanas, y aunque hubiera fundados motivos para temer 
que en circunstancias idénticas podían ser iguales los resultados; con 
todo, siendo la causa de esas disensiones intestinas la ambición del po- 
der supremo, creemos que con una buena Constitución que pusiera ese 
poder al abrigo de las ambiciones, podrían evitarse las luchas y desor- 
dene? perennes que paralizan toda acción bienhechora en aquellas re- 
públicas. 

Pero prescindiendo de todo esto, y suponiendo que los cubanos adop- 
taran una Constitución que no arrojara periódicamente el poder á la 
plaza pública y al alcance de las ambiciones vulgares, ¿seria esto bas- 
tante, en las circunstancias Qn que se halla la isla, para que su inde- 



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pendencia absoluta garantizara la paz y felicidad de aquella preciosa 
Antiila? 

Cuba no se halla en el caso de las colonias americanas de los Esta- 
dos-Unidos. Allí la guerra de la independencia se hizo de una manera 
racional, se combatió á los ejércitos ingleses, y después de la victoria, 
sin odios ni rencores de razas, los americanos y los ingleses que allí 
quedaron, juntos y unidos marcharon, y atendieron sólo al bienestar y 
engrandecimiento de la nueva patria. Por tanto, debemos descartar es- 
ta comparación y detenernos sólo en la otra con las demás repúblicas 
hispano-americanas, que son las únicas que pueden admitirla. 

En una y otras se¿hizo la misma clase de guerra; en una- y otras se 
suscitaron esos odios profundos que han producido eternas enemistades 
entre españoles y americanos, pero con una diferencia esencial í sima. 
En las repúblicas del Continente americano, la victoria lanzó de aquel 
suelo á todos los peninsulares que habian sido enemigos de la emanci- 
pación; los hijos del país quedaron dueños absolutos de sus destinos, y 
si después no han sabido dirigirlas, es culpa única y exclusivamente de 
ellos. En Cuba, verificándose la independencia por medio de una 
transacción ó vonvenio, han de quedar en la isla, que sólo cuen- 
ta poco mas de ün millón de habitantes, mas de 100.000 peninsulares 
aptos para el ejercicio de los derechos civiles y políticos, y para el ser- 
vicio de las armas. Esta es una diferencia enorme que es necesario te- 
ner muy en cuenta. 

Ese gran número de peninsulares formaría ó podría formar siempre 
un partido poderoso, dividido de los criollos por todo lo que puede di- 
vidir mas á los hombres, por la raza; y no lo ocultemos ni lo olvidemos, 
por odios y por intereses; y con la independencia de la isla, surgirían 
fatal y necesariamente los mismos inconvenientes que hemos señalado 
para la solución autonómica; con una diferencia, y es qué, con la auto- 
nomía, podría haber un regulador, aunque ineficaz, como ya hemos vis- 
to, que seria el Gobierno de Españ.a ó su delegado; y con la independen- 
cia no habría ninguno, y los dos partidos quedaban completamente 
abandonados á si mismos. Uno y otro partido habrían de pretender 
apoderarse del mando, aunque no fuera sino para ejercer ó evitar ven- 
ganzas: uno y otro habrían de resistirlo: la lucha seria primero legal 
en los comicios, y en último extremo se apelaría á la violencia, á la 
guerra en los campos y en las calles; la lucha sería tenaz y constante, 
sin un regulador poderoso que la dirimiera, y se consumaría la ruina y 
asolación de la isla. 

La independencia, lo mismo que la autonomía, no serian sino solu- 



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ciones iai potentes y desastrosas: no serian sino un aplazamiento ó una 
tregua; la eterna cuestión de la prepotencia de criollos y peninsulares 
surgiría inmediatamente, y lo que se disputa hoy se disputarla enton- 
ces con igual ó mayor furor ó encarnizamiento. Pues esta cuestión es 
necesario dirimirla para que sea posible, estable y benéfica cualquier 
resolución que se adopte. No siendo posible la expulsión de todos los pe- 
ninsulares de Cuba, es necesario, ó fundirlos ó imponerles á todos el 
debido respeto de los unos y de los otros. Esa fusión ó ese respeto no 
puede imponerlo sino un poder superior; pero de una superioridad tan 
grande y reconocida, que no pueda ni aun intentarse la oposición. 

Y ¿cuál es ese poder? España debia serlo. A ella era á quien le toca- 
ba de derecho. Ella era la que no debió haber dejado nacer los odios; 
ella la que, ya que nacieron, no debió dejarlos enconar con una guerra 
sin nombre, y la que, en todo caso, debió conservar toda la fuerza y el 
prestigio de su autoridad, para,en último extremo, interponer su poder 
ó el bálsamo de su mediación para restañar y cicatrizar heridas que 
no debian haberse inferido. Pero el Gobierno de España no lo ha hecho: 
ó mas bien dicho, ha hecho lo contrario. Dejó nacer los odios con un 
Gobierno y una administración descuidada y corrompida, con la ex- 
clusión sistemática de aquellos naturales y con la vejatoria preponde- 
rancia de los peninsulares. Dejó estallar la guerra, y después que esta- 
lló, permitió que se condujera tan insensatamente, que ha hecho subir 
los odios hasta el paroxismo; ha escandalizado al mundo y ha suscitado 
serias reclamaciones extrañas, con mengua de nuestra honra; y des- 
pués de todo esto, para colmo de males, con una política incierta y me- 
ticulosa, sin rumbo y sin objeto, se ha hecho odioso áunos y se ve com- 
pletamente despreciada de los otros. 

El Gobierno de España es impotente en Cuba. Allí no impera. Ni los 
insurrectos, ni los peninsulares lo obedecen. Cada uno tiene allí su go- 
bierno aparteí y el de los peninsulares que se llaman leales por escar- 
nio, no sólo no acatan ni cumplen las leyes y determinaciones de la 
metrópoli, sino que imponen las suyas, deponiendo y desterrando á sus 
gobernadores y capitanes generales, amenazando con una separación 
si no se les obedece, y enviando aquí sus agentes ó embajadores que 
notifiquen el Poder Supremo de la nación la voluntad facciosa, pero 
firme y decidida, á que todo debe someterse. Y él Gobierno calla y su- 
fre y contemporiza, y llama beneméritos y leales á aquellos rebeldes; 
y lo peor es, que no puede sino sufrir, callar, mimar á los que lo hie- 
ren, y permanecer inerte. 

Y en tal situación, ¿puede el Gobierno de España ser el media- 



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dor y pacificador de Cuba? No: el Gobierno de España no puede na- 
da en Cuba. El mediador y pacificador de Cuba ha de ser otro. Otro 
ha de ser el que impida que aquellos partidos enconados se destro- 
cen y devoren mutuamente, y salve las vidas y los intereses de 
nuestros compatriotas. Afortunadamente ese otro también conoce 
que sólo él puede ser el salvador de la desgraciada Antilla, y se 
ha apresurado á ofrecer su mediación para conseguirlo. Afortunada- 
mente ^e otro, que es la república de los Estados-Unidos, tiene 
interés en que Cuba no acabe de arruinarse y en que sea próspera 
y feliz; y como ese interés es el de España y el de todos los habi- 
tantes de Cuba, de aquí es que esos intereses combinados sean el 
elemento de donde se ha de producir la solución que salva á aque- 
llos amenazados paisés. 

Afortunadamente, esta no es una solución nueva y desconocida. 
La prensa la ha defendido: el general Prim y otros hombres de Es- 
tado nuestros la han conocido y aceptado desde el principio: sólo 
se ha ere ido que era cuestión de tiempo, y ya ha llegado el mo- 
mento oportuno. La soluciones necesaria, urgente, hoy no hay otra 
posible que sea conveniente y satisfactoria. Con la cesión, la ane- 
xión ó la mediación de los Estados-Unidos, viene ese poder fuerte y 
regulador que se imponga á los partidos; que los obligue á respe- 
tarse, que evite venganzas y luchas futuras; la única que puede 
salvar los intereses de nuestra compatriota; que encarrile á la is- 
la en la senda de la prosperidad y engrandecimiento, por la que lle- 
garía en breve á un término fabuloso de riqueza y bienandanza, que 
le permitiera satisfacer la inmensa deuda que pesa sobre aquel Te- 
soro; y que de otro modo quedaría sin solución con amenaza de una 
bancarrota; y por último, que fundiendo los intereses de criollos y 
peninsulares, fundiría también las voluntades en esos intereses, á 
fin de que un dia, no lejano, pudieran bendecir juntos á la madre 
patria que les salvó de un abismo y les proporcionó un porvenir tan 
magnífico como inesperado, y que apenas se atreverán á columbrar 
en las densas y sangrientas tinieblas que hoy las rodean por to- 
das partes. 

Piénselo el Gobierno: oiga sólo la voz del patriotismo, desen- 
tiéndase de todo interés bastardo; inspírese sólo en la honra de la 
patria; adopte, y pronto, la única solución salvadora, y enmenda- 
rá tantos desaciertos acumulados, y España y Cuba le deberán toda 
lo que un pueblo puede deber á un Gobierno previsor y sabio. 



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